miércoles, 28 de mayo de 2008

Anotaciones y comentarios a los textos de Prisciliano II



Continuamos en esta segunda entrega con el tratado IV o de la Pascua:

“Nada hay más útil para el hombre que rechazar día tras día las cosas que son amigas del siglo y guardar los preceptos de la institución divina, según dice el apóstol: “toda amistad del mundo es enemiga de Dios” (Santiago 4,4), sin embargo, los sentidos de los mortales, cautivos con la familiaridad de las cosas seculares, se encierran en el error de la indefensión humana y cuando se hallan al límite del riesgo en el naufragio de tanta confusión, la misericordia aparece siempre como estación y puerto ansiado.”.



Este tratado, como la mayor parte de los tratados, no es exculpatorio ni tampoco una profesión de fe; está dirigido a sus correligionarios cristianos; a todos, pues, a parte de los autores-fuente quienes presentan informaciónes que vienen condicionadas por sus posiciones beligerantes, no existen motivos suficientes para suponer a Prisciliano fundador de ninguna “secta priscilianista”. Prisciliano se confiesa católico, el tono y carácter de los primeros tratados, que podrían considerarse, tal vez, como exculpatorios, coinciden con el tono y carácter del resto de los tratados. Carece de fundamento suponer que Prisciliano escondiera o disimulase su verdadera forma de pensar y vivir el cristianismo. El cristianismo de Prisciliano procede directamente del estudio de los Evangelios. Prácticamente no hay contenidos que no puedan encontrarse expresados de alguna forma en los textos bíblicos, si bien la lectura que Prisciliano hace, se diferencia en un punto importante de la versión oficial; él considera simbólico, lo que la iglesia de Roma toma como literal, como por ejemplo, el relato evangélico y otros pasajes del antiguo testamento; y, al contrario, él toma como literal, lo que la iglesia romana considera simbólico, de poca trascendencia, o meramente retórico. Es el caso, por ejemplo, de la frase: “toda amistad del mundo es enemiga de Dios” (Santiago 4,4). Es una sentencia con un carácter decididamente dualista. Quien ama al mundo, no puede amar a Dios. Esto es característico de Prisciliano y de muchos “otros cristianismos”, incluidos los propios apóstoles, quienes interpretan esto de manera literal. Es un dualismo que se apoya en la convicción de la doble naturaleza humana, espiritual e inmortal por un lado, terrenal y mortal por otro. Es un dualismo que coloca, no obstante; el acento en la posibilidad del hombre, gracias al advenimiento de Cristo, de devenir inmortal y perfecto, es decir, imagen y semejanza de Dios. La consecuencia de esto se traduce en una actitud determinada ante la vida, una actitud que algunos llaman ascética, pero que simplemente consiste en un desplazamiento de acentos vitales.

Una perspectiva nueva se abre ante estas personas, una perspectiva espiritual que descansa en el reconocimiento interno de esa otra dimensión humana y la consiguiente y consecuente orientación hacia aquella dimensión. Aludiendo a un pasaje evangélico, dice Prisciliano: “Nosotros buscamos los tesoros invisibles, escondidos en los cielos”. (Trat. I)

Vegetarianismo; celibato, sólo en algunos casos; pobreza voluntaria; ayunos; caridad fraterna; sabiduría y discernimiento entre el bien y el mal; vida intachable, etc., forman parte de esta orientación, que fue considerada, muchas veces, demasiado radical por parte los obispos

La iglesia romana forjó con el tiempo otro dualismo, el de los buenos y los malos. El dualismo de los que permanecen junto a la ortodoxia levantada a golpe de concilio y poder civil y la de los malos, que desobedeciendo a la legítima autoridad, profundizaban de manera distinta su forma de vivir el cristianismo. La de los hijos de Dios, junto a la iglesia y el papa. Y la de los hijos de las tinieblas y Satanás, que no merecían sino la muerte.

El párrafo siguiente merece un comentario más detenido:

“los sentidos de los mortales, cautivos con la familiaridad de las cosas seculares, se encierran en el error de la indefensión humana”.

Los sentidos, ligados a lo corporal y mortal, son fuente de error, ellos nos transmiten una imagen del mundo parcial e irreal, no nos dicen nada sobre la naturaleza espiritual del mundo, única verdadera. Están demasiado acostumbrados a ver las cosas de una muy determinada manera. Nos encontramos, tal vez, ante la expresión de un contenido psicológico: los hombres poseen hábitos cognoscitivos. Su sensibilidad está prisionera de una forma, siempre la misma, de ver el mundo. Una vida espiritual nueva supone una forma nueva de percibir la realidad, de verla bajo una luz nueva:

“Llevamos entre manos abrir, como a una luz nueva, vuestros sentidos, asediados por las angustias del desamparo humano”

Esto nos acerca a la “gnosis”, entendida en sentido amplio, como conocimiento interior, como revelación, como saber que no se obtiene exclusivamente a través de la razón o el estudio, sino a través de cierta forma de experiencia cognoscitiva. Más adelante encontraremos testimonios de todo esto.


(Dios todop.)”corrigiendo los vicios del nacimiento humano, recorrió todas las molestias de nuestra naturaleza, de modo que, viniendo en carne, derribó la constitución del decreto anterior, y, clavando en el patíbulo de la gloriosa cruz las maldiciones de la dominación terrena, Él, que es inmortal y no puede ser vencido por la muerte, murió por la eternidad de los mortales. Si los unos “con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte” (Rom. 6,4) y los otros deseamos morir y ser sepultados con Él, debemos llegar al día de la Pascua de forma a imitar el yermo de los 40 días que el señor ayuna en el evangelio… “Vivimos en la carne no vivir según la carne” (II Cor. 10,3).


