Fue la lengua griega, la de los grandes filósofos, la lengua de los ciudadanos libres de Atenas, de Macedonia, del universo helenístico, la que utilizaron los nuevos apóstoles de la Verdad, los primeros cristianos. De manera que el Cristianismo está irresolublemente unido a la universalidad, a la libertad y al pensamiento de la cultura griega y helenística. Sin embargo, el mundo que acogió el mensaje cristiano no estaba preparado para tan alto destino, muy pronto, a los pocos años de su aparición, el negro velo del poder cubrió con dogmas la nueva revelación del Espíritu. Fuera de la Iglesia oficial quedó el Cristianismo vivo, el de la libertad, del pensamiento y del amor universal.
El Cristianismo en sus orígenes no era otra cosa que una corriente del judaísmo helenizado, donde se mezclaba, por una parte, la tradición filosófica griega y, por otra, la idea del Dios único del Antiguo Testamento. Pero además, y como nota distintiva, tenía un tercer ingrediente que encajaba con dificultad en el Judaísmo, y que era la idea del Dios humano, el Cristo. Se trataba de una idea clásica del paganismo, piénsese en los héroes inmortales, que se intentará congeniar con las profecías sobre el Mesías de los judíos. El mito lo construyeron los evangelistas tomando algunos préstamos de los misterios paganos, a los que los habitantes del Imperio Romano eran tan aficionados, y adaptándolos a las revelaciones de los grandes profetas de Israel.
El Cristianismo en sus orígenes no era otra cosa que una corriente del judaísmo helenizado, donde se mezclaba, por una parte, la tradición filosófica griega y, por otra, la idea del Dios único del Antiguo Testamento. Pero además, y como nota distintiva, tenía un tercer ingrediente que encajaba con dificultad en el Judaísmo, y que era la idea del Dios humano, el Cristo. Se trataba de una idea clásica del paganismo, piénsese en los héroes inmortales, que se intentará congeniar con las profecías sobre el Mesías de los judíos. El mito lo construyeron los evangelistas tomando algunos préstamos de los misterios paganos, a los que los habitantes del Imperio Romano eran tan aficionados, y adaptándolos a las revelaciones de los grandes profetas de Israel.
Sin embargo, toda la problemática del Cristianismo desde sus orígenes estará marcada por las dificultades de armonizar estos tres elementos: la unidad divina de los judíos, la filosofía teológica, y la idea pagana del Dios hombre. La dispersión de opiniones que la integración de estos tres elementos producía sólo pudo salvarse con la elaboración de un dogma, que uniformara la fe de todos los miembros de la Iglesia imperial, dogma que no hubiera sido posible sin el apoyo de los emperadores cristianos, que en muchos casos forzaron la solución de diferencias por razones de unidad política.
Judaísmo y helenismo
El Judaísmo, en torno al siglo I, no era, ni mucho menos, una religión uniforme. Había muchas escuelas que tenían la Torah como fuente espiritual. En el siglo II a.C. la Torah era conocida en el mundo helenístico en su versión griega, llamada de los Setenta o Biblia alejandrina. Así, palabras griegas como lógos o sophía, propias de la filosofía clásica, ya se asociaban a la escritura sagrada de los hebreos. Sin embargo, el judaísmo era considerado todavía por muchos como una religión rústica, llena de preceptos más propios de las tribus de pastores nómadas de Palestina, que una verdadera religión lo suficientemente sofisticada para la mentalidad helenística.
Una de las escuelas dominantes en la época helenística era la de los fariseos, muy próxima al estoicismo, según el historiador Flavio Josefo. El estoicismo tenía una cosmovisión dualista, basada en la relación de dos principios: la naturaleza o phýsis y el lógos, el espíritu ordenador.
Filón de Alejandría es un autor judío, de una de las tendencias más helenizantes, que escribió gran cantidad de comentarios a la Biblia de los Setenta. De hecho Filón interpreta la Biblia a partir de un eclecticismo muy propio de la filosofía de su época: por una parte, están presentes la materia y el lógos como principios originarios de todo cuanto existe, pero por otra, muestra un particular interés por la cosmología del Timeo de Platón, en la cual apoya sus comentarios al libro del Génesis. A Filón le costará muy poco identificar el lógos (la palabra) de Yavheh Elohim, creador del Génesis, con el demiurgo del Timeo de Platón. La sophía de los Libros Sapienciales, tan importantes en la tradición judía, será otro aspecto de aquel lógos creador. Filón de Alejandría será un autor muy importante y un referente para los primeros teólogos cristianos, su exégesis helenizante encajará más con el universalismo cristiano, que con el judaísmo cada vez más nacionalista.
