Hablar de la Cábala judía es algo complicado, porque el pueblo judío ha sido muy celoso de su cultura, pretendidamente muy genuina, e incontaminada de los desarrollos de la cultura de su entorno. Ha habido un fuerte rechazo de las fuentes judías no escritas en hebreo o arameo, lenguas de Palestina, del que es un ejemplo claro la exclusión de Filón de Alejandría, autor egipcio judío que escribió su obra en griego. Igualmente, hay algunos textos del Antiguo Testamento rechazados del canon judío, que sin embargo, formaban parte de las fuentes griegas que se incorporaron al canon cristiano, como es el Libro de la Sabiduría, cuya versión hebrea se ha encontrado tardíamente, y por ello no pudo formar parte del canon judío, pero sí del canon cristiano.
El origen de la Cábala hay que buscarlo en la sopa cultural de la época helenística, donde se escribieron los textos más antiguos, como son la literatura de la Merkabah y el Sefer Yetzirah, obras claves para el inicio de la literatura cabalística medieval, y en los que se advierten dos clases de influencias propias de la época helenística. Estas dos tendencias son, en primer lugar, el llamado Platonismo medio, en el cual se enmarca la literatura hermética del filósofo egipcio Hermes Trismegisto, y la literatura gnóstica judía y cristiana. Veremos como uno de los rasgos esenciales y característicos de esta literatura medio platónica, el viaje del alma por el cosmos y algunas de las visiones de los filósofos herméticos y los místicos gnósticos, se trasladan a la literatura de la Merkabah. La segunda influencia en la Cábala de una corriente helenística, más tardía, es la llamada Neoplatonismo, que se caracteriza por el protagonismo de los aspectos más pitagorizantes de la filosofía de Platón, estos elementos pitagóricos aparecen en la teoría de las Sefirot del Sefer Yetzirah.
El Platonismo Medio, más antiguo que el Neoplatonismo, se caracterizaba porque los filósofos herméticos y los gnósticos habían descrito el viaje del alma a través de los distintos cielos, los siete cielos, donde el alma iba dejando atrás sus distintas pasiones inferiores, tal como lo describe Hermes en el famoso Diálogo llamado Poimandres. Este viaje del alma a través de las esferas es uno de los elementos más característicos de la literatura filosófica del Platonismo Medio. Si se entiende esto, se verá muy claro que la Literatura de la Merkabah y de los Hekhalot o los Palacios, que el alma tenía que atravesar hasta llegar al Trono de Dios, definido por Ezequiel como un Carro (Merkabah), comparte la misma preocupación con los filósofos del Platonismo Medio. Los Hekhalot coinciden con las siete esferas celestes correspondientes a los siete planetas, más allá de los cuales se encontraba el Kabot, la gloria de Dios, y se podía admirar el Carro o Merkabah, de Dios. De hecho la crítica histórica de la Cábala coloca la Merkabah y la Literatura de los Hakhalot contemporánea al gnosticismo cristiano y al hermetismo.
En nuestra tradición greco-latina se han conservado pocos testimonios de filósofos que además fueran místicos. Sin duda el más importante de ellos fue el Neoplatónico Plotino. Este autor, filósofo platónico y místico, de origen egipcio, construyó un elegante sistema filosófico apoyado en su experiencia espiritual. Su obra no tiene nada, absolutamente nada, de especulativa, las Eneadas de Plotino son una explicación racional, inspirada en el Platón más pitagórico, de una experiencia espiritual muy profunda. Plotino habló de un Dios perfecto y trascendente, al que llamó el Uno, que se encontraba más allá del Pensamiento, el Noûs, y del Alma-Naturalez, y del que él había tenido una experiencia clara y explicable. Sus seguidores, Porfirio, el mago pitagórico Jámblico de Calcis y Proclo, filósofos neoplatónicos paganos, del siglo III al V, desarrollaron las doctrinas sobre el movimiento de salida y de retorno al Uno de todas las cosas, ya fueran pensamientos, deseos y cualquier objeto creado, todo surge del Uno por emanación, y todo anhela desesperadamente regresar al Uno por conversión, el llamado movimiento de retorno al Uno.
Proclo, el más genial de los seguidores de Plotino, describió una jerarquía de nueve grados, por los que el alma intelectual tenía que pasar para regresar al Uno. Esta jerarquía pasó al cristianismo de la mano de Dionisio Areopagita, y su jerarquía angélica, los rangos del intelecto divino del filósofo pagano, se convirtieron en distintos rangos de ángeles, que gobernaban las esferas celestes.