(Compárese con Orígenes: “Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección”. Comentario sobre el evangelio de san Juan Tomo 10,20)

Este párrafo muestra aspectos importantes de la cristología de Prisciliano. En primer lugar “Dios todopoderoso” desciende al mundo humano en un cuerpo humano con todas las contingencias de su naturaleza. Aquí no diferencia entre Dios y Cristo, cuando lo hace, no diferencia claramente las tres personas del credo niceno del 325, en Prisciliano se trata más bien de modos de obrar, de aspectos diferentes de una misma divinidad.

Otra cuestión interesante es el tratamiento que hace de la cruz, la cual, no es un símbolo de dolor o escarnio, sino que es un símbolo de victoria y de gloria. En ella es clavado y muerto lo que retiene prisionero al hombre, esto es, la naturaleza corporal, el cuerpo de barro, el cuerpo de carne y sangre, del cual se dice en el evangelio que no heredará el reino de Dios. (I Cor. 15,50). Esta muerte de lo corporal aporta la “eternidad a los mortales”. La crucifixión es el símbolo de una realidad espiritual por la que debe pasar todo cristiano. Prisciliano dice en el canon XXXIV: los cristianos han “de crucificar la carne junto con sus vicios y concupiscencias, gloriándose en la cruz de Cristo, por quienes están muertos para el mundo y sus obras”.

La muerte presenta el carácter de una liberación y de una iniciación; de una liberación de la prisión de lo corporal y de las pasiones, simbolizado en el cristianismo por Egipto; y de una iniciación, como decíamos al principio, que consiste en una muerte y una resurrección. La pascua es la fiesta de la muerte y la resurrección. Resurrección significa inmortalidad y divinización. Estas cosas existían con anterioridad al cristianismo en los antiguos misterios y coinciden también en muchos aspectos con antiguos cultos mistéricos, con la filosofía platónica y pitagórica y, a través de estos filósofos, con el orfismo, cuestiones que esperamos tratar más adelante.

Otra cuestión que presenta este párrafo es la de la muerte de Cristo. Mediante una paradoja nos dice que Cristo, que Dios, no puede morir pues es inmortal, que de alguna forma su muerte fue “aparente”, y que sin embargo; efectivamente, murió en la cruz, así como también antes había venido en la carne. Sin embargo su muerte y su sangre, la sangre del cordero, ha significado la vida y la liberación. Hace una interpretación de las circunstancias que rodean la pascua judía con un sentido alegórico en el trat. VI:

“Cuando se pide la “purificación” (Exod. 29,36) de la casa, no se pide la limpieza de la casa material… profetiza que el misterio del futuro bautismo ha de ser enriquecido en nosotros con la efusión de sangre divina y quiere que la vista, el oído y la boca, que se nos ha concedido como si fueran los postes o el dintel del cuerpo… y los marquemos con la sangre del cordero inmaculado…” (ver Éxodo 12, 5-14)

Aún nos quedan algunos comentarios referentes a la frase: “derribó la constitución del decreto anterior”. Pero dejaremos esta cuestión para más adelante.

Algunas frases de interés:

“Sin embargo, “el mundo todo, está bajo el maligno” (I J. 5,19)
Toda nuestra vida se la debemos a Él solo, según dice el apóstol (I Cor. 3,22)
Llevamos entre manos abrir, como a una luz nueva, vuestros sentidos, asediados por las angustias del desamparo humano.
El que ya se abstiene del mal, acostumbrándose al bien, debe querer ser mejor.
La obra divina busca en estos días la abstinencia de delicias y el endurecimiento del cuerpo.
El sufrimiento de las cosas presentes aprovecha para la recompensa de la feliz inmortalidad. (¿Persecuciones?). La inmortalidad…
Aunque “Vivimos en la carne no vivir según la carne” (II Cor. 10,3)
Él, que es inmortal y no puede ser vencido por la muerte, murió por la eternidad de los mortales.


Saludos cordiales, Jesús Rodríguez

domingo, 18 de mayo de 2008

Anotaciones y comentarios a los textos de Prisciliano. I

He realizado una selección de textos de cada tratado que permitirán acercarnos a la concepción del hombre, de Dios y del mundo de Prisciliano. No entraremos por el momento en cuestiones históricas. Pienso que es más prudente comenzar con el análisis y la comprensión de la cosmovisión priscilianista, pues ella había de condicionar su actitud ante la vida, y puede posteriormente, ayudarnos en la interpretación y reconstrucción lo más imparcial posible a partir de los pocos datos históricos que poseemos, procedentes en su mayor parte de fuentes hostiles.



Selección de textos del Tratado I

“Pues, aunque no está bien vanagloriarse de lo que hemos sido, sin embargo no hemos sido llamados al siglo de un origen tan oscuro, o tan ignorantes, que la fe de Cristo y la formación del creyente pudiera depararnos la muerte antes que la salvación.”

Alusión a la posible formación de Prisciliano, de buena familia y con estudios. En otra ocasión nos ocuparemos de la relación de Prisciliano con el saber de su tiempo, de sus estudios, de posibles influencias, etc.

