viernes, 30 de abril de 2010

LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO CARISMÁTICO Y APOCALÍPTICO (3)

La tradición sapiencial

El Antiguo Testamento es un conjunto heterogéneo de libros, que recoge lo que podríamos llamar distintas tradiciones del pueblo de Israel, en distintos momentos de su historia. Si en esencia el Pentateuco o la Torah son los libros principales del A.T., pues recogen lo que en Oriente se entiende por Ley, en un sentido tan amplio como la expresión de la actividad creadora del Dios demiurgo, no fue menos importante, la tradición profética. Una tradición que comienza con el exilio de Babilonia, y termina poco antes del período helenístico. Sin duda la literatura bíblica, también refleja los cambios que se produjeron en la cultura humana, a partir de la formación del Imperio de Alejandro, es decir, la helenización de todo el mundo conocido. Si en el ámbito de la filosofía, asistimos al cambio de la filosofía de la polis, a una filosofía más cosmopolita, influida, sobre todo, por las concepciones lógicas y epistemológicas de Aristóteles, en el estoicismo, en el ámbito de la producción literaria judía, vemos como gana terreno un tipo de literatura de carácter sapiencial. Esta literatura sapiencial es, de alguna manera, equivalente a la literatura filosófica de los griegos, y podemos añadir de los latinos, al menos desde Cicerón.



El objeto central de la literatura sapiencial es la Sabiduría. Un concepto bastante próximo al griego: Filosofía, lo que sucede es que en el ámbito cultural de los judíos, esta “filosofía” sapiencial estaba fuertemente tintada de elementos religiosos, o más bien “legales”, en el sentido que para los judíos tenía la Ley. Por tanto, el componente ético, al igual que las escuelas helenísticas, tenía un gran protagonismo en el seno de esta Sabiduría judía. Por tanto, el componente ético que se desprende de una interpretación “legalista” de la Escritura, es el tema principal de la literatura sapiencial, que además tiene una evidente dimensión soterológica, dado que la salvación se encuentra reservada para aquellos que observan la Ley con seriedad y rigor. Esta dimensión ética, coincide con el planteamiento de las escuelas filosóficas desde su origen, y desde luego con las escuelas filosóficas helenísticas, como la estoica. En palabras de P. Hadot: “nunca hay ni filosofía ni filósofos fuera de un grupo, de una comunidad, en una palabra, de una “escuela” filosófica y, precisamente, esta última corresponde entonces ante todo a la elección de cierta manera de vivir, a cierta elección de vida, a cierta opción existencial, que exige del individuo un cambio total de vida, una conversión de todo el ser y, por último, cierto deseo de ser y de vivir de cierto modo. Esta opción existencial implica a su vez una visión del mundo, y la tarea del discurso filosófico será revelar y justificar racionalmente tanto esta opción existencial como esta representación del mundo” . Por ello junto a una dimensión ética, es decir, una determinada manera de vivir conforme a unas reglas adoptadas por el grupo o la escuela, se encuentra una determinada cosmovisión, que justifica la elección de la regla de vida. En el caso del judaísmo ello es claramente así por razones religiosas, la Ley es la regla de vida dada por Dios, por tanto, no se trata de una opción escogida libremente por el individuo, sino que se trata de la razón de ser de la religión judía: obediencia y temor de Dios, como únicas vías soterológicas. En definitiva la salvación es lo que realmente preocupaba al individuo, emancipado de la polis, y que busca su papel en el nuevo cosmos, surgido del Imperio de Alejandro. Por tanto, la cuestión central del judaísmo sapiencial que toma forma en el mundo helenístico, es la dimensión ética, el posicionamiento del individuo frente a la Ley divina, pero además, comienza a introducirse un discurso teórico y filosófico sobre la cosmovisión de los sabios judíos, que, no perdamos de vista, trae igualmente causa de la Torah, en particular del relato sobre la Creación, que es obviamente, una cuestión de primer orden en el ámbito teórico-filosófico. La filosofía nace precisamente como respuesta a la pregunta por el arjê o principio del cosmos, a lo que los judíos responden con la doctrina del Génesis: la actividad creadora de un único Dios, que además, gobierna el cosmos desde el origen. Una doctrina, con ciertos paralelismos al estoicismo, sobre todo en la cosmovisión dualista, de un mundo regido por el Lógos, es decir, por la razón o palabra, que ordena y gobierna sobre la marcha del cosmos.
