martes, 2 de diciembre de 2008

COMENTARIOS A LOS TRATADOS DE PRISCILIANO. ANTROPOLOGÍA I

El tratado VII es una exhortación a la práctica de vida cristiana desde la perspectiva de una concepción dualista del hombre.

El dualismo de Prisciliano es válido tanto en lo antropológico como en lo cosmológico. Tanto el mundo como el hombre son creaciones divinas, pero ambas se han corrompido a causa del mal. En el contexto religioso y cristiano la concepción del hombre es inseparable de la relación de éste con la divinidad y con el mal. El cristianismo antiguo y Prisciliano nos dicen que en el hombre coexisten dos realidades y que éste pertenece y está colocado en medio de ambas; en el hombre están unidos “bien” y “mal”, “luz” y “tinieblas”; la “ley de la carne” y “la ley del espíritu” (1); según la imagen de Dios, llamado también, el “descanso de Dios en el hombre” (trat. V), pertenece potencialmente al “reino divino”, según la naturaleza corporal, nacida de lo terrenal y los “elementos del mundo”, pertenece al mundo del mal, de las pasiones, de las tinieblas y de la muerte.

La carne, hermana de los elementos, ligada a los días y los tiempos, considera dioses a los rectores del mundo” (Trat. X)


En todos los tratados, la Biblia ocupa el lugar central de la predicación priscilianista e instruye sobre las cosas del espíritu cuando es leída de manera determinada.

El relato del Génesis trata de la creación del mundo y del hombre inserto en este mundo. El hombre es creado imagen de Dios. Le es dado un cuerpo nacido “del barro”, que es animado, es decir, dotado de alma y finalmente, Dios mismo se asienta en el hombre, la divinidad “crea su descanso en él”. (Trat. V)
El hombre consta, por tanto, de cuerpo, alma y espíritu (Trat. VI).

Según el cuerpo es hijo de los elementos, de la materia y del tiempo.
Según el espíritu es de linaje divino. (Trat. X)

“Finalmente, creadas todas las cosas que posee la multiplicidad del mundo “según su especie creó Dios al hombre a su imagen y semejanza” y tomando barro del habitáculo terreno, animó nuestro cuerpo para, una vez colocado el hombre como señor de todas las cosas, crear el sábado, esto es, su descanso, en él, en quien había dado forma corporal a su imagen y semejanza” (Trat. V)

Pero a causa la tentación y el engaño del diablo y de la desobediencia del hombre, éste es expulsado del paraíso y ha de vestirse con pieles o túnicas de animales, es decir, interpretado en sentido espiritual propio de Prisciliano, el hombre adopta un cuerpo de carne y sangre y pierde su condición de templo de Dios. La imagen de Dios está prisionera en una envoltura de “carne y sangre”. Ya no posee un cuerpo espiritual, sino “una túnica contaminada por su carne” (Jueces 23. Trat I).

“La naturaleza corporal, a la cual llama el apóstol “apariencia del mundo y hombre viejo” (Col. 3,9) aunque ha sido creada por la mano de Dios; por ser hermana del nacimiento terrenal y participar del barro, ha oscurecido “el linaje divino” (Hech. 17,28)… de los hombres con las trampas de la morada terrenal… al decir del profeta “El cuerpo corruptible vuelve más pesada el alma, y la morada terrestre oprime la mente pensativa” (Sabid. 9,15) (Trat. VI)

Canon XXVI: El pecado y la muerte sobrevinieron a todos los hombres por Adán.

Canon XXVIII: El deseo de pecar es la voluntad de la carne que por una larga costumbre se llama ley y naturaleza, y siempre es contraria a la santa voluntad. (2)

Es decir, la voluntad carnal, los deseos, lo corporal y lo material, representan “el adversario” de la voluntad divina, van en contra de las divinas disposiciones en relación al hombre y al mundo.

“La morada terrena es, en verdad, la modulación del deseo, el golpe de la ira, la promesa incurable, las armas de la serpiente, la astucia del enemigo, la adulación del extraño, nuestra subyugación y su corruptela. A través de ésta insinúa sus artes el enemigo conquistador y, ocultamente, se insinúa el diablo con sus insidias, golpeando para atemorizar, halagando para engañar.” (Trat. VII)

El hombre cuando nace en este mundo es “número de la bestia”, esta es su naturaleza, su estado, a causa de su nacimiento, “al ser engañado el hombre, (Sabiduría 14,21) la naturaleza demoníaca de los ídolos había confundido la simple disposición de las obras divinas”. (Trat. VI)

Y citando a Pablo…: “Porque sé que el bien no habita en mí, esto es, en mi carne; en verdad, con la mente sirvo a la ley de Dios, con la carne sirvo a la ley del pecado” (Romanos 7,18 y 25). (Trat. VII).