En la última frase del fragmento la idea de “salvación” se opone a la de “muerte”. Puede parecer poético, pero prefiero interpretarlo de manera literal, como la expresión de la convicción priscilianista de que cristianismo es vida y que lo que no es cristianismo es como “un estar muerto”. Cristianismo implica revivificación de la imagen celeste divina, del verdadero hombre a imagen y semejanza de la divinidad. Por el contrario, la vida corriente, la vida que no está fecundada por el espíritu de Cristo, es una vida meramente material; para Prisciliano equivale a estar muerto; pues el cuerpo está relacionado con la muerte y el espíritu con la vida. Es tema que se repetirá con frecuencia a lo largo de su obra.

“Pues Él es quien fue, quien es y quien será, y visto por los siglos, “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (J. 1,14) y crucificado fue hecho heredero de la vida, venciendo a la muerte, y resucitando al tercer día, hecho forma del futuro, mostró la esperanza de nuestra resurrección, y ascendiendo a los cielos, abrió el camino para los que llegan hasta Él”

Sería interesante comparar este fragmento con el Cáp. 15 de la 1ª epístola a los corintios de Pablo. En ambos casos tenemos a la divinidad vinculada al destino espiritual del hombre. La divinidad desciende físicamente hacia el hombre para mostrarle a este la vía de ascenso por el camino celeste. Cristo no es simplemente un objeto de adoración, sino sobre todo, un guía que muestra al hombre la forma de recuperar su condición inmortal, la resurrección de su dimensión celeste, su “ciudadanía” en los mundos espirituales. Cristo es el prototipo de la divinización humana., Esto es llamado “hecho forma del futuro”, es decir, el futuro de la realización cristiana en sentido superior para el hombre; y, “mostró la esperanza de nuestra resurrección”, significando que el auténtico cristianismo, la “iniciación” cristiana, como la llama Prisciliano, consiste en una muerte y un renacimiento. Como en los antiguos misterios, y como encontraremos frecuentemente en Prisciliano, hay algo que muere: el aspecto terrestre y algo que renace: su condición divina e inmortal. Y continúa más adelante:

“Haciendo fructificar lo que somos en Dios, no posea nuestra figura nada animal, sino que todo lo ocupe la disciplina de Dios Cristo, porque no existe ninguna comunidad “entre la mesa del Señor y la mesa de los demonios” (I Cor. 19,21)”.

Este fragmento supone la convicción de la dualidad del hombre. Acorde con el Evangelio, el hombre posee una realidad animal o terrenal y una dimensión divina. Una debe desaparecer en beneficio de la otra, pues “no existe comunidad entre…” las dos; es decir, a pesar de la dualidad humana, no es posible que las dos puedan convivir armoniosamente en el hombre. Una ha de prevalecer sobre la otra, de ahí la necesidad de vencer la animalidad y el egoísmo por medio de la “disciplina de Dios Cristo”. Por medio de una práctica de vida rigurosa que permita el resurgir de la naturaleza interna espiritual del hombre. Es la naturaleza animal del hombre la que debe desaparecer. En los cánones a las epístolas de Pablo, en el XXXIV, por ejemplo, dice:

“Los santos crucifican su carne junto con sus vicios y concupiscencias, gloriándose en la Cruz de Cristo, por quienes están muertos para el mundo y sus obras”

En el XXIX: “La carne es enemiga de Dios”

En el XXXI y el XXXII nos presenta, según cuenta Pablo, los dos tipos de hombres: el hombre terrenal y el verdadero seguidor de Cristo:

“El hombre nuevo es interior e imagen del celestial por estar formado a imagen de Dios y reformado con la gracia de Dios y la luz de la ciencia, y es un tesoro en un vaso de barro”.

El vaso de barro alude al cuerpo material.

“El hombre viejo es exterior, se corrompe y en él se destruye el cuerpo del pecado y el apóstol le llama casa terrenal y vaso de barro”.

Para terminar de ilustrar estas cosas citaremos el canon LXXXIV:

“…Resucitaron por el bautismo quienes, muertos por el pecado, fueron vivificados por Cristo, y buscan lo que hay debajo, no lo que está encima de la tierra”.

Muerte y pecado son sinónimos, esta es la condición humana que está privada de su natural y original unión con lo espiritual. El bautismo significa revivificación del espíritu en el hombre. La consecuencia es el abandono de los valores terrestres, de “lo que está encima de la tierra” y la búsqueda de lo que está debajo de ella, es decir, la muerte de lo terrenal y material. Muerte de lo corporal y terrestre. Resurrección espiritual.

Compárese con Pablo, Romanos 8, 5-7: “Los que son según la carne sienten las cosas carnales, los que son según el espíritu sienten las cosas espirituales. Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito del espíritu es vida y paz. Por lo cual, el apetito de la carme es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de Dios.”

Dice, hablando en plural, que conocieron la sabiduría de su tiempo para formación cultural, aunque el contexto exculpatorio del tratado le obligue a ser crítico con ella.

“Él es quien… conoce los cambios del firmamento y, al destruir la “rueda de la generación”, venció el día de nuestro nacimiento con la reparación del bautismo. Él es aquel cuyo nombre abrió un camino en el mar (Sab. 14,3)”.

