sábado, 20 de febrero de 2010

MOZART: HERMETISMO, ALQUIMIA Y MASONERIA

CONFERENCIA DADA POR JUAN ALMIRALL ARNAL, EN VALLADOLID, AUDITORIO CAJA DE ESPAÑA, EL 12 DE FEBRERO DE 2010, Y EN LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO, AVILÉS, EL 13 DE FEBRERO DE 2010:

En torno al siglo IV a.C., corría por Sicilia una leyenda órfica sobre una copa de fuego, a la que llamaban CRATERA. En dicha leyenda se inspiraron los filósofos pitagóricos y platónicos, para componer el mito de la creación del Alma del Mundo. Platón nos relata en el Timeo, como el Demiurgo hizo una mezcla de sustancias, mortales e inmortales en una CRATERA, de la que surgieron, primero, el Alma del Mundo, y luego las almas individuales. La palabra CRATERA se encuentra en el origen etimológico de las palabras CRATER y GRUTA. El CRATER del volcán, como el siciliano ETNA, activo ya en aquella época, hizo pensar a los pitagóricos y a Platón, que en el centro de la Tierra se encontraban ríos de lava, a los que iban a parar las almas de los muertos, para purificarse con el fuego.

Diógenes Laercios nos cuenta en sus Vidas de Filósofos Ilustres que Empédocles de Agrigento, filósofo pitagórico y mago, había muerto al caer en dicho volcán siciliano. Cito: “Y tú, Empédocles, antaño, al purificar tu cuerpo en sutil llama, apuraste el fuego en inmortales cráteres. No diré que por propia voluntad te lanzaste al flujo del Etna…”

Ya en nuestra era, Hermes Trismegisto también nos habla de una CRATERA. La copa hermética servía para purificar el alma de los hombres que se bautizaban (sumergían) en ella, y así recibían el Noûs, el ESPÍRITU INMORTAL.

“El Demiurgo hizo la totalidad del cosmos, no con las manos, sino con el Logos. Piensa por ello que está presente, que existe eternamente, que creó todas las cosas, que es uno y único y que creó todos los seres por su propia voluntad… Pero si bien el creador, oh Tat, repartió entre todos los hombres el logos, la RAZÓN, no hizo lo mismo con el noûs, el ESPÍRITU INMORTAL. Y no porque menospreciara a algunos, porque el menosprecio no procede de allá, sino que se encuentra solamente aquí abajo en las almas de los hombres que carecen de noûs. – Entonces padre, ¿por qué no concedió Dios el noûs a todos los hombres? – Porque quiso, hijo mío, que el noûs se asentara entre las almas como premio a la carrera. - ¿Y dónde lo emplazó, padre? – Llenó con el noûs una gran Kratêra y la envió a este mundo acompañada de un heraldo que tenía la misión de proclamar a los corazones de los hombres estas palabras: “Bautízate (báptison) en esta Kratêra tú que puedes hacerlo, tú que confías en que retornarás junto al que la ha enviado y sabes por qué has nacido”. Aquellos que comprendieron la llamada y se bautizaron en el noûs, participaron de la gnosis y se convirtieron así en hombres perfectos (téleioi ánthrôpoi), dotados de noûs, del ESPIRITU INMORTAL.” Hermetica IV “Hermo pros Tat ho kratêr, hê monas”.

La palabra griega “KRATÊRA” o cráter tenía varias acepciones: por una parte, designaba a una vasija grande para mezclar el vino con el agua, y que también servía para hacer libaciones; pero también se utilizaba para designar una CAVERNA o un cráter volcánico, es decir, un gran agujero en la Tierra, del que manaba el fuego del Tártaro.

La Teogonía griega comenzaba con la diosa Gea, la diosa Tierra, sobre la cual se extendía el Cielo, Urano, y bajo la cual se encontraba el Tártaro. Por tanto, sin duda el cráter alude a la religión de la gran Madre, la diosa Deméter y su Hija Infernal, la terrible Perséfone, celebrada desde muy antiguo en el famoso Santuario de Eleusis, a pocos kilómetros de Atenas.