La literatura sapiencial define la Sabiduría como un conocimiento, o una gnosis, sobre el cosmos que rodea al hombre y que revela la actividad demiúrgica y la propia ley divina, en Sab. 7, 17-22: “Que Él fue quien me dio conocimiento (gnosis) auténtico de los seres para saber la trabazón del cosmos y la actividad de los elementos; el comienzo, el final y el medio de los tiempos, las alteraciones de los solsticios y los cambios de estación, los ciclos del año y las posiciones de los astros, la naturaleza de los animales y la bravura de las fieras, la violencia de los espíritus y los razonamientos de los hombres, las variedades de plantas y las virtualidades de las raíces, todo lo que existe, oculto o manifiesto conocí; ya que la Sabiduría, artífice de todo, me lo enseñó” . En esta enumeración tenemos una clara definición de la “gnosis” sapiencial, revelada por la Sabiduría al sabio judío. Como puede verse coincide, en términos generales, con el objetivo de la actividad “teorética” o contemplativa, que propone Aristóteles a lo largo de su extensa obra científica. La diferencia, sin embargo, entre la actividad de Aristóteles y el conocimiento de los sabios judíos, es que el primero dedica su vida a la observación de la naturaleza, e intenta desentrañar sus misterios a fuerza de su razonamiento y capacidad analítica, mientras que los sabios judíos, como en general muchos otros sabios, buscan la conexión directa con el Espíritu de la Sabiduría, para que sea Él mismo quien revele los misterios del cosmos, pues el contacto con el instrumento de la Creación, facilita el camino al conocimiento. Gnosis es pues un conocimiento científico fruto del contacto directo con el Creador o su instrumento, la Sabiduría, que por influencia helenística tiene forma de Espíritu, de pneûma, es decir, aliento o exhalación de la boca de Dios.
Por tanto, los elementos característicos de esta literatura sapiencial son: a) una Gnosis, que es fruto del contacto con el Espíritu de la Sabiduría; b) el Espíritu o pneûma, que es esencial en la filosofía de los estoicos, y que se trata de una sustancia intermediaria entre el Fuego que es Logos, y el alma, y que en algunos textos es identificado con un ángel ; c) la Sabiduría como hipóstasis, es decir, personificada, hasta el punto de ser considerada concubina de Dios ; d) el Lógos que es palabra creadora, e igualmente Espíritu divino, y que por tanto, aparece en muchas ocasiones plenamente identificado con la Sabiduría, aunque no será hasta Filón de Alejandría, que aparezca una tríada formada por el Noûs, la Sabiduría como su compañera femenina y el Lógos, una potencia o dýnamis de Dios, el Padre, y que será literalmente considerado el Hijo de Dios; e) el Noûs o Intelecto paterno, Dios padre, el creador de todo por medio de sus instrumentos. Todos ellos son obviamente términos propios de la filosofía, por lo que no es difícil comprender que, en el medio helenístico la sabiduría judía fuera considerada una propuesta filosófica más, de hecho el uso de estos conceptos filosóficos es fruto de la traducción de la Biblia de los Setenta, que era utilizada por prácticamente todo el judaísmo de la Diáspora, que en su mayoría hablaba el griego e ignoraba el hebreo y el arameo, la primera lengua vernácula del pueblo de Israel, que se utilizaba sobre todo en medios religiosos en la ciudad de Jerusalén, y la segunda, el arameo que se hablaba sobre todo en el área geográfica de Palestina. En toda la Diáspora, y sobre todo en las grandes capitales culturales de la época: Alejandría, Roma, Atenas, Antioquia, etc., se podía acceder a la Biblia de los LXX en griego y a la literatura sapiencial, algunos de cuyos libros habían sido escritos directamente en griego. Por su parte los sabios judíos se agruparon en escuelas, a la manera de las escuelas filosóficas , el propio Flavio Josefo compara, en su autobiografía Vita 12, a los fariseos con los estoicos, a los saduceos con los epicúreos y a los esenios con los pitagóricos. Más allá de los paralelismos que este autor consigue identificar, está la cuestión de cómo se agrupaban los grupos testimoniados de judíos, con anterioridad a la destrucción del Templo, dichas agrupaciones revestían una forma escolástica similar a la de las escuelas de filosofía, donde un grupo de discípulos se reunían en torno a un maestro, cuyas lecciones seguían, a menudo en el domicilio mismo del maestro, o bien en alguna institución como la Academia ateniense o en las aulas del Museo y el Serapeo de Alejandría. Lo lógico es pensar que los maestros y sabios del judaísmo, encontraran en algún espacio de la sinagoga el lugar más indicado para enseñar a sus discípulos. Paradigmática de esta tradición escolástica rabínica es la Escuela de Rabí Hillel, que mantuvo una polémica dogmática sobre la interpretación de la Ley con la Escuela de Rabí Shamai, aunque estos rabinos, probablemente fariseos, disputaban en hebreo. Discípulo de Hillel fue Gamaliel , de quien Pablo, en Hech. 22.3, dice que fue su discípulo .