Las Nueve Jerarquías del Intelecto, intermedias entre el Uno y el Alma, que surgen por emanación del Uno, y que son las Ideas de Platón, sobre todo los rangos superiores de estas famosas Ideas, las llamadas Ideas Número, de la Teología pitagórica de la Aritmética, se transformarán en el Sefer Yetzirah en los Diez Sefirot Belimah, es decir el Intelecto o Espíritu Divino, el Espíritu de Sabiduría (Hokhmah), emanado del Uno, el Ein-sof. En esta obra antigua se ve muy claramente la influencia del Pitagorismo Neoplatónico, pues las restantes Sefirot son límites de la Creación: Arriba, Abajo, Levante, Poniente, Norte y Sur, las delimitaciones del Cosmos.
Con estos dos ingredientes filosóficos, más una tradición exegética, de la interpretación alegórica de la Biblia, que los sabios de Israel y después los rabinos venían utilizando para ir explicando y aplicando la Ley Divina, tenemos la primera Cábala, que aparece en Provenza, y del que la figura más destacada fue un rabino de gran prestigio, llamado Isaac el Ciego, maestro de dos autores del Círculo de Girona: Ezra y Azriel. La diferencia de los dos catalanes respecto de su maestro francés, fue que el primero siempre consideró la interpretación cabalística como algo que debía enseñarse y transmitirse de forma esotérica, es decir, a una élite de personas capaces de entender y de guardar los profundos secretos divinos, mientras que Ezra y Azriel de Girona se lanzaron a publicar abiertamente los conocimientos recibidos, exponiendo los grandes secretos y verdades cabalísticas a un público, a menudo incapaz de entender esa misteriosa tradición, que hay que decir, que además de una interpretación filosófica, era un camino de realización espiritual, que dirigía el alma hacia la contemplación directa de Dios.
Hay quien ha definido la moderna religión judía como una vía de estudio de la Ley (Halajah) y sus aplicaciones. Sin duda, se trata de una forma de evolución del judaísmo rabínico o sapiencial, que comenzó sobre todo con la secta de los fariseos, en la época de la dinastía Asmonéa, esto es en los tiempos del Imperio Romano. Los maestros de sabiduría fariseos se convirtieron, más tarde, en los modernos rabinos, cabezas de las sinagogas, tras la destrucción del segundo Templo. Los fariseos eran maestros de sabiduría, o al menos este era su ideal, en la época del segundo Templo, por su lado los modernos rabinos son igualmente sabios intérpretes de la Ley. Tras la destrucción del Templo los rabinos se especializaron primero en la Mishnah y más tarde en el Talmud. Las comunidades judías se agrupaban en torno al rabino o la corte rabínica, junto a la que se encontraban los hasidim (puros o cátaros) y los pherushim (separados o fariseos, ya con otra connotación), y en Francia, Alemania y España, aparecieron Escuelas Talmúdicas, de entre las que destacaron la de Narbona y Barcelona. La actividad cultural de las comunidades judías era muy grande, y el centro de esta actividad cultural era el estudio de la Ley, Halajah, escrita y oral, la Torah y el Talmud. Los hasidim y pherushim se encerraban en lugares de estudio, los Beit Midrash, donde se consagraban a la lectura y la práctica de los preceptos de la Ley, siguiendo unas reglas de pureza extrema.
Así comenzó a implantarse la idea del exilio de la Shekhinah, la presencia divina que se encontraba en el Templo de Jerusalén, ahora parecía manifestarse en los beit midrash, gracias a la consagración y la pureza de los hasidim y pherushim, que vivían prácticamente encerrados leyendo y estudiando la Palabra de Dios. Allí se volvió a manifestar la Shekhinah, y comenzaron las revelaciones misteriosas. Los libros que leían los estudiantes no eran solamente la Torah y sus comentarios talmúdicos y rabínicos, también circulaban por el beit midrash obras antiguas sobre la visión de Ezequiel, la literatura relativa a la Merkabah y los Hakhalot, así como una obrita igualmente antigua, el Sefer Yetzirá, en la que se aprecian algunas influencias del Neoplatonismo pitagórico de los siglos IV y V, de la escuela de Jámblico de Calcis, sobre todo en lo relativo a su Teología Aritmética, donde se desvelan los significados de los diez números que forman la divina Tetratkis.