Además, en el Himno Homérico a Deméter, que es uno de los pocos testimonios sobre los Misterios de Eleusis que los griegos nos han permitido conocer, vemos a la Diosa Deméter purificando al príncipe Demofoonte con fuego, lo que provoca el horror de los reyes eleusinos. Descubierta la Diosa, aclara que solo aquel fuego podía aportar la inmortalidad al príncipe. Este Himno confirma la revelación de Hermes Trismegisto sobre el Cráter enviado por Dios, la ardiente copa celeste y el fuego de la Diosa, purifican al alma y otorgan la inmortalidad.

En la religión helenística, Hécate, diosa de la magia, Perséfone, Señora de los Infiernos y Artemisa, diosa lunar por excelencia, formaban una única divinidad, y además, estaban identificadas con la Luna y sus fases. Esta diosa polimorfa simbolizaba el Alma del cosmos, la Naturaleza. Una diosa de triple rostro, Artemisa-Hécate-Perséfone, como las caras de la Luna, que en Efeso se representaba como una mujer con múltiples pechos: Artemisa polimastia. Dadora de bienes y Madre del Cosmos y sus criaturas, fue considerada una Diosa fundamental por todos los filósofos platónicos, así como por los Misterios Egipcios, que se propagaron por todo el Imperio Romano, donde esta Triple Diosa es invocada con el nombre de ISIS.

Pero volvamos a la tradición órfico-pitagórica que relacionaba el fuego, la kratêra y las divinidades infernales. De hecho, de lo que se trataba era, como dice Hermes, de purificar el alma por medio del fuego y del agua, antes de elevarse por los cielos.

Platón también recoge en otro diálogo, el “Fedón” una sorprendente descripción de la geografía infernal. Describe el Tártaro como un lugar en el interior de la tierra, donde múltiples corrientes se encuentran en una laguna central, el Aquerusíade, donde las almas de los hombres son purificadas. Una de estas corrientes: “el río que denominan Piriflegetone”, está formado por torrentes de lava, que luego “arroja fragmentos al brotar en cualquier lugar de la tierra”. Platón estaba fascinado por el volcán Etna, que pudo ver cuando visitó la isla de Sicilia.

Pues bien, Platón nos explica que en el Tártaro las almas de los difuntos son arrojadas, según sus crímenes, a los diferentes ríos que menciona. El agua y el fuego preparaban al alma para su viaje celestial, que sólo era posible gracias al noûs, el ESPIRITU INMORTAL O LA INTELIGENCIA DIVINA. El noûs permitía al alma traspasar las esferas planetarias, y alcanzar la bóveda estrellada.

Fue en el siglo V a.C., en Atenas, donde vemos aparecer la Filosofía del Noûs, de la mano de Anaxágoras de Clazómenas. Para este filósofo el Noûs es la misma Mente Divina, la que ha ordenado el Cosmos, gracias a su movimiento circular.

Esta idea es recogida por Platón, que, al igual que Anaxágoras, identifica la Inteligencia Divina con el Demiurgo, el Dios creador y arquitecto del Cosmos, un universo vivo y dotado de razón.

En el diálogo platónico “el Banquete”, Sócrates nos explica como fue iniciado en los Misterios del Noûs por una sacerdotisa: Diotima de Mantinea. Esta sacerdotisa enseña a Sócrates el camino de ascenso del alma hasta las regiones más elevadas del Cielo Inteligible. Este camino de ascenso es como una escalera, la escalera de Eros, tal como la llama el Prof. Giovanni Reale.

Todo Iluminismo tendrá siempre como centro de su metafísica y mística, esta escalera de Platón, es decir, el camino de ascenso espiritual del alma por medio de su potencia intelectiva, el Noûs.

La Gnosis, el Hermetismo y el Neoplatonismo, desarrollarán ampliamente esta idea: el alma, tiene que purificarse en primer lugar por el agua y por el fuego, en el interior de la Tierra. Y una vez purificada de todo lo mortal y corruptible, debía ascender a través de las esferas del cosmos, los orbes planetarios de la astronomía clásica. Sólo así podía alcanzar el Cielo Inteligible, la Bóveda de las Estrellas y las Constelaciones. Así purificada llegará a la naturaleza solar del Noûs, donde el filósofo se encuentra con todas las potencias divinas, junto a las cuales sólo puede cantar himnos de alabanza a Dios, el Padre de todas las cosas, junto con todos los seres celestiales.

