A continuación iré colgando una serie de artículos que integran un breve trabajo sobre el origen del Cristianismo carismático y apocalíptico, que debía acompañar un trabajo más amplio sobre Prisciliano y el Priscilianismo. Nuestro famoso hereje, decapitado en Tréveris, en el año 385, fundó una comunidad carismática y apocalíptica, con algunos puntos en común con la Iglesia de Corinto que conoció el Apóstol Pablo, y que combatieron Clemente e Ignacio de Antioquía. Este tipo de Cristianismo hunde sus raices en una tradición muy antigua, que tiene su origen en el Judaísmo. No se si finalmente la obra general sobre Prisciliano se llegará a publicar, pero como el trabajo lo escribí con objeto de que fuera leído, ahí lo dejo, espero que sea de vuestro interés.
Introducción: las comunidades carismáticas y apocalípticas priscilianistas.
Prisciliano despliega su actividad literaria y apostólica aproximadamente durante los años 360 y 380 de nuestra era. Son años en los que el Imperio Romano comienza su proceso de cristianización, con el paréntesis de tres años del emperador pagano Juliano, que culmina con el edicto de Teodosio, declarando la fe de Nicea religión oficial del Imperio, y comenzando la persecución de todas las herejías que se opusieran a dicha fe. Los antiguos cultos paganos y sus prácticas mágicas, comenzarán a ser perseguidas, los grandes Templos consagrados a los antiguos dioses serán destruidos y saqueados, y se retirará el famoso altar de la Victoria del Senado romano. Muy lejos quedan ya las disputas provocadas por la herencia judía sapiencial, que tuvieron lugar en los siglos I y II, y que veremos con más detalle a continuación, pues, pese al establecimiento de una fe niceana para todo el Imperio, existían todavía muchas doctrinas disidentes, fruto de las distintas etapas recorridas por el Cristianismo, hasta su definitivo establecimiento en una unificada y soberana fe. Aunque la pretendida unidad del Imperio y su única Iglesia era totalmente quimérica, pues no se consiguió poner fin a las disputas teológicas, ya que una fe construida sobre la base de la especulación, como lo era la fe de Nicea, no podía jamás dejar de generar problemas teológicos, pues dicha fe se apoyaba en algo tan relativo y opinable como era ciertas doctrinas de la filosofía griega. Aunque en el campo de la religión judeo-cristiana tampoco existe un terreno firme.
Los maestros de sabiduría del Judaísmo porstexílico construyeron un tipo de religiosidad, basado en la gnosis, el conocimiento revelado, que contemplaba la sabiduría del cosmos y la profecía. Esta experiencia religiosa, mucho más sólida que las construcciones teológicas del siglo IV en adelante, también experimentó las alteraciones propias de una fe viva, una fe permeable al entorno, y así nos encontramos con una Sabiduría divina a imagen y semejanza de la diosa pagana y sincrética Isis. Esta Sabiduría divina será venerada por los sabios judíos de Alejandría, como Filón o el autor del libro de la Sabiduría, y se identifica plenamente con el Espíritu de Dios Padre, y será precisamente a este Espíritu al que se referirá el Apóstol Pablo, que combina la revelación mesiánica del cristianismo con la tradición sapiencial heredada de la Escuela de los Fariseos, a la que pertenecía, tal como declaró ante el Sanedrín (Hechos 23). La visión espiritual de Pablo ocasionó importantes disensiones en el seno de las primeras iglesias cristianas en los siglos I y II. El Espíritu de Sabiduría que repartía sus dones o carismas entre los miembros de las distintas iglesias (o asambleas de cristianos) se encuentra en el origen del cristianismo carismático, que se negó a aceptar la unidad jerárquica de una Iglesia unificada y católica, así como del cristianismo mistérico, representado por las diversas comunidades y escuelas gnósticas, y finalmente por el maniqueísmo del siglo IV.
Sea cierto o no que Prisciliano fue discípulo de un maestro gnóstico de Alejandría, se comprende porqué fue acusado de gnóstico y maniqueo, pues ambas corrientes tenían una filiación común en un concepto más amplio, cual es el cristianismo carismático, inspirado en la primera carta de Pablo a los corintios. Corinto fue la comunidad carismática por excelencia, llena de profetas y personas inspiradas que hablaban lenguas extrañas y emitían sonidos ininteligibles. En el siglo IV, en la Iglesia Imperial, algo así ya no se recordaba, por lo que sólo podía ser considerado magia pagana o brujería, que precisamente el propio Prisciliano rechazaba abiertamente. Sin embargo, el movimiento priscilianista era un movimiento apocalíptico y escatológico, anacrónico a la manera de los movimientos carismáticos y gnósticos de los siglos I y II, que detentaban una gnosis, un conocimiento del cosmos, de su origen y su final escatologicos. Todo esto formaba parte de una gnosis, como la que en Alejandría tanto afanaba en encontrar las escuelas de filósofos peripatéticos, sin embargo, la diferencia con estos es que esta gnosis judeo-cistiana procede directamente del Espíritu de la Sabiduría, es decir, era una gnosis revelada, mientras que la gnosis de los filósofos aristotélicos procedía de la contemplación paciente del cosmos. Sin duda se trataba de un mismo objetivo: el conocimiento del cosmos, pero de distintos medios: la revelación en el caso de los sabios judíos y cristianos, y la contemplación científica por parte de los filósofos.