Los primeros textos cristianos hasta la expulsión de la sinagoga
Pablo responde perfectamente al perfil de un judío de la diáspora. Acoge con vehemencia la revelación mesiánica después de una experiencia mística, y se adscribe a las filas de los judíos helenizados próximos a los gentiles, de hecho sus cartas, que son los primeros documentos cristianos, muestran una importante tensión con los judíos cristianos de Jerusalén, sobre el tema de la circuncisión. Pablo defiende una visión universalista, frente a los judíos más nacionalistas para los que la circuncisión es seña de identidad. Sobre la figura histórica de Jesucristo hay muy pocas referencias en las cartas de Pablo, son los evangelistas quienes construyen, unos años más tarde, a partir del año 60, la vida de Jesús.
El Jesús histórico es un personaje que predicó un evangelio de salvación y que hizo milagros, lo cual no era nada nuevo en su época. Dos siglos más tarde Filostrato hablará de un personaje contemporáneo de Jesús, Apolonio de Tiana, que hizo exactamente lo mismo. Eran muy frecuentes, en el ambiente cultural de la época, los sacerdotes revestidos de poderes espirituales y oraculares, que, además, eran filósofos, conocedores de los misterios del alma humana y sus posibles vías de elevación hacia las regiones celestiales (Carmen Padilla, “Hombres divinos y taumaturgos en la Antigüedad. Apolonio de Tiana”, en Antonio Piñero, En la Frontera de lo Imposible, Córdoba: Ediciones el Almendro, 2001, pp. 141-162).
El texto más filosófico del cristianismo es el prólogo del Evangelio de Juan, donde el lógos aparece ante Dios y totalmente identificado con el creador. Juan recoge la línea de interpretación estoico-platónica de Filón de Alejandría. Para Juan el lógos está ante Dios, y es como una emanación creadora del Dios Padre, siendo a la vez el Cristo. Comienza así a perfilarse un poco la idea de la Trinidad. Sin embargo, en el Evangelio de Juan, el Espíritu aparece diferenciado del Espíritu Santo, que es el que reciben los Apóstoles. Cuando el Hijo vuelve al Padre deja al Espíritu Santo, que santifica, cura y salva por medio de la imposición de manos, según los Hechos de los Apóstoles.
Imaginamos que el cristianismo con sus particularidades debió pasar poco desapercibido en el ambiente de la sinagoga, y más a partir del año 70, con la destrucción del segundo Templo de Jerusalén, lo que comportó una radicalización del judaísmo nacionalista. Así, la sinagoga, que significa comunidad de culto, se transforma en ekklêsía, cuya traducción sería la asamblea universal de los que han recibido al Espíritu Santo.
La Gnosis y Orígenes
En el siglo II parece que el interés general se pone en la cuestión de la salvación del alma, muchas serán las propuestas en este sentido, como es el caso de los movimientos gnósticos, escuelas cerradas que buscaban elevar a sus iniciados por encima del cosmos, donde el alma se encuentra prisionera, hasta las regiones de la Luz. El medio para esta elevación será la gnôsis, el conocimiento. Grupos gnósticos hubo de muchos tipos: la gnosis judía de los ofitas, por ejemplo; la gnosis pagana del Hermetismo; y la gnosis cristiana, de Valentín o Marción, este último será el primero en establecer un canon de los textos cristianos.
Los autores gnóstico-cristianos presentan un sistema trinitario inspirado en Platón: Alma o el mundo caído - el Demiurgo, Yaldabaot, que es Yahveh Sabaot de las profecías de Isaías, el dios cruel del Antiguo Testamento, que crea el mundo y a sus Arcontes, donde son aprisionadas las almas humanas - y el Dios padre de todas las cosas, que está en el secreto, en el tesoro de Luz, más allá del cosmos. Los protagonistas de la mitología gnóstica serán: el Padre, Luz de las luces, sus potencias y emanaciones, luego Yaldabaot, gran Arconte y los demás Arcontes del Cosmos caído, Adamas, gran tirano y sus Eones, Sophia, la centella divina, la luz divina dormida en el hombre, y despertada por el Hijo, el Cristo, que atraviesa las Esferas del Cosmos para rescatar a Sophia, y la Gnosis, la fuerza santificante.