La Tetratkis neoplatónica se transforma en las diez sefirot belimah, que en el arcaico Sefer Yetzitrá son: Ruah de Dios vivo, Ruah del Ruah del que surgen las 22 letras del alfabeto hebreo: tres madres, siete dobles y doce simples, el Espíritu del Agua, el Fuego del Agua, y los 6 límites: Arriba, Abajo, Este, Oeste, Norte y Sur. Una vez marcados los límites y con los elementos de la Creación, por medio de las combinaciones de letras, Dios creó todo el Universo de la Nada primordial, que Él era. Este es el argumento de esta simple obrita que tantos comentarios generó. Y los primeros que comenzaron a comentar e interpretar la Merkabah, la Literatura de los Hakhalot y el Sefer Yetzirah fueron importantes rabinos de las familias que gobernaban las Escuelas Talmúdicas, así los estudiantes de la Halajah, también comenzaron a estudiar y comentar estas obras teosóficas y teúrgicas, que fueron compuestas en época helenística.
Y el más famoso rabino y príncipe de rabinos que enseñó los misterios divinos encerrados en esta tradición o cábala teosófica y teúrgica, fue Isaac el Ciego de Provenza. Maestro cabalista, que se cuidó mucho de no desvelar sus enseñanzas más que al grupo de personas probadas y discípulos, que recibían el mandato de enseñar discretamente sus enseñanzas. Las enseñanzas divulgadas por los miembros del Círculo de Girona, son principalmente las doctrinas místicas de Isaac el Ciego, quien en un momento dado se quejó a rabí Nahmánides, por la imprudente divulgación de las doctrinas teosóficas y teúrgicas que él enseñaba, por parte de dos discípulos suyos: Ezra y Azriel, así como por parte de algunas personas en Castilla, y cita especialmente Burgos.
Las doctrinas más importantes de Isaac el Ciego tienen relación no solo con enseñanzas teosóficas sobre las letras y los números, sino sobre todo con la experiencia extática, fruto de un proceso de ascensión hasta la contemplación de lo divino, lo que se llamaba Kabanah o contemplación mística, y el Devakut o unificación con Dios, el Uno, en una línea muy similar a como lo describe Plotino en sus Eneadas.
Una religión consagrada al estudio debe tener por fuerza una gran producción literaria, pero una producción literaria que no puede ser ajena a las influencias culturales del entorno, y que necesariamente se vio afectada por las circunstancias históricas y culturales, que fueron contribuyendo al enriquecimiento de esta tradición religiosa, tan marcada por el estudio y el libro. Sin embargo, los guardianes de esta tradición siempre han sido muy reacios a aceptar e incorporar en la misma, literatura escrita en una lengua distinta del hebreo o el arameo, por lo que a menudo se hace difícil seguir la pista a los desarrollos literarios del judaísmo, primero por la dificultad de la lengua, y segundo por la exclusión de algunos textos fundamentales y claves de entre las fuentes esenciales.
El texto esencial del Judaísmo es sin duda la Torah, los cinco libros que los griegos llamaron Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Se trata de los cinco libros atribuidos a Moisés, el libertador del Pueblo de Israel de la exilio egipcio. Después del Pentateuco tenemos los libros históricos, que relatan el reparto de la Tierra Prometida entre las 12 tribus de Israel y la formación de un único reino, con su primer rey: Saul, después el rey David y su hijo Salomón, que construyeron un palacio y el Templo en la ciudad de Jerusalén. Pero el reino de Israel se encontraba en una zona estratégica, y sin duda se trataba de un pueblo muy guerrillero pero pequeño, por lo que no pudo contener las invasiones de los Imperios vecinos: asirio-babilónico, persa, griego y romano. Así que el pueblo de Israel y la ciudad de Jerusalén fueron en primer lugar conquistados, y deportados a Babilonia en el siglo VI a.C. En el exilio de Babilonia comienza una literatura mística muy importante, la literatura profética, que intentaba explicar porqué Yahveh había abandonado a su pueblo, y la razón se encontraba en sus muchos pecados. Los profetas que tenían visiones de Dios y que transmitían sus revelaciones, crearon la idea del Mesías, es decir, el Ungido, un Rey que devolvería al pueblo de Israel su gloria, y que volvería a ocupar el Trono de Israel, bajo el patrocinio y protección de Dios. Estos son los famosos profetas, de entre los que destacan las profecías de Isaías, Jeremías o Ezequiel.
Pero el género literario que más nos interesa, es un tipo de literatura tardía, que recoge tradiciones orales de sabiduría, proverbios y sentencias de los Sabios de Israel, muchos de ellos atribuidos al hombre más sabio de la tradición: el rey Salomón. Cuatro son los libros de sabiduría o sapienciales que nos parecen más importantes: Proverbios, Qohélet (Eclesiastés), el Libro de la Sabiduría de Jesús, ben Sirá (Eclesiástico) y el Libro de la Sabiduría, este último, compuesto en torno a los siglos II y I a.C., conocido principalmente en su versión griega, por lo que no accedió al canon judío.
