domingo, 21 de julio de 2013

TEURGIA: JÁMBLICO EL MAGO, POR JUAN ALMIRALL





La Teurgia es el arte hierático, el arte sacerdotal, se trata sin duda de las prácticas mágicas que los sacerdotes orientales utilizaban para conocer la naturaleza, deseos y voluntad de los dioses. Sabiduría, arte y ciencia en la antigüedad se concentraba en un único lugar, el Templo, allí los sacerdotes estudiaban la naturaleza, el cosmos, y el mundo divino, y allí realizaban sus prácticas sagradas, purificaciones, iniciaciones, etc. En la época imperial el griego domina todos los ámbitos de la cultura del Imperio, es la lengua franca de la cultura, y los sacerdotes orientales lo hablan y lo utilizan para sus prácticas sagradas, de ahí surge este nuevo concepto: Teurgia.

En la obra Sobre los Misterios egipcios un sacerdote profeta de un Templo egipcio, llamado Abamón, seudónimo de Jámblico, contesta a una carta de Porfírio donde se plantean varias cuestiones relativas al arte hierático, podemos clasificar las cuestiones siguiendo el orden de los capítulos de esta obra: 1º sobre los dioses y lo divino en general; 2º sobre los démones y los héroes y sus manifestaciones; 3º la mántica, oráculos y predicciones, interpretación de los sueños; 4º la influencia de los dioses; 5º sacrificios y plegarias, sobre el culto a los dioses; 6º prescripciones religiosas y actos rituales; 7º la teología egipcia simbólica; 8º sobre la astrología y el libre albedrío; 9º el demon protector; y 10º la felicidad.

La más alta filosofía para los autores de esta época, es la teología, Heródoto nos cuenta como los egipcios eran conocidos en la Antigüedad como el pueblo más piadoso del mundo, por lo que no es de extrañar que fuera en Egipto donde se desarrollara la Teología helenística más elaborada, también habrán importantes escuelas en Siria, especialmente en Antioquia, tradición que heredará el Cristianismo, con los dos grandes centros productores de Teología cristiana: la Escuela de Alejandría y la Escuela de Antioquia, la primera más puramente filosófica y científica y la segunda más inclinada hacia la retórica y la lógica. Las grandes cuestiones teológicas, como explica Jámblico, “nos inducen a detenernos en lo que los sabios caldeos nos han legado, otras plantean objeciones a partir de lo que enseñan os profetas egipcios”.

La teurgia parte de la premisa de que “estamos nosotros inmersos en la presencia divina y alcanzamos nuestra plenitud por ella y tenemos conocimiento de lo que somos en el conocimiento de los dioses”, que son de naturaleza inteligible, pero también de “los géneros superiores que forman el cortejo de los dioses, me refiero a los démones, héroes y almas puras” (De Myst. I.3), todos ellos tienen sus cualidades especiales en el orden de la procesión, y forman una escalera en el orden ascendente de la conversión, por ello es de capital importancia comprender cuál sea la naturaleza de todos los seres espirituales que integran los mundos sensible e inteligible: “En cuanto a los seres superiores y los que, en tanto universales, contienen el principio, en los superiores son producidos los inferiores, en los incorpóreos los cuerpos, en los poderes creadores las cosas creadas, y por ellos que los contienen circularmente son dirigidos, y, por tanto, las revoluciones celestiales del alma etérea, ante todo no dejan nunca de existir en ellas, y las almas de los mundos, llegadas a su intelecto, son perfectamente abrazadas por él y en él primariamente engendradas; y el intelecto, tanto el particular como el universal, es abarcado por los géneros superiores”, pues el Noûs es el “jefe y rey de los seres”.