Los primeros padres de la Iglesia serán autores apologistas y anti-heréticos, cuya obra se definirá, sobre todo, por criticar las doctrinas gnósticas. Los principales autores fueron: Justino, Irineo, Hipólito y Tertuliano. Clemente de Alejandría, un cristiano muy aficionado a la filosofía, defendió la idea de una Gnosis dentro de la ortodoxia, idea que fue llevada a la cumbre por Orígenes, el teólogo más grande de la antigüedad cristiana.
De Orígenes su obra más clara sobre la Trinidad es el Tratado de los Principios. Fue discípulo, al igual que Plotino, de Amonio Saccas, maestro platónico pitagorizante de Alejandría. Su compañero, Plotino, será el fundador del Neoplatonismo y autor de la doctrina teológica de las hipóstasis. La palabra hypóstasis significa fundamento, base, esencia divina, que para Plotino son únicamente tres, una trinidad inspirada en Platón, donde el primer dios es el Uno-Bien, Dios supremo y principio de todo; el segundo es el Intelecto, el Noûs, que piensa el Bien; y el tercero, que es fruto de la actividad de intelección: el Alma. El esquema trinitario es adaptado por Orígenes a la idea de la Trinidad cristiana: el Dios padre, es puramente intelectual: la Mónada o Uno de los neoplatónicos; Cristo es la Sabiduría y el Logos de Dios, como una exhalación de su potencia divina; y el Espíritu Santo, el intermediario entre las criaturas y Dios. Son tres hipóstasis anteriores al mundo, que fluye hacia una restauración final, en la que todo regresará a Dios, principio y fin de todas las cosas.
La fuerza intelectual de los dos grandes gnósticos ortodoxos, Clemente y Orígenes, consolidó la Escuela catequética de Alejandría, que se erigió como referente intelectual de toda la Cristiandad. Pero esto ocasionó muchos problemas, el intelectualismo de Orígenes y sus seguidores generó la desconfianza de una gran parte del clero y monacato inculto, que se apoyaban en una idea del Dios antropomórfico, basada en el Génesis. Las doctrinas neoplatónicas de Orígenes terminarán siendo condenadas y declaradas heréticas en el siglo VI.
La cuestión de la Trinidad
Pocos años después del Edicto de Milán (Edicto de tolerancia), se celebró el primer gran Concilio Ecuménico de Nicea, que tuvo por objeto establecer el primer dogma católico sobre la Trinidad, intentando poner fin a la disputa provocada por el obispo alejandrino y origenista Arrio. Aquí comienza la lucha por el dogma, que no es más que una persecución a toda forma de pensar contraria a la de la Iglesia oficial.
El dogma de la Trinidad será fruto de un acuerdo, en el que básicamente se intenta casar la idea trinitaria con la encarnación de la divinidad, en el marco de la unidad de Dios, un tema perfectamente resuelto por los filósofos neoplatónicos paganos, de los que se tomarán importantes préstamos doctrinales. En Nicea se establece el Credo: "Dios padre, creador del cielo y de la tierra, un único Hijo, y el Espíritu Santo", un solo Dios y tres hipóstasis. El Padre y el Hijo tienen la misma sustancia, homooúsion. El Padre es el Creador y el Hijo había sido engendrado, no creado por el Padre, sin que haya una jerarquía en la hipóstasis.
En el Concilio de Nicea se condena al arrianismo, se trata de las doctrinas del obispo egipcio Arrio, que seguía en parte a Orígenes y sus ideas neoplatónicas de las hipóstasis. La fórmula de la cosubstancialidad o homooúsion salva el problema de la Trinidad pero dará nuevos problemas, en particular sobre las naturalezas de Cristo.