Esta literatura es esencial, pues se trata de una literatura que recoge la Sabiduría de Dios, Hokhmah, una Sefira esencial. Por supuesto estos no son los únicos libros sapienciales que se escribieron, pero sí son los que se popularizaron tanto entre judíos como entre cristianos. Sin duda esta es una literatura que tenía mucho que ver con un tipo de vivencia espiritual del pueblo judío, no solo en Palestina, sino por toda la Diáspora. Y tiene una figura esencial que es el Sabio de Israel, con su modelo en el Rey Salomón, pero que luego encontraron sus más claros exponentes en los Maestros de Sabiduría, inicialmente agrupados en distintas escuelas, de las que los Fariseos o Pherushim fue la más importante, y que luego evolucionó hacia el Rabinato actual. Los Maestros Fariseos, a diferencia de los Esenios, se mezclaban con la gente únicamente para enseñar, pues su nombre Pherushim significaba literalmente “separados” del mundo, por razones de pureza y más tarde para consagrarse al estudio. Unos nuevos fariseos, los persushim medievales se encerraban en los bei midrash durante años, y fueron los creadores, en Provenza y España de la tradición cabalística.
Continuando con las fuentes literarias del Judaísmo, la literatura canónica no acaba aquí, el pueblo judío palestino sufrió importantes persecuciones en su tierra, y sobre todo en la ciudad de Jerusalén, que fue arrasada y su Templo destruido en el año 70 por los romanos. En torno al año 200 se publica una obra muy importante que recoge la interpretación de los maestros, los rabinos de Israel, dando pautas de vida y normas derivadas de la interpretación de la Torah, la Ley escrita, esta obra se conoce con el nombre de Mishnah, y que más tarde se incorporaría a otras dos obras de hermenéutica legal, llamadas el Talmud de Jerusalén y el Talmud de Babilonia, publicadas en el siglo IV y siglo V de nuestra era.
Estas obras fundamentales de la literatura rabínica, fueron el centro de estudio junto con la Torah. La Torah o Ley escrita y el Talmud o Ley oral, forman juntas parte de la Halajah, y su interpretación se denominó midrash. Los rabinos y estudiantes de la Halajah se reunieron formando centros de estudio y escuelas talmúdicas, donde se encontraba el bei midrash. La Halajah poco se ocupaba de filosofía, si bien recogía algunas sentencias sapienciales, continuando con la tradición sapiencial del pueblo judío. Sin embargo, los estudiantes medievales de la Halajah encontraron cierta distracción del texto legal, en la historia de la Creación: Maseh Bereshit, así como en la literatura profética, sobre todo la visión extática de Ezequiel del Trono de Dios en forma de Carro o Merkabah. Sobre el primero de estos temas, circuló entre los estudiantes de Provenza y Girona el Sefer Yetzirah, el Libro de la Creación, que los primeros cabalistas comentaron en su práctica totalidad, y sobre el segundo tema, la Merkabah, circulaban algunos tratados titulados los Palacios (Hakhalot) mayores y los Hakhalot menores, a menudo se cuenta el ciclo de Enoch entre los textos de la Merkabah, pues se trata de visiones de las distintas esferas celestiales. Todos estos textos, como hemos visto, procedentes de época helenística, que se habían conservado en algunas comunidades judías, sobre todo, en Provenza y España.
De la interpretación de estas obras por algunos sabios rabinos, en Provenza y España, surge la primera literatura teosófica de la Cábala, que describe la experiencia mística inspirada en el Sefer Yetzirah y en la literatura de la Merkabah y los Hakhalot. El maestro más importante fue el francés Isaac el Ciego, y un grupo de discípulos suyos, que formaron el Círculo de Girona, en torno a la década de los años treinta del siglo XIII, que se denominaban a sí mismos la sociedad sagrada. Esta grupo estaba formado por el famoso rabino Nahmanides, Azriel y Ezra de Girona, discípulos de Isaac el Ciego, y contaba con un cantor litúrgico, Abraham ben Isaac Hazan.