La mistagogia sagrada es una disciplina propia de la Teurgia, “entre los actos que ordinariamente se ejecutan en la teúrgia, unos tienen una causa inefable y superior a la razón; otros, como símbolos, están consagrados eternamente a los seres superiores; otros conservan alguna otra imagen, como también precisamente la naturaleza generadora modela imitativamente unas formas visibles de conceptos invisibles; otros se hacen en honor a la divinidad o bien tienen como objetivo una asimilación cualquiera o incluso una relación de parentesco; algunos, en cambio, nos procuran lo ventajoso para nosotros o purifican de algún modo y liberan nuestras pasiones humanas o apartan cualquier otro de los peligros que nos amenazan”, la purificación y la elevación del alma hacia las realidades divinas sería el objetivo de la epoptías, las iniciaciones divinas que producen ciertas visiones, de las que se habla en el capítulo siguiente.

Varios son los rangos de los seres divinos, según sus cualidades y actividades, los primeros son los dioses inteligibles, rectores de los órdenes superiores y del cosmos, luego tenemos a los démones, que ejecutan y llevan a término las naturalezas cósmicas y la providencia, los héroes aportan vida y razón, siendo referentes espirituales para las almas, superior a los héroes tenemos a los ángeles que tienen una vida inmaculada, y por encima de estos los arcángeles, aquí vemos la influencia de las doctrinas cristianas y gnósticas en el arte sagrado pagano, que mostró siempre un carácter multiplicador, frente al Cristianismo más excluyente y dogmatizante; con los arcontes gnósticos y las almas divinas se cierra la clasificación de los órdenes espirituales que muestra Jámblico en esta obra. Pero el autor no se limita a enumerar los órdenes espirituales, sino que nos da un verdadero manual de las prácticas epópticas: “Las imágenes de los dioses irradian más luz, las de los arcángeles están llenas de una luz sobrenatural y luminosas son las de los ángeles. Los démones dejan traslucir un fuego turbio, los héroes una mezcla de más elementos, mientras que en el caso de los arcontes los cósmicos difunden un fuego también más puro y los materiales una mezcla de elementos distintos y opuestos; las almas difunden una luz parcialmente visible, contaminada con numerosas mezclas de la generación” (De Myst. II.4).


En definitiva, tenemos en esta obra un auténtico manual de las visiones espirituales de las que hablaba Plotino, así como de todas las demás prácticas místicas de las que hablan los tratados de Hermes Trismegistos, volveremos a ver el sentido de las estatuas de los dioses, el misterio de los nombres divinos, las distintas mánticas, la astrología, lo que hoy se calificaría de manual sobre esoterismo, es en esta época un texto fundamental que nos ilustra sobre las prácticas de los sacerdotes helenistas, que recogieron las antiguas tradiciones sacerdotales de los Templos de Egipto y Siria.   

JÁMBLICO DE CALCIS, PITAGÓRICO Y MATEMÁTICO, POR JUAN ALMIRALL

El otro ingrediente de la mezcla pitagórica, además de los símbolos jeroglíficos y las sentencias, son las matemáticas, pues se trata de una ciencia que conduce a la razón hacia lo inteligible, ya que, por un lado los entes matemáticos son incorporales, como los inteligibles, y subsistentes en sí mismos, lo que les convierte en intermediarios entre la esencia indivisible y la divisible corporal, piénsese en las tres sustancias que conforman los elementos constitutivos del Alma del Timeo: la esencia divisible e indivisible, lo mismo divisible e indivisible, y lo otro divisible e indivisible. Igualmente, entre la idea (eidôn) y el concepto (lógôn) hay un lugar intermedio, entre lo que está privado de parte y lo que está dividido en partes, y la matemática se sirve tanto de la composición como de la división. Por otro lado, los entes matemáticos conducen hacia la esencia divina como por medio de una escalera que lleva al punto más alto posible.