Son muchas las referencias esotéricas que encontramos dispersas en la obra de Prisciliano. Una alusión al conocimiento de las estrellas y a continuación le sigue una cita bíblica entrecomillada sin referencia, que alude a la reencarnación, a la rueda de la generación o a los ciclos de los nacimientos, y que hoy día ha desaparecido de la Biblia (originalmente rotam geniturae; Vulgata: rotam nativitatis, (Santiago, 3,6.) Fue cambiada y traducida por: toda la vida). La destrucción de la rueda de la generación significa liberación. El hombre, en su peregrinaje por la tierra, está sometido, como consecuencia de la caída, a la rueda de los nacimientos, hasta que, reintegrado finalmente en el Reino de Dios, realizada la imagen y semejanza de Dios, tal como dice Prisciliano, se libere de lo terrenal y viva eternamente en el reino celeste. No hay condena eterna, los ciclos de los nacimientos serán necesarios hasta que el hombre viva con decisión el auténtico cristianismo. Muerte, nueva vida o renacimiento; transformación, divinización. Más adelante encontramos la idea de transformación en un pequeño fragmento que recuerda, en pocas palabras, un contenido de alquimia espiritual que sin embargo procede de la Biblia (Apocalipsis):

“Para que convirtiéndote en eso que has comprado, es decir, en oro purificado por el fuego, se escriba en ti el nombre del Señor…”

Transformación de la tierra en el oro espiritual acrisolado por el fuego, imagen simbólica de la transformación del hombre.

Otras frases y citas que presentan cierto interés:

Hemos entrado en el puerto de la tranquilidad segura.
Quien no naciere de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos.
Vestidos de Cristo…
Entregásemos nuestra vida a Él sólo (Cristo).
Sufrió por nosotros y nos ofreció la redención y la salvación de nuestras almas.
…Los hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios…
Hay un solo Dios padre, de donde todo procede, y nosotros en él, y un solo Señor Jesucristo, por el cual es todo, y nosotros por Él.
Iniciados en Cristo.
Para nosotros, vivir es Cristo, la vida es Cristo, la fe es Cristo, sabiendo que tenemos el carisma de la santidad…
Nosotros buscamos los tesoros invisibles, escondidos en los cielos.
El nombre de Dios que leemos escrito en una piedra nueva.
Predestinando desde el principio con la profecía “a sus elegidos”, los cuales conservan a Cristo según la carne.
Reconocemos una fe indisoluble en los cuatro evangelios, regada por una triple fuente.
“Lo invisible de Dios es conocido mediante las criaturas” (Rom. 1,20)
Él no prohibió ni cerco el espíritu de nadie, encerrándolo en los límites fijos de la profecía, sino que Él permitió que todos los que creyeran hablasen libremente sobre Él.
Aquellos que con el pretexto de la religión, persiguen enemistades personales.

Continuará

Saludos cordiales. Jesús Rodríguez.

Notas:

Textos extraídos de: Prisciliano. Tratados y cánones. Editora Nacional. Biblioteca de visionarios, heterodoxos y marginados 1976 y de: Prisciliano, Tratados. Ed. de Ricardo Ventura. Imprensa nacional-casa da moeda, Lisboa 2005

Para "rueda de la generación" ver la versión de Ricardo Ventura. Prisciliano, Tratados. Imprensa nacional-casa da moeda, Lisboa 2005

viernes, 16 de mayo de 2008

HEREJÍAS DE LA ANTIGÜEDAD

El Cristianismo nació en un entorno presidido por la diversidad, se trataba de una secta Judía más, y una secta que, además, no estaba del todo unida: había cristianos más rigoristas con respecto a la observancia de la Ley Mosaica, y los había más helenizados, permisivos, capaces de ver como a hermanos a los nuevos bautizados de origen pagano. Pero los problemas con los siglos fueron aumentando, a medida que la secta crecía y se iba formando la flamante Iglesia, las voces discordantes con una ortodoxia, que se proclamaba la heredera de la tradición apostólica, fueron cada vez más estridentes, hasta provocar grandes cismas y herejías. A continuación ofrecemos un catálogo de las principales herejías de la Antigüedad, hasta el siglo VI, donde cerramos nuestra enumeración, con la condena de Orígenes por parte del Emperador Justiniano.


Ya el propio Pablo tuvo que lidiar con algunos de los primeros cristianos, que no veía con buenos ojos el bautismo y aceptación, en las primeras comunidades cristianas, de paganos que no seguían los ritos propios de la Ley mosaica, y en especial de la circuncisión. Existía, pues, desde el inicio y sobre todo en Jerusalén, una corriente que representaba el ala más tradicionalmente judía, matriz de la que procedía la nueva comunidad espiritual. Cristianos judaizantes hubieron de varios tipos, en el siglo II conocemos a los Ebionitas, los Nazarenos, y como corrientes que tenían su origen en ideas judaizantes, el Milenarismo y los Elcasaítas.

Los Ebionitas fueron la facción más radical, partidarios de una estricta observancia de la Ley mosaica, consideraban a Jesús un hombre que llegó a ser “Cristo” (el Mesías o el Ungido, lo que era sinónimo del Rey de Israel), por su fidelidad a la Ley. Los Ebionitas disponían de su Evangelio propio, que tenía al Evangelio de Mt. como referente, sin embargo, omitía el relato de la infancia de Jesús, pues los Ebionitas negaban el nacimiento virginal, para ellos la unión de Jesús con el Espíritu se produjo en el bautismo. El Evangelio de los Ebionitas se compuso en la primera mitad del siglo II.

A principios del siglo II también se compuso el Evangelio llamado de los Nazarenos, que estaba escrito en arameo o siríaco, muy próximo al Evangelio de Mt. Este Evangelio era utilizado por una comunidad judaizante de habla aramea, de la región de Berea de Celesiria. De esta época es el Evangelio de los Hebreos, que también tenía connotaciones judaizantes, pero de una comunidad egipcia.