El debate cristológico
La cuestión cristológica se estudiará en los siguientes grandes Concilios ecuménicos del siglo V. Pero para entender bien los problemas del siglo V, hay que tener en cuenta una cuestión política que se resolvió en el segundo gran Concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en el año 481 y que fue la división de la Iglesia Católica en cinco sedes patriarcales: Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén. En Roma se encontraba el patriarca principal, en Constantinopla el patriarca más allegado al Emperador, y en Alejandría y Antioquia se encontraban las dos Escuelas catequéticas más importantes de la Cristiandad. Los problemas en torno a la naturaleza de Cristo que enfrentaron a estas dos grandes escuelas, se debieron por un lado a las ambiciones personales e intelectuales de los patriarcas de Alejandría y Antioquia, así como a las influencias filosóficas que inspiraban a cada una de ambas Escuelas: Alejandría de influencia marcadamente neoplatónica y Antioquia mucho más retórica y fisicista, por influencia de Aristóteles.
Los protagonistas de la gran lucha doctrinal del siglo V sobre cristología fueron, por parte de Alejandría, el patriarca Cirilo, hombre radical e intolerante, que había ordenado el asesinato de la filósofa pagana Hipatia, su sucesor el patriarca Dióscoro y el monje Eutiques; del lado de Antioquía, tenemos a Nestorio, patriarca de Constantinopla depuesto por hereje, Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo; y en la segunda fase de la controversia, a Flaviano de Constantinopla y al Papa Leon I. De estas controversias surgieron dos grandes herejías: la primera fue el Nestorianismo, y la segunda fue el Monofisismo.
El Nestorianismo se convirtió en Iglesia siria autónoma, y tras su persecución se asentó en Persia, donde se fundaron importantes Escuelas médicas y filosóficas nestorianas, que permitieron la conservación y transmisión de la filosofía griega a los árabes, en los siglos VII y VIII. El Monofisismo mantendrá una pugna durante muchos años con la ortodoxia, hasta que sus focos fueron absorbidos por el Islam y dejaron de ser un problema para el mermado Imperio Bizantino.
Las cuestiones doctrinales sobre la naturaleza del Cristo a que nos referimos, se discutieron principalmente en dos Concilios ecuménicos, el Concilio de Éfeso del 431 y en el Concilio de Calcedonia del 531. Allí se opusieron las dos grandes tendencias cristológicas platónica y aristotélica de los padres egipcios y antioquenos. En el primer Concilio se condenó a Nestorio y se persiguió a los antioquenos, por la violenta intervención de Cirilo de Alejandría; y en el segundo, se declaró herejes a Eutiques y Dióscoro de Alejandría, los Monofisitas. Nestorianismo y Monofisismo son las dos interpretaciones extremas de las Escuelas de Antioquia y Alejandría, que fueron salvadas por fórmulas intermedias, para mantener la paz entre las sedes patriarcales.
La discusión sobre cristología se centraba en dos concepciones irreconciliables sobre la naturaleza del alma, por un lado la doctrina de Platón, para quien el alma es prisionera del cuerpo, lo que implica dos sustancias diferentes cuerpo y alma; y por otro lado, la doctrina de Aristóteles en el De anima, donde el alma es la forma del cuerpo, por tanto, se trata de una sola sustancia, donde el cuerpo es la materia y el alma su sustancia.
La cuestión será entonces, si tenemos en cuenta estas dos posturas tan diferentes sobre el alma humana, la siguiente: ¿En Cristo el lógos se unión por yuxtaposición con el hombre, o fue el lógos quien nació directamente de la Virgen María, que fue madre de Dios? La discusión está servida, y ahora se trata de un pulso entre las dos Escuelas dominantes: Alejandría y Antioquia.
La llama prendió en Laodicea, donde un obispo, Apolinar, predicó la unión sustancial del Cristo, lo que suponía que la Virgen era theotocos, es decir, madre de Dios. Nestorio, por aquel entonces patriarca de Constantinopla, se lanza contra los apolinaristas, pues la relación del Lógos debía ser con un cuerpo y un alma humanos, él habla de una yuxtaposición de Dios y el hombre completo. El poderoso patriarca de Alejandría, Cirilo, promovió el tercer gran Concilio ecuménico, que tuvo lugar en Éfeso, en el año 431. En dicho Concilio se condena y depone a Nestorio, y se proclama que la Virgen fue theotocos, se aprueba la fórmula resumida en los doce anatemismos de Cirilo: “si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según la hipóstasis, y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, el mismo es Dios y hombre a al vez, sea anatema.” Y “si alguno no confiesa que Emmanuel es Dios en verdad y que, por esta razón, la santa Virgen es madre de Dios, ya que engendró según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema.”