Estas ideas filosóficas serán recogidas por los sacerdotes egipcios herméticos y por los Misterios de Isis, tal como nos lo describe Apuleyo de Madaura en su obra “Las metamorfosis o el asno de oro”.

En los Misterios de Isis, según nos cuenta Apuleyo, el iniciado era purificado por la acción de la Diosa, que como dijimos se trataba de la mismísima Alma del Universo, la Diosa Madre, que purifica a sus hijos por el fuego, lo que, a decir de Apuleyo, les permitía elevarse por todas las regiones celestes, “llegué a las fronteras de la muerte, pisé el umbral de Proserpina y a mi regreso crucé todos los elementos; en plena noche, vi el sol que brillaba en todo su esplendor; me acerqué a los dioses del infierno y del cielo; los contemplé cara a cara y los adoré de cerca.”

Demos ahora un salto en el tiempo, y situémonos en el Siglo de las Luces, donde veremos reaparecer estas ideas platónicas y herméticas, en un escenario muy típico y curioso propio de la época: la Hermandad de los Francmasones.

No vamos a poder contestar aquí a la pregunta: ¿qué es la Francmasonería? Pues se trata de un fenómeno bastante complejo, como podrán comprender tras nuestro relato. Pero lancemos algunas hipótesis sobre la naturaleza de la denomina “Francmasonería especulativa”, que domina en las actuales Logias de Francmasones.

En el año 1614 se publicó en Alemania una obra singular: “la Fama Fraternitatis de la Orden Rosacruz”, que hacía una llamada a todos los científicos y filósofos de Europa, para agruparse en una sociedad universal y compartir sus conocimientos.

Cuatro años más tarde, en 1618, comienza la Guerra de los Treinta Años, que enfrenta a la muy católica Casa Imperial de los Habsburgo contra los Estados alemanes reformados, que además habían sido muy receptivos a la llamada de la Orden Rosacruz. Sin embargo, no encontramos en todo el siglo XVII testimonio de ninguna Sociedad u Orden Rosacruz, que operase realmente bajo tal nombre. Ahora bien, existieron algunos círculos de filósofos y científicos, que se unieron bajo la forma de sociedades, bien místico-cristianas, bien científicas, respondiendo a la llamada de los Rosacruces.

En Inglaterra y Escocia, donde la Guerra de los Treinta Años no había penetrado, los científicos inspirados por la Fama encontraron un lugar pacífico y adecuado para asociarse, y algunos de ellos entraron a formar parte de las antiguas cofradías de constructores de catedrales, que seguían ciertos ritos de iniciación corporativos, en el interior de las llamadas Logias. Existen pocos testimonios de ellos, tal vez el más importante sea el caso de Elias Ashmole, político, anticuario y alquimista británico, que testimonia en sus diarios de la pertenencia a una Logia en Warrington, Condado de Lancashire. Ashmole también había publicado una respuesta a la noble Orden de la Rosacruz, en la que pedía su ingreso.

El impresionante despliegue de las Logias por toda Europa y América, comienza a partir del año 1717. En este año, cuatro Logias londinenses se agrupan para formar la primera Gran Logia, con un único Gran Maestro y una Constitución propia. Se trataba de la primera federación de logias, que crecerá sorprendentemente en pocos años, no solo en Inglaterra y Escocia, sino por toda Europa.

Las Logias que recibían patente de la Gran Logia de Inglaterra, ofrecían la iniciación en los tres grados llamados de San Juan: aprendiz, compañero y maestro. Así fue hasta finales de los años 30 y principios de los 40. En el año 1737, el Caballero Ramsay da su famoso discurso, en el que justifica la introducción de nuevos grados, los grados de la Francmasonería Capitular de San Andrés, inspirados en la Orden de los Templarios. Ramsay era partidario de la causa de los Estuardo, que habían perdido el trono de Inglaterra y Escocia a principios del siglo XVIII. Los Estuardo eran católicos, y recibieron el apoyo de Roma.

