“Y vi un cielo nuevo y una nueva tierra, pues el cielo primero la tierra primera habían desaparecido, y el mar no existe ya más. Y la ciudad santa, la nueva Jerusalén, vi que descendía del cielo, desde Dios, habiendo sido ataviada como una novia, adornada para su esposo. Y oí una voz grande del trono que decía: he aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos, y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni habrá ya duelo, ni gritos, ni dolor, porque lo de antes desapareció… Y llegó uno de los siete ángeles que llevaban aquellas siete urnas repletas con las siete plagas, y habló conmigo: Ven, te mostraré la prometida, la esposa del Cordero. Y en éxtasis me llevó a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios, con todo el esplendor de Dios. Su brillo se parecía al de un diamante preciosísimo, como de una piedra de jaspe cristalino…” Ap. 21, 1-4 y 9-11. Esta profecía tiene una gran relación con Isaías 62, donde Jerusalén, la hija de Sión, es desposada con su constructor, Yavheh, “… y tú serás llamada: la buscada”.
El Cristianismo medieval adopta formas claramente escatológicas, sobre todo en torno al año 1.000, es una religión bajo el signo del Apocalipsis, el reino de los mil años toca a su fin, la bestia ha de ser soltada de nuevo, y con ella las plagas y la destrucción de toda la impiedad humana. Pasado el año 1.000 la tensión escatológica no se suavizará, sino que a partir de entonces se vivirá en un tiempo regalado por la gracia de Dios, un tiempo que en cualquier momento puede terminar. Los cristianos deben ganarse el favor divino, y el peregrinaje a los Santos Lugares, se volverá una necesidad en los tiempos del final. Entre los destinos favoritos para la Cristiandad encontraremos Jerusalén, la buscada. Que además, y según las creencias cosmológicas de la época, se encontraba atravesada por el “axis mundi”, el eje del cielo y de la tierra por el que se movían las esferas celestes. Bajo el Monte Calvario se estaban las puertas del Infierno, y en sus antípodas, la Montaña del Purgatorio. Así la Cristiandad había adaptado las ideas cosmológicas de la antigüedad, de manera que Jerusalén se encontraba en el justo eje, que conducía a las Estrellas circumpolares, la entrada en el Cielo Cristalino, de donde había descendido la ciudad santa, de la mano de Dios, y anunciada por los ángeles. Allí había llegado el Hijo de Dios, allí había sido Rey de la Tierra, y por tanto, la monarquía eterna, del Rey del Mundo, debía de restablecerse en Jerusalén.
El 27 de noviembre de 1095, en el Concilio de Clermont de Auvernia, el papa Urbano II lanza, como un ángel del Señor, la siguiente llamada: “Bienamados hermanos, impelido por las exigencias de este tiempo, yo, Urbano, que llevo con el permiso de Dios la tiara pontificia, pontífice de toda la tierra, he venido aquí hacia vosotros, servidores de Dios, en calidad de mensajero para desvelaros la orden divina…” se trata de echar una mano a los hermanos de Oriente, el Islam ha llegado hasta el Brazo de San Jorge (el Bósforo) y amenaza al Imperio Bizantino, ha llegado la hora de prestar batalla y ganar para Dios, la nueva Jerusalén. Así comienza la Primera Cruzada, que tuvo dos versiones, la de los pobres que se levantaron en armas y perecieron todos en el Bósforo, y la de los Barones francos, que llegaron hasta Jerusalén, formando los estados latinos de Oriente: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquia, y el Reino de Jerusalén.
El Cristianismo medieval adopta formas claramente escatológicas, sobre todo en torno al año 1.000, es una religión bajo el signo del Apocalipsis, el reino de los mil años toca a su fin, la bestia ha de ser soltada de nuevo, y con ella las plagas y la destrucción de toda la impiedad humana. Pasado el año 1.000 la tensión escatológica no se suavizará, sino que a partir de entonces se vivirá en un tiempo regalado por la gracia de Dios, un tiempo que en cualquier momento puede terminar. Los cristianos deben ganarse el favor divino, y el peregrinaje a los Santos Lugares, se volverá una necesidad en los tiempos del final. Entre los destinos favoritos para la Cristiandad encontraremos Jerusalén, la buscada. Que además, y según las creencias cosmológicas de la época, se encontraba atravesada por el “axis mundi”, el eje del cielo y de la tierra por el que se movían las esferas celestes. Bajo el Monte Calvario se estaban las puertas del Infierno, y en sus antípodas, la Montaña del Purgatorio. Así la Cristiandad había adaptado las ideas cosmológicas de la antigüedad, de manera que Jerusalén se encontraba en el justo eje, que conducía a las Estrellas circumpolares, la entrada en el Cielo Cristalino, de donde había descendido la ciudad santa, de la mano de Dios, y anunciada por los ángeles. Allí había llegado el Hijo de Dios, allí había sido Rey de la Tierra, y por tanto, la monarquía eterna, del Rey del Mundo, debía de restablecerse en Jerusalén.