Isaac el Ciego y su discípulo Azriel consideraban que Dios, el Primer Principio, era una Nada, al que llamaban Ein-sof, infinito o ilimitado. Esta idea procede de Escoto Eriúgena, autor neoplatónico cristiano, que tradujo el Corpus Dionsiacum de Dionisio Areopagita, y que en su obra Periphision habla de que Dios es una Nada incognoscible de la que procede toda la creación. Pero esa Nada no es un concepto especulativo o filosófico, sino fruto de una experiencia, lo que cambia las cosas en muchos sentidos. Se trata del resultado de una meditación, de una elevación más allá de todo pensamiento, allí está el Ein-sof, la Nada física y mental, como muestra este texto de Azriel de Girona: “Si alguien te pregunta: ¿Qué es Dios? Responde: Quien no es en modo alguno deficiente. Si te pregunta: ¿Existe alguna cosa fuera de él? Responde: Nada existe fuera de Él. Si te pregunta: ¿Cómo es que Él produjo el Ser a partir de la Nada, pues existe una gran diferencia entre el Ser y la Nada? El que produjo el Ser a partir de la Nada no carece por lo tanto de nada, pues el Ser está en la Nada a la manera de la Nada y la Nada está en el Ser a la manera del Ser. Y de esto dijo el autor del Sefer Yetzirá: Él hizo su Nada en su Ser, y no dijo: Hizo al Ser de la Nada. Esto nos enseña que la Nada es el Ser y el Ser es la Nada. No obstante, a la Nada se le llama portadora. Pero el lugar en el que el Ser se vincula al punto donde, desde la Nada, comienza a existir, se llama fe. Pues la fe no se relaciona con un ser visible y aprehensible, tampoco con la Nada invisible y desconocida, sino precisamente con el lugar en el que la Nada está unida al Ser. Pues el Ser no procede de la Nada sola; el Ser y la Nada juntos representan lo que se quiere decir cuando se emplea la frase: “Ser de la Nada”. El ser no es, por lo tanto, otra cosa que una Nada, y cada cosa es una en la simplicidad de la absoluta indistinción y a esto se refiere la advertencia: No especules demasiado, pues nuestro intelecto finito no puede asimilar la perfección de lo impenetrable que es uno con Ein-sof.”
Esta doctrina que procede de Isaac el Ciego, no tiene mucho sentido desde el punto de vista filosófico, pues equipara el Ser y la Nada o el no-ser, un imposible lógico y ontológico, por tanto, debe interpretarse como una experiencia extática, como el fruto de una teúrgia mística, y no como un discurso de orden racional. Pues es en este plano, no teológico, sino místico extático, donde aparece y tiene sentido la Creación ex nihilo. Dios, el Creador, del que todo procede y al que todo regresa (siguiendo la fórmula Neoplatónica) es el Ser, lo es Todo, es Experiencia absoluta, que solo se alcanza con el trance místico, y este trance solo se alcanza cuando el pensamiento es nada, así Ser (en el sentido de experiencia) y Nada (en el sentido de supra-mental), son lo mismo. Esta experiencia mística, además se encuentra en el origen de todo fenómeno tanto mental como físico, pues la experiencia de Ser, el Ser-Nada, es quien lo crea todo desde esa Esencia Ilimitada, del que todo brota por emanación.
Isaac el Ciego y Azriel de Girona, con esta doctrina de la Nada Infinita, Ein-sof, nos dan a entender que ellos tampoco eran simples filósofos especulativos o interpretes de otros, sino que tuvieron una experiencia de lo Divino, como algo más allá de la mente, que trataron de plasmar de alguna manera en sus escritos y oraciones, como antaño lo hicieron los filósofos místicos paganos, Plotino, Jámblico, Proclo o los autores cristianos Dioniso Areopagita y Escoto Eriugena.
Otra doctrina esencial entre los primeros cabalistas de Provenza y Girona es la relativa a las diez Sefirot. La primera vez que se citan las diez Sefirot es en el Sefer Yetzirah, donde aparecen como diez sefirot belimah, diez números: el Ruah de Dios vivo, Ruah del Ruah del que surgen las 22 letras, el Espíritu del Agua, el Fuego del Agua, y los 6 límites: Arriba, Abajo, Este, Oeste, Norte y Sur. Es Isaac el Ciego quien utiliza por primera vez el versículo 11, del capítulo 29 del primer libro de las Crónicas, la bendición del rey David cuando dice: “Tuya es, oh Yahveh, la Magnificiencia (Gedulah) y el Poder (Geburah), la Gloria (Tiferet), la Victoria (Netsah) y el Honor (Hod), pues tuyo es cuanto hay en los cielos y en la tierra. Tuyo es, oh Yahveh, el Reino (Malkut) y Tú eres excelso por encima de todo.” Las tres primeras Sefirot, Keter, Hokhmah y Binah (Corona, Sabiduría e Intelecto) ya se citan en el Sefer ha-Bahir, un oscuro libro de origen provenzal, publicado en tiempos de Isaac el Ciego, y que éste conocía. De hecho las tras primeras Sefirot son las tres hipóstasis clásicas de la literatura sapiencial y filosófica. A veces incluso aparece Hokhmah, Sabiduría como la primera Sefira, y es el Espíritu Ruah de Dios, por medio del cual todo fue creado y cuyo contacto revela la Gnosis, según el Libro de la Sabiduría. Binah o Intelecto, es el Noûs de los griegos.
