La Teología Mística de Dionisio Areopagita, es una obrita escrita en el siglo V, que fue la fuente e inspiración de la práctica totalidad de los místicos cristianos de todas las épocas. Aquí Dionisio habla de la Teosofía cristiana, inspirada en la Teología Platónica del maestro neoplatónico de Atenas, Proclo de Licia.
I.
1. Trinidad supraesencial y más que divina y más que buena, maestra de la teosofía cristiana, guíanos más
allá del no saber y de la luz, hasta la cima más alta de las
Escrituras místicas. Allí donde los misterios simples, absolutos e
inmutables de la teología se revelan en las tinieblas más que
luminosas del silencio. En medio de las más negras tinieblas
fulgurantes de luz desbordan, absolutamente intangibles e invisibles,
los misterios de hermosísimos fulgores que inundan nuestras
inteligencias, que saben cerrar los ojos.
Ésta es mi oración. Timoteo, amigo mío, entregado
por completo a la contemplación mística, renuncia a los sentidos, a
las operaciones intelectuales, a todo lo sensible y a lo inteligible.
Despójate de todas las cosas que son y aun de las que no son y
elévate así, cuanto puedas, hasta unirte en el no saber con aquel
que está más allá de todo ser y de todo saber. Porque por el
libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas,
arrojándolo todo y del todo, serás elevado en puro éxtasis hasta
el Rayo de tinieblas de la divina Supraesencia.
2. Pero ten cuidado de que nada de esto llegue a
oídos de no iniciados, aquellos que se apegan a los seres, que se
imaginan que no hay nada más allá de lo que existe en la naturaleza
física, individual. Piensan, además, que con su mística razón
pueden conocer a aquel que "puso su tienda en las tinieblas".
Y si esos no alcanzan a comprender la iniciación a los divinos
misterios, ¿qué decir de quienes son verdaderos profanos, de
aquellos que describen la Causa suprema de todas las cosas por medio
de los seres más bajos de la naturaleza y proclaman que nada es
superior a los múltiples ídolos impíos que ellos mismos se
fabrican? En realidad, debemos afirmar que siendo Causa de todos los
seres habrá de atribuírsele todo cuanto se diga de los seres,
porque es supraesencial a todos. Esto no quiere decir que la negación
contradiga a las afirmaciones, sino que por sí misma aquella Causa
trasciende y es supraesencial a todas las cosas, anterior y superior
a las privaciones, pues está más allá de cualquier afirmación o
negación.
3. En ese sentido, pues, dice el divino Bartolomé
que la teología es al mismo tiempo abundante y mínima, y que si el
Evangelio es amplio y copioso, es también conciso. A mi parecer, ha
comprendido perfectamente que la misericordiosa Causa de todas las
cosas es elocuente y silenciosa, en realidad callada. No es racional
ni inteligible, pues es supraesencial a todo ser. Verdaderamente se
manifiesta sin velos sólo a aquellos que dejan a un lado los
ritualismos de las cosas impuras y de las que son puras, a quienes
sobrepasan las cimas de las más santas montañas. A los desprendidos
de luces divinas, voces y palabras celestiales, y que se abisman en
las Tinieblas donde, como dice la Escritura, tiene realmente su
morada aquel que está más allá de todo ser. No en vano el divino
Moisés recibió órdenes de purifícarse primero y luego apartarse
de los no purificados. Acabada la purificación, oyó las trompetas
de múltiples sonidos y vio muchas luces de rayos fulgurantes. Ya
separado de la muchedumbre y acompañado de los sacerdotes escogidos,
llega a la cumbre de las ascensiones divinas. Pero todavía no
encuentra al mismo Dios. Contempla no al Invisible, sino el lugar
donde Él mora. Esto significa, creo yo, que las cosas más santas y
sublimes percibidas por nuestros ojos e inteligencia no son las
razones hipostáticas de los atributos que verdaderamente convienen a
la presencia de aquel que todo lo trasciende. A través de ellas, sin
embargo, se hace manifiesta su inimaginable presencia, al andar sobre
las alturas de aquellas cúspides inteligibles de sus más santos
lugares. Entonces, es cuando libre el espíritu, y despojado de todo
cuanto ve y es visto, penetra (Moisés) en las misteriosas Tinieblas
del no-saber. Allí, renunciado a todo lo que pueda la mente
concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se
abandona por completo en aquel que está más allá de todo ser.
Allí, sin pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo
conocimiento, queda unido por lo más noble de su ser con Aquel que
escapa a todo conocimiento. Por lo mismo que nada conoce, entiende
sobre toda inteligencia.
II. ¡Ojalá podamos también nosotros penetrar en
esta más que luminosa oscuridad! ¡Renunciemos a toda visión y
conocimiento para ver y conocer lo invisible e incognoscible: a Aquel
que está más allá de toda visión y conocimiento! Porque ésta es
la visión y conocimiento verdaderos: y por el hecho mismo de
abandonar todo cuanto existe se celebra lo sobreesencial en modo
sobreesencial. Así como los escultores esculpen las estatuas,
quitando todo aquello que a modo de envoltura impide ver claramente
la forma encubierta. Basta este simple despojo para que se manifieste
la oculta y genuina belleza. Conviene, pues, a mi entender, alabar la
negación de modo muy diferente a la afirmación. Afirmar es ir
poniendo cosas a partir de los principios, bajando por los medios y
llegar hasta los últimos extremos. Por la negación, en cambio, es
ir quitándolas desde los últimos extremos y subir a los principios.
Quitamos todo aquello que impide conocer desnudamente al
Incognoscible, conocido solamente a través de las cosas que lo
envuelven. Miremos, por tanto, aquella tiniebla supraesencial que no
dejan ver las luces de las cosas.
