"Cristo (…) origen de todas las cosas, que es todo en sí mismo… sin principio ni fin… hallarás que es uno en la totalidad (…) es eterno y no existe término final en Dios, ni tampoco principio".
"Mostró que Dios es testigo cotidiano de Sí Mismo en el hombre."
"(Cristo). Ajeno al nacimiento, nace; incomprensible, es comprendido; mientras muere como hombre, renace como Dios".
"Dios nos pide las ofrendas de nuestro nacimiento terrenal".
"Cuando volvamos a nuestro linaje se llamará Pascua del Señor, y no la obra del mundo".
"El hombre es devuelto a Dios"
"La naturaleza corporal, a la cual llama el apóstol “apariencia del mundo y hambre viejo” (Col. 3,9) aunque ha sido creada por la mano de Dios; por ser hermana del nacimiento terrenal y participar del barro, ha oscurecido “el linaje divino” (Hech. 17,28)… “El cuerpo corruptible vuelve más pesada el alma, y la morada terrestre oprime la mente pensativa” (Sabid. 9,15).
“Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino Cristo en mí” (Gal. 2,19,20). Pues, quien comprende esto, confirmado en la fe y “sepultado con Cristo en el bautismo mediante la muerte” (Col. 2,12) liberado de los días, de los tiempos y los meses merece ser número de Dios, no del siglo; despreciando las cosas terrenales, “viviendo en la carne, pero no militando según la carne” (II Cor. 10,3)”.
Dios uno, unidad Dios-hombre: … “Siendo Él, uno en la totalidad y queriendo que el hombre fuese uno en Él, no pudiese el investigador de la obra perfecta llegar al estado en que crea otra cosa sino que Él es el único Dios, cuya omnipotencia descubre en él mismo” (el hombre en sí mismo).
“Lo divino habita en nosotros” (Rom. 8,9). Entonces, perfectos de cuerpo, alma y espíritu en la obra triforme en Dios…”
“El creador del todo está en todas las cosas, “Cristo es las primicias de todas las cosas” (I Cor. 15,23)
“El número del hombre es número de la bestia” (Apoc. 13,18), venzamos en nosotros mismos la obra del mundo y el primer nacimiento, y debiendo nuestro nacimiento a Dios antes que al siglo, comprendamos que este es nuestro primer mes y día, y no aquel en que aparecimos al siglo, sino aquel en que vencido Egipto, es decir, repudiado el mundo, somos reparados con el divino nacimiento en Dios”
A pesar de negar la idea gnóstica en el tratado anterior, de un Dios malvado creador del mundo material, aparece como una constante que jalona la obra de Prisciliano la idea de “la milicia y principado del siglo” o la de “los rectores del mundo”. En este siglo o mundo, reinan la muerte y el mal. No habrá por tanto un Dios creador del mal, sino poderes que podemos llamar “de las tinieblas”, que son los rectores de este mundo.
El hombre cuando nace en este mundo es “número de la bestia”, esta es su naturaleza, su estado, a causa de su nacimiento, “al ser engañado el hombre, (Sab. 14,21) la naturaleza demoníaca de los ídolos había confundido la simple disposición de las obras divinas”. El hombre lleva el sello, el número de las potencias terrenales.
Es decir, como dice en otro lugar citando a Pablo; a causa de la desobediencia de Adán, engañado por la serpiente, sobrevino la muerte; la muerte de la dimensión espiritual para la percepción del hombre. El mundo y él mismo, su naturaleza corporal, oscurecieron la dimensión espiritual del hombre, se convirtieron en una naturaleza opresora de lo espiritual, Prisciliano establece una analogía entre los hechos que se narran en la Escritura y la realidad de la salvación o liberación del hombre. La "naturaleza corporal" y el mundo terrenal son representadas metafóricamente por el Egipto corrompido, que oprime y esclaviza al pueblo de Dios. (Éxodo 20, 1-18. El Decálogo: “…tu Dios, que te ha sacado de la casa de Egipto, de la casa de la servidumbre…”)
La victoria sobre el mundo, sobre la naturaleza corporal, significa un nuevo nacimiento, el nacimiento en Dios, el nacimiento en una nueva ley y naturaleza distintas; “cuando se vence la década del siglo se reparan los mandamientos de la década del Señor”. Dos naturalezas, dos leyes distintas. (Romanos 7, 22-24: “Porque me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra ley…”)
“Liberado de los días, de los tiempos y los meses merece ser número de Dios, no del siglo.”
“Mientras el hombre es devuelto a Dios, retengamos la naturaleza de Cristo (…) aceptando la purificación del cuerpo para un hombre nuevo (…) hallemos en el hombre la Pascua del Señor y en Cristo nuestra Pascua, es decir, al hombre en Cristo".