Prisciliano no es subordinacionista como los arrianos y los origenistas, los movimientos heréticos de la época, mantiene la confusión pauliana entre Espíritu de Sabiduría y Jesucristo, lo que oculta una cierta negación de la idea trinitaria, por más que se hable de Padre, Hijo y Espíritu, una negación que procede del mesianismo judío de Pablo, que identifica al Espíritu de Sabiduría con Jesucristo, el Hijo, el Mesías, que Filón de Alejandría había colocado en un segundo plano, como una “potencia”.
No vamos a entrar en este capítulo en las doctrinas priscilianistas, pues nuestro objetivo es mostrar el origen de la tradición profética en la que se fundamenta el priscilianismo, una tradición que arranca de muy antiguo, claramente pre-cristiana, fue recogida por Pablo en sus epístolas. Se trata de una tradición primigeniamente judía, pero que sufre progresivas transformaciones, sobre todo, debido a distintos procesos de helenización. Y que los obispos hispanos y demás contemporáneos de Prisciliano no supieron ubicar, pues ya no les quedaba el recuerdo de los conflictos que a finales del siglo I y principios del II había provocado la tradición espiritual que presentaba Pablo en la primera carta a los corintios, y que tan bien se describe en los Hechos de los Apóstoles, donde los primeros cristianos recibían al Espíritu del Cristo por transmisión directa de los apóstoles y profetas.
(Continuará).
Juan Almirall
Prisciliano despliega su actividad literaria y apostólica aproximadamente durante los años 360 y 380 de nuestra era. Son años en los que el Imperio Romano comienza su proceso de cristianización, con el paréntesis de tres años del emperador pagano Juliano, que culmina con el edicto de Teodosio, declarando la fe de Nicea religión oficial del Imperio, y comenzando la persecución de todas las herejías que se opusieran a dicha fe. Los antiguos cultos paganos y sus prácticas mágicas, comenzarán a ser perseguidas, los grandes Templos consagrados a los antiguos dioses serán destruidos y saqueados, y se retirará el famoso altar de la Victoria del Senado romano. Muy lejos quedan ya las disputas provocadas por la herencia judía sapiencial, que tuvieron lugar en los siglos I y II, y que veremos con más detalle a continuación, pues, pese al establecimiento de una fe niceana para todo el Imperio, existían todavía muchas doctrinas disidentes, fruto de las distintas etapas recorridas por el Cristianismo, hasta su definitivo establecimiento en una unificada y soberana fe. Aunque la pretendida unidad del Imperio y su única Iglesia era totalmente quimérica, pues no se consiguió poner fin a las disputas teológicas, ya que una fe construida sobre la base de la especulación, como lo era la fe de Nicea, no podía jamás dejar de generar problemas teológicos, pues dicha fe se apoyaba en algo tan relativo y opinable como era ciertas doctrinas de la filosofía griega. Aunque en el campo de la religión judeo-cristiana tampoco existe un terreno firme.
Los maestros de sabiduría del Judaísmo porstexílico construyeron un tipo de religiosidad, basado en la gnosis, el conocimiento revelado, que contemplaba la sabiduría del cosmos y la profecía. Esta experiencia religiosa, mucho más sólida que las construcciones teológicas del siglo IV en adelante, también experimentó las alteraciones propias de una fe viva, una fe permeable al entorno, y así nos encontramos con una Sabiduría divina a imagen y semejanza de la diosa pagana y sincrética Isis. Esta Sabiduría divina será venerada por los sabios judíos de Alejandría, como Filón o el autor del libro de la Sabiduría, y se identifica plenamente con el Espíritu de Dios Padre, y será precisamente a este Espíritu al que se referirá el Apóstol Pablo, que combina la revelación mesiánica del cristianismo con la tradición sapiencial heredada de la Escuela de los Fariseos, a la que pertenecía, tal como declaró ante el Sanedrín (Hechos 23). La visión espiritual de Pablo ocasionó importantes disensiones en el seno de las primeras iglesias cristianas en los siglos I y II. El Espíritu de Sabiduría que repartía sus dones o carismas entre los miembros de las distintas iglesias (o asambleas de cristianos) se encuentra en el origen del cristianismo carismático, que se negó a aceptar la unidad jerárquica de una Iglesia unificada y católica, así como del cristianismo mistérico, representado por las diversas comunidades y escuelas gnósticas, y finalmente por el maniqueísmo del siglo IV.