Entre las ideas judaizantes de los dos primeros siglos del Cristianismo, encontramos el Milenarismo o Quiliasta, fundado en el Apocalipsis. Muchos cristianos creían en la inminente restauración mesiánica del Reino de los mil años, que tenía que presidir el Cristo, con el correspondiente juicio final. Estas ideas se plasmaron en el Apocalipsis sirio de Baruc o en libro de Esdras IV, pero también aparecen con más o menos intensidad entre muchos autores y escritos más ortodoxos, como por ejemplo en la Epístola de Bernabé, o en las obras de Justino o Irineo.

Una secta milenarista que se extendió en la Roma de principios del siglo II fue la de los Elcasaítas, seguidores de Alcibíades de Apamea que predicaba el mensaje contenido en el Libro de Elcasai, un profeta palestino que proponía un bautismo muy complejo y ciertas penitencias, con posibilidad de acceder a éste cuantas veces fuera necesario, y que le había sido revelado en una visión. El Elcasítismo tenía también algunos componentes paganos, de tipo fundamentalmente ritual.

Desde el principio el Cristianismo adolecía de una opinión unánime sobre la naturaleza de Jesús, su divinidad casaba con dificultad con las ideas más judaizantes sobre el Dios único, pero era más fácil de aceptar por los paganos conversos. Ya en los propios Evangelios no se encuentra una unidad clara de criterio, Jn. y Mc. no nos hablan de la infancia de Jesús, y todo parece indicar que fue a partir del bautismo cuando se produce la unión entre el Espíritu y el hombre. Esta última tesis es la que aceptaban los Adopcionistas, corriente que mantenía que en el bautismo, Dios había adoptado a Jesús. Y otra corriente, que encontraba su fundamento en las Epístolas de Jn., y que consideraban que el cuerpo de Jesús no era real sino solo aparente, recibía el nombre de Docetismo. Esta corriente consideraba que Jesús gozaba de un cuerpo aparente, pues su divinidad le impedía mezclarse con lo perecedero.

En el siglo II aparecen varios autores que defienden tesis docetistas, subordinacionistas y adopcionistas, como Noeto de Esmirna, que no podía aceptar que el Padre y el Hijo fueran personas diferentes, por lo que en Cristo se encarna el propio Dios, pero sólo como proyección. Práxeas defendió una tesis conocida como Monarquianismo, pues Dios es monarca único, y es quién se encarnó en el Hijo, así que fue Dios mismo quien sufrió pasión y muerte en la cruz. Idea opuesta pero basada igualmente en la unidad de Dios, es el Adopcionismo de Teódoto y Artemón, que mantenían que Jesús fue un hombre adoptado por Dios, como instrumento de salvación, ya que Dios no podía relacionarse con la carne. Sabelio fue continuador de Noeto en Roma, para él Padre e Hijo no son más que modos o aspectos de una misma personalidad, así Dios se manifiesta como Padre en la Creación y como Hijo en su papel de salvador. El obispo de Roma condeno a Sabelio y a sus seguidores los Modalistas por herejes. La disputa no quedará resuelta hasta la implantación de una fórmula intermedia: el Símbolo de Nicea, una única sustancia y tres personas (homoousion y tres hipóstasis).

Había en Samaría un profeta al que llamaban Simón el Mago, del que hablan los Hechos de los Apóstoles, 8, 9-24, y del que decían que había redimido a su compañera, una ex prostituta, encarnación de la Sophia. Los Simonianos y los Bardesianos, seguidores de Bardesanes, filósofo arameo, nos acercan a la gran herejía del siglo II, el Gnosticismo. Se trata de un complejo entramado de mitos y creencias, del que participaron distintas Escuelas, y que tenían como común denominador una Gnosis. Los Gnósticos se oponía radicalmente a la divinidad del Antiguo Testamento, por lo que representan el polo opuesto al cristianismo judaizante, y representaban una opción culta y helenizada dentro del Cristianismo. Se trata, en efecto, del otro extremo, un Cristianismo que se aproxima más a los Misterios paganos y sobre todo, al sincretismo filosófico de la época. Simonianos, Bardesianos y Fibionitas fueron tres sectas, próximas al Gnosticismo, que mantuvieron complejas cosmologías y un cierto gnosticismo, como vía de salvación. Los Fibionitas con una particular afición a las orgías justificadas teológicamente.

El Gnosticismo es capitulo aparte, que merece algo más que unas pocas líneas. En palabras de Josep Montserrat (Los Gnósticos I, Editorial Gredos, Madrid, 1983, p. 8) “El gnosticismo de las sectas del siglo II implica una serie coherente de características que pueden resumirse en la siguiente formulación: hay en el hombre una centella divina procedente del mundo superior, caída en este mundo sometido al destino, al nacimiento y a la muerte; esta centella debe ser despertada por la contraparte divina de su yo interior para ser, finalmente, reintegrada a su origen (…) El tipo de gnosis que implica el gnosticismo está condicionado por un cierto número de fundamentos ontológicos, teológicos y antropológicos.” Añadiremos únicamente la gran influencia que la Filosofía tuvo en el Gnosticismo, sobre todo el Platonismo Medio de la época. A continuación vamos a enumerar, siguiendo al Dr. Montserrat, algunos de los grupos y autores gnósticos más importantes: a) Gnosticismo judaizante: Cerinto, autor judío de Alejandría, que se unió al cristianismo sin abandonar la observancia judaica, distingue entre un Dios supremo y el Dios creador; el Libro de Baruc atribuido a Justino, comenta el Génesis en una clave afín al Gnosticismo; Dositeo, fundador de una secta próxima a Simón el Mago; y por último, Menandro, samaritano que también fundo una secta en la línea de Simón.