Los nuevos grados de la Francmasonería Capitular de San Andrés eran nueve: aprendiz, compañero, maestro, maestro perfecto o arquitecto irlandés, maestro elegido, aprendiz-compañero, maestro escocés y caballero de Oriente. A estos grados y sus ritos se les denominó: “Estricta Observancia”. Esto tuvo lugar primero en Francia y luego en Alemania. Donde, en el mismo año 1737, el Príncipe Federico, futuro Rey de Prusia con el nombre Federico II el Grande, era iniciado en la Francmasonería.

A la vista de estas importantes reformas en el seno de la Francmasonería, podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué secreto se escondía tras este complejo y nuevo sistema de grados de iniciación francmasónicos?

Narra el relato Rosacruz titulado “Fama Fraternitatis”, que la Orden de la Rosacruz” fue fundada en Alemania por el muy sabio Hermano Cristián Rosacruz, a una edad ya adulta. En el centro de Europa construyó la llamada Morada del Espíritu Santo, donde convivían los hermanos de la Orden, todos ellos sabios probados, intentando restablecer la Sabiduría arcana, compendiada en dos libros: el Liber Mundi y el Liber Theos. Tras la muerte del fundador, su cuerpo fue depositado en una “cripta” en la Morada del Espíritu Santo, y su emplazamiento se borró de la memoria de la Orden. Pasados unos años, y tras retirar una placa de latón, uno de los hermanos de una segunda generación de estos sabios, encontró una puerta, que resultó ser la puerta del Templo Funerario de Cristián Rosacruz. Este relato causó una profunda impresión en la conciencia de los filósofos y científicos europeos de principios del siglo XVII. Dice así:

“Por la mañana abrimos la puerta, detrás de la cual se encontraba una bóveda con siete lados y siete esquinas; cada lado medía cinco pies de ancho y ocho pies de alto. A pesar de que esta bóveda jamás había recibido los rayos del sol, estaba claramente iluminada por otro sol, que había aprendido esta capacidad del sol y se encontraba arriba en el centro del techo. En el centro se encontraba, en lugar de una lápida, un altar circular con una placa de latón con la siguiente inscripción: A.C.R.C. este resumen de todo el Universo lo he convertido, en vida, para mi, en una tumba. Alrededor del primer círculo se leía: Iesu mihi Omnia (Jesús es todo para mí). En el centro había cuatro figuras, cada una de ellas encerrada en un círculo. Alrededor de ellas estaba escrito: 1. No hay absolutamente ningún espacio vacío. 2. El yugo de la Ley. 3. La libertad del Evangelio. 4. La gloria de Dios es intangible. Todo esto es claro, preciso, igual que el significado del séptimo lado y el de los dos triángulos que se manifiestan séptuplemente... Todavía no habíamos visto el cuerpo muerto de nuestro tan cuidadoso y sabio Padre. Por eso movimos el altar; entonces pudimos levantar una pesada placa de latón, debajo de la cual se encontraba un cuerpo noble y bello, impecable y sin la más mínima señal de descomposición...”

El relato de la metamorfosis solar de Cristián Rosacruz se encuentra en la base de la idea del secreto de los egipcios, que tanto estimuló a las mentes ilustradas de finales del siglo XVIII, y que se materializó en importantes manifestaciones culturales, entre las que destaca la ópera de Mozart “La flauta mágica”.

En el año 1731, el abate Jean Terrasson publica en Francia, la novela “Sethos, historia o vida extraída de los monumentos y anécdotas del antiguo Egipto, traducido de un manuscrito griego.” En esta obra se habla de una orden de sacerdotes egipcios, bajo la tutela de la diosa Isis, que estaba en posesión de una ciencia secreta, y que tenían una Academia en Menfis, creada por el Rey Menes, el mítico fundador del Reino de Egipto. Esta Academia estaba formada por una Escuela de Medicina fundada por Asclepio, y una Escuela de Filosofía Natural fundada por Mercurio (Hermes Trismegisto). Terrasson era un adepto de las doctrinas de Paracelso, que estuvieron muy en boga en los siglos XVI y XVII, y que igualmente inspiraron al movimiento Rosacruz.