Por su parte, la matemática pitagórica se distingue de las restantes matemáticas en que no sólo cuantifica, sino que además incluye el elemento simbólico del número y de los restantes entes matemáticos, lo que permite relacionar las matemáticas con disciplinas como la ética, la teología y la física; pero además, los pitagóricos parten de unos axiomas, que son primeros principios, de los que siempre demuestran todo lo demás, de aquí la necesidad de unos elementos de teología, o una teología more geométrico, de Proclo, o las sentencias de Porfirio, la teología matemática demuestra cada principio, cada afirmación, partiendo de los primeros principios axiomáticos. Así a partir de los géneros absolutamente principales la matemática enseña la división hasta los géneros inferiores, por tanto, se trata de una ciencia diairética. Pero también, la matemática se sirve de la horística, pues la matemática se sirve de las definiciones, que hace con exactitud, tenemos de nuevo el ejemplo de los Elementos de Teología de Proclo, donde vemos cada principio teológico perfectamente definido. Es una ciencia igualmente analítica y sintética, a través de la potencia unitiva, por la fuerza de primer principio que tiene el Uno, por tanto, coincide con las distintas partes de la dialéctica, tal como la define Proclo, al comienzo de su comentario al Crátilo de Platón.

Las obras propiamente matemáticas de la Synagogé son De común matemática scientia y In Nicomachi arithmetica introductionem, en la primera obra hace un comentario general a la ciencia matemática, como en el Protréptico, y después se centra en la matemática pitagórica. Examina todos los géneros, la aritmética, la geometría, la música y la esfera. Nos asegura que los pitagóricos utilizaban los symbola como medio de relación de las matemáticas con otras disciplinas, como la ética, la teología y la física; y son los verdaderos iniciados, que se interesan por la vida pitagórica, los que se convierten en matemáticos. Las matemáticas están muy relacionadas con el conocimiento del alma, pues esta es número, armonía y geometría, pues la esencia del alma es la matemática, el alma surge de la matemática, tal como se nos describe en el Timeo. Realmente todas estas cuestiones son posibles si entendemos la matemática no como una mera disciplina científica, sino como una verdadera filosofía matemática, en la que el verdadero objeto son los inteligibles (tà noêtá), como toda filosofía, el Bien se identifica con la Unidad, y ambas con el Ser, de manera que ahí las disciplinas se tocan, el Bien es un ideal ético, el Uno el principio de toda matemática, el Ser de toda ontología, por tanto, la matemática afecta a todos los dominios de la vida.

En la introducción a la aritmética de su ideal Nicómaco de Geresa, Jámblico se centra más en el número y sus misterios. La aritmética es la disciplina decana de las matemáticas, sus nociones son las más simples y las más fundamentales. El número aparece después del Uno, que se distingue de la unidad, tò hén no es lo mismo que monàs, Jámblico en su Introducción a la Aritmética de Nicómaco, nos dice: “Tales definía el cuanto, o sea, el número, “sistema de unidad” (según la doctrina de los egipcios, al lado de los cuales él también estudió), mientras que definía el numerable “uno” en sentido propio, no cae pues entre el límite de la unidad y del uno. Pitágoras, en cambio, lo definía como “extensión y actuación de las razones seminales inmanentes a la unidad (monádi spermatikôn lógôn)”, o con otras palabras, “el principio numérico que subsiste, antes que todos los números, en el noûs divino y gracias al cual y del cual vienen ordenados y mantienen su orden indisoluble las cosas numeradas”, para los egipcios pues, el número es un sistema de unidades, mientras que para Pitágoras, el número es principio ordenador, que se encuentra en el noûs divino. Hecha esta distinción, cabe ahora diferenciar entre la unidad o mónada y el Uno, tò hén, obviamente, este último, para Plotino, es el primer principio y está más allá del Noûs, el segundo dios, el Uno no es ningún número, y no es matematizable, no se puede contar, sin embargo, el número esencial que se encuentra ya en el plano del Noûs donde ya existe la multiplicidad, “proporciona el ser, cuantitativo, el que facilita la cantidad entre las cosas”, los números para Plotino, son unidades, como las de los egipcios, existen según la unidad, que es el principio que les permite aspirar al Uno, ya que gracias a la unidad participan del Uno, el dos es por tanto una unidad, como el tres, etc. Esta sería la versión egipcia, tal como lo ve Jámblico. Mónada o unidad es aquello que cada cosa es y por lo que puede llamarse uno “tò hén”, es pluralidad aquello que se compone de unidades y genera cantidad, unidad y uno no son, pues, lo mismo, la unidad es aquello participado por el Uno.