Pero más allá de ser una simple especulación ontológica, estas diez emanaciones de la Nada mística, se citan sobre todo en el ámbito del misticismo de la oración y de la interpretación de algunos mandamientos rituales, y tienen su importancia en los estado de ascenso contemplativo o de el elevación escatológica del alma. De hecho, lo que aquí nos encontramos es con una sustitución de la mística de los Hakhalot por la mística de los Sefirot. Donde el alma tenía que recorrer esferas cósmicas, ahora asciende por distíntas hipóstasis o emanaciones del Ein-sof. De hecho este fenómeno no es nuevo, lo encontramos en los siglos II y III de nuestra era, con el paso del Platonismo Medio al Neoplatonismo, donde vemos como se desplaza lo que cada una de estas corrientes considera que es el primer principio: para el Platonismo Medio el primer principio es Intelecto, de manera que el viaje del alma era a través de la purificación en su ascenso por las distintas Esferas del Alma del Mundo; pero para el Neoplatonismo, existe un primer principio más allá del Intelecto, por tanto el viaje es a través de los distintos rangos del Intelecto, no a través de las Esferas Celestes, en total nueve Jerarquías Intelectuales que separaban el Intelecto Pasivo de los Inteligibles, o el Intelecto Agente. Para el Neoplatónico el final del viaje no será un Intelecto cósmico como en las doctrinas del Platonismo Medio, sino el Uno, una divinidad supra-intelectual.
Isaac el Ciego es, en este sentido afín al Neoplatonismo, sin embargo, su primer principio, supra-intelectual, será la Nada, Ein-sof, y las Sefirot, las emanaciones inteligibles de esta Nada. La primera Sefira es Mahshabah, o Pensamiento, el Noûs de los griegos, hasta aquí seguiríamos el modelo de Plotino, y su segunda Sefira es Hokhmah, la Sabiduría, que también podría equipararse al Alma hipostática de Plotino. Así, en Isaac el Ciego y sus discípulos de Girona, tendríamos a Dios, el Uno o la Nada, Ein-sof, el Intelecto Mahshabah y el Alma-Sabiduría, Hokhmah, a partir de la cual surge todo lo demás. “La energía de la Causa de las Causas es el Infinito, del que surge la primera sefirah que es Corona Suprema, llamada también Altura Superior. La sefirah Sabiduría esculpe y hace surgir la fuerza de la causa llamada Yod-Hé, que está en la energía de las esencias. De la fuerza de la sefirah Entendimiento (Binah) se extrae todo el edificio llamado Conocimiento (Da'at).” Se trata de un idea que ya encontramos en la Literatura Sapiencial, donde el Espíritu de Sabiduría transmite la gnosis, el conocimiento sobre toda la Creación.
Rabí Ezra de Girona nos cuenta en el siguiente fragmento cómo hay que meditar sobre las diez Sefirot: “Puesto que sabes que las Sefirot son llamadas middot (es decir, atributos) y que no están limitadas en tanto que atributos por su naturaleza sino solamente desde nuestra perspectiva, debes unificarlas todas dos veces al día. Como el aleph en la palabra Ehad (Uno) representa la Sefirah Keter y el het representa la Sefirah Hokhmah, con las otras siete Sefirot, y el dalet representa la Sefirah Malkut, y las diez Sefirot están aludidas en la palabra Ehad, que dirija, pues, su pensamiento como si quisiera hacer que las diez Sefirot entrasen en la Sefirah Keter de donde han emanado.”
La idea de Kavanah y Devakut proceden de Isaac el Ciego de Provenza, maestro de Azriel de Girona, al que siguió prácticamente en todo, salvo en la discreción con la que el maestro mantenía sus conocimientos y doctrinas esotéricas y místicas. Azriel de Girona fue un gran divulgador de las doctrinas cabalísticas, lo que irritó al maestro, que dijo tanto de él como de su compañero Ezra de Girona que: “Mientras yo estuve con ellos, en esta vida, les previne frecuentemente contra esta tendencia, pero desde que me he separado de ellos, han sido los causantes de un gran daño.” Isaac el Ciego se queja a Nahmánides de como en Girona se divulga en libros y discursos ideas secretas de la Cábala, de la Sabiduría divina, e incluso: “He escuchado también de las regiones en ustedes viven y respecto de los hombres de Burgos que ellos peroran sobre estos temas abiertamente en los mercados y en las calles, con discursos confusos y precipitados, y en sus palabras se percibe con claridad que sus corazones se han separado del Altísimo.” Por aquellas tierras castellanas, unos años después se publicaría la gran obra de teosofía cabalística, el Libro del Zohar. Probablemente Isaac el Ciego no hubiera aprobado la divulgación de tantos secretos, que según dice, sus padres y ancestros, respetados y reputados rabinos y maestros de la Torah y del Talmud, líderes de la comunidad judía de Provenza, jamás se les escapó una palabra sobre la experiencia mística, por lo que esto fue la nota característica del círculo de seguidores de Isaac el Ciego.
