Bruno surge, en el Renacimiento, de la polémica clásica sobre la primacía entre Teología y Filosofía, que ocupó a tantos escolásticos durante toda la Edad Media. Se trataba de establecer la primacía entre las Sagradas Escrituras o la Filosofía Natural, que comprendía, entre otras cosas, la obra de Aristóteles sobre Física y Astronomía. Obviamente, las observaciones astrológicas del filósofo no casaban bien con los Textos Sagrados.
Bruno es copernicano, y es el padre de la teoría infinitista del Universo, gracias a la recuperación de Lucrecio y su “De rerum natura”. Su copernicanismo y epicureismo, le llevaron a pensar que había descubierto una Filosofía que iba a permitir al ser humano irrumpir en los niveles más elevados del Pensamiento Divino.
Su programa de iniciación filosófica está descrito en la Opera italiana, los seis diálogos italianos, en los que describe un itinerario filosófico, que comienza en un viernes de cenizas, desmantelando la pedantería de los doctores de Oxford, pasa por vislumbrar la verdadera naturaleza del Ser, y el reconocimiento de la infinitud del Universo. Viaja por el Cosmos, a través de todas las constelaciones, rompiendo las esferas cristalinas de Aristóteles. Expulsa a la bestia triunfante, esto es el Cristianismo de la Iglesia romana y las Iglesias reformadas, y alcanza el furor divino dionisíaco del que hablaba Platón en el Fedro.
Juan Almirall
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