Los symbola que recibían
los acusmáticos: “La filosofía de los acusmáticos consiste en
sentencias indemostrables y sin argumentación: “así deben practicarse”. Y las
demás, que fueron pronunciadas por él, intentan conservarlas como enseñanzas
divinas. Y no pretenden hablar por sí mismos ni que se deba hablar, sino que
asumen que, entre ellos, los que posean mayor número de sentencias están mejor
dotados para la sabiduría. Todas las sentencias así llamadas se dividen en tres
clases: la primera, en efecto, corresponde a la pregunta “¿Qué es?” (tí
esti), la segunda “¿Qué es en más alto
grado?” (tà dè tí málista), la
tercera “¿Qué se debe hacer o no hacer?” (tà dè tí deî práttein ê mê
práttein). Tales eran, pues, las
sentencias, como, por ejemplo, de la primera clase, “¿Qué son las islas de los
bienaventurados?, el sol y la Luna”, “¿Qué es el oráculo de Delfos? La
tetratkýs”; “¿Qué es exactamente la armonía de las Sirenas?”. En cuanto a las
de “¿Qué es en más alto grado?”, por ejemplo, “¿Qué es lo más justo? Hacer
sacrificios”; “¿Qué es lo más sabio? El número y, en segundo lugar, lo que pone
denominaciones a las cosas”. Así: “¿Qué es lo más sabio entre nosotros? La
medicina.”; “¿Qué es lo más bello? La armonía”; “¿Qué es lo más poderoso? El
pensamiento (gnômê)”. “¿Qué es lo más
valioso? La felicidad”. “¿Cuál es el dicho más verdadero? Que los hombres son
malvados” (…) Éstas y otras de este
tipo son las sentencias de esta segunda categoría. En efecto, cada una de ellas
responde especialmente al modelo “¿Qué es en más alto grado?”. Y esta sabiduría
es la misma que la llamada de los siete sabios. Pues tampoco aquéllos
investigaban qué es el bien, sino qué lo es especialmente (…) En cuanto a las sentencias del tercer tipo
que plantean “qué se debe hacer o no se debe hacer” son de esta clase. Por
ejemplo, “Es necesario procrear” (pues hay que dejar en nuestro lugar
cuidadores de la divinidad) o “Es necesario, en primer lugar, calzarse el pie
derecho” o bien “No hay que caminar por los caminos que transita la gente”, “Ni
meter la mano en un recipiente de agua lustral”, “Ni bañarse en un baño público”. En todos
estos casos, en efecto, no se sabe si los usuarios comunes son puros.” (V.P. 82 – 83).
Más adelante
Jámblico comentará que el sistema de enseñanza más frecuente de los pitagóricos
era el de los símbolos, haciendo una clara alusión a las prácticas sagradas de
los egipcios. Estos sýmbola son
también parte de la enseñanza egipcia. Además de los jeroglíficos sagrados, los
sýmbola son sentencias que
determinan, sin mucho razonamiento, forma de actuar con respecto a lo divino, y esto es un rasgo importante y
destacable de este tipo de enseñanzas. Se tratan todas ellas de prescripciones
religiosas, sobre pureza, y sobre los misterios de la religión, en un sentido
amplio. Piénsese que Jámblico vive la época final del paganismo, caracterizada
por un gran sincretismo religioso, y por tanto, rescata distintas
prescripciones de diferentes tradiciones y costumbres religiosas.
En el Protréptico, a partir del capítulo 21 y
hasta el final, se dedica a comentar y explicar treinta y nueve símbolos, como
los que ha ido citando en los capítulos 82 a 86 de la V.P., por lo que debían tener una gran importancia en la propuesta
sobre el modo de vida de los pitagóricos, y su admirada piedad. Sin embargo,
más parecen una serie de reglas y votos propios de la religiosidad egipcia, que
como reconoce Jámblico estaba basada en estos símbolos. Como todas las sociedades
secretas, los pitagóricos guardaban un riguroso silencio sobre los misterios
divinos que aprendían en la escuela, y “emplearon
modos secretos para los no iniciados y encubrieron con símbolos sus
conversaciones y escritos.” (V.P.
104, in fine), los símbolos son
también signos de reconocimiento entre los miembros de la secta.
“Y si, al seleccionar los símbolos en sí, no
se descubrieran y se explicaran con una exposición irreprochable, su lectura, a
los que la abordan, parecería ridícula y cuanto de viejas, llena de vaciedad y
garrulería. Sin embargo, cada vez que se aclaran estos símbolos, a tenor de sus
características, y se hacen visibles y accesibles a la mayoría en lugar de
oscuros, se asemejan a los presagios y oráculos de Apolo Pitio, puesto que descubren
un pensamiento admirable e infunden un espíritu divino a los estudiosos que los
han comprendido.”[1], la relación con los
oráculos nos demuestra la verdadera naturaleza de estos símbolos pitagóricos,
se trata de sentencias para meditarlas, imágenes simbólicas de gran
profundidad, que permiten una relación con lo espiritual por el hecho de romper
el esquema mental cotidiano, es una puerta a otra manera de pensar, un
pensamiento imaginativo e intuitivo, en el que el discurso no tiene ningún
valor, son las imágenes e intuiciones que provoca el símbolo lo que
verdaderamente importa. Esto introduce a estos symbola pitagóricos en la tradición mágica de los jeroglíficos, o
las imágenes alquímicas.
De hecho el segundo
libro de la Synagogé tiene por objeto
introducirnos en el universo simbólico de los symbola, el capítulo 21 es el más largo, y en él se hace un
detallado y amplio comentario de algunos símbolos.
[1] Cf. Prot. 21, 4: “Y si no se seleccionaran los símbolos, se desplegaran y se les aplicara
una exégesis rigurosa, parecerían, a los que leyeran su contenido, ridículos y
propios de viejas, llenos de palabrería y verborrea. Así, pues, para que las
palabras queden al descubierto y resulte evidente su utilidad para la
exhortación, aportaremos las soluciones, tanto para los de fuera como para los
de la secta, de cada uno de los símbolos, sin dejar de explicar los que eran
secretos y los que no se podría revelar a los no iniciados.” Por las
constantes alusiones, los pitagóricos ya debían ser muy conscientes de la
carencia de sentido y el carácter algo mojigato de los símbolos, para el común
de los profanos.
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