Los números tienen pues la virtud de elevar la inteligencia hacia el Uno, hacia el primer Dios, y por tanto son útiles para la teología, que tanta trascendencia tendrá para Jámblico, el primer gran teólogo pagano del Helenismo, como así se llamó la religión pagana en los tiempos de implantación y oficialización del Cristianismo, más adelante veremos el libro de Salustio, Sobre los dioses y el mundo, un resumen de la religiosidad Helenística, que se desarrolla y organiza a partir de la teología de Jámblico, y que Juliano, el emperador helenista intentará organizar, pues consideraba que la victoria del Cristianismo, se debía sobre todo, a la organización territorial y jerárquica del Cristianismo. El paganismo, pese a disponer de las fuentes más cultas y de la filosofía más sofistica como aval, perdió terreno en el siglo IV, y en el siglo V y VI sufrió persecución hasta su total desaparición del Imperio cristiano.

Volviendo al número, cabe destacar el aspecto simbólico de éste, su capacidad elevadora, pues ya desde Plotino y con Proclo todavía más claramente, todas las cosas penden de su principio, que tiene como origen y al que aspiran regresar, pues bien, los números son clara muestra de lo secuencial de los principios, se mueven entre el límite más absoluto, el Uno y lo ilimitado, el ápeiron o la Díada indefinida de Platón. Los números se desarrollan en series distintas mostrando sus particulares cualidades, luego veremos en La Teología de la Aritmética, obra que algunos autores atribuyen a Jámblico, como el quinto libro conservado de la Synagogé, pues Jámblico había escrito una teología de la aritmética, lo que no es seguro es que se trate del mismo libro, pues bien, en dicha obra, se estudia el significado de los diez primeros números, a los que todos los demás se pueden reducir, los números pares e impares operan como números femeninos y masculinos, siendo los impares más perfectos que los pares. Por supuesto se trata de números esenciales, dado que tienen capacidad de aportar rasgos definitorios de rango conceptual, y muy distintos de los números meramente cuantitativos, que sólo sirven para el cálculo.

El ente matemático en general tiene una naturaleza mixta, es por una parte inteligible pero también se encuentra en lo corporal, lo que le acerca al principio mediador por excelencia el Alma, que une lo corporal con lo inteligible. Recuérdese que, precisamente, Platón hace surgir al Alma de dos medias, la media aritmética y la media armónica, y que con la proporción geométrica tenemos las tres grandes relaciones matemáticas que ordenan y dan armonía al Universo. Por tanto, son modelo no sólo inteligible y espiritual, sino de la virtudes éticas y políticas, el méson es la medida de la excelencia en todas las cosas, según Aristóteles que frontalmente rechaza el pitagorismo, pero al que debe más de una de sus formulaciones teóricas. Jámblico, en su estudio sobre las matemáticas, nos dará la clave de la importancia de las matemáticas en todos los ámbitos en las que ellas son de utilidad, y por lo que eran tan apreciadas por los pitagóricos: las matemáticas pitagóricas buscan unir sus razonamientos  con lo Bello y el Bien, es decir, los dos ámbitos de lo divino según Plotino, la Belleza de la multiplicidad del Noûs y el Bien, el primer Dios, y por tanto, tienen aplicación en el ámbito de la Teología, como en el nivel del Ser (ontológico), son también útiles en el plano del discurso, lógos, por medio de la lógica (el silogismo, para el que los términos medios son definitivos), pero también es útil en el plano de la Fýsis, de la vida política y de la técnica, y no olvidemos la ética aristotélica que se basa en los términos medios.