A finales del siglo XVIII, vemos aparecer al controvertido personaje que se hacía llamar: Conde Alejandro de Cagliostro. Este personaje fue el gran difusor del llamado Rito Egipcio. En al año 1780 lo encontramos en Estrasburgo, bajo la protección del Príncipe-cardenal de Rohan, Gran Limosnero de la Corte de Versalles, que le abrirá las puertas de París. Cagliostro advierte que su llegada a París está condicionada a la sumisión de los Filaletes, importante Logia parisina de la Estricta Observancia y a la destrucción de su importante Archivo. Su intención era substituir el Rito de la Estricta Observancia, el rito templario, religioso y tradicional por excelencia, por un nuevo Rito Egipcio, mucho más científico. En Estrasburgo construye en los jardines de una familia aristocrática, fiel al Cardenal de Rohan, un pequeño edificio, inspirado en el Templo Funerario de Cristián Rosacruz, para llevar a cabo el proceso de transfiguración o metamorfosis, que tenía por objeto otorgar la inmortalidad.

En Viena, durante los años ochenta del siglo XVIII, había un clima de cierta tolerancia para los Francmasones, lo que permitió un despliegue bastante amplio de la Orden, que dependía de la Gran Logia de Alemanía, con sede en Berlín, y donde se practicaban, básicamente, los tres grados de San Juan. Sin embargo, en esta época comienzan a difundirse las revolucionarias doctrinas antimonárquicas y anticlericales de la Orden de los Iluminados de Baviera, una sociedad secreta creada en el año 1776, por Adam Weishaupt y el Barón Adolf von Knigge, en Ingolstadt, bastión bávaro de los Jesuitas. Esto generará muchas suspicacias con respecto a la Francmasonería, dado que muchos masones progresistas alemanes se unieron a la Orden, lo que provocaría en el año 1795 la definitiva prohibición de la Francmasonería en el Imperio Austro-húngaro.

La Logia vienesa La Verdadera Concordia, estaba presidida por Ignaz von Born, un francmasón progresista, cabeza de los Iluminati en Viena, que además estaba muy interesado en los antiguos Misterios egipcios. Mozart y Schikaneder se inspirarán en von Born para crear al personaje Sarastro de “La flauta mágica”. La personalidad de von Born es interesante, estudioso de la metalurgia y la mineralogía, fue el restaurador del Museo Imperial de Historia Natural en Viena. Se atribuye a von Born la utilización de la amalgama con mercurio para la extracción de metales, técnica que explica en una obra publicada en 1786. Conocedor de los minerales y los metales, seguramente tuvo conocimientos de alquimia, pues en aquella época la química moderna todavía no se había establecido claramente como una ciencia empírica. En el año 1784 Ignaz von Born publica en el Journal für Freimaurer el artículo titulado: “Los Misterios de los egipcios”, alentando la idea de un secreto arcano guardado por la orden sacerdotal de los egipcios, de la cual es heredera la Francmasonería.

Un año más tarde, en 1785, el hermano de la Logia La Verdadera Concordia, Anton Kreil, leyó una plancha titulada: “Sobre la ciencia de los Masones”, también publicada en el Journal für Freimaurer. A la tenida fueron invitados los Mozart, padre e hijo. Kreil se preguntaba sobre la existencia de una Masonería científica, frente a la Masonería religiosa. Planteaba la existencia de un “secreto” escondido entre los símbolos y “jeroglíficos” de los tres grados de San Juan, un secreto que se habría conservado a lo largo de los siglos, y que tendría su origen en los cultos egipcios, de lo que él denomina la orden de sacerdotes egipcios.

Rescatemos algunos pasajes de este importante discurso, que tuvo una fuerte influencia en los jóvenes Mozart y Schikaneder. Los miembros de la orden sacerdotal egipcia “permanecían la mitad de sus vidas en cuevas subterráneas”, estaban particularmente apasionados por la excavación de las rocas y construían para la INMORTALIDAD. “A cincuenta metros por debajo de las pirámides había aposentos comunicados entre sí por medio de pasadizos… En pocas palabras, todo estaba ocupado y atravesado por grutas, cuevas y pasadizos subterráneos... Si se examina esta forma de estudiar bajo tierra, no debe sorprendernos que los sacerdotes adoptaran la costumbre de ocultar tras un velo casi impenetrable toda su ciencia verdadera”.