El 27 de noviembre de 1095, en el Concilio de Clermont de Auvernia, el papa Urbano II lanza, como un ángel del Señor, la siguiente llamada: “Bienamados hermanos, impelido por las exigencias de este tiempo, yo, Urbano, que llevo con el permiso de Dios la tiara pontificia, pontífice de toda la tierra, he venido aquí hacia vosotros, servidores de Dios, en calidad de mensajero para desvelaros la orden divina…” se trata de echar una mano a los hermanos de Oriente, el Islam ha llegado hasta el Brazo de San Jorge (el Bósforo) y amenaza al Imperio Bizantino, ha llegado la hora de prestar batalla y ganar para Dios, la nueva Jerusalén. Así comienza la Primera Cruzada, que tuvo dos versiones, la de los pobres que se levantaron en armas y perecieron todos en el Bósforo, y la de los Barones francos, que llegaron hasta Jerusalén, formando los estados latinos de Oriente: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquia, y el Reino de Jerusalén.
La Corona de Jerusalén se convirtió en el símbolo de la Monarquía Universal. Pero su historia tuvo distintos protagonistas, desde Balduino I de Bolonia, que fue coronado por el Patriarca Latino de Jerusalén en Belén, en el año 1.100, ligando así la Corona al Cristo; pasando por la famosa Orden del Templo o de los Pobres Caballeros de Cristo, que se fundó en Jerusalén, en 1118, formada por Hugo de Payens y otros ocho caballeros francos, y a los que el Rey ofreció los recintos del antiguo Templo de Salomón; y terminando con Balduino IV de Jerusalén (1174-1185), el Rey leproso, un personaje con una carga dramática enorme, héroe de Tierra Santa, pues contuvo todos los intentos de Saladino contra los estados latinos, a la par que su enfermedad lo iba deformando e imposibilitando, Balduino terminó sus días en una camilla, con los pies y las manos carcomidos por la lepra, y prácticamente ciego.
Balduino IV era primo del Conde Felipe de Flandes (1143-1191), el mecenas y protector de Chretien de Troyes (1135-1190). Felipe viajó a Tierra Santa, e intentó ayudar a su primo Balduino, que preocupado por su enfermedad buscaba un regente para el Reino, hasta que su sobrino Balduino V fuera capaz de portar la corona. Sin duda, Chretien escuchó las gestas de la Cruzada, que en su momento tenían como máximo héroe y protagonista a Balduino, el Rey leproso. El Rey tenía una hermana Sibila, que aseguraba la continuidad del Trono de Jerusalén, y que Felipe de Flandes intentó casar con uno de sus vasallos, pero finalmente se casó con otro barón franco, Guido de Lusignan, que asumió la regencia, se proclamaría Rey de Jerusalén, y que caería derrotado por las tropas de Saladino.
El Cristianismo carecía de una mitología militar como la pagana, los relatos y novelas cristianas, tenían como protagonistas a santos y estoicos filósofos y profetas, los Hechos Apócrifos relatan en tono novelesco las aventuras de algunos apóstoles, o el Pastor de Hermas, tienen siempre protagonistas muy en la línea de la nueva heroicidad helenística, más relacionada con la virtud y la filosofía, que con los relatos míticos de los héroes fundadores de las grandes ciudades griegas y romanas, tal como se narraban en las colecciones de cuentos mitológicos, como “Las Metamorfosis” de Ovidio, autor que fue traducido por Chretien. Este tenía en mente la idea de crear una colección de cuentos y relatos heroicos, donde se narrasen las gestas de militares y hombres de armas, como aquel Hércules, Teseo o Eneas de los relatos antiguos, llenos de magia por la presencia constante de los dioses. En las Cruzadas de Tierra Santa, Chretien pudo encontrar inspiración, para sus nuevas gestas de caballeros cristianos, que tenían que verse envueltos en episodios fantásticos, llenos igualmente de magia, como en el cuento inconcluso del Grial, que dio pie a gran cantidad de relatos posteriores, intentando dar respuesta al enigma que se le plantea a Percival, y que su creador no pudo desvelar.
