viernes, 30 de abril de 2010

LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO CARISMÁTICO Y APOCALÍPTICO (5)

Pablo y la tradición gnóstico - sapiencial

Tal como hemos visto Pablo es un fariseo, que además se reconoce como tal , “educado a los pies de Gamaliel conforme a la estricta observancia de la ley de Dios” (Hech. 22: 3), lo que significa que perteneció a una escuela sapiencial de los fariseos, donde recibió su formación como judío en la estricta observancia de la ley, tal como se reconocía a los fariseos. De hecho, la palabra fariseo o “perisha” significa “el que se separa” o que se mantiene alejado de las cosas y personas impuras . Fariseos y esenios eran dos sectas judías que habían interpretado las prescripciones y reglas de vida que la Toráh impone a los sacerdotes y levitas, como reglas de vida universal, cuya estricta observancia era lo único agradable a Dios. A algunas facciones de esenios, como los de Qumrán, los llevó a aparterse de la vida mundana y alejarse de Jerusalén y su Templo, que veían como excesivamente impuros. Sin embargo, los fariseos, pese a mantenerse apartados de las cosas que consideraban impuras, se erigieron en verdaderos rabinos y maestros del pueblo, guías de los judíos, ocupando puestos importantes en las sinagogas, y tal como vimos, en el siglo I de nuestra era, muchos fariseos y rabinos de esta secta, formaban parte del alto Tribunal del Sanedrín. A esta secta judía pertenecía Pablo, y como maestro y guía espiritual de los judíos, intenta transmitirles un nuevo mensaje de salvación, sobre la resurrección de los muertos, cuestión que igualmente era objeto de las doctrinas fariseas (Hech. 23: 7-9). Esta nueva doctrina de salvación consistía básicamente en la recepción del Espíritu de la Sabiduría, tal como hemos visto en el Libro de la Sabiduría, Espíritu que Pablo identifica con el Cristo o el Mesías, que es la misma cosa, solo que en lenguas diferentes .