Las matemáticas nos permiten desentrañar el misterio de la naturaleza corporal y divina, aritmética, geometría y música, guardan las tres razones básicas que se esconden detrás de todo movimiento, y sobre todo, del movimiento más perfecto, a saber, el de la esfera (la astronomía). Estas tres razones son la media aritmética, que nos permite encontrar el exacto término medio entre los dos extremos, y por tanto el más perfecto: a+b/2; y la razón geométrica, que pone en relación tres medios: donde el medio común mantiene la misma relación del primer término con el medio que el medio con el último: a/b = b/c. Por último, la media armónica, origen de los intervalos musicales que suenan de forma agradable y armónico, que consiste en ab/media aritmética de a y b, es decir, ab/a+b/2, una relación aparentemente extraña, de donde salen los intervalos de cuarta, quinta y la octava. Aquí se encuentran las claves del cosmos, reducido a razones matemáticas, encontramos toda la actividad de los dioses encósmicos e hipercósmicos, que actúan bajo la dirección de las divinidades inteligibles, que luego se describirán en la obra de Salustio, y de donde Proclo tomará su clasificación de los rangos divinos.

Para terminar el apartado sobre las matemáticas, nos gustaría dar una breve reseña sobre La Teología de la Aritmética, obra que se ha identificado con el séptimo libro de la Synagogé, y que llevaba el título de “Perì tês en Theoîs arithmêtikês epistêmês”, hoy perdida, pero que debería tener análogos contenidos, pues de lo que se trata en la teología de la aritmética es de analizar la naturaleza y carácter divino de los Números, y comienza sin más preámbulos con el monádos, que al no variar la cantidad cuando se multiplica con otros números, nos muestra su carácter estable, que contiene todos los demás números en potencia, los Pitagóricos lo llamaban Noûs pues es el más similar al Uno, también lo llamaban ser, causa de la verdad, simplicidad, modelo, orden, concordia, etc.


La Díada sumada a sí misma da el mismo resultado que su multiplicación, los Pitagóricos la veían como principio de acción, por ello la llamaban coraje, impulso, pero también movimiento y generación, y es el opuesto a la Mónada, es imperfecto en cuanto está privado de figura. La Tríada, está dotada de belleza y fascinación, pues presenta la potencia activa de la Mónada, fruto de la suma de la Mónada y la Díada, se trata del principio filial por excelencia, y de la primera figura geométrica: el triángulo. La Tétrada muestra la base de toda cosa que se encuentra en la naturaleza, es la base de los sólidos, el cuadrado, es el último elemento de la divina Tetratkys, siendo cuatro los principios del cosmos. La Péntada comprende en sí las especies de todos los números, pues es la suma del par 2 y del impar 3, por eso lo llaman “matrimonio”, y le ofrece un lugar destacado al ser la mitad de la Década, el número perfecto, y tiene una naturaleza celeste, al ser cinco los planetas, y cinco varios fenómenos celestes, la suma de los trópicos y del ecuador celeste, siendo el éter el quinto elemento; es el número también de la Justicia, Némesis, y del Andrógino, al estar en el medio de toda perfección. La Héxada es el primero de los tres números cósmicos, y representa a la armonía, mientras que siete son los movimientos astrales, y ocho es el propio de las estrellas fijas, Platón construye el Alma con siete números, y coincide con los siete períodos de la vida, de los que también habla Filón en el Opificium mundi. Los Pitagóricos llaman al siete Atenea, pues es un número virgen sin vínculo matrimonial. Ocho es el número astral por excelencia, es la base de la Esfera. La Eneada es el más grande de los inferiores al número perfecto, es el final de la serie, el 10 es la perfección de la mónada, supone tres ordenes de tres, es decir, de los órdenes de perfección y coincide con el coro de las Musas. Mientras que el diez, la Década es igual a la divina Tetratkys o la perfección, el modelo perfecto que sigue el Demiurgo en la creación del cosmos.