La idea de una ciencia oculta en las grutas y cuevas subterráneas, por una orden sacerdotal que habría desvelado los verdaderos misterios del Alma del Cosmos, o de lo que en esta época ya se denominaba la Naturaleza, alentó al joven Mozart y a su compañero de logia Schikaneder, a concebir una Orden de iniciados en los verdaderos Misterios.

En 1800 la esposa de Mozart, Constanza, nueve años después de la muerte de su marido, envió a la editorial de música Breitkopf & Härtel “un escrito, en su mayor parte redactado por mi marido de su puño y letra, sobre una orden o sociedad que con el nombre de “Grotta” quería fundar”. Este escrito se ha perdido.

La gruta a la que se refiere Constanza se nos muestra como un elemento cotidiano, si dirigimos la mirada a una expresión importante del clasicismo del siglo XVIII: LOS JARDINES, y en particular los jardines vieneses de los hermanos francmasones, por los que Mozart había paseado, como por ejemplo, los jardines del parque Aigen de Salzburgo, los jardines del conde Cobenzl en lo alto del Reisenberg junto a Viena o el jardín del barón Peter von Braun en Schönau. En todos ellos había una cueva artificial, diseñada por los arquitectos del jardín, y muchos de ellos contaban con distintos ornamentos inspirados en Egipto: pirámides, obeliscos, esfinges, etc. Todo ello evocando el fantástico origen de la Francmasonería.

La realidad es que los personajes de “La flauta mágica” se mueven por estos jardines vieneses, con sus parajes rocosos, templetes, pirámides, grutas, más que por el verdadero Egipto. De hecho se trata de una recreación de los ambientes francmasónicos austríacos, en un entorno que muestra la concepción de la Naturaleza de la mentalidad clasicista e ilustrada, que luego inspiraría a los filósofos idealistas de la Naturphilosophie o a los artistas románticos del Sturm und Drang, tras la ruptura con las reglas y cánones excesivamente racionalistas del último clasicismo.

Pues bien, en estas grutas artificiales, al igual que en el templete de Estrasburgo del Conde de Cagliostro, debía tener lugar la Iniciación en los Misterios de la Naturaleza. Tal como nos es claramente narrado en el segundo acto de “La flauta mágica”. Así lo explicaba Terrasson en su novela “Sethos”, la obra que inspiró a los francmasones científicos y egiptizantes, que presenta una escena fantástica en la que Orfeo desciende a los infiernos a través de los subterráneos, bajo las Pirámides de Menfis. No es de extrañar que unos años más tarde la Francmasonería del Rito Egipcio adoptara el nombre de Rito de Menfis.

En 1785 se publica en Hamburgo una colección de grabados herméticos y cabalísticos atribuidos a los Rosacruces: Geheime Figuren des Rozenkreuzer aus dem 16 und 17 tem Jahrhundert (Figuras Secretas de los Rosacruces de los siglos XVI y XVII). Destaca en esta obra un sello bastante más antiguo, de alguna obra alquímica del siglo XVII, que lleva la leyenda: VITRIOL, “Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Ocultum Lapidem” (visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta). En este sello vemos un Sol y una Luna, personificados en la ópera por Sarastro y la Reina de la Noche, y también símbolos de los cinco planetas, así como dos globos: el globo terrestre y el globo celeste. Se trata de un jeroglífico que representa una vez más a la Naturaleza y todos sus secretos. La palabra VITRIOL aparece en la Cámara de Reflexión a la que conducen al neófito que va a ser iniciado en el Misterio de la Francmasonería. La misma Cámara de Reflexión es el testimonio de la búsqueda de este Misterio, el Misterio que se revela al ser humano que accede al interior de la tierra, y en una solitaria meditación descubre la piedra oculta, la piedra de los filósofos, entregada por la Diosa Naturaleza: ISIS.

La realidad es que la Ilustración hacía suya la idea monista de Spinoza: “Deus sive Natura”, la Naturaleza es una misma y única sustancia divina e infinita. Muchos Ilustrados adoptan esta idea panteísta de la Naturaleza como una Dea Panthea. Isis será la única divinidad, la propia Naturaleza. Para Goethe es una diosa dormida, que nos contiene y en cuyo seno vivimos, sin desvelar su secreto. Diosa polimastia y velada, dadora de bienes, Madre universal. Esta doctrina espinozista entra en clara contradicción con la idea del Dios Intelecto de los Escolásticos medievales, que todavía predicaba la Iglesia.