El estrecho vínculo de Pablo con la tradición sapiencial y la cuestión de la sabiduría divina quedan claramente planteados en el prólogo de 1 Cor. 19 y ss., que comienza con una cita de Is. 29:14: “Destruiré la Sabiduría de los sabios, y el entendimiento (sýnesin) de los inteligentes (synetôn) desecharé.” Luego el apóstol se pregunta por los sabios y la Sabiduría, entendemos que se refiere a los sabios de Israel, de los que el rey Salomón es el guía y maestro, y la Sabiduría de la tradición sapiencial judía, que experimenta importantes transformaciones, desde el más antiguo libro de Proverbios, hasta la máxima culminación de la Sabiduría como diosa hermana y esposa de Dios, en el judaísmo de Alejandría.
Más adelante (1 Cor. 1:24) Pablo identifica a “Jristòn theoû” con una “dýnamin kaì theoû sofían”. Es pues el Cristo del Dios padre, es decir el mesías o ungido de Dios, una potencia (“dýnamis”) de Dios, y la Sabiduría de Dios, en el más puro estilo filoniano, o tal como la presenta el libro alejandrino de la Sabiduría, escrito por los filósofos-sabios de Israel, la diosa Sabiduría del judaísmo egipcio, que pasa a ser encarnada por Jesucristo: Cristo Jesús se ha hecho sabiduría (egenêthe sofía) para los cristianos (1 Cor. 1:30). Pablo distingue a la dýnamis de Dios, es decir, la Sabiduría, de la sabiduría de los hombres, insistiendo en tal distinción, pues la de los hombres es locura, y la Sabiduría de Dios es dýnamis y la encarna Cristo Jesús, el Hijo, que además es un “misterio”, retomando de nuevo la terminología filoniana sobre los “misterios” e iniciaciones divinos, muy en la línea de la religiosidad pagana. Esta doble distintición entre sabiduría humana y Sabiduría divina, es equivalente a la distinción entre los hombres “pneumáticos” y los hombres carnales, pues Pablo se encuentra inmerso en la polémica de los judíos de esta época, que arrastran los crisianos, sobre la necesidad de la circuncisión en la observancia de la Ley. La visión más universalista de Pablo rechaza este precepto legal, pues el apóstol lo interpreta como una circuncisión espiritual, sin necesidad que se materialice en la carne. Por ello, Pablo distingue a los circuncidados según el Espíritu y los circuncidados según la carne, tema que es desarrollado, sobre todo en la Epístola a los romanos, la fe en Cristo abroga de esta manera la Ley, al menos en la cuestión de la circuncisión, y crea una nueva alianza con Dios por la nueva fe, que básicamente consiste en la recepción del Espíritu de Sabiduría, y la constante vivencia en la obediencia a las revelaciones del Espíritu.
“Sabiduría empero hablamos entre los perfectos (toîs teleíois), sabiduría empero no de este eón, ni de los arcontes de este eón, los que van desapareciendo; sino que hablamos de Sabiduría de Dios en mystêríô, la oculta (apokekrymménên), que predestinó Dios antes de los eones para gloria nuestra, que ninguno de los arcontes de este eón ha conocido” (1 Cor. 2:6-8), como puede verse el lenguaje de Pablo es completamente gnóstico. Y a continuación, pasa de Sofía al Pneûma, es decir, al Espíritu de Dios, que es quién sondea las cosas de Dios, quien conoce (égnôken) las cosas de Dios, está hablando claramente de una gnosis divina, es decir, de una sabiduría que es pneûma y que es Cristo Jesús. Por tanto, en este prólogo de 1 Cor. Pablo identifica al Hijo con el Espíritu y con Sofía, como portadores de gnosis. Dios, el Señor Kyríou, aparece identificado con el Noûs, en el más puro estilo del Platonismo medio de la época, encarnado, en tiempos de Pablo, sobre todo, y una vez más, por Filón de Alejandría. E igualmente, los cristianos, seguidores de las revelaciones de Pablo y los otros Apóstoles, posen el Noûs del Cristo. Lo que justificará la denominación clásica, propia de la filosofía platónica y hermética, de Cristo el Noûs, al que los autores herméticos llaman Poimandres, es decir, pastor de hombres, o en la obra apocalíptica de Hermas, directamente, Poimen, el Pastor. Lo que no hace más que continuar con la tradición judía de asociar la literatura apocalíptica con la sapiencial, a la que podemos denominar “gnóstica”, pues la literatura sapiencial, de época helenística, tiene por objeto, no solamente la fidelidad a la Ley, sino que además se interesa por el conocimiento de la verdad, lo que es fruto de la traducción griega de la palabra hebrea 'émet, que tiene un significado de “fidelidad”, por alêtheia, con un valor más epistemológico, en la Septuaginta, utilizada por Pablo y los fariseos de la Diáspora que, en general, hablaban en griego .