viernes, 12 de julio de 2013

LOS SYMBOLA DE JAMBLICO, POR JUAN ALMIRALL




Los symbola que recibían los acusmáticos: La filosofía de los acusmáticos consiste en sentencias indemostrables y sin argumentación: “así deben practicarse”. Y las demás, que fueron pronunciadas por él, intentan conservarlas como enseñanzas divinas. Y no pretenden hablar por sí mismos ni que se deba hablar, sino que asumen que, entre ellos, los que posean mayor número de sentencias están mejor dotados para la sabiduría. Todas las sentencias así llamadas se dividen en tres clases: la primera, en efecto, corresponde a la pregunta “¿Qué es?” (tí esti), la segunda “¿Qué es en más alto grado?” (tà dè tí málista), la tercera “¿Qué se debe hacer o no hacer?” (tà dè tí deî práttein ê mê práttein). Tales eran, pues, las sentencias, como, por ejemplo, de la primera clase, “¿Qué son las islas de los bienaventurados?, el sol y la Luna”, “¿Qué es el oráculo de Delfos? La tetratkýs”; “¿Qué es exactamente la armonía de las Sirenas?”. En cuanto a las de “¿Qué es en más alto grado?”, por ejemplo, “¿Qué es lo más justo? Hacer sacrificios”; “¿Qué es lo más sabio? El número y, en segundo lugar, lo que pone denominaciones a las cosas”. Así: “¿Qué es lo más sabio entre nosotros? La medicina.”; “¿Qué es lo más bello? La armonía”; “¿Qué es lo más poderoso? El pensamiento (gnômê)”. “¿Qué es lo más valioso? La felicidad”. “¿Cuál es el dicho más verdadero? Que los hombres son malvados” (…) Éstas y otras de este tipo son las sentencias de esta segunda categoría. En efecto, cada una de ellas responde especialmente al modelo “¿Qué es en más alto grado?”. Y esta sabiduría es la misma que la llamada de los siete sabios. Pues tampoco aquéllos investigaban qué es el bien, sino qué lo es especialmente (…) En cuanto a las sentencias del tercer tipo que plantean “qué se debe hacer o no se debe hacer” son de esta clase. Por ejemplo, “Es necesario procrear” (pues hay que dejar en nuestro lugar cuidadores de la divinidad) o “Es necesario, en primer lugar, calzarse el pie derecho” o bien “No hay que caminar por los caminos que transita la gente”, “Ni meter la mano en un recipiente de agua lustral”,  “Ni bañarse en un baño público”. En todos estos casos, en efecto, no se sabe si los usuarios comunes son puros.” (V.P. 82 – 83).
Más adelante Jámblico comentará que el sistema de enseñanza más frecuente de los pitagóricos era el de los símbolos, haciendo una clara alusión a las prácticas sagradas de los egipcios. Estos sýmbola son también parte de la enseñanza egipcia. Además de los jeroglíficos sagrados, los sýmbola son sentencias que determinan, sin mucho razonamiento, forma de actuar con respecto a lo divino, y esto es un rasgo importante y destacable de este tipo de enseñanzas. Se tratan todas ellas de prescripciones religiosas, sobre pureza, y sobre los misterios de la religión, en un sentido amplio. Piénsese que Jámblico vive la época final del paganismo, caracterizada por un gran sincretismo religioso, y por tanto, rescata distintas prescripciones de diferentes tradiciones y costumbres religiosas.
En el Protréptico, a partir del capítulo 21 y hasta el final, se dedica a comentar y explicar treinta y nueve símbolos, como los que ha ido citando en los capítulos 82 a 86 de la V.P., por lo que debían tener una gran importancia en la propuesta sobre el modo de vida de los pitagóricos, y su admirada piedad. Sin embargo, más parecen una serie de reglas y votos propios de la religiosidad egipcia, que como reconoce Jámblico estaba basada en estos símbolos. Como todas las sociedades secretas, los pitagóricos guardaban un riguroso silencio sobre los misterios divinos que aprendían en la escuela, y “emplearon modos secretos para los no iniciados y encubrieron con símbolos sus conversaciones y escritos.” (V.P. 104, in fine), los símbolos son también signos de reconocimiento entre los miembros de la secta.
Y si, al seleccionar los símbolos en sí, no se descubrieran y se explicaran con una exposición irreprochable, su lectura, a los que la abordan, parecería ridícula y cuanto de viejas, llena de vaciedad y garrulería. Sin embargo, cada vez que se aclaran estos símbolos, a tenor de sus características, y se hacen visibles y accesibles a la mayoría en lugar de oscuros, se asemejan a los presagios y oráculos de Apolo Pitio, puesto que descubren un pensamiento admirable e infunden un espíritu divino a los estudiosos que los han comprendido.[1], la relación con los oráculos nos demuestra la verdadera naturaleza de estos símbolos pitagóricos, se trata de sentencias para meditarlas, imágenes simbólicas de gran profundidad, que permiten una relación con lo espiritual por el hecho de romper el esquema mental cotidiano, es una puerta a otra manera de pensar, un pensamiento imaginativo e intuitivo, en el que el discurso no tiene ningún valor, son las imágenes e intuiciones que provoca el símbolo lo que verdaderamente importa. Esto introduce a estos symbola pitagóricos en la tradición mágica de los jeroglíficos, o las imágenes alquímicas.
De hecho el segundo libro de la Synagogé tiene por objeto introducirnos en el universo simbólico de los symbola, el capítulo 21 es el más largo, y en él se hace un detallado y amplio comentario de algunos símbolos.