Probablemente, las comunidades judías del sur de Francia vivían una realidad muy diferente a las comunidades judías españolas, respetadas y envidiadas, amenazadas y obligadas a justificarse frente a algunas persecuciones locales, que terminaron con la expulsión de los judíos de Sefard. Algo que ya vivió Nahmánides en su momento, pues tras participar en la Disputa de Barcelona, en 1263, sobre cuestiones teológicas, tuvo que retractarse y poco después inició su exilio a Palestina, una tierra que en aquel momento se encontraba bajo el dominio musulmán, y en la que habitaban muy pocos judíos.
Los secretos mejor guardados por los cabalistas fueron los relativos a la Kavanah, es decir, la contemplación meditativa de Dios y de sus emanaciones superiores, así como el secreto de la Devakut o la unión mística, a partir de la cual el místico era capaz de hablar palabras de sabiduría e incluso profetizar, pues alcanzaba los lugares celestiales donde residía Dios y sus Potencias. Un importante texto de Azriel nos aporta luz sobre esta experiencia de la Kavanah. Se trata de una meditación mística sobre las Sefirot y su agrupación en dos columnas de Luz, tal como aparecen en el Árbol de la Vida: “Quien decide algo en su mente con rectitud perfecta, hace de ello lo esencial. Por lo tanto, si oras y pronuncias las bendiciones, o de otro modo deseas verdaderamente dirigir la kavanah hacia algo, imagina que eres luz y que todo alrededor tuyo es luz, luz desde todas las direcciones y todos los lados; y en la luz un trono de luz, y sobre él, una luz resplandeciente, y frente a él un trono, y sobre él, una luz buena. Y si tú estás entre ellas dos y deseas venganza, vuélvete hacia el resplandor; y si deseas amor, vuélvete hacia la luz buena, y lo que proceda de tus labios se debe dirigir hacia su rostro. Y vuélvete hacia la derecha y encontrarás una luz brillante, hacia la izquierda y encontrarás un aura, que es la luz radiante. Y entre ellas y por encima de ellas, la luz del Kabod, y alrededor de ella, la luz de la vida. Y por encima de ella, la corona de luz que corona los deseos de los pensamientos, que ilumina el camino de las representaciones e ilumina el resplandor de las visiones. Y esta iluminación es insondable e infinita y de su gloria perfecta proceden la gracia y la bendición, la paz y la vida para aquellos que observan el camino de su unificación. Pero para aquellos que se desvían de su camino viene la luz que está oculta y se transforma de una cosa en su contrario, y a veces se aparece como castigo y a veces como consejo verdadero, todo de acuerdo con la kavanah de quien sabe cómo realizarla de la manera correcta: mediante la adhesión, devakut, al pensamiento y la voluntad que emana en toda su fuerza desde lo insondable. Pues según la intensidad de la kavanah, con la que extrae fuerza para sí mismo mediante su voluntad, y voluntad mediante su conocimiento, y representación mediante su pensamiento, y poder mediante su alcance hasta la fuente primordial de la voluntad y firmeza mediante su contemplación, si ninguna otra reflexión o deseo se mezcla con ella, y si crece en intensidad mediante el poder que la guía, para tomar para sí la corriente que procede del Ein-sof – según la medida de intensidad de la kavanah cada cosa y cada acto se realiza según su espíritu y su voluntad, aunque sólo sepa cómo abarcar los límites de las cosas finitas y de la voluntad que habita en su pensamiento a partir del principio del cual proceden.”
El Kabod es la Gloria de Dios, y guarda, en la Cábala antigua, una cierta relación con el Pleroma de los gnósticos alejandrinos, es el espacio luminoso donde se manifiestan las Sefirot, como diez eones primordiales, o como las diez Ideas-Número platónico-pitagóricas. En terminología platónica hablaríamos del Kabod como el Hiperurano, o el Cielo Noético, es decir el Noûs o Intelecto, en el que se encontrarían los Inteligibles o las Ideas. Esta idea del Kabod sería la manifestación de lo creado por la Nada supra-intelectual, el Ein-sof.