La conclusión más clara que se sigue de estos textos paulianos no es otra que la transmisión de una tradición sapiencial en forma de gnosis, que justifica perfectamente el carácter espiritual o pneumático de las comunidades carismáticas primitivas, que más adelante estudiaremos con detalle. La comunidad carismática es descrita igualmente en la primera Epístola a los corintios, allí Pablo nos habla de los dones que reciben las personas que han entrado en contacto directo con el Espíritu, gracias a la intercesión de los apóstoles y por tradición e imposición de manos. “Existen diversos dones, pero es el mismo Espíritu” (1 Cor. 12: 4), Pablo quiere decir con esto, que todo aquello que hacía Jesucristo, ahora lo van a hacer aquellos que han recibido su Espíritu, el Espíritu de Jesucristo, que, como ya dijimos, es Espíritu de Sabiduría. Y el primero de los dones que otorga el Espíritu de Sabiduría es “lógos sophías”, es decir, “palabra de sabiduría”, el que recibe al Espíritu recibe la gnosis, el conocimiento de la Sabiduría divina, el conocimiento de la creación; el segundo don es “lógos gnôseôs” palabra de conocimiento, por tanto, la recepción del Espíritu tiene que ver con la ciencia y la filosofía natural, es decir, con el conocimiento del cosmos, del universo. Ya dijimos que Sabiduría es el Alma del mundo, aquel misterio que los filósofos aristotélicos se empeñaban en desentrañar contemplando la naturaleza, y que los platónicos descubrían por medio de la dialéctica, es decir, por medio de la metafísica. Pablo y la tradición sapiencial judía, proponen la posibilidad de un contacto directo con el Espíritu de Sabiduría, como la manera más rápida y efectiva de conocer al Alma del mundo, de conocer el cosmos. Es por tanto, una revelación científica la que se produce por la efusión del Espíritu del Cristo en una persona. Palabra de Sabiduría y palabra de gnosis son los dos primeros dones o carismas del Espíritu, por tanto, según Pablo, el que recibe el Espíritu tiene que ser, necesariamente, un gnóstico o un espiritual. Podemos afirmar, pues, que sólo los gnósticos comprendieron efectivamente el significado de la verdadera revelación del Espíritu cristiano, tal como Pablo la presentaba.
Pero continuemos con los dones o carismas del Espíritu según 1 Cor. 12. Otro carisma es la fe “pístis” en el mismo Espíritu, el siguiente “jarísmata iamátôn” dones de curación, como el Cristo que curaba a los enfermos, los que han recibido su Espíritu pueden hacer lo mismo que él hizo; otros dones son “energêmata dynámeôn” es decir, la realización de potencias, hay cristianos que tienen poderes para hacer prodigios y milagros, al igual que el maestro; otro importante don es el de profecía, y de ahí que los cristianos incluyan igualmente las revelaciones apocalípticas de los sabios de Israel, entre los poderes que otorga su Espíritu. El cristiano también obtiene la posibilidad de discernir espíritus (diakríseis pneumátôn), aquí incluye Pablo las doctrinas demonológicas de los fariseos, de donde los gnósticos encontrarán la base cristiana para construir su mitología de los arcontes de los eones, pues, tal como hemos visto, Pablo ya hablaba de estos arcontes, que consideraba espíritus del aire malignos, identificados con los eones, que no son otra cosa que el movimiento circular de los planetas y la bóveda celeste, según las cosmologías platónicas. Un eón no es un “siglo”, son períodos de movimiento circular de las esferas u orbes planetarios, que son en total siete. Ya hemos apuntado, que la revelación de la gnosis nos aporta, principalmente un conocimiento del cosmos, del Alma del mundo. Pues bien, a los orbes planetarios se refiere Pablo cuando habla de los eones, y sus arcontes no son otra cosa que los planetas, y los demás espíritus que se mueven en dichos orbes. Y por último, el Espiritu otorga también diversidad de lenguas (génê glôssôn) e interpretación de lenguas (hermêneía glôssôn). Estos son todos los dones o carismas que otorga el Espíritu a los miembros de las ekklesias o iglesias cristianas. Se hace difícil imaginar que este sea el verdadero modelo de iglesia o asamblea cristiana, un grupo de personas reunidas en círculo, como las ekkleias o asambleas de los ciudadanos de las antiguas polis griegas, es decir, en un plano de completa igualdad, sin jerarquías, más que los apóstoles que imponen las manos y transmiten el Espíritu, pero que como son unos pocos van de aquí para allá, creando nuevas iglesias. Pues bien, en este grupo de personas cada uno recibe uno o varios de los dones del Espíritu, y forman el nuevo “Cuerpo de Cristo”. Terminamos esta epígrafe con una cita todavía más interesante que corrobora lo expuesto:

“Vosotros sois el cuerpo de Cristo (sôma Jristoû), y miembros en parte (mélê ek mérous). Y Dios puso a unos en la asamblea (ekklêsía) primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros (didaskálous), después poderes (dynámeis), después dones de curación, de asistencia (antilémpseis), de gobierno (kybernêseis), de géneros de lenguas (génê glôssôn), ¿acaso todos son apóstoles? ¿acaso todos profetas? ¿acaso todos poderes? ¿acaso todos dones de curación? ¿acaso todos hablan en lenguas? ¿acaso todos interpretan?” y termina el Apóstol Pablo con la exhortación: “¡Aspirad a los mejores dones!” (1 Cor. 12: 27-31).


(Continuará).

Juan Almirall

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