Re-unificación del hombre con Dios.
La Pascua es la ofrenda, el sacrificio, del cordero pascual en los tiempos del éxodo del pueblo de Israel.[1] Prisciliano toma esta historia en su sentido simbólico, como la salida del pueblo de Dios de la prisión de la naturaleza terrenal, simbolizado por Egipto; para ello, Cristo se ofrece en sacrificio, su “efusión de sangre divina” ha de cubrir el dintel y la puerta de entrada en el ser humano, “la vista, el oído y la boca, como si fueran los postes o el dintel del cuerpo…” para ser libres de la muerte con la que Yahvé castiga Egipto. Si los sentidos son las puertas de la casa, el cuerpo es toda la casa, el cuerpo es la casa y el templo de Dios.
La “efusión de sangre divina” conduce a un nuevo nacimiento en la realidad del espíritu, un nuevo nacimiento significa una casa nueva que ha de ser preparada, un cuerpo nuevo, un templo del espíritu.
El cuerpo físico o “naturaleza corporal” es obra de los elementos y de las influencias planetarias y zodiacales; procede de la naturaleza en donde reina el diablo y los rectores de este mundo y es llamado “obra del mundo” y vaso de barro en el canon XXXII:
“El hombre viejo es exterior, se corrompe y en él se destruye el cuerpo del pecado y el apóstol le llama casa terrenal y vaso de barro”.
El nuevo cuerpo, vehículo de la divinidad o “imagen del cuerpo de Cristo”, es reconstruido a partir de la actividad el espíritu en el hombre: “Sed tales cuales os configura la mano del Padre" dice en el Tratado VII.
“El hombre nuevo es interior e imagen del celestial por estar formado a imagen de Dios y reformado con la gracia de Dios y la luz de la ciencia, y es un tesoro en un vaso de barro…” Canon XXXI
“Viviendo en un espíritu nuevo y no en la letra vieja (I Cor. 6,13) el cuerpo que hemos recibido como victoria, no se llame ya tierra del siglo, sino casa del Señor, “imagen del cuerpo de Cristo” (I Cor. 6,13) (…) preparad el habitáculo de vuestra carne con dignidad propia de los mandamientos de Dios”.
Divinización del hombre, reconstrucción del templo del espíritu en el hombre en tres veces siete días, es decir, en un proceso que consta de siete fases según el espíritu, el alma y el cuerpo: “perfectos de cuerpo, alma y espíritu en la obra triforme en Dios…”
“Os hagáis Pascua y custodiéis en vosotros la naturaleza de Dios durante los siete días en el que el mundo se comenzó, se construyó y fue terminado.”
Esta es la culminación de un proceso, de un viaje a través del desierto, liberados ya de la opresión de los rectores de este mundo “numerable”
Como en el tratado anterior o del Génesis, el “nuevo cuerpo” es una nueva creación.
En este tratado hace empleo de símbolos numéricos, todos ellos extraídos del Apocalipsis. (Dejaremos este tema para otra ocasión)
“No seamos “número de la bestia” (Apoc. 13,18) ni medida del siglo, sino que seamos considerados el libro de la doctrina celestial por el cual sabéis que “Juan lloró por estar sellado con siete sellos” (Apoc. 5,4) y estemos entre “los doce mil patriarcas sellados” (Apoc. 7,4-8)) se nos dé el nombre de “medida de hombre y no número de la bestia” (Apoc. 13,18) que es ser ángel para que se cumpla lo que dice el Señor en el evangelio: “los hijos de este siglo toman mujeres y maridos, engendran y son engendrados; los hijos de Dios ni toman mujeres ni maridos, ni engendran ni son engendrados, sino que son semejantes a los ángeles de Dios” (Luc. 20,34-36).”[2]
El celibato para Prisciliano es la consecuencia de un estado existencial diferente al ordinario, por más que exista cierta resistencia a considerar que él, y que quienes como él eran, pudieran experimentar su divinización de una manera real y literal, y no simbólica. El celibato no es presentado como un ejercicio ascético ni una norma moral; se trata de una consecuencia necesaria, pues los “hijos de Dios son como los ángeles”, “libres del yugo de la esclavitud y la diversidad de los sexos” (canon LV).
[1] Éxodo 12, 5-14
[2] Texto de la Vulgata: “Filii saeculi huius nubunt et traduntur ad nuptias; illi autem, qui digni habentur saeculo illo et resurrectione ex mortuis, neque nubunt neque ducunt uxores. Neque enim ultra mori possunt: aequales enim angelis sunt et filii sunt Dei, cum sint filii resurrectionis”
Saludos cordiales de Jesús Rodríguez
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