“E si por aventura no se quisieren quitar de su porfía, devenlos judgar por herejes e darlos después a los jueces seglares e ellos devenles dar pena en esta manera: que si fuere el hereje predicador, a quien dicen consolador, devenlo quemar en fuego de manera que muera.”
Pues, efectivamente, si hoy tuviéramos que describir en dos palabras en qué se caracterizaban los cátaros diríamos que eran “predicadores y consoladores”.
Por ello, en mi breve intervención de esta tarde, quisiera explicar sobre todo en qué consistía esta predicación y consolación que tanto temieron los poderes políticos y religiosos, y contra la que lucharon tan encarnizadamente.
Pero, antes, me gustaría precisar que ha sido tanta la literatura de todo tipo que se ha vertido sobre el catarismo (historicista, filosófica, literaria, nacionalista, esotérica, etc.), que es muy difícil avanzar por este entramado, profundamente dogmatizado. Para resolver este problema sólo hay un camino: el retorno a las fuentes originales. Sólo en ellas podremos encontrar el hilo conductor de esta corriente de pensamiento y, así, liberarnos de la multitud de prejuicios con que nos encontramos al profundizar en las doctrinas cátaras.
El catarismo es, fundamentalmente, como han señalado los modernos estudios de Duvernoy y Brenon a partir de las fuentes originales, un movimiento de raíces cristianas que intenta recuperar la verdadera esencia del cristianismo original, en el seno de un mundo donde la práctica religiosa está muy corrompida por una jerarquía ávida de poder y con poca vocación espiritual.
La carta que Evervin, preboste de la abadía de Steinfeld, manda a Bernardo de Claraval en el año 1143 es clara al respecto:
Ésta es su herejía: Dicen de sí mismos que son la Iglesia, porque sólo ellos siguen al Cristo; y que siguen siendo los verdaderos discípulos de la vida apostólica, porque no buscan el mundo y no poseen ni casa, ni campos, ni ningún dinero...
De sí mismos dicen: ...llevamos una vida santa y muy estricta, de ayuno y abstinencias, pasando día y noche orando y trabajando, sólo buscando sacar de este trabajo lo que es necesario para la vida... Nosotros y nuestros padres, siguiendo la línea de los apóstoles, hemos permanecido en la gracia del Cristo y permaneceremos hasta el fin de los siglos.
Es en esta línea de tradición apostólica como aparece y se explica, en el seno de la comunidad cátara, la institución del consolamentum.
De los cinco textos originales conservados y atribuidos sin lugar a dudas a comunidades cátaras, dos de ellos son una trascripción de este ritual (en occitano y en latín) y un tercero (el Manuscrito de Dublín) forma parte del sermón que se leía durante su impartición. Ello nos indica la gran importancia que tenía este sacramento para el catarismo (en realidad: su único sacramento reconocido).
El consolamentum, para los cátaros, no era otra cosa que el bautismo espiritual instituido por Cristo. Siguiendo la tradición de Pentecostés, los cátaros consideraban que los apóstoles habían recibido la fuerza del Espíritu Santo con este bautismo, así como el poder de otorgarlo a quienes ellos considerasen dignos de su iglesia.
Así se describe en el ritual occitano:
“Vais a recibir el bautismo espiritual, por el cual es otorgado el Espíritu Santo en la Iglesia de Dios, con la santa oración, con la imposición de manos de los “buenos hombres”. Este santo bautismo, por el cual es otorgado el Espíritu Santo, ha sido guardado por la Iglesia de Dios desde los apóstoles hasta ahora, y ha llegado de “buenos hombres” en “buenos hombres”, y lo hará hasta el fin del mundo.”
Este bautismo por imposición de manos, llamado consolación siguiendo las palabras evangélicas de Juan “Yo os enviaré un Consolador...”, es el hecho más distintivo del catarismo y a su comprensión debemos dedicar una atención especial. Pero para ello debemos profundizar primero en su filosofía llamada “pretendidamente” dualista.