[1] Cf. Prot. 21, 4: “Y si no se seleccionaran los símbolos, se desplegaran y se les aplicara una exégesis rigurosa, parecerían, a los que leyeran su contenido, ridículos y propios de viejas, llenos de palabrería y verborrea. Así, pues, para que las palabras queden al descubierto y resulte evidente su utilidad para la exhortación, aportaremos las soluciones, tanto para los de fuera como para los de la secta, de cada uno de los símbolos, sin dejar de explicar los que eran secretos y los que no se podría revelar a los no iniciados.” Por las constantes alusiones, los pitagóricos ya debían ser muy conscientes de la carencia de sentido y el carácter algo mojigato de los símbolos, para el común de los profanos.

domingo, 7 de julio de 2013

VIDA PITAGÓRICA DE JÁMBLICO DE CALCIS, POR JUAN ALMIRALL

Jámblico intenta emular a otro autor, que tradicionalmente tenía la fama de ser un hombre divino, un theîos anêr, según la tradición helenística[1], nos referimos a Pitágoras. La obra de Jámblico Peì toû Pythagorikoû bíou no es una mera biografía de este famoso autor, como lo podría ser la obra de Porfírio, que se enmarca en un conjunto de tratados biográficos, sino que se trata de una presentación de un tipo de vida, basada en la virtud, la ascesis, la contemplación y la comunidad. Tampoco pretende ser una exposición de la propia filosofía de Jámblico, sino un documento que muestre una síntesis de los así llamados pitagóricos, y a los que el autor pretende seguir. Los rasgos aristotélicos son muy claros, la bíos theôrêtikós se combina con una vida en común, propia de las comunidades pitagóricas.
Sin embargo, hay que decir, como introducción previa a una visión de conjunto de la obra de Jámblico, que seguramente, él fue un sacerdote, pues la obra está llena de referencias a los dioses, a las prácticas religiosas, ritos, sacrificios; además, no un sacerdote cualquiera, sino uno reconocido por su piedad y su entrega a una vida consagrada a los dioses. Egipto siempre fue conocida por su piedad y fervor religioso, seguramente la estancia de Jámblico en Egipto, estuvo vinculada a algún templo, y bastante próxima al Museo y su biblioteca, el Pitágoras de Jámblico aconseja a sus conciudadanos que “fundaran un santuario en honor de las Musas, para conservar la concordia existente. Pues todas estas deidades tienen también la misma advocación, por tradición forman un conjunto entre sí, se alegran especialmente por los honores comunes y, en general, el coro de las Musas es uno solo y el mismo pero incluso comprende el consenso, la armonía, el ritmo y todo lo que predispone a la concordia” (V.P. IX, 45). El objetivo espiritual de la bíos theôrêtikós no es otro que el observar el movimiento armónico de los astros, la piedad pitagórica está relacionada con las matemáticas, disciplina que se compone de la Aritmética, la ciencia de los Números y la más sagrada, pues es la más abstracta, vendría a coincidir con el conocimiento de los inteligibles de Platón, que en sus doctrinas no escritas se identificaría con el conocimiento de los Números-idea; le seguía la Geometría, el estudio de las figuras el segundo rango en la jerarquía del ser matemático, es decir, el ser limitado por el número muestra el límite, signo de perfección frente a la Díada ilimitada e indeterminado, las figuras perfectas son la base de la creación, y la esencia del ser real; después tenemos la Música, el arte de las Musas, no se trata de cualquier música, sino de la música armónica, y en especial, la música de las esferas, que sería la última disciplina matemática, la Astronomía, conocida como la Esfera.