b) Gnosticismo del siglo II basado en la exégesis del A.T.: Satornilo, maestro en Antioquia, que enseñaba la distinción entre un Dios supremo y el Creador, en términos negativos; los Barbelognósticos, a cuya escuela pertenece el Apócrifo de Juan; los Ofitas, secta egipcia que daba a la serpiente un papel preponderante, frente al Dios del A.T. al que dan un papel inferior; los Naasenos, del nombre hebreo “nahas” serpiente, a la cual veneraban y colocaban en el centro de su cosmología; los Peratas, también era una secta ofítica, fundada por Eufrates el Perata y Celbes o Aquembes de Caristios; los Setianos, corriente muy helenizada, de influencia órfica y hermética; y por último, los Cainitas, que representan el caso extremo de oposición al Dios del A.T.

c) Gnosticismo del siglo II basado en la exégesis del N.T.: Basílides, maestro egipcio que instauró sus propios ritos, maestro de Marcos el egipcio, maestro este último, a su vez, de Prisciliano; pero la corriente más importante fue, sin duda, los Valentinianos, seguidores del también egipcio Valentín, que llegó a enseñar en Roma, y cuyas doctrinas alcanzaron una mayor extensión, su Escuela se dividió en dos ramas, una itálica, presidida por Ptolomeo, Heracleón, Secundo y Florino, y otra rama oriental, con Teódoto, Axiónico y Marcos. Bardesanes de Edesa, predicó en Armenia un gnosticismo basado en un fatalismo astrológico, era docetista. Otro gran maestro de la gnosis alejandrina fue Carpócrates, que enseñó un platonismo cristiano; Taciano, asirio seguidor de Justino, el filósofo, maestro de los Encratitas, secta que proponía la continencia sexual; Cerdón, que fue maestro de Marción, éste último fue otro gran maestro del gnosticismo, fundador de una Iglesia propia, que reconocía principalmente el Evangelio de Lucas y al apóstol Pablo, su discípulo principal fue Apeles. Por último, los heresiólogos cuentan entre los gnósticos a Hermógenes, pese a que éste mantenía la eternidad del mundo y el origen material del alma, doctrinas poco afines al Gnosticismo.

El Maniqueísmo fue fundado por el profeta persa Mani en el siglo III. Este autor escribió sus propios textos, y tuvo gran difusión desde Persia tanto hacia el extremo Oriente, como hacia Occidente, llegando hasta Hispania y la Galia. De fuerte influencia zoroástrica, Mani hablaba de dos principios antagónicos, la Luz y las Tinieblas; en el Cosmos se mezclan ambos principios, que también se encuentran en el hombre, por lo que éste debe despertar a la Luz, por medio de una cierta gnosis y un determinado comportamiento de vida.

El Montanismo es la última gran herejía de los siglos II y III, Montano, autor frigio, fundó junto a dos profetisas, Prisca y Maximilla, un movimiento profético, que se propone la renovación del Cristianismo, frente al inminente final del mundo. Proponía en coherencia una vida ascética basada en ayunos y abstinencia sexual, invitando a una resignada disposición para el martirio. El Montanismo se extendió por todo el Norte de África, y conquistó para sus filas a Tertuliano. Su rigorismo termino por generar una importante disputa sobre la imposibilidad de redención de los pecados tras el bautismo, que terminó apartando al Montanismo de la Iglesia apostólica.

El siglo IV comienza con la gran disputa trinitaria, seguirán las grandes herejías orientales sobre la cuestión cristológica. Arrio fue el promotor de la primera gran disputa, su formación alejandrina y la consiguiente influencia de la obra de Orígenes, le llevaron a desarrollar una teología trinitaria subordinacionista, según la cual, Dios, único e indivisible, no puede compartir su esencia (ousía) con otra persona, por lo que el Hijo no puede ser de la misma sustancia que el Padre. Para Arrio, Dios es principio (arjé) y Cristo, el Logos, es engendrado, la primera y superior de las criaturas, creado fuera del tiempo, de absoluta perfección, por tanto no comparte ni la eternidad ni la esencia del Padre. El Espírtitu es la primera criatura engendrada por el Hijo. Establece, así, al igual que los Neoplatónicos, un orden de jerarquía entre las tres hipóstasis (o entidades divinas), que forman la Trinidad. Las tesis de Arrio fueron condenadas en el primer Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en el año 325, bajo la presidencia del Emperador Constantino. En dicho Concilio se establece el Símbolo de Nicea, que todavía se reza como el Credo católico, en el que se afirma que hay un solo Dios, Padre, y el Hijo, de la misma naturaleza que el Padre (homooúsios). El Arrianismo tuvo una gran difusión, y no desapareció tras el Concilio de Nicea, pues el Emperador Constancio favoreció a los Arrianos, y nombró a uno de ellos, Eusebio de Nicomedia, Patriarca de Constantinopla. El problema era la aceptación del término homooúsios como solución de compromiso, la disputa todavía duró algunos años, y el Arrianismo logró extenderse entre las monarquías góticas europeas. Fueron los tres grandes teólogos capadocios: Basilio de Cesarea, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa, quienes pusieron paz en la disputa, y lograron imponer la formula “una naturaleza, tres personas” (mía ousía treîs hypostáseis). Teodosio el Grande convocó el I Concilio Ecuménico de Constantinopla, donde se confirmó el credo de Nicea, condenando definitivamente el Arrianismo y las herejías afines.

