sábado, 27 de diciembre de 2008

EL CRISTIANISMO DEL SIGLO II: ENTRE DOS FRENTES

Quien examina con un cierto rigor la historia del Cristianismo, no puede obviar la idea de que, en sus primeros orígenes, el Cristianismo no era otra cosa que una secta más del Judaísmo. Lo que explica que, ya en los textos evangélicos, se muestren facciones y claras tendencias dentro de las primeras comunidades cristianas. Tendencias y facciones determinadas por, o bien, una mayor fidelidad a la Ley y los preceptos mosaicos, o, por el contrario, una mayor permisividad y apertura, más próxima a la cultura helenísticas de la época, que tuvo mayor aceptación en la diáspora que en Jerusalén. Es bastante evidente, que en ambos extremos se encuentran los cristianos de Jerusalén, comunidad presidida por Santiago, el hermano de Jesús, por un lado, y los seguidores de Pablo, por otro. Sin embargo, las posturas nacionalistas se radicalizaron en Palestina, y terminaron con la destrucción de Jerusalén por parte de las tropas de Tito, en el año 70. Esto pudo ser la causa de un paulatino distanciamiento del Cristianismo de su matriz, el Judaísmo. Que a su vez, propició el inicio de las persecuciones de los cristianos. Pues, los miembros de la Sinagoga tenían un estatuto especial, estaban eximidos por ley de participar en los cultos públicos y en especial, en el culto al emperador. Sin embargo, con la expulsión de los cristianos de las Sinagogas, la negativa cristiana a participar en los citados cultos quedaba desamparada jurídicamente y proscrita ante la Ley romana. Esta situación durará aproximadamente dos siglos, durante los cuales, los cristianos proscritos se moverán entre dos frentes: el Judaísmo y el Paganismo oficial.

La mayoría de la literatura apologética del siglo II se centra en denunciar los errores de los judíos, y demostrar que los verdaderos herederos de Moisés son los cristianos. Justino, en su “Diálogo con Trifón”, que pretende ser una obra filosófica, se dedica, una y otra vez, a atacar los errores del judaísmo y demostrar la verdadera filiación mosaica del Cristianismo. Cuando ya no había más vuelta de hoja, y los cristianos asumen su autonomía, se pusieron manos a la obra, en la defensa de su fe, frente a los judíos y frente a los paganos. Sin embargo, frente a estos últimos, interesaba aparecer como los verdaderos herederos de Moisés, pues esto les aportaba cierta legitimidad a los ojos del mundo clásico, una cultura que miraba al pasado como fuente de toda verdad.

Así, los cristianos pudieron oponer a los paganos que el primer profeta y los primeros patriarcas del judeo-cristianismo, eran más antiguos que Homero, Hesíodo y la mismísima Guerra de Troya, y con mucho, anterior a Hércules, Museo, Orfeo, los Dioscuros, y dioses como Mercurio y Apolo. Además Moisés fue contemporáneo al fundador de la Casa Real de la Ática, Cécrope, que vivió trescientos años antes de la Guerra de Troya (San Jerónimo, Crónicas, Prefacio). Los paganos disponían de una tradición clásica y antigua, a la que apreciaban de manera singular. Si los cristianos querían romper el muro de aquella antigua tradición, tenían, necesariamente, que justificar su antigüedad, cosa que era difícil si se ceñían a los textos evangélicos, de muy reciente aparición, y además en un griego muy poco elegante. Así que las circunstancias les obligaban a presentarse como los verdaderos herederos de Moisés y sus antiguos libros, llenos de sabiduría y poesía, con los que podían competir con la elegante tradición clásica. Así se empeñaron en resaltar los vínculos entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Los libros sapienciales, las profecías sobre el Reino de Israel, las crónicas de la Casa Real de Israel, los salmos y poemas, y los cinco Libros de Moisés, que incluyen un relato mítico sobre la creación, podían competir perfectamente con los grandes poemas homéricos, los libros hesiódicos, toda la poesía mítica, etc., del mundo clásico.
Por otra parte, y a nivel teológico, aunque el planteamiento fuera algo rudimentario, algún partido podían sacar a aquel Dios único y oculto de Israel, que no tenía imagen en el Templo. Y es que, tenían todo el camino recorrido hacia un Dios trascendente, que se estaba poniendo de moda entre las clases más cultivadas y filosóficas del paganismo, un Dios que era una Mónada, único y eterno, que ha existido siempre y que siempre existirá. Y además, tenían la imagen de ese Dios único que ofrecían los textos judíos, fácil de asimilar para las mentes menos cultivadas. Esto les permitió comenzar una profunda crítica del paganismo con fines propagandísticos y proselitistas.

De hecho, a los cristianos del siglo II lo que les preocupa, ya no era predicar en las sinagogas y encontrar prosélitos en las mismas, sino dirigirse al mundo pagano, y mostrar los errores de tales creencias. Jugaban con ventaja, pues la mayoría de propagandistas eran paganos convertidos, conocedores de los cultos paganos, que en aquella época se encontraban en una cierta decadencia, tal como apunta Plutarco de Queronea, en sus Diálogos Píticos. De manera que poco costó desprestigiar a aquellos milenarios Misterios Eleusinos, cuyos secretos Clemente no tiene ningún reparo en revelar, y todos los antiguos mitos. Fenómenos como El Pastor de Hermas son de esta época, un libro que presenta el Cristianismo en la línea de los Misterios tradicionales, y que pretende aproximarse a aquellos Misterios egipcios, con los que el Cristianismo tuvo que competir.

Pero al final, se tuvo que producir un importante cambio de sensibilidad en la mayoría de los seres humanos, un cambio de sensibilidad, que se dio primero entre las clases cultas, que, cansadas de los cultos sangrientos a las estatuas, terminarán prefieriendo el Cristianismo, una religión que transmitía un mensaje realmente nuevo, rechazaba los cultos sangrientos, demostraba una fuerte convicción en su fe, y permitía un salto hacia una trascendencia, ya muy alejada del culto tribal. Los miembros del Imperio Romano se volvieron realmente cosmopolitas, y la nueva religión era cosmopolita, tenía una verdadera vocación universal (católica).

Saludos,

Juan Almirall

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