 El divino Pitágoras, era capaz de escuchar lo que nadie podía oír, había llevado al extremo la facultad de contemplación lo que le permitía, aplicar sus oídos y ajustar su mente “a la sublimes sinfonías del universo, escuchando él solo y comprendiendo, según se manifestaba, la universal armonía y consonancia de las esferas y de los astros que se mueven en ellas; armonía que produce una especie de melodía mucho más profusa y abundante que las humanas, a causa del movimiento y de su órbita, muy rítmica y, a la vez, de una perfección muy bella y variopinta, porque se compone de sones disímiles y diferenciados por su gran variedad, velocidad, tamaño y posición, situados entre sí en una proporción muy armoniosa” (V.P. XV, 65).   
 Sin duda se trata de los siete intervalos que separan las esferas, según Platón en el Timeo, que viene a colocar cada uno de los círculos planetarios a una distancia igual a un tono el primer círculo de la Luna, una octava superior el círculo del Sol, una octava y una quinta el círculo de Venus, dos octavas el círculo de Mercurio, tres octavas y un tono el círculo de Marte, tres octavas y un tono el círculo de Júpiter, y cuatro octavas, una quinta y un tono el círculo de Saturno. Intervalos que son inapreciables para el oído humano, pero que Pitágoras, como recoge el fragmento citado, podía oír dadas sus cualidades divinas, y su capacidad de sentir y meditar, con una profunda penetración.
 Este sería el ideal espiritual de la vida pitagórica, frente a las meditaciones sobre la Belleza inteligible y el Uno supra intelectual, Jámblico propone una experiencia mística más clásica, más ajustada a la vida religiosa helenística de la época imperial, plagada de magia, mitos y teurgia, con una tremenda admiración por lo milagroso, thaûma, de los curadores milagreros llamados taumaturgos. La propuesta espiritual de Jámblico no es otra que la teurgia divina de los sacerdotes, que conocen el orden espiritual que se esconde a los sentidos tras la naturaleza, constituido por los coros divinos, de héroes y démones del mundo sublunar, del cielo y del hiperurano.
 Los pitagóricos se agrupaban en dos: los acusmáticos y los matemáticos, “de ellos, los matemáticos eran reconocidos por los otros como pitagórico; en cambio, éstos no aceptaban a los acusmáticos[2]. Los acusmáticos lo único que recibían era una serie de sentencias sin ningún tipo de explicación, se trata de los symbola, de los que hablará más adelante y que comenta en el Protréptico, 21, 4 y ss.



[1] Carmen Padilla, “Hombres divinos y taumaturgos en al Antigüedad. Apolonio de Tiana”, En la frontera de lo imposible, Córdoba: Ediciones el Almendro, 2001, pp. 141 – 162.
[2] El capítulo XVIII de la V.P. está dedicado a mostrar las diferencias de estos dos tipos de dedicación a la filosofía, la de los creyentes o “acusmáticos” y la de los “matemáticos”, los verdaderos y capacitados filósofos pitagóricos.