El perfecto cátaro consideraba que Dios Padre era el Supremo Bien y el Sumo Hacedor de la creación. Ello llevó muy pronto su reflexión a la búsqueda de una explicación que permitiese comprender la existencia del mal en el mundo, al igual que ocurriera en las comunidades gnósticas de los primeros siglos. Pues, en efecto, si Dios es el Supremo Bien hacedor de todas las cosas, ¿cómo podemos explicar la existencia del mal en el mundo?
Para el gnóstico, al igual que para el “buen cristiano” medieval, esta búsqueda abocó en la concepción de un demiurgo, un “dios extraño”, ajeno al verdadero Dios, como creador de este mundo, en el que el bien y el mal se encuentran estrechamente unidos.
Es importante resaltar que esta concepción no nace de una creencia dogmática en dos principios, sino que es el resultado final de un esfuerzo por racionalizar y comprender la existencia humana. Fue la constatación del mal en el mundo lo que permitió la construcción mítica y filosófica de la caída humana como explicación de la realidad.
Existen diversos mitos cátaros que explican esta caída, y hoy sería demasiado prolijo analizarlos con alguna profundidad. Quiero destacar, sin embargo, lo siguiente:
Cuando las almas humanas cayeron, según la concepción cátara, fueron atrapadas en “túnicas de carne” que el “dios extraño” hizo para que olvidasen su gloria perdida, su verdadera esencia divina, su espíritu, que permanecía intacto, firme, en el Reino Divino.
«El demonio dijo: “Estos espíritus piden al Padre santo que les perdone porque recuerdan la gloria que han perdido. Yo les daré túnicas, y cuando se hayan revestido con ellas, ya no recordarán más su gloria perdida.” Entonces, el enemigo de Dios, Satán, hizo cuerpos de hombres, en los cuales encerró a esos espíritus, para que ya no recordasen más la gloria del Padre santo.»
El único problema de la humanidad era el olvido. Por eso, la doctrina cátara estaba orientada a ayudar al hombre a recordar su origen divino, es decir, a aportar lo que ellos definían como la “entendensa del Bé”, “la comprensión del Bien”.
Quien recordaba este origen era un creyente, pero sólo se convertía en un verdadero cristiano si salía de su prisión material por medio de “la endura”. La endura era un proceso de purificación, una muerte espiritual del ego humano por su renuncia al mundo y su desapego a los placeres y las posesiones materiales.
Este proceso culminaba con la recepción del Espíritu Santo por medio del “consolamentum”.
Y, ahora, presten atención a cómo veían los cátaros el consolamentum, según un escrito de refutación católico:
En la imposición de manos, el alma ―que hizo caso al diablo y fue engañada por él― recibe por su conducta a su propio espíritu, que ella ha dejado en el cielo. Éste es el espíritu al que llaman el Espíritu Santo, o firme, puesto que ha permanecido firme en el momento de ese engaño, y puesto que él no puede, en esta vida presente, ser engañado por el diablo mientras guarde y gobierne al alma”.
Podemos constatar esta misma doctrina en las explicaciones que Guillermo Belibaste da sobre el matrimonio a uno de sus creyentes:
“El verdadero matrimonio no es el carnal entre el hombre y la mujer, sino el matrimonio espiritual entre el alma y el espíritu, es decir, cuando el alma, que permanece siempre en el hombre, y el espíritu, que va y viene, son buenos y se unen entre ellos, de manera que el alma quiere lo que quiere el espíritu, y el espíritu lo que quiere el alma, y así se unen en el Bien. Éste es el matrimonio que Dios ha instituido.”
Podemos entender, pues, el consolamentum como la culminación de todo un proceso de iniciación, al modo en que se realizaba en los primitivos movimientos gnósticos. En este proceso, el ser humano “de carne y sangre”, que habita en este mundo caído, se reúne de nuevo con “su propio ser espiritual”, que ha permanecido firme en el cielo. Y todo ello por medio de una “conducta pura” del alma, la endura, que permite la “efusión” de ese espíritu.
Éste fue el mensaje de salvación propugnado por los cátaros y, como tal mensaje evangélico, esta buena nueva fue difundida por todas partes. Los crestians ―pues así se llamaron a sí mismos, nunca utilizaron el nombre de cátaro― se sintieron verdaderos mensajeros de la palabra divina y predicaron con gran fuerza en ciudades y aldeas, castillos y chozas, iglesias y mercados. Tan admirable era su vida que el pueblo les conocía como los “bons hommes”, los “buenos hombres”, y desde todos los estamentos sociales (incluso los eclesiásticos) se les reconocía su santidad.
Fue esta bondad, su extraordinario comportamiento de vida, la que llevó a miles de personas, en toda Europa, a creer y confiar en ellos. Y fue esta impresionante aceptación la que provocó la reacción tan violenta y brutal de los poderes establecidos.
Así lo relataba Pedro Autier, uno de los últimos grandes perfectos cátaros, maestro de Guillermo Belibaste:
“Te voy a decir la razón por la cual se nos llama herejes: es porque el mundo nos odia, y no es extraño que el mundo nos odie, pues él ha odiado también a nuestro señor, al cual ha perseguido, como a los apóstoles. Nosotros somos odiados y perseguidos a causa de su ley, que guardamos firmemente. Porque hay dos Iglesias; una, huye y perdona; la otra, domina y destroza.“
“Huye y perdona”. El catarismo nunca ejerció la violencia en este mundo. Ellos no sentían un rechazo vital del mundo, sino una profunda compasión por el ser humano que se mantenía prisionero en él, ignorante de su verdadera patria. Por ello, conscientes de que no todos podían recordar de dónde venían, de que no todos eran lo suficientemente fuertes para recorrer el camino de regreso, se esforzaron siempre por acompañar al hombre de su tiempo con una actitud positiva, dinámica y activa en su vida y en sus acciones.
Para terminar, quisiera leerles un fragmento del consolament occitano, en donde se refleja claramente el mensaje profundamente cristiano del catarismo:
“Si queréis recibir este poder y esta fuerza, hace falta que observéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo Testamento, conforme a vuestras posibilidades.
Y sabed que él ha mandado no cometer adulterio; no matar ni mentir; no hacer ningún juramento; no tomar ni robar; no hacer a los demás lo que no queremos que hagan con nosotros; perdonar a quien nos hace daño; amar a nuestros enemigos; rezar por nuestros calumniadores y por nuestros acusadores y bendecirles; poner la otra mejilla si nos agreden; dejar la capa si nos quitan la túnica; no juzgar ni condenar; y muchos otros mandamientos ordenador por el Señor a su Iglesia.
Estimado público:
Ésta fue la religión de aquellos “herejes predicadores, a quienes dicen consoladores”.
La vida de tales hombres y mujeres, sencillos y humildes, fue tan firme y ejemplar, sus huellas quedaron tan profundamente marcadas en la sociedad de su tiempo que, a pesar de todo el esfuerzo que se hizo por destruirles, por prohibir completamente sus enseñanzas, su búsqueda y su mensaje permaneció presente en las conciencias humanas y, sin duda, hoy encuentra de nuevo un eco en el corazón de los hombres.
Así podemos entender el sentido de la profecía y leyenda que sobre ellos se escribió: “Después de setecientos años, el laurel volverá a reverdecer”.
Eduard Berga Salomó
Centre d'Estudis Catars
C/Sant Joan de Malta, 219
Barcelona
3 comentarios:
Se sabe si en la actualidad encontramos seres que mantengan,esta enseñanza inalterable,y alguien podra hacer algun contacto con ellos.
Hola Daniel, ¿no se si conoces a un autor denominado Antonin Gadal? Escribió un libro titulado "En el camino del Santo Grial", en el que describe la iniciación de un "cátaro". Él mismo, se consideraba el Patriarca continuador y heredero de la tradición cátara y su misterioso Consolamentum.
No lo conocia , lo tendre en cuenta y gracias,
Suerte en este camino de conprender la realidad.
saludos a todos.
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