En un primer momento la Escuela de Antioquia aceptó la formula del Concilio de Éfeso, pero se tomará la revancha una generación más tarde, a propósito de los excesos doctrinales de Dióscoro, siguiente patriarca de Alejandría y su protegido el monje Eutiques, que mantuvieron que en Cristo se dio, tras la encarnación, una única naturaleza (monofisismo), pues ambas naturalezas, dios y hombre, se confunden en una única naturaleza divina. Esto fue rebatido y condenado por el Concilio de Calcedonia del año 451, donde se adopta la fórmula que en Cristo hay “un verdadero Dios y un verdadero hombre”, condenándose así las tesis monofisistas de los alejandrinos.
El Cristianismo tuvo que recurrir al dogma, muchas veces absurdo e irracional, para salvar las tensiones y desacuerdos teológicos. Incapaz de aceptar la diversidad, la Iglesia persiguió a aquellos que defendían posturas que quedaban fuera del dogma, y que los Concilios habían proclamado como universal.
Juan Almirall (Valladolid, abril 2008)
Judaísmo y helenismo
El Judaísmo, en torno al siglo I, no era, ni mucho menos, una religión uniforme. Había muchas escuelas que tenían la Torah como fuente espiritual. En el siglo II a.C. la Torah era conocida en el mundo helenístico en su versión griega, llamada de los Setenta o Biblia alejandrina. Así, palabras griegas como lógos o sophía, propias de la filosofía clásica, ya se asociaban a la escritura sagrada de los hebreos. Sin embargo, el judaísmo era considerado todavía por muchos como una religión rústica, llena de preceptos más propios de las tribus de pastores nómadas de Palestina, que una verdadera religión lo suficientemente sofisticada para la mentalidad helenística.
Una de las escuelas dominantes en la época helenística era la de los fariseos, muy próxima al estoicismo, según el historiador Flavio Josefo. El estoicismo tenía una cosmovisión dualista, basada en la relación de dos principios: la naturaleza o phýsis y el lógos, el espíritu ordenador.
Filón de Alejandría es un autor judío, de una de las tendencias más helenizantes, que escribió gran cantidad de comentarios a la Biblia de los Setenta. De hecho Filón interpreta la Biblia a partir de un eclecticismo muy propio de la filosofía de su época: por una parte, están presentes la materia y el lógos como principios originarios de todo cuanto existe, pero por otra, muestra un particular interés por la cosmología del Timeo de Platón, en la cual apoya sus comentarios al libro del Génesis. A Filón le costará muy poco identificar el lógos (la palabra) de Yavheh Elohim, creador del Génesis, con el demiurgo del Timeo de Platón. La sophía de los Libros Sapienciales, tan importantes en la tradición judía, será otro aspecto de aquel lógos creador. Filón de Alejandría será un autor muy importante y un referente para los primeros teólogos cristianos, su exégesis helenizante encajará más con el universalismo cristiano, que con el judaísmo cada vez más nacionalista.
Los primeros textos cristianos hasta la expulsión de la sinagoga
Pablo responde perfectamente al perfil de un judío de la diáspora. Acoge con vehemencia la revelación mesiánica después de una experiencia mística, y se adscribe a las filas de los judíos helenizados próximos a los gentiles, de hecho sus cartas, que son los primeros documentos cristianos, muestran una importante tensión con los judíos cristianos de Jerusalén, sobre el tema de la circuncisión. Pablo defiende una visión universalista, frente a los judíos más nacionalistas para los que la circuncisión es seña de identidad. Sobre la figura histórica de Jesucristo hay muy pocas referencias en las cartas de Pablo, son los evangelistas quienes construyen, unos años más tarde, a partir del año 60, la vida de Jesús.
