miércoles, 12 de noviembre de 2008

CICLO MÍTICO DEL MANIQUEISMO


El ciclo mitológico del autor persa Mani (216 – 277) tiene una gran importancia para comprender la problemática que plantea Agustín de Hipona, cuya teoría sobre el origen del mal viene totalmente condicionada por su convivencia y posterior rechazo de las tesis maniqueas. El maniqueísmo bebe de la fuente gnóstica, que combina con el dualismo de la religión persa, fundada por Zoroastro. Sus dos principios: Ohrmuz o Auramazda y Ahriman, Dios y el demonio, se transforman en Luz y Tiniebla. Se trata de una cosmología con elementos helenísticos, donde vemos una nueva interpretación de los dos primeros principios de Platón, el Uno y la Díada, como Luz y Tiniebla, dos realidades materiales, idea que coincide, al menos de planteamiento, con el estoicismo.

Fases del ciclo mítico:

1ª.- LOS DOS PRINCIPIOS: Se trata de dos principios coetáneos: “Bendito el que comprende que ellos no surgieron uno de otro, ni que vinieron uno de otro. ¡Ellos no vinieron de uno!” (Keph. Copto 2). Los dos principios originarios que determinan el dualismo maniqueo, en el texto citado, expresamente se niega la procedencia de un principio del otro, es decir, la díada de la mónada, o la procedencia de un tercero, origen de ambos, es decir, de un único principio todavía más antiguo del que hubieran salido los dos. De manera que se eleva a la Díada al principio de todo. Se trata de una cosmología materialista, pues ambos principios son sustancias, muy en la línea del estoicismo, pues como veremos no son principios incorporales, como los entes incorporales del Neoplatonismo, los inteligibles, que se identifican con las Ideas de Platón, o los Eones de los gnósticos.

Estos principios se corresponden e identifican con las divinidades mítico persas Ohrmuz y Ahriman. En los textos maniqueos se les llama unas veces principios, otras sustancias, otras naturalezas e incluso raíces, lo que nos recuerda a las dos raíces de la cosmología china: Yin y Yang, origen de sus cinco elementos, lo que tiene cierta concordancia con la cosmología maniquea, aunque no son del todo coincidentes, pues los cinco elementos chinos proceden de las relaciones mutuas entre las dos raíces, sin embargo, veremos que los elementos de la Luz son sólo de ésta, no son producto de la relación con Tiniebla. Y así, introducimos los nombres más comunes con los que se conoce a estos principios: Luz y Tiniebla. Tienen también un correlativo moral: bien y mal, o incluso una denominación personal, dios y demonio. Se trata de realidades corporales, y por tanto habitan en sus propias regiones, la Luz mora al norte, este y oeste, y Tiniebla en el sur. Por tanto, vemos que no hay simetría perfecta entre ambos principios, Tiniebla es considerablemente inferior en todo. Los autores Neoplatónicos, como Alejandro de Licópolis, vieron en estos dos principios un equivalente a Dios y materia.

2ª.- LOS TRES TIEMPOS: Se trata de las diferentes etapas de relación mutua entre los dos principios: un primer momento, llamado creación, de independencia de los principios; un segundo momento, llamado mezcla, caracterizado precisamente porque estos dos principios entran en contacto y se mezclan; y un tercer momento, llamado separación, en la que se disuelve la mezcla, y se produce la redención de los elementos de la Luz, y la desaparición de la tierra, que existe en tanto que receptáculo de la mezcla de los dos principios.

3ª.- LA LUZ: El principio Luz está, a su vez, compuesto por cinco elementos luminosos: el Aire o Noûs; la Luz o Énnoia (pensamiento); el Agua o Phrónêsis (discernimiento); Viento o Enthýmêsis (intención, procede de la raíz timo, es decir, se corresponde con la zona emocional, el alma irascible); y el Fuego o Logismós (el Fuego identificado con el Logos, es propio del estoicismo). La Luz también es denominada eón, y se trata de una hipóstasis, y también son eones las emanaciones de la Luz. Esta es una denominación gnóstica, como los Arcontes de los distintos planetas, que son demonios como en el gnosticismo.

4ª.- TINIEBLA: A menudo es designada con el término griego: hýlê (materia) lo que le aproxima a la concepción platónica de la khôra (receptáculo) del Timeo. Se trata de un fuego oscuro, expresado en términos más míticos que filosóficos, como el fuego de la pasión origen del mal. Sus elementos son el humo, el fuego, el viento, el agua y la tiniebla. Y así como el reino de la Luz tiene a su cabeza visible en el Padre de la Grandeza, el reino tenebroso está dominado por el Arconte supremo, el Diablo o Príncipe de las Tinieblas.

5ª.- LA MEZCLA: Pues sucedió que los habitantes del reino del sur llegaron hasta las fronteras de la gloriosa Tierra de la Luz, y pudieron contemplar la hermosa visión, y de ahí nació el deseo de Tiniebla de poseer el reino de la Luz. Y así, las hordas de las Tinieblas, dejaron de luchar entre ellas, para unirse con un único propósito común, invadir el reino de la Luz. Así comienza la primera guerra. El Rey de la Luz proyectó castigar a Tiniebla, “pero carecía de mal con el que poder castigar: en efecto, no hay mal en la morada de Dios” (según el testimonio de Alejandro de Licópolis, CDM, p. 5). De aquí surgirán las primeras emanaciones de la Luz, cuya misión era vencer al mal, y en esta lucha se produce el cosmos en el que vivimos, y en nosotros se reproduce la lucha entre la Luz y las Tinieblas.

6ª.- LAS PRIMERAS EMANACIONES DE LA LUZ: Los maniqueos hablan de emanación y no de generación como los cristianos. Del Padre de la Grandeza procede la primera emanación femenina: la Madre de la Vida, y de esta al Hombre Primordial, quien combatirá directamente las tinieblas, y por tanto, el Hombre Primordial se convertirá en el verdadero adversario de las Tinieblas, dispuesto a defender el Reino de la Luz. Para ello, el Hombre Primordial evoca nuevas emanaciones: el aire, el viento, la luz, el agua y el fuego. El Hombre Primordial y sus cinco hijos son engullidos por Tiniebla y olvidan su origen luminoso, con el fin de crear el cosmos de la mezcla, pues elementos luminosos son mezclados con las sombras, así, esta aparente derrota, es las estrategia de la Luz, para vencer a las tinieblas, precisamente mezclando los elementos. Este es el ciclo de la captura de la Luz.

7ª.- LAS SEGUNDAS EMANACIONES DE LA LUZ: Así nuevas emanaciones son llamadas para dirigirse al cosmos y despertar al Hombre Primordial y los elementos de la Luz. Por ello el Padre de la Grandeza llama al Amado de las Luces, éste al Gran Arquitecto, y éste al Espíritu Viviente y sus cinco hijos: el Ornamento del Esplendor (Intelecto), el Gran Rey de Honor (Pensamiento), Adamante de Luz (Discernimiento), el Rey de la Gloria (Intención) y el Portador (Razonamiento). El Espíritu Viviente que es el importante en este segundo grupo de emanaciones, contacta con el viento, el elemento menos contaminado de la mezcla, y de este contacto surgen Llamada, el propio Espíritu Viviente, y Respuesta, la Madre de los Vivientes, que serán dos momentos esenciales en el despertar del alma cautiva de las tinieblas. Es en esta fase en la que el cosmos es encerrado y algunos Arcontes son encadenados a la rueda del Zodíaco. El Espíritu Vivificante construye con las pieles de los Arcontes diez firmamentos y con sus huesos las montañas, así que aquí tenemos a un nuevo Demiurgo, el Espíritu Vivificante es el que ordena el cosmos de la mezcla, y colocará a sus cinco hijos como rectores de los distintos cielos. Este es el ciclo demiúrgico.

8ª.- EL TERCER CICLO DE EMANACIONES: Una vez dispuesto el cosmos como Alma viviente, las emanaciones de la Luz piden un guía, que dirija el proceso de salvación. Y de la Luz emana el Tercer Enviado, que pone en actividad los elementos luminosos del cosmos, y ordena al Sol y la Luna que se pongan en marcha, estos serán dos símbolos importantísimos de devoción para los maniqueos, pues son los mensajeros y portadores de los elementos de la Luz redimidos, serán llamados las “Naves de la Luz”. El Tercero Enviado evoca a Columna de Gloria, Jesús Esplendor y Virgen de Luz, que tendrán sus propias emanaciones, estos dos últimos, serán el Logos y la Sophia maniqueos, que tendrán un papel eminentemente soteriológico. Pero será el Arconte de la Tiniebla quien cree al ser humano, Adán y Eva, víctimas de la concupiscencia. Aunque este ser humano lleva, por su composición, elementos de Luz, por lo que el Espíritu Viviente envía a Jesús Esplendor para que despierte al hombre de su sueño de concupiscencia.

Toda esta compleja cosmología fruto de las emanaciones de la Luz, es perseguida y combatida con saña por Agustín de Hipona, que en su juventud había sido maniqueo. En distintas obras contra maniqueos, entre las que destacan distintos escritos refutatorios de textos pilares del maniqueísmo, así como en actas de disputas, levantadas ante notario público, Agustín niega la existencia de dos principios antagónicos que coexistan, uno origen del bien, y el otro del mal. Y se lanza a explorar cuál es la naturaleza del mal, cosa que no encuentra en el conocimiento, ni en la naturaleza, reflejo de Dios, sino que reside en el libre arbitrio del ser humano. De Dios proceden todos los bienes espirituales y corporales. La naturaleza corruptible es sólo bien relativo, pero es también obra de Dios, y ahí comenzará una nueva polémica, ¿cómo es posible que si Dios es perfecto, haya creado algo imperfecto y corruptible? Agustín se convirtió en un gran opositor de los maniqueos, porque era incapaz de superar el elemento judaico legalista, lo que le obliga a confrontar la fe con el conocimiento, del que desconfía, la ley es concebida por Agustín como ciega sumisión a la omnipotencia de Dios, su entrega incondicional a la fe (credo quia absurdum) es declarado en sus confesiones, donde se deshace en encomios excesivos a Dios, con el que mantiene una relación totalmente personal. Agustín construye su teoría sobre el origen del mal, basándose en la ley divina, el componente judaico al que no puede renunciar, y el libre arbitrio de la voluntad, es decir, a aquel comportamiento que no se ajuste a la ley eterna, pues el exceso de presencia de Dios por todas partes, muestra la bondad de dios en la naturaleza, y nos obliga a negar la mezcla maniquea, en aras al principio de belleza de la creación, que además está tutelada por la atenta mirada y presencia divina, que todo lo ve y controla, y a la que el alma humana debe plegarse y ajustar el libre arbitrio de su voluntad.

Saludos,

Juan Almirall

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