La tradición sapiencial introduce una segunda interpretación de la Biblia, que ya no es puramente legalista, sino que es alegórica, es decir, sapiencial o filosófica. El máximo representante de los exégetas alegóricos de la Torah es sin duda Filón de Alejandría, que fue miembro de una escuela sapiencial consagrada a la interpretación alegórica, de la que nos habla Eusebio de Cesarea . El autor cristiano de finales del siglo III y principios del IV, que da testimonio de una escuela de las sagradas letras (didaskaleíou tôn hierôn lógôn) que existía desde antiguo, y que con toda seguridad era la escuela alegórica de los judíos alejandrinos, donde trabajó Filón, la huella de este autor en Clemente y sobre todo Orígenes, padres de la teología alegórica cristiana, es incuestionable. Por lo que los teólogos alejandrinos cristianos fueron continuadores de la tradición sapiencial de la escuela alegórica de los judíos que vivían en Alejandría.
Esta tradición tiene su origen en el libro de los Proverbios, obra difícil de datar, pero cuya última redacción debió finalizarse en el siglo IV o III a.C. , es una obra atribuida al rey Salomón, que es el sabio por excelencia y referente para el resto de las obras sapienciales, sobre todo de la siguiente gran obra de la tradición sapiencial: el libro de Qohelet, conocido también con el nombre de Eclesiastés. Otras dos obras sapienciales tardías, escritas en Egipto, y que tendrán un valor excepcional para la conformación del pensamiento gnóstico, heredero de la tradición sapiencial, son: Sabiduría de Jesús Ben Sira, más conocido con el nombre de Eclesiástico, y el libro de la Sabiduría, que junto con la obra de Filón de Alejandría, forman el conjunto de literatura filosófico-sapiencial judío alejandrina, que fue rechazada con posterioridad por la tradición rabínica talmúdica, que se impuso, a finales del siglo I, tras el llamado Sínodo de Yamnia/Yabne, donde se rechazó toda la literatura claramente diferenciable del canon bíblico en lengua hebrea, y que desterró del judaísmo oficial toda la literatura escrita en griego.
En la tradición sapiencial se distingue un grupo de textos, en su mayoría apócrifos, denominados “apocalipsis”. La literatura apocalíptica forma parte de esta tradición, pues persigue el mismo objetivo, a saber, una gnosis o conocimiento sobre el mundo, concretamente en su momento escatológico o final, que se diferencia sustancialmente de los Profetas, pues son sabios, como Daniel, Henoc o Esdrás, los que revelan, no ya el destino de la nación, sino la parte oculta del cosmos, los designios de Dios para el final de los tiempos, y el final de los Imperios. El sabio apocalíptico interpreta sueños, tiene visiones y dispone del don de profecía, como herramientas de esa gnosis revelada por el Espíritu de Sabiduría. El don de la videncia y de la profecía apocalíptico se trata aquí de un “carisma” o gracia recibida del Espírtu, en la persona de un sabio , “Dios concedió a aquellos cuatro muchachos conocimiento e inteligencia en toda escritura y sabiduría, y Daniel entendía toda suerte de visiones y sueños” (Dan. 1:17). Sabiduría e inteligencia para poder comprender toda ciencia, que procede de Dios, por medio de la cual fue creado el mundo, esta es la gnosis de los sabios, que además están dotados de noûs, es decir, de inteligencia, cuestión que es una constante en toda la tradición platónica, sobre todo, a partir de Filón de Alejandría, y que veremos en otros autores del Platonismo Medio, como son Plutarco de Queronea o Numenio de Apamea, y en importantes obras orientalizantes como son los Oráculos Caldeos y el Corpus Hermeticum egipcio . Libros apocalípticos son Daniel, el libro apócrifo de Henoc, o Esdras IV, pero a esta misma tradición y con elementos simbólicos muy semejantes, encontramos los apocalipsis cristianos de Juan, el Pastor de Hermas o la Ascensión de Isaías, en todos ellos vemos a un ángel acompañar al vidente a lugares del cosmos no accesibles a los simples mortales, o a momentos escatológicos donde se revela el Hijo del hombre, en la forma de un anciano revestido de blancos ropajes, distintos monstruos que representan los Imperios y su destrucción, etc. En el Pastor el ángel de la revelación es llamado Miguel, el Arcángel, que es el Lógos, el Hijo de Dios ; mientras que en la Ascensión de Isaías el ángel enviado es el Espíritu Santo de Dios, que eleva al profeta por los siete cielos, en los cuales puede observar la gloria del Hijo de Dios, que todavía ha de venir, pues la visión del profeta se sitúa siglos antes del nacimiento de Jesús en la tierra, por ello el autor escoge a Isaías como el vidente adecuado para su apocalipsis.
La literatura sapiencial abarca un amplio arco de tiempo, desde principios del siglo IV hasta los primeros años de nuestra era. Lo que sí que es incuestionable es que dicha literatura coincide con la época del llamado segundo Templo, es decir, desde la reconstrucción del Templo, aproximadamente, en el año 445 a.C., hasta la destrucción del mismo, en el año 70 de nuestra era. Vemos por tanto, que esta nueva literatura, se suma a la más antigua literatura profética y a la Torah, aportando un nuevo valor a la cultura del pueblo judío: la sabiduría. Un nuevo valor que le permitirá la integración en el universo multicultural del helenismo, donde la sabiduría de Israel tendrá algo que aportar a la búsqueda del conocimiento y del comportamiento de vida ético, que tanto preocupaba a los filósofos helenistas.
El primer libro con el que podríamos comenzar a agrupar la literatura didáctica o sapiencial es el libro de Job, aunque los biblistas difieren sobre la categoría concreta de este libro, donde se mezclan diversos estilos y tendencias. Pero es evidente que integra gran cantidad de contenidos propios de la tradición sapiencial, e incluso encontramos claras definiciones de la Sabiduría y de los sabios. Su datación oscila en torno a comienzos del siglo IV a.C., y el lugar de composición preferiblemente Palestina. El libro de los Proverbios es una colección de lo más variopinta, sin una clara estructura, que vendría a ser una recolección de proverbios de distintas épocas de los sabios de Israel. Hoy en día se sabe que algunos de estos proverbios son tomados de otras culturas del entorno, como sería la literatura sapiencial egipcia o asirio-babilónica. Para su datación se toman los proverbios que tienen una influencia claramente greco-helenística, que determinan el terminus a quo para la redacción final del libro a finales del siglo IV a.C. El Eclesiastés lleva por título original Palabras de Qohélet, hijo de David, rey de Jerusalén. El libro está atribuido al sabio por excelencia: el Rey Salomón, Qohélet, o el que congrega a la asamblea (de ahí el nombre griego: ekklesiastes). Los biblistas no se ponen de acuerdo ni en la fecha ni en el lugar de composición, aunque parece que la opinión dominante es que fue escrito en la segunda mitad del siglo III a.C. en Jerusalén.
El libro de Daniel no es un libro profético, sino apocalíptico, pues Daniel no es propiamente un profeta, sino un sabio, de la misma categoría de sabios que los autores de la literatura didáctica, como Qohélet o Sabiduría. A estos sabios se les acostumbra a relacionar con visiones y revelaciones (apokálypsis). Su fecha de composición es 167 – 164 a.C. y como autor, un judío desconocido de Jerusalén, escrito en arameo imperial y hebreo tardío, con préstamos del persa y del griego. El Eclesiástico o Sabiduría de Jesús ben Sira, escrito en lengua griega, está datado en el año 132 a.C., y es de origen egipcio, si bien supuestamente traduciría una obra un poco más antigua, escrita en hebreo en Jerusalén. El libro de la Sabiduría, igualmente escrito en griego, probablemente por varios autores, fue compuesto entre los años 100 a.C. y 40 de nuestra era; el origen también podría ser Alejandría.
Los libros sapienciales recogen la sabiduría de los sabios de Israel. Estos sabios formaron sus propias escuelas con sus propias concepciones y conocimientos, sobre todo en la época postexílica del segundo Templo, a la que se corresponde la mayoría de estos libros. De hecho tenemos textos que abiertamente se contradicen, por ejemplo, “todo procede del polvo y todo retorna al polvo” de Eclesiástico 3:20, que parece negar la vida eterna, tal como lo afirmaba la secta de los saduceos, frente al destino de los justos que propone Sabiduría 5:15, “los justos en cambio viven para siempre, su sueldo está en el Señor, y el cuidado de ellos junto al Altísimo”, tal como afirmaba la secta de los fariseos. Pablo conocedor de las distintas tendencias y doctrinas entre los judíos de su época, cuando intentaron juzgarle en el Sanedrín, suscita una gran polémica doctrinal, conociendo las distintas facciones que en aquel alto tribunal existían: “Dándose cuenta Pablo de que una parte era de saduceos y otra de fariseos, gritó en el sanedrín: “¡Hermanos! Yo soy fariseo, hijo de fariseos. Y estoy siendo juzgado por esperar la resurrección de los muertos”. Cuando él dijo esto se produjo un altercado entre los fariseos y saduceos y se dividió aquella muchedumbre, pues los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo eso. Se armó un griterío enorme…” (Hech. 23:6-9). Pablo, además de demostrar una gran inteligencia ante el Sanedrín, afirma con claridad su condición de fariseo, hacia el final de su vida. De hecho tal condición le permitió dirigirse a los judíos en todas las sinagogas de la Diáspora a las que visitó, en su viaje apostólico. Pablo era un sabio de la secta de los fariseos, que tenía su propia sabiduría. Lo que sin duda se apoya en la heterogénea concepción de la sabiduría que aparece en los distintos libros didácticos y sapienciales.
Los primeros sabios de Israel fueron los reyes y los consejeros de la corte. Toman como patrón al legendario Rey Salomón, al que le atribuyen la mayoría de los libros sapienciales. De hecho “hakam”, que se traduce por “sabio”, denota un conocimiento técnico, más de un experto, que de un filósofo . De manera que, antes de la formación de escuelas de sabios, éstos no eran otra cosa que peritos adscritos a la corte y a funciones de administración, a los que se les requería un determinado conocimiento, un sabio de este tipo es Daniel, cuya sabiduría, que incluían las visiones y la interpretación de los sueños reales, le valió el cargo de señor de la provincia y jefe de los magos de Babilonia . Sin duda estos eran los primeros sabios, o al menos los sabios legendarios, cuya tradición se crea en estos libros sapienciales. Sin embargo, en la época en la que se redactaron estos libros, los sabios son otra cosa muy diferente, se trata de miembros muy honorables y muy estudiosos de la Torah y de los Profetas, muchos de ellos, como los filósofos griegos, directores de sus propias escuelas, de hecho, estos sabios postexílicos son verdaderos rabinos, maestros de sabiduría, e interpretes de la Ley y los Profetas. El caso más paradigmático, tal como hemos dicho, es el del rabino Hillel (110 a.C.- 10 d.C., según la tradición que asegura que el sabio vivió 120 años), fundador de una escuela talmúdica en Babilonia y Jerusalén. Hillel es el prototipo de sabio de Israel de la época postexílica del segundo Templo, cuya sabiduría ya nada tiene que ver con los conocimientos precisos de un rey y sus cortesanos, sino que se trata de una verdadera filosofía, un conocimiento de las normas de vida prescritas en la Ley y los Profetas, en definitiva, un verdadero interprete de la Torah. Pero, entre el técnico cortesano y el gran sabio Hillel, encontramos muchas otras personas que podían recibir el apelativo de sabios, por sus profundos conocimientos bíblicos y por su comportamiento de vida ético, ajustado a las prescripciones de la Ley. Estos sabios fueron los que recolectaron proverbios y máximas sapienciales, no solo de su propia tradición, sino que también de otros pueblos del entorno, y las publicaron en sus libros didácticos, que tenían precisamente una función pedagógica y de instrucción en la vida de todo judío temeroso de Dios.


(Continuará).

Juan Almirall

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