“Libres, por la gracia de nuestro señor Jesucristo “de este cuerpo de muerte” Romanos 7,24”. (Trat. I)

En otro lugar sobre la condición de lo corporal: “en nuestra cárcel…”, “al sernos otorgada la condición de la muerte…”, “la naturaleza de la concupiscencia carnal, que es la causa de la corrupción…” (Trat. X)

Existe una evidente relación entre lo corporal, la naturaleza, la muerte y el mal. Esta relación es válida también para el mundo, para la creación; a pesar de haber sido ésta, creada por Dios. Esta visión del mundo procede del Evangelio:

“El mundo todo, está bajo el maligno” (I J. 5,19). (Trat. IV)

Tal vez esta afirmación del apóstol parecerá radical y anacrónica, pero hemos de considerarla en su contexto. Si consideramos como posible la experiencia del espíritu en el hombre la cuestión presenta otros matices, el mundo de lo material representa resistencia y opacidad frente a la acción y manifestación del espíritu.

Además, en el mundo en cualquier tiempo y lugar es patente la acción del mal produciendo sufrimiento y muerte.

Ocurre también, que la percepción del mundo desde la perspectiva espiritual es la de un mundo muerto en relación con la experiencia del mundo del espíritu que se ha vuelto sensible y actual. La materia no es el bien ni el fin último. El mundo de la materia ha de ser, o bien transcendido, o bien transformado. Esto es una constante a lo largo del tiempo en lo referente a la vida espiritual.

Si Dios es la causa eficiente del universo, el diablo, el adversario, es la causa material; es en el mundo de la materia donde él ejerce su influencia temporal. El hombre se ve insertado en esta especie de conflagración cósmica en la que participa desde su creación a causa de su desobediencia por haber sido engañado por el diablo.

La tarea del hombre consiste en vencer esa influencia mediante el conocimiento, la práctica de vida cristiana y la unión con Cristo y regresar a su auténtica condición de hijo de Dios, de quien es linaje e imagen, puesto que lo divino habita en el hombre.

“Así que “volviendo a edificar lo que habíamos destruido” (Rom. 6, 4) retornemos a aquello a lo que habíamos renunciado” (Trat. X)
“…cuando volvamos a nuestro linaje” y, “lo divino habita en nosotros” (Trat. X)

“Si sabemos que Cristo es el principio de todo y reconocemos que el hombre es el habitáculo de Cristo, preparemos una morada digna de tal inquilino, (…) se halle en esa morada, enriquecida por el esplendor de la vida perenne, el templo de Dios Cristo, como dice Pablo: “sois templo de Dios y Dios habita en vosotros” (I Cor. 3,16), (Trat. VII).

“El número del hombre es número de la bestia” (Apoc. 13,18), venzamos en nosotros mismos la obra del mundo y el primer nacimiento, y debiendo nuestro nacimiento a Dios antes que al siglo, comprendamos que este es nuestro primer mes y día, y no aquel en que aparecimos al siglo, sino aquel en que vencido Egipto, es decir, repudiado el mundo, somos reparados con el divino nacimiento en Dios” (Trat. VI).

Estos dos nacimientos de los que nos habla este fragmento están relacionados con los dos tipos de hombres de que se habla en el tratado VII: Esaú y Jacob, el primogénito Esaú y el que nace después, Jacob, el segundo nacimiento operado en el seno de Rebeca y que Prisciliano interpreta de manera simbólica como el “nacer de Dios”(3), el renacimiento o el segundo nacimiento. El cristiano sería por lo tanto, una especie de nacido dos veces, hecho que nos lleva a recordar, entre otras, la religión de Dionisos, en la que él mismo es llamado “el nacido dos veces”.

El hecho del segundo nacimiento en el cristianismo aparece en la conversación de Jesús con Nicodemo en la que Jesús dice:

“Quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios”. “Quien no naciere de agua y de espíritu no podrá entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del espíritu, es espíritu” Juan 3, 3 y 5-6

Esaú representa el primer nacimiento, el nacimiento corporal no apto para “heredar” el reino de Dios, pues “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”(4), la salvación depende de este segundo nacido, Jacob, que es quien recibe la herencia y la bendición de su padre.

“Así pues, Rebeca, elegida para la fe del misterio actuante, viendo en su vientre las luchas de los dos pueblos, parió con dolor de parto a Esaú, que perdió el derecho de primogenitura y llevo a Jacob a la salvación, a quien Cristo hizo su heredero”. (Trat. VII)

Hasta aquí la primera parte.

Saludos cordiales, Jesús Rodríguez


1 Cita a Pablo, Romanos 7, 18 y 25 en Trat. VII
2 Los cánones están, en palabras del propio Prisciliano, entresacadas fielmente de las cartas de Pablo.
3 Juan 1, 12-13: …”venir a ser hijos de Dios… sino de Dios son nacidos”
4 1 Cor. 15,50. Cit. Trat. VII.

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