Jámblico intenta
emular a otro autor, que tradicionalmente tenía la fama de ser un hombre
divino, un theîos anêr, según la
tradición helenística[1], nos referimos a
Pitágoras. La obra de Jámblico Peì toû
Pythagorikoû bíou no es una mera biografía de este famoso autor, como lo
podría ser la obra de Porfírio, que se enmarca en un conjunto de tratados
biográficos, sino que se trata de una presentación de un tipo de vida, basada
en la virtud, la ascesis, la contemplación y la comunidad. Tampoco pretende ser
una exposición de la propia filosofía de Jámblico, sino un documento que
muestre una síntesis de los así llamados pitagóricos, y a los que el autor
pretende seguir. Los rasgos aristotélicos son muy claros, la bíos theôrêtikós se combina con una vida
en común, propia de las comunidades pitagóricas.
Sin embargo, hay
que decir, como introducción previa a una visión de conjunto de la obra de
Jámblico, que seguramente, él fue un sacerdote, pues la obra está llena de
referencias a los dioses, a las prácticas religiosas, ritos, sacrificios;
además, no un sacerdote cualquiera, sino uno reconocido por su piedad y su
entrega a una vida consagrada a los dioses. Egipto siempre fue conocida por su
piedad y fervor religioso, seguramente la estancia de Jámblico en Egipto,
estuvo vinculada a algún templo, y bastante próxima al Museo y su biblioteca,
el Pitágoras de Jámblico aconseja a sus conciudadanos que “fundaran un santuario en honor de las Musas, para conservar la
concordia existente. Pues todas estas deidades tienen también la misma
advocación, por tradición forman un conjunto entre sí, se alegran especialmente
por los honores comunes y, en general, el coro de las Musas es uno solo y el
mismo pero incluso comprende el consenso, la armonía, el ritmo y todo lo que
predispone a la concordia” (V.P.
IX, 45). El objetivo espiritual de la bíos
theôrêtikós no es otro que el observar el movimiento armónico de los
astros, la piedad pitagórica está relacionada con las matemáticas, disciplina
que se compone de la Aritmética, la ciencia de los Números y la más sagrada,
pues es la más abstracta, vendría a coincidir con el conocimiento de los
inteligibles de Platón, que en sus doctrinas no escritas se identificaría con
el conocimiento de los Números-idea; le seguía la Geometría, el estudio de las
figuras el segundo rango en la jerarquía del ser matemático, es decir, el ser
limitado por el número muestra el límite, signo de perfección frente a la Díada
ilimitada e indeterminado, las figuras perfectas son la base de la creación, y
la esencia del ser real; después tenemos la Música, el arte de las Musas, no se
trata de cualquier música, sino de la música armónica, y en especial, la música
de las esferas, que sería la última disciplina matemática, la Astronomía,
conocida como la Esfera.
[1]
Carmen Padilla, “Hombres divinos y taumaturgos en al Antigüedad. Apolonio de
Tiana”, En la frontera de lo imposible,
Córdoba: Ediciones el Almendro, 2001, pp. 141 – 162.
[2] El
capítulo XVIII de la V.P. está
dedicado a mostrar las diferencias de estos dos tipos de dedicación a la
filosofía, la de los creyentes o “acusmáticos” y la de los “matemáticos”, los
verdaderos y capacitados filósofos pitagóricos.
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