Sea cierto o no que Prisciliano fue discípulo de un maestro gnóstico de Alejandría, se comprende porqué fue acusado de gnóstico y maniqueo, pues ambas corrientes tenían una filiación común en un concepto más amplio, cual es el cristianismo carismático, inspirado en la primera carta de Pablo a los corintios. Corinto fue la comunidad carismática por excelencia, llena de profetas y personas inspiradas que hablaban lenguas extrañas y emitían sonidos ininteligibles. En el siglo IV, en la Iglesia Imperial, algo así ya no se recordaba, por lo que sólo podía ser considerado magia pagana o brujería, que precisamente el propio Prisciliano rechazaba abiertamente. Sin embargo, el movimiento priscilianista era un movimiento apocalíptico y escatológico, anacrónico a la manera de los movimientos carismáticos y gnósticos de los siglos I y II, que detentaban una gnosis, un conocimiento del cosmos, de su origen y su final escatologicos. Todo esto formaba parte de una gnosis, como la que en Alejandría tanto afanaba en encontrar las escuelas de filósofos peripatéticos, sin embargo, la diferencia con estos es que esta gnosis judeo-cistiana procede directamente del Espíritu de la Sabiduría, es decir, era una gnosis revelada, mientras que la gnosis de los filósofos aristotélicos procedía de la contemplación paciente del cosmos. Sin duda se trataba de un mismo objetivo: el conocimiento del cosmos, pero de distintos medios: la revelación en el caso de los sabios judíos y cristianos, y la contemplación científica por parte de los filósofos.
Prisciliano no es subordinacionista como los arrianos y los origenistas, los movimientos heréticos de la época, mantiene la confusión pauliana entre Espíritu de Sabiduría y Jesucristo, lo que oculta una cierta negación de la idea trinitaria, por más que se hable de Padre, Hijo y Espíritu, una negación que procede del mesianismo judío de Pablo, que identifica al Espíritu de Sabiduría con Jesucristo, el Hijo, el Mesías, que Filón de Alejandría había colocado en un segundo plano, como una “potencia”.
No vamos a entrar en este capítulo en las doctrinas priscilianistas, pues nuestro objetivo es mostrar el origen de la tradición profética en la que se fundamenta el priscilianismo, una tradición que arranca de muy antiguo, claramente pre-cristiana, fue recogida por Pablo en sus epístolas. Se trata de una tradición primigeniamente judía, pero que sufre progresivas transformaciones, sobre todo, debido a distintos procesos de helenización. Y que los obispos hispanos y demás contemporáneos de Prisciliano no supieron ubicar, pues ya no les quedaba el recuerdo de los conflictos que a finales del siglo I y principios del II había provocado la tradición espiritual que presentaba Pablo en la primera carta a los corintios, y que tan bien se describe en los Hechos de los Apóstoles, donde los primeros cristianos recibían al Espíritu del Cristo por transmisión directa de los apóstoles y profetas.
(Continuará).
Juan Almirall
4 comentarios:
sigo leyendo...
Qusiera saber- si es que es posible averiguarlo, por qué Clemente Máximo, emperador que sentencia a muerte a Prisciliano, después de hacerlo decapitar, envía a San Martin de Mondoñedo (antiguo MOnasterio Máximo) a "comisarios" que combatan el priscilianismo...¿Qué había allí?
Ignoro quien es este tal Martín de Mondoñedo. Pero sí parece cierto que Máximo envía a Hispania "comisarios" en busca de priscilianistas con el interés, según opinión más extendida, de confiscar los bienes del mayor número posible de personas. Según parece los motivos de Máximo en todo el proceso priscilianista es el de recaudar fondos para su inminente defensa militar y limpiar públicamente su imagen de usurpador restaurando la ortodoxia que el priscilianismo parecía amenazar. Parece que se envió un tribunal inquisitorial que llegó a cobrarse una vida. Afortunadamente la cosa duró poco tiempo; la intervención de Martín de Tours u la de Ambrosio de Milán entre otras, y la posterior derrota ante Teodosio que de alguna forma restableció la memoria de los ajusticiados, evitaron males mayores. Un saludo!
Martin de Mondoñedo realmente fue Martin obispo de Dumio, enviado por Justiniano para cristianizar a los suevos. En el siglo VIII desaparece el antiguo obispado de Britonia,cerca de Foz (fundado por cristianos de Bretaña, Inglaterra, en el siglo V)Se unen los obispados de Dumio(Braga) y Britonia lo que dará lugar posteriormente a la magnífica iglesia románica de san Martín de Mondoñedo,en Foz. Y más adelante a la actual del mismo Mondoñedo
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