El Ein-sof sería la Nada de la que todo procede y que lo crea todo. Una Nada Primordial contemplada en la kavanah, es decir, en una experiencia de Unidad, de unificación, en el Silencio primordial, del que procede el Kabod. El Intelecto, comienza su movimiento de división primordial en el Número Divino, que son las Sefirot, y del que la primera Sefirah es Hokhmah, la Sabiduría divina que se encuentra junto a Dios y en Dios, y el último, la Shekhinah, la Presencia Divina que se encontraba en el Templo, y que los hasidim medievales experimentaban en el beit midrash.
Los cabalistas dieron mucha importancia a la “voluntad”, la experiencia de los distintos grados y manifestaciones de la luz del Kabod, conducen rápidamente a la unidad con la Voluntad Suprema, a la unificación con Dios a través de la voluntad y la acción. El texto tiene fuertes analogías con los textos neoplatónicos de Plotino sobre el Uno y la Belleza Inteligible, sin embargo, se separa de la tradición neoplatónica en cuanto a que los griegos lo supeditaban todo al conocimiento, a la gnosis, mientras que los místicos judíos la unificación con el Principio más allá del intelecto, es en el plano de la voluntad y la acción. Es algo normal, pues la tradición judía está más vinculada al aspecto ético y legal de las Escritura que al conocimiento de la Naturaleza y su Causa que preocupaba a los filósofos griegos. La luz de la experiencia mística y contemplativa en el griego será conocimiento, o gnosis, mientras que para el místico judío, es unificación con la Voluntad Suprema, la acción perfecta y la oración, la Torah en su estado más puro.
Estas son algunas de las principales doctrinas de Isaac el Ciego y del círculo de cabalistas de Girona, movimiento espiritual que se encuentra en los orígenes de esta tradición mística que se ha llamado Cábala, y que en realidad tuvo diferentes desarrollos en función de las distintas experiencias de los místicos judíos en los distintos momentos y lugares. Otros movimientos considerados cabalísticos fueron el inspirado por la obra de Abraham Abulafia en Zaragoza, y los místicos de Safed, en Palestina, donde muchos judíos se refugiaron tras la expulsión de España, pero estos movimientos tienen rasgos característicos y diferenciados de los del grupo de Girona.
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CRÍTICA AL PROFETISMO JUDÍO DEL ANTIGUO TESTAMENTO: La relación entre la fe y la razón expuesta parabolicamente por Cristo al ciego de nacimiento (Juan IX, 39), nos enseña la utilidad del raciocinio para hacer juicio justo de nuestras creencias, a fin de disolver las falsas certezas de la fe que nos hacen ciegos a la verdad. Lo cual nos lleva criticar el profetismo judío o revelación, utilizando como tabla rasa los principios universales del saber filosófico y espiritual. Método o criterio que nos ayuda a discernir objetivamente la verdad o el error en los textos bíblicos analizando objetivamente los aspectos que integran la triada preteológica: (la fenomenología, la explicación y la aplicación, del encuentro cercano escritos en los textos bíblicos). Enmarcado la experiencia mística en el fenómeno de la trasformación humana, abordado por la doctrina y la teoría de la trascendencia humana conceptualizada por la sabiduría védica, instruida por Buda e ilustrada por Cristo; la cual concuerda con los planteamientos de la filosofía clásica y moderna, y las respuestas que la ciencia ha dado a los planteamientos trascendentales: (psicología, psicoterapia, logoterápia, desarrollo humano, etc.). Discernimiento que nos aporta objetivamente las pruebas que nos dan la certeza que el profetismo judío o revelación bíblica es un mito que nada tienen que ver con el mundo del espíritu. Vg: la conducta de los profetas mayores (Abraham y Moisés), no es la conducta de los místicos; la directriz del pensamiento de Abraham, es el deseo intenso de llegar a tener: una descendencia numerosísima, un país rico como el de Ur, deseos que son opuestos al despego por las cosas materiales que orienta a los místicos; la directriz del pensamiento de Moisés es la existencia de Israel entre la naciones a fin de llegar a ser la principal de las naciones, directriz que es opuesta a la vida eterna o existencia después de la vida que orienta el pensamiento místico (Vg: la moradas celestiales abordadas por Cristo); el encuentro cercano descrito por Moisés en la zarza ardiente describe el fuego fatuo, el pie del rayo que pasa por el altar erigido por Moisés en el Monte Orbe, describe un fenómeno meteorológico, el pacto del Sinaí o mito fundacional de Israel como nación entre las naciones a fin de gobernar y unir los doce tribus en una sola nación y hacer de Israel la principal de las naciones por voluntad divina, descripciones que no corresponden al encuentro cercano expresado por Cristo al experimentar la común unión, la cual coincide con descrita por los místicos iluminados: “El Padre y Yo, somos una misma cosa”. Y miles de incongruencias más. http://www.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD
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