El Jesús histórico es un personaje que predicó un evangelio de salvación y que hizo milagros, lo cual no era nada nuevo en su época. Dos siglos más tarde Filostrato hablará de un personaje contemporáneo de Jesús, Apolonio de Tiana, que hizo exactamente lo mismo. Eran muy frecuentes, en el ambiente cultural de la época, los sacerdotes revestidos de poderes espirituales y oraculares, que, además, eran filósofos, conocedores de los misterios del alma humana y sus posibles vías de elevación hacia las regiones celestiales (Carmen Padilla, “Hombres divinos y taumaturgos en la Antigüedad. Apolonio de Tiana”, en Antonio Piñero, En la Frontera de lo Imposible, Córdoba: Ediciones el Almendro, 2001, pp. 141-162).
El texto más filosófico del cristianismo es el prólogo del Evangelio de Juan, donde el lógos aparece ante Dios y totalmente identificado con el creador. Juan recoge la línea de interpretación estoico-platónica de Filón de Alejandría. Para Juan el lógos está ante Dios, y es como una emanación creadora del Dios Padre, siendo a la vez el Cristo. Comienza así a perfilarse un poco la idea de la Trinidad. Sin embargo, en el Evangelio de Juan, el Espíritu aparece diferenciado del Espíritu Santo, que es el que reciben los Apóstoles. Cuando el Hijo vuelve al Padre deja al Espíritu Santo, que santifica, cura y salva por medio de la imposición de manos, según los Hechos de los Apóstoles.
Imaginamos que el cristianismo con sus particularidades debió pasar poco desapercibido en el ambiente de la sinagoga, y más a partir del año 70, con la destrucción del segundo Templo de Jerusalén, lo que comportó una radicalización del judaísmo nacionalista. Así, la sinagoga, que significa comunidad de culto, se transforma en ekklêsía, cuya traducción sería la asamblea universal de los que han recibido al Espíritu Santo.
La Gnosis y Orígenes
En el siglo II parece que el interés general se pone en la cuestión de la salvación del alma, muchas serán las propuestas en este sentido, como es el caso de los movimientos gnósticos, escuelas cerradas que buscaban elevar a sus iniciados por encima del cosmos, donde el alma se encuentra prisionera, hasta las regiones de la Luz. El medio para esta elevación será la gnôsis, el conocimiento. Grupos gnósticos hubo de muchos tipos: la gnosis judía de los ofitas, por ejemplo; la gnosis pagana del Hermetismo; y la gnosis cristiana, de Valentín o Marción, este último será el primero en establecer un canon de los textos cristianos.
Los autores gnóstico-cristianos presentan un sistema trinitario inspirado en Platón: Alma o el mundo caído - el Demiurgo, Yaldabaot, que es Yahveh Sabaot de las profecías de Isaías, el dios cruel del Antiguo Testamento, que crea el mundo y a sus Arcontes, donde son aprisionadas las almas humanas - y el Dios padre de todas las cosas, que está en el secreto, en el tesoro de Luz, más allá del cosmos. Los protagonistas de la mitología gnóstica serán: el Padre, Luz de las luces, sus potencias y emanaciones, luego Yaldabaot, gran Arconte y los demás Arcontes del Cosmos caído, Adamas, gran tirano y sus Eones, Sophia, la centella divina, la luz divina dormida en el hombre, y despertada por el Hijo, el Cristo, que atraviesa las Esferas del Cosmos para rescatar a Sophia, y la Gnosis, la fuerza santificante.
Los primeros padres de la Iglesia serán autores apologistas y anti-heréticos, cuya obra se definirá, sobre todo, por criticar las doctrinas gnósticas. Los principales autores fueron: Justino, Irineo, Hipólito y Tertuliano. Clemente de Alejandría, un cristiano muy aficionado a la filosofía, defendió la idea de una Gnosis dentro de la ortodoxia, idea que fue llevada a la cumbre por Orígenes, el teólogo más grande de la antigüedad cristiana.