Otras dos grandes controversias trinitarias fueron el Macedonismo pneumatomaca, que negaba la divinidad del Espíritu Santo de forma subordinacionista, promovida por Macedonio, obispo de Constantinopla. Fue condenada en el Concilio de Constantinopla, donde se confirma la divinidad del Espíritu Santo. Y el Apolinarismo, que seguía las tesis de Apolinar de Laodicea, teólogo enemigo de las tesis arrianas y defensor acérrimo de la divinidad de Cristo; esta herejía introduce la cuestión cristológica, que se debatirá en los siguientes Concilios Ecuménicos, contra el Nestorianismo y el Monofisismo. Para Apolinar el Logos se encarna en un cuerpo y un alma humana, pero sin la parte racional, en Jesús había una inteligencia y voluntad divina; esta tesis será la de la Escuela de Alejandría, representada por Cirilo y más tarde por los Monofisistas. Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo, representantes de la Escuela de Antioquia, se opusieron al Apolinarismo, en el I Concilio de Constantinopla. Aquí comenzaba la batalla entre las dos grandes Escuelas Catequéticas de Alejandría y Antioquia, que enfrentó también a estas dos Sedes Patriarcales, durante todo el siglo V.

La disputa sobre la naturaleza del Cristo enfrentaba dos visiones distintas sobre el alma humana, una visión platónica sobre las tres clases de almas encerradas en un cuerpo, y una visión aristotélica según la cual el alma es la sustancia del cuerpo. Estos dos puntos de vista permitían interpretar la encarnación del Logos de dos maneras distintas: la primera cristología descendente, el Logos se hace carne (Lógos-sarx); y la segunda cristología ascendente, el hombre es asumido por el Logos (Lógos-ánthropos). La Escuela de Alejandría asumirá la cristología descendente, que finalmente se acaba imponiendo, mientras que la Escuela de Antioquía, con Teodoro de Mopsuestia a la cabeza, mantenía que la unión entre el Logos y hombre es una conjunción (sináfeia), lo que dejaba claro que no había mezcla de naturalezas. En el año 428 el emperador Teodosio II nombra a Nestorio Patriarca de Constantinopla. Nestorio orador ardiente, combatió desde el púlpito la popular concepción de María “madre de Dios” (theotocos); desde la teología antioquena, María sólo podía ser madre de Cristo, no del Logos que le es anterior. Cirilo de Alejandría, apoyándose en tesis próximas al apolinarismo, mantenía que en Cristo se dio una única naturaleza, pero sin embargo, tenía cuerpo y alma humanos. Tesis que logró imponer en el Concilio de Éfeso del año 431, lo que costó la condena y deposición de Nestorio.

La polémica continuó una generación más tarde, pero esta vez, la amenaza de heterodoxia provenía de Alejandría, que había aceptado la interpretación radical de Eutiques de las fórmulas de Cirilo, y afirmaba que en Cristo sólo había una única naturaleza después de la unión del Logos y el hombre, se fundían y mezclaban las dos naturalezas en una sola (mono-fisis). Eutiques fue condenado por el Patriarca Flaviano de Constantinopla. En el año 451 se celebró el Concilio de Calcedonia que pretendía poner paz entre las dos tendencias radicales, el nestorianismo antioqueno y el monofisismo alejandrino, confirmando el Símbolo de Nicea, y estableciendo que en Cristo había dos naturalezas completas, sin confusión, sin mezcla, y sin que la diferencia de naturalezas desapareciera por la unión. La formula de Calcedonia será aceptada como dogma oficial, y el Nestorianismo y Monofisismo serán condenados. Sin embargo, no todos los emperadores fueron partidarios de las tesis de Calcedonia, lo que permitió una cierta expansión, sobre todo, del Monofisismo. Los Nestorianos se trasladarán a Persia donde constituirán su Iglesia independiente.

El emperador Hereclio I (610-641) se interesó por la unidad de la Iglesia, e intentó encontrar una fórmula que pudieran aceptar calcedonianos y monofisistas, fórmula que se denominó Monotelismo, reconociendo que en Cristo hubo una sola voluntad. Esta doctrina, que se impuso durante algún tiempo, fue rectificada por el III Concilio de Constantinopla, durante el reinado del emperador Constantino IV Pogonato, donde se condenaba el Monotelismo, y se declaraba que en Cristo habían dos naturalezas y dos voluntades, siempre concordantes, en el sentido de que la voluntad humana seguía a la divina.

Mientras en Oriente se debaten las cuestiones trinitarias y cristológicas, en Occidente se suscitan también otras importantes disputas contra dos grandes herejías: el Pelagianismo y el Donatismo, combatidas por Agustín de Hipona. Cabe citar también la herejía priscilianista, que se cobró el primer mártir de la heterodoxia: Prisciliano. Pelagio, natural de Britania, predicó sus doctrinas por el Norte de África, el feudo de Agustín de Hipona, y además se opuso a las doctrinas de éste, especialmente, a aquellas que se referían al pecado original, que tanto preocupaba a Agustín. Pelagio y Agustín mantuvieron una polémica sobre el pecado original, en dos obras: Sobre la Naturaleza de Pelagio, y Sobre la Naturaleza y la Gracia de Agustín. El juez en la polémica fue el Papa, que resolvió excomulgar a Pelagio. El Donatismo, por su parte, fue un movimiento de renovación cismático, que mantenía una estrica y austera concepción del pecado y su imposibilidad de redención después del bautismo. Donato fue obispo de Cartago, donde combatió a los cristianos que habían apostatado para eludir el martirio, y mantenía la imposibilidad de que estos impartieran sacramentos. Los Donastistas se denominaban a sí mismos, expresamente, “cátaros” (puros). Agustín de Hipona logró, una vez más, demostrar su superioridad doctrinal con la formula que se impuso: el sacramento tiene valor “ex opere operato” (por la acción misma), y no “ex opere operantis” (por la acción de quien lo imparte).