Sin embargo, en la ópera de Mozart encontramos elementos profundamente herméticos que nos distancian de esta doble polaridad entre la Naturaleza de la Ilustración y el Intelecto divino de la Iglesia. La iniciación de Tamino y Pamina es una iniciación hermética. Los príncipes protagonistas si bien son iniciados en los subterráneos del Templo y en la Gruta, tras las Puertas del Horror, se unen en unas verdaderas BODAS ALQUÍMICAS, que simbolizan el matrimonio del Alma, nacida de la Noche, y el Espíritu Solar. Así es como interpretan los jóvenes francmasones, Mozart y Schikaneder, el secreto de la francmasonería científica, y con esta ópera quisieron escenificar el rito iniciático de la Francmasonería Egipcia.

Estas ideas procedentes de la Logia La Verdadera Concordia vienesa se extenderán por toda Alemania, de la mano del filósofo kantiano Karl Leonhard Reinhold, profesor de filosofía en la Universidad de Jena, donde será profesor de toda una generación de artistas y filósofos románticos. Reinhold había sido, unos años antes de su traslado a Jena, miembro de la Logia vienesa La Verdadera Concordia, y había escrito, bajo la influencia de Ignaz von Born, sobre los misterios hebreos y los vínculos de Moisés con Egipto, en dos obras: “Moses der Ägypter” y “Die hebräischen Mysterien”. Reinhold se casará con una hija de Christoph Martin Wieland, autor de la colección de cuentos titulada “Dschinnistan”, que incluye los cuentos: “Los muchachos sabios” (como los tres muchachos de la ópera), “La piedra de los filósofos”, obra que había inspirado el libreto de otra ópera del mismo nombre de Schikaneder, en la que había participado Mozart, y “Oberón”, entre otros muchos cuentos. En todos estos relatos se muestra como la razón triunfa sobre el misticismo, en la misma medida que la francmasonería científica de Kreil se oponía a la francmasonería religiosa de la Estricta Observancia. En esta colección de Wieland se incluirá, en torno a los años 1890-91, “La fiesta solar de los brahmanes” y “Lulú o la flauta mágica”, dos cuentos de A.J. Liebeskind, otro yerno de Wieland, que obviamente inspiró al libretista Schikaneder .

La Verdadera Concordia, con su venerable Ignaz von Born al frente, realizó un nuevo intento de descubrir el secreto conservado en la Francmasonería, y que la Orden había rescatado de la noche de los tiempos, en particular del antiguo Egipto. Un Egipto que en realidad venía muy matizado por los testimonios tardíos de época helenística e imperial, y que se registran en obras como “Las metamorfosis o el asno de oro” de Apuleyo de Madaura, “Isis y Osiris” de Plutarco de Queronea, y sobre todo, de las fantasías del Abate Jean Terrasson, en su novela sobre Egipto y sus misterios: “Sethos, histoire, ou Vie tirée des monumens, anecdotes de l'ancienne Égypte, traduite d'un manuscrit grec.”

“La flauta mágica” es la escenificación de un gran drama de misterios, se trata de una ópera ritual, en el que se celebran los nuevos Misterios de Isis, la Naturaleza, tal como los concibieron los jóvenes francmasones Mozart y Schikaneder, que intentaron crear una nueva Francmasonería científico hermética, intentando rescatar a la Orden que se aproximaba a su definitiva extinción, materializada por la prohibición del año 1795. Estos misterios debían celebrarse en los subterráneos del Templo y finalmente en una gruta. Así lo testimonian los dos guardianes armados y apostados ante las Puertas del Horror, al final del segundo acto de la ópera:

“El que atraviese este camino, lleno de peligros
deberá pasar por el fuego, el agua, el aire y la tierra.
¡Si puede soportar la angustia mortal
se elevará de la tierra al cielo!
Y así iluminado, podrá consagrarse plenamente
a los Misterios de Isis.”


Juan Almirall