III. En mis "Representaciones teológicas"
dejé ya claro cuáles sean las nociones más propias de la teología
afirmativa (catafática); en qué sentido el Bien de naturaleza
divina es Uno y Trino; cómo se entiende Paternidad y Filiación; qué
significa la denominación divina del Espíritu; cómo estas
cordiales luces de bondad han brotado del Bien inmaterial e
indivisible y cómo al difundirse han permanecido en él todas unas
en otras desde su coeterno fundamento. He hablado de Jesús, que
siendo supraesencial se revistió sustancialmente de verdadera
naturaleza humana. En las "Representaciones teológicas"
alabé también otros misterios conforme a las Santas Escrituras.
En el "Tratado sobre los Nombres de Dios"
he explicado en qué sentido decimos que Dios es el Bien, Ser, Vida,
Sabiduría, Poder y todo cuanto pueda convenir a la naturaleza
espiritual de Dios. En la "Teología simbólica" he tratado
de las analogías que puedan tener con Dios los seres que nosotros
observamos. He hablado de las cosas sensibles con relación a Él, de
formas y figuras, de ministros, lugares sagrados y ornamentos; de lo
que significan el enojo, las penas y los resentimientos; del sentido
que en Él tienen las palabras de embriaguez y entusiasmo,
juramentos, maldiciones, sueños y vigilias. Y de otras imágenes con
las que simbólicamente nos representamos a Dios. Supongo habrás
notado cómo los últimos libros son más extensos que los primeros,
pues no era conveniente que las "Representaciones teológicas"
y el "Tratado sobre los Nombres de Dios" fuesen tan amplios
como la "Teología simbólica". El hecho es que cuanto más
alto volamos menos palabras necesitamos, porque lo inteligible se
presenta cada vez más simplificado. Por tanto, ahora, a medida que
nos adentramos en aquella Tiniebla que hay más allá de la
inteligencia, llegamos a quedarnos no sólo cortos en palabras, sino
más aún, en perfecto silencio y sin pensar en nada.
En aquellos escritos, el discurso procedía desde lo
más alto a lo más bajo. Por aquel sendero descendente aumentaba el
caudal de las ideas, que se multiplicaban a cada paso. Mas ahora que
escalamos desde el suelo más bajo hasta la cumbre, cuanto más
subimos más escasas se hacen las palabras. Al coronar la cima reina
un completo silencio. Estamos unidos por completo al Inefable.
Te extrañas, quizá, de que partiendo de lo más
alto por vía de afirmación comencemos ahora desde lo más bajo por
vía de negación. La razón es ésta: cuando afirmamos algo de aquel
a quien ninguna afirmación alcanza, necesitamos que se basen
nuestros asertos en lo que esté próximo de Él. Mas ahora al hablar
por vía de negación de aquel que trasciende toda negación se
comienza por negarle las cualidades que le sean más lejanas. ¿No es
cierto que es más conforme a la realidad afirmar que Dios es vida y
bien que no aire o piedra? ¿No es verdad que Dios está más
distante de ser embriaguez y enojo que de ser nombrado y entendido? Y
en tal sentido es distinto decir que Dios no es "embriaguez ni
enojo" a decir que Dios no es "palabra o pensamiento"
nuestros. Pero fundamentalmente coinciden en el "no" con
respecto a Dios. Por lo cual, éste es el camino más directo y
sencillo y seguro para llegar a Dios o a la cima, camino de
proficientes o perfectos, la Teología mística.
IV. Decimos, pues, que la Causa universal está por
encima de todo lo creado. No carece de esencia, ni de vida, ni de
razón, ni de inteligencia. No tiene cuerpo, ni figura, ni cualidad,
ni cantidad, ni peso. No está en ningún lugar. Ni la vista ni el
tacto la perciben. Ni siente ni la alcanzan los sentidos. No sufre
desorden ni perturbación procedente de pasiones terrenas. Que los
acontecimientos sensibles no la esclavizan ni la reducen a la
impotencia. No necesita luz. No experimenta mutación, ni corrupción,
ni decaimiento. No se le añade ser, ni haber, ni cosa alguna que
caiga bajo el dominio de los sentidos.
V. En
escala ascendente ahora añadimos que esta Causa no es alma ni
inteligencia; no tiene imaginación, ni expresión, ni razón ni
inteligencia. No es palabra por sí misma ni tampoco entendimiento.
No podemos hablar de ella ni entenderla. No es número ni orden, ni
magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni semejanza, ni desemejanza. No
es móvil ni inmóvil, ni descansa. No tiene potencia ni es poder. No
es luz ni vive ni es vida. No es sustancia ni eternidad ni tiempo. No
puede la inteligencia comprenderla, pues no es conocimiento ni
verdad. No es reino, ni sabiduría, ni uno, ni unidad. No es
divinidad, ni bondad, ni espíritu en el sentido que nosotros lo
entendemos. No es filiación ni paternidad ni nada que nadie ni
nosotros conozcamos. No es ninguna de las cosas que son ni de las que
no son. Nadie la conoce tal cual es ni la Causa conoce a nadie en
cuanto ser. No tiene razón, ni nombre, ni conocimiento. No es
tinieblas ni luz, ni error ni verdad. Absolutamente nada se puede
afirmar ni negar de ella. Cuando negamos o afirmamos algo de cosas
inferiores a la Causa suprema, nada le añadimos ni quitamos. Porque
toda afirmación permanece más acá de la causa única y perfecta de
todas las cosas, pues toda negación permanece más acá de la
trascendencia de aquel que está simplemente despojado de todo y se
sitúa más allá de todo.
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