Hay que pensar que la Teología Cristiana y su Cosmología fueron desarrolladas durante la Edad Media, donde dominaba una visión geocentrista del Universo. La Tierra se encontraba en el centro del Universo, y en su interior se encontraban los Infiernos, con todos sus distintos pozos y círculos. Al Infierno se accedía por la puerta que se encontraba debajo del Monte Calvario, de la Colina del Gólgota de Jerusalén, donde fue crucificado el Cristo, el Rey del Universo. Por ello, Jerusalén se encontraba en el mismo centro de la Tierra. Si trazamos una línea imaginaria, desde el eje de la esfera del Cielo, esta línea, el Axis Mundi, atraviesa el Monte Golgota, es decir, donde hoy se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro. Y según los teólogos medievales, en sus antípodas se encontraba la Montaña del Purgatorio. Otra colina que asciende hasta los Cielos, con siete niveles. Jerusalén también se encuentra a bastante altura por encima del nivel del mar, lo que la convierte en una ciudad sobre varias colinas, al igual que Roma y otras muchas ciudadelas antiguas.
El Axis Mundi, eje del Universo, era por donde las Sagradas Escrituras explican que descendían los Ángeles y las cosas que vienen de los Cielos, como la Ciudad Santa que desciende de los Cielos, la Jerusalén Celeste, que es la Iglesia de Dios, una imagen espiritualizada de la ciudad santa de los judíos. Igualmente, con su Rey en el centro de la ciudad, el Cristo el Hijo de Dios, el héroe solar, símbolo del Sol y la Madre Celestial. Son dos símbolos muy antiguos del héroe y de la madre, (Símbolos de transformación, C.G. Jung). La Escalera de Jacob, por donde descienden los ángeles, mensajeros de Dios, es el símbolo es el mismo Axis Mundi. Un falo, elemento relacionado con el Sol, con el héroe Solar. Las ciudades son concebidas como mujeres y madres: la Jerusalén Celeste ataviada como una novia, del Cordero, el Rey Solar (o Babilonia, la ramera, poseída por muchos reyes distintos). La ciudad virgen es la ciudad invicta, que nadie ha podido violar, porque es el mismo Dios, el Rey Solar, quien la defiende y la ilumina.
En las antípodas de la Jerusalén terrestre se encontraba el Monte Purgatorio, montaña que tocaba los cielos y en cuya cumbre se encontraba el Paraíso Terrenal. Desde allí, las almas podían saltar desde la zona más baja del Universo, el Trópico de Capricornio. La constelación de Capricornio es la más baja de todo el Zodíaco, y en el Solsticio de Invierno el Cielo toca la Tierra, en la noche más larga, donde se enciende una luz, una luz que en seis meses alcanzará su cenit, la Constelación de Cáncer, la más alta. Las almas comenzaban su recorrido por los Cielos, y el primer Cielo que se encontraban era la Esfera de la Luna, donde se encontraban todos los Ángeles guardianes, mensajeros de Dios, y el primer nivel de los bienaventurados. Seguía la Esfera de Mercurio, donde se encontraban los Arcángeles y el segundo nivel de bienaventurados. Luego la Esfera de Venus, donde moraban los Principados. Luego la Esfera del Sol, donde moraban las Dominaciones; luego la Esfera de Marte, donde se encuentran la Virtudes; la Esfera de Júpiter, con las Potestades; la Esfera de Saturno con sus Tronos; la Esfera de las Estrellas Fijas, el límite de los Cielos, donde se encuentran los Querubines, y por último, la Esfera del Cielo Cristalino, donde estaban los Serafines. Luego todavía se encontraba, más allá, el Empíreo, donde moraba el propio Dios.
Todos estos rangos jerárquicos de seres celestiales, constituían la MENTE ANGÉLICA, los Serafines y Querubines escuchaban directamente la Palabra de Dios, que era transmitida hasta los rangos inferiores, y los ángeles, cuyo nombre significa "mensajeros", se la transmitían a los hombres. Esta era la Gloria de Dios en los Cielos, que descendía a la Tierra, la esfera inferior, más densa y caída, donde moraban los hombres esperando su redención y elevación de sus almas, tras abandonar el cuerpo denso que les aprisionaba, al Reino de los Cielos. Jesús dice en los Evangelios: "Mi Reino no es de este mundo", el mundo denso y el cuerpo (la carne de las Epístolas de Pablo), aprisionan al alma humana, redimida por el Rey de los Cielos, que desciende y muere en Jerusalén, la ciudad que debe ser redimida con los bienaventurados, una tradición que existía entre los judíos, que se enterraban frente a la Puerta de Oro del Templo de Jerusalén, pues algún día tenía que venir el Rey del Mundo, y abrir las tumbas y llevarse a todos los hijos de Israel hacia su Reino Solar.
Juan Almirall
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