El Priscilianismo es también un movimiento de reforma, que básicamente proponía el retiro de la vida mundanal, la vida interior en la soledad de una vida más ascética y contemplativa; se trataba de volver a un Cristianismo original, incluyendo continencia, ayuno, pobreza. El Priscilianismo fue visto como una amenaza para la Iglesia pujante, y tildado de gnóstico y maniqueo. Con falsas acusaciones y por razones de oportunidad política, Prisciliano fue acusado de hereje y ajusticiado, siendo el primer mártir de la heterodoxia cristiana.

Y terminamos este catálogo de herejes y movimiento heréticos, con un dato curioso, se trata de la condena, en el año 543, de Orígenes y el Origenismo. Fue el emperador Justiniano, que había cerrado la Academia de Atenas y había prohibido a los paganos enseñar filosofía, quien ahora promulgaba un edicto en que enumeraba los errores del gran teólogo cristiano, para poner fin a ciertas disputas suscitadas entre el monacato, y poniendo fin a ciertas especulaciones de algunos monjes ilustrados.

Recomendamos la lectura de la obra de Antonio Piñero: Los Cristianismos Derrotados, publicado por Edaf, Madrid, 2007.

Juan Almirall, mayo 2008

miércoles, 14 de mayo de 2008

LA ACADEMIA



LA ACADEMIA DE ATENAS, FUNDADA POR PLATÓN, EN EL AÑO 388 A.C., Y CLAUSURADA POR EL EMPERADOR JUSTINIANO EN EL AÑO 529, FUE UNA INSTITUCIÓN QUE FORMÓ A FILÓSOFOS, GOBERNANTES, CIENTÍFICOS, TEÓLOGOS, MISTICOS Y MAGOS, TANTO PAGANOS COMO CRISTIANOS, E INFLUYÓ EN TODAS LAS OTRAS RELIGIONES Y ESCUELAS FILOSÓFICAS DE NUESTRO ENTORNO CULTURAL. SIN EMBARGO, SU RASTRO NO ES CLARO, PUES NO SIEMPRE ESTUVO EN EL MISMO LUGAR, NI SIQUIERA EN LA MISMA CIUDAD. LA HISTORIA DE LA ACADEMIA ES LA HISTORIA DE LOS MAESTROS PLATÓNICOS, LA LLAMADA CADENA DE ORO.


La Academia antigua

Platón (428 – 348 a.C.) fue, sin duda, uno de los filósofos más influyentes de la Antigüedad. En el año 388 a.C. fundó la Academia, una escuela de filosofía, a las afueras de Atenas, en el bosque sagrado de un antiguo gimnasio consagrado al héroe Acádemos. Muchos fueron los maestros que enseñaron e interpretaron las doctrinas de Platón, pero no todos lo hicieron en Atenas. La suerte de la Academia va ligada a una cadena de filósofos platónicos, que enseñaron las famosas doctrinas platónicas sobre las Ideas, el Demiurgo, la reminiscencia, la elevación del alma a través de los círculos celestiales, etc.
Aristóteles (384 – 322 a.C.) llegó a Atenas a los 17 años, y rápidamente entró a formar parte del círculo académico. Los académicos eran personas muy reconocidas en Atenas, se distinguían por su elegancia y refinado comportamiento. Aristóteles fue uno de los discípulos más aventajados de Platón, pero no le sucedió en la dirección de la Academia. En el año 348 a.C. muere el Maestro en un banquete nupcial, a la edad de ochenta y cuatro años, y le sucede Espeusipo (c. 407 – 339 a.C.), el hijo de su hermana. Espeusipo era conocido por su mal carácter, pero sin embargo embelleció la Escuela, que en su época ya gozaba de un gran prestigio.
El tercer diádoco de la Academia fue Jenócrates (396 – 314 a.C.), que era conocido por su austeridad. Durante su dirección, Aristóteles regresó a Atenas, pero sus desavenencias con los académicos le llevaron a enseñar en el gimnasio del Liceo, donde, más tarde y tras su muerte, Teofrasto, su discípulo, fundaría el Peripato. Peripatéticos fueron Estratón y Demetrio de Falero, padres de la Biblioteca de Alejandría, fundada por el rey egipcio Ptolomeo Filadelfo.
Discípulo y amante de Jenócrates fue Polemón (350 – 267 a.C.), un hombre dado a los excesos que contrastaba con la sobriedad de su maestro. Polemón sucedió a Jenócrates en la dirección de la Academia. Discípulo de ambos fue un importante personaje: Zenón de Citio (336 – 264 a.C.), que en el año 300 a.C. se distancia de sus maestros platónicos y funda su propia escuela: la Estoa o la Escuela del Pórtico. El Estoicismo fue la escuela filosófica más influyente en el pensamiento latino y cristiano.

La Academia media y nueva

Crates y luego Crantor fueron directores de la Academia. De este último la heredó Arcesilao (315 – 241 a.C.). Con él comienza un nuevo período, denominado la Academia Media. Arcesilao estudió dialéctica y sus contradicciones le llevaron a suspender el juicio, epojé, a modo de los escépticos de la Escuela de Pirrón.
Lácides fundó la Academia Nueva, que cedió en vida a Telecles y Evandro. A este último sucedió Hegésino de Pérgamo, y a éste Carnéades de Cirene (214 – 128 a.C.), máximo exponente de la Academia Nueva. Carnéades fue también escéptico y mantuvo una polémica contra los estoicