“Él fue quien me dio conocimiento (gnosis) auténtico de los seres para saber la trabazón del cosmos y la actividad de los elementos; el comienzo, el final y el medio de los tiempos, las alteraciones de los solsticios y los cambios de estación, los ciclos del año y las posiciones de los astros, la naturaleza de los animales y la bravura de las fieras, la violencia de los espíritus y los razonamientos de los hombres, las variedades de plantas y las virtualidades de las raíces, todo lo que existe, oculto o manifiesto conocí; ya que la Sabiduría, artífice de todo, me lo enseñó” (Sab. 7, 17-22).
El libro de la Sabiduría tiene sus orígenes en el pensamiento alejandrino de época helenistica (siglo III a. C. hasta aproximadamente el siglo IV de nuestra era). El antiguo pensamiento faraónico sobre las fuerzas de la naturaleza y el cosmos, sobre los dioses o Neter, fuerzas vivas que animan toda la creación, la signatura rerum, el sello del Creador en las cosas, se transforma en Alejandría en la Sabiduría de Isis, del Alma del Mundo. El Universo es un ser animado, un animal, una criatura dotada de Alma. Y su conocimiento, su gnosis, es la Sabiduría. En esta Sabiduría alejandrina se encuentran neoplatónicos paganos, judíos sapiencialistas y gnósticos cristianos. Pues la Sabiduría es la ciencia de las ciencias, es el conocimiento del Alma velada del Mundo, de la diosa Isis que esconde su rostro tras un velo.
En la Alejandría helenista se vivió una de las más importantes manifestaciones del Idealismo humano. Cuando uno mira la Naturaleza a partir de un idealismo tal, no solo ve su hermosura, sino que observa las fuerzas que la animan, es imposible para la mirada idealista no ver a la Naturaleza como un único ser vivo, como el Todo viviente de los alquimistas. Son estas fuerzas vivas las que el mago trata de domeñar. Primero las fuerzas elementales, las fuerzas de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Luego las fuerzas anímicas de los planetas, la influencia acuática de la Luna, la inteligencia de Mercurio, la belleza de Venus, la alegría y luminosidad del Sol, la violencia y fuerza de Marte, la plenitud y realeza de Júpiter y la noche saturnal, la oscuridad y tristeza de Saturno. En todos estos dominios del cosmos los paganos pusieron a sus dioses, los gnósticos a sus arcontes y los sapiencialistas judíos a sus potencias. Todo está animado por las potencias, las fuerzas vivas que separan al mundo de la Inteligencia Pura, del Uno silencioso e inmutable. El mundo es un hormiguero lleno de actividad, efímeras personitas vamos de un lado para otro como hormigas, sin saber muy bien qué nos mueve a desplazarnos. Por encima y muy alejado de este hormiguero se encuentra el Uno, el Inefable, en su Trono transcendental. El da unidad, lo unifica todo, Plotino dirá: "todo proviene de El y todo aspira a regresar hacia El". Los alquimistas dirán "El es el Todo" (Hén tó pán). Y entre El y el mundo, como en todo ser vivo, entre la consciencia única e individual, y las infinitas células, hay grandes y pequeñas fuerzas rectoras, que mueven el organismo.
La Sabiduría, el Alma del Mundo, es una, y en su vientre existimos, en el lamento de Goethe vemos resurgir una nueva mirada idealista a la Sabiduría Alma del Mundo: "¡Naturaleza! Por ella estamos rodeados y envueltos, incapaces de salir de ella e incapaces de penetrar más profundamente en ella. Sin ser requerida y sin avisar nos arrastra en el torbellino de su danza y se mueve con nosotros hasta que, cansados, caemos rendidos en sus brazos. Crea eternamente nuevas formas; lo que aquí es, antes aún no había sido jamás; lo que fue no vuelve a ser de nuevo. Todo es nuevo y, sin embargo, siempre antiguo. Vivimos en su seno y le somos extraños. Habla continuamente con nosotros y no nos revela su secreto. Actuamos constantemente sobre ella y, sin embargo, no tenemos sobre ella ningún poder. Parece haberlo orientado todo sobre la individualidad y nada le importan los individuos. Construye siempre y siempre destruye, y su taller es inaccesible. Vive toda en sus hijos, pero la madre ¿dónde está?"
Dionisio Areopagita dio nombres a las fuerzas intermedias del Universo, las llamó Ángeles, Arcángeles y Principados, fuerzas mentales, Potestades, Virtudes y Dominaciones, fuerzas demiúrgicas, Tronos, Querubines y Serafines, fuerzas inflamadas por el contacto divino. Dante las repartió por el cosmos en su Divina Comedia, en el círculo lunar los Ángeles, en el círculo de Mercurio los Arcángeles, en el círculo de Venus los Principados, las Potestades en el Sol, las Virtudes en Marte, las Dominaciones en Júpiter, los Tronos en Saturno, en el Cielo Cristalino los Querubines y en el Empíreo los Serafines... La mente angélica movía las esferas del Alma del Mundo, al igual que el estómago mueve los alimentos, el corazón la sangre, los pulmones el oxígeno, los riñones la orina, etc. Fuerzas vivas que solo la mente idealista es capaz de observar en la Naturaleza. La Sinfonía de las Esferas. El canto de las Ondinas. La exhalación de las Salamandras...
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