De Orígenes su obra más clara sobre la Trinidad es el Tratado de los Principios. Fue discípulo, al igual que Plotino, de Amonio Saccas, maestro platónico pitagorizante de Alejandría. Su compañero, Plotino, será el fundador del Neoplatonismo y autor de la doctrina teológica de las hipóstasis. La palabra hypóstasis significa fundamento, base, esencia divina, que para Plotino son únicamente tres, una trinidad inspirada en Platón, donde el primer dios es el Uno-Bien, Dios supremo y principio de todo; el segundo es el Intelecto, el Noûs, que piensa el Bien; y el tercero, que es fruto de la actividad de intelección: el Alma. El esquema trinitario es adaptado por Orígenes a la idea de la Trinidad cristiana: el Dios padre, es puramente intelectual: la Mónada o Uno de los neoplatónicos; Cristo es la Sabiduría y el Logos de Dios, como una exhalación de su potencia divina; y el Espíritu Santo, el intermediario entre las criaturas y Dios. Son tres hipóstasis anteriores al mundo, que fluye hacia una restauración final, en la que todo regresará a Dios, principio y fin de todas las cosas.
La fuerza intelectual de los dos grandes gnósticos ortodoxos, Clemente y Orígenes, consolidó la Escuela catequética de Alejandría, que se erigió como referente intelectual de toda la Cristiandad. Pero esto ocasionó muchos problemas, el intelectualismo de Orígenes y sus seguidores generó la desconfianza de una gran parte del clero y monacato inculto, que se apoyaban en una idea del Dios antropomórfico, basada en el Génesis. Las doctrinas neoplatónicas de Orígenes terminarán siendo condenadas y declaradas heréticas en el siglo VI.
La cuestión de la Trinidad
Pocos años después del Edicto de Milán (Edicto de tolerancia), se celebró el primer gran Concilio Ecuménico de Nicea, que tuvo por objeto establecer el primer dogma católico sobre la Trinidad, intentando poner fin a la disputa provocada por el obispo alejandrino y origenista Arrio. Aquí comienza la lucha por el dogma, que no es más que una persecución a toda forma de pensar contraria a la de la Iglesia oficial.
El dogma de la Trinidad será fruto de un acuerdo, en el que básicamente se intenta casar la idea trinitaria con la encarnación de la divinidad, en el marco de la unidad de Dios, un tema perfectamente resuelto por los filósofos neoplatónicos paganos, de los que se tomarán importantes préstamos doctrinales. En Nicea se establece el Credo: "Dios padre, creador del cielo y de la tierra, un único Hijo, y el Espíritu Santo", un solo Dios y tres hipóstasis. El Padre y el Hijo tienen la misma sustancia, homooúsion. El Padre es el Creador y el Hijo había sido engendrado, no creado por el Padre, sin que haya una jerarquía en la hipóstasis.
En el Concilio de Nicea se condena al arrianismo, se trata de las doctrinas del obispo egipcio Arrio, que seguía en parte a Orígenes y sus ideas neoplatónicas de las hipóstasis. La fórmula de la cosubstancialidad o homooúsion salva el problema de la Trinidad pero dará nuevos problemas, en particular sobre las naturalezas de Cristo.
El debate cristológico
La cuestión cristológica se estudiará en los siguientes grandes Concilios ecuménicos del siglo V. Pero para entender bien los problemas del siglo V, hay que tener en cuenta una cuestión política que se resolvió en el segundo gran Concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en el año 481 y que fue la división de la Iglesia Católica en cinco sedes patriarcales: Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén. En Roma se encontraba el patriarca principal, en Constantinopla el patriarca más allegado al Emperador, y en Alejandría y Antioquia se encontraban las dos Escuelas catequéticas más importantes de la Cristiandad. Los problemas en torno a la naturaleza de Cristo que enfrentaron a estas dos grandes escuelas, se debieron por un lado a las ambiciones personales e intelectuales de los patriarcas de Alejandría y Antioquia, así como a las influencias filosóficas que inspiraban a cada una de ambas Escuelas: Alejandría de influencia marcadamente neoplatónica y Antioquia mucho más retórica y fisicista, por influencia de Aristóteles.
Los protagonistas de la gran lucha doctrinal del siglo V sobre cristología fueron, por parte de Alejandría, el patriarca Cirilo, hombre radical e intolerante, que había ordenado el asesinato de la filósofa pagana Hipatia, su sucesor el patriarca Dióscoro y el monje Eutiques; del lado de Antioquía, tenemos a Nestorio, patriarca de Constantinopla depuesto por hereje, Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo; y en la segunda fase de la controversia, a Flaviano de Constantinopla y al Papa Leon I. De estas controversias surgieron dos grandes herejías: la primera fue el Nestorianismo, y la segunda fue el Monofisismo.