Chretien tenía en las historias de la Cruzada de su tiempo, todos los ingredientes para construir el cuento inacabado del Grial: un castillo maravilloso, que aparece y desaparece, similar a la Jerusalén celestial de la que habla el Apocalipsis, que desciene de los cielos brillando como un Grial; un Rey enfermo, incapacitado, que es desplazado en camilla, como el Rey Pescador del relato del Grial, y que además tiene una hermana, guardiana de la Corona de Jerusalén. En dicho castillo reside una comunidad de Caballeros, que luego Wolfran von Eschenbach (1170-1220) no dudará en identificar con la Orden del Templo. Un castillo que se encuentra en las antípodas de la Montaña del Purgatorio, y sobre las mismas puertas del Infierno. Balduino, nuestro Rey Anfortas, salía al frente de sus tropas con un fragmento de la Vera Cruz, dispuesto a mostrar la magia y el poder divinos; un hombre de admirable valor, que padeció lo indecible, siempre bajo la amenaza de Saladino, de estoica y admirable virtud, tenía sin duda un gran héroe de las Cruzadas, que podía jugar muy bien, el misterioso papel del Rey Pescador, figura central del relato del Grial.
Por tanto, ya tenemos a todos los personajes del relato, ahora tal vez estemos en disposición de responder la pregunta que el autor no pudo responder, dejando el cuento inconcluso: ¿A quién sirve el Grial?
Juan Almirall
Balduino IV era primo del Conde Felipe de Flandes (1143-1191), el mecenas y protector de Chretien de Troyes (1135-1190). Felipe viajó a Tierra Santa, e intentó ayudar a su primo Balduino, que preocupado por su enfermedad buscaba un regente para el Reino, hasta que su sobrino Balduino V fuera capaz de portar la corona. Sin duda, Chretien escuchó las gestas de la Cruzada, que en su momento tenían como máximo héroe y protagonista a Balduino, el Rey leproso. El Rey tenía una hermana Sibila, que aseguraba la continuidad del Trono de Jerusalén, y que Felipe de Flandes intentó casar con uno de sus vasallos, pero finalmente se casó con otro barón franco, Guido de Lusignan, que asumió la regencia, se proclamaría Rey de Jerusalén, y que caería derrotado por las tropas de Saladino.
El Cristianismo carecía de una mitología militar como la pagana, los relatos y novelas cristianas, tenían como protagonistas a santos y estoicos filósofos y profetas, los Hechos Apócrifos relatan en tono novelesco las aventuras de algunos apóstoles, o el Pastor de Hermas, tienen siempre protagonistas muy en la línea de la nueva heroicidad helenística, más relacionada con la virtud y la filosofía, que con los relatos míticos de los héroes fundadores de las grandes ciudades griegas y romanas, tal como se narraban en las colecciones de cuentos mitológicos, como “Las Metamorfosis” de Ovidio, autor que fue traducido por Chretien. Este tenía en mente la idea de crear una colección de cuentos y relatos heroicos, donde se narrasen las gestas de militares y hombres de armas, como aquel Hércules, Teseo o Eneas de los relatos antiguos, llenos de magia por la presencia constante de los dioses. En las Cruzadas de Tierra Santa, Chretien pudo encontrar inspiración, para sus nuevas gestas de caballeros cristianos, que tenían que verse envueltos en episodios fantásticos, llenos igualmente de magia, como en el cuento inconcluso del Grial, que dio pie a gran cantidad de relatos posteriores, intentando dar respuesta al enigma que se le plantea a Percival, y que su creador no pudo desvelar.
Chretien tenía en las historias de la Cruzada de su tiempo, todos los ingredientes para construir el cuento inacabado del Grial: un castillo maravilloso, que aparece y desaparece, similar a la Jerusalén celestial de la que habla el Apocalipsis, que desciene de los cielos brillando como un Grial; un Rey enfermo, incapacitado, que es desplazado en camilla, como el Rey Pescador del relato del Grial, y que además tiene una hermana, guardiana de la Corona de Jerusalén. En dicho castillo reside una comunidad de Caballeros, que luego Wolfran von Eschenbach (1170-1220) no dudará en identificar con la Orden del Templo. Un castillo que se encuentra en las antípodas de la Montaña del Purgatorio, y sobre las mismas puertas del Infierno. Balduino, nuestro Rey Anfortas, salía al frente de sus tropas con un fragmento de la Vera Cruz, dispuesto a mostrar la magia y el poder divinos; un hombre de admirable valor, que padeció lo indecible, siempre bajo la amenaza de Saladino, de estoica y admirable virtud, tenía sin duda un gran héroe de las Cruzadas, que podía jugar muy bien, el misterioso papel del Rey Pescador, figura central del relato del Grial.
Por tanto, ya tenemos a todos los personajes del relato, ahora tal vez estemos en disposición de responder la pregunta que el autor no pudo responder, dejando el cuento inconcluso: ¿A quién sirve el Grial?
Juan Almirall
2 comentarios:
¿porqué el empeño, de ver en la historia, lo que cada ser humano, porta en se ser, desde los comienzos de la creación?
Porque también la historia le muestra al ser humano lo que porta en su ser...
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