El Nestorianismo se convirtió en Iglesia siria autónoma, y tras su persecución se asentó en Persia, donde se fundaron importantes Escuelas médicas y filosóficas nestorianas, que permitieron la conservación y transmisión de la filosofía griega a los árabes, en los siglos VII y VIII. El Monofisismo mantendrá una pugna durante muchos años con la ortodoxia, hasta que sus focos fueron absorbidos por el Islam y dejaron de ser un problema para el mermado Imperio Bizantino.
Las cuestiones doctrinales sobre la naturaleza del Cristo a que nos referimos, se discutieron principalmente en dos Concilios ecuménicos, el Concilio de Éfeso del 431 y en el Concilio de Calcedonia del 531. Allí se opusieron las dos grandes tendencias cristológicas platónica y aristotélica de los padres egipcios y antioquenos. En el primer Concilio se condenó a Nestorio y se persiguió a los antioquenos, por la violenta intervención de Cirilo de Alejandría; y en el segundo, se declaró herejes a Eutiques y Dióscoro de Alejandría, los Monofisitas. Nestorianismo y Monofisismo son las dos interpretaciones extremas de las Escuelas de Antioquia y Alejandría, que fueron salvadas por fórmulas intermedias, para mantener la paz entre las sedes patriarcales.
La discusión sobre cristología se centraba en dos concepciones irreconciliables sobre la naturaleza del alma, por un lado la doctrina de Platón, para quien el alma es prisionera del cuerpo, lo que implica dos sustancias diferentes cuerpo y alma; y por otro lado, la doctrina de Aristóteles en el De anima, donde el alma es la forma del cuerpo, por tanto, se trata de una sola sustancia, donde el cuerpo es la materia y el alma su sustancia.
La cuestión será entonces, si tenemos en cuenta estas dos posturas tan diferentes sobre el alma humana, la siguiente: ¿En Cristo el lógos se unión por yuxtaposición con el hombre, o fue el lógos quien nació directamente de la Virgen María, que fue madre de Dios? La discusión está servida, y ahora se trata de un pulso entre las dos Escuelas dominantes: Alejandría y Antioquia.
La llama prendió en Laodicea, donde un obispo, Apolinar, predicó la unión sustancial del Cristo, lo que suponía que la Virgen era theotocos, es decir, madre de Dios. Nestorio, por aquel entonces patriarca de Constantinopla, se lanza contra los apolinaristas, pues la relación del Lógos debía ser con un cuerpo y un alma humanos, él habla de una yuxtaposición de Dios y el hombre completo. El poderoso patriarca de Alejandría, Cirilo, promovió el tercer gran Concilio ecuménico, que tuvo lugar en Éfeso, en el año 431. En dicho Concilio se condena y depone a Nestorio, y se proclama que la Virgen fue theotocos, se aprueba la fórmula resumida en los doce anatemismos de Cirilo: “si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según la hipóstasis, y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, el mismo es Dios y hombre a al vez, sea anatema.” Y “si alguno no confiesa que Emmanuel es Dios en verdad y que, por esta razón, la santa Virgen es madre de Dios, ya que engendró según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema.”
En un primer momento la Escuela de Antioquia aceptó la formula del Concilio de Éfeso, pero se tomará la revancha una generación más tarde, a propósito de los excesos doctrinales de Dióscoro, siguiente patriarca de Alejandría y su protegido el monje Eutiques, que mantuvieron que en Cristo se dio, tras la encarnación, una única naturaleza (monofisismo), pues ambas naturalezas, dios y hombre, se confunden en una única naturaleza divina. Esto fue rebatido y condenado por el Concilio de Calcedonia del año 451, donde se adopta la fórmula que en Cristo hay “un verdadero Dios y un verdadero hombre”, condenándose así las tesis monofisistas de los alejandrinos.
El Cristianismo tuvo que recurrir al dogma, muchas veces absurdo e irracional, para salvar las tensiones y desacuerdos teológicos. Incapaz de aceptar la diversidad, la Iglesia persiguió a aquellos que defendían posturas que quedaban fuera del dogma, y que los Concilios habían proclamado como universal.
Juan Almirall (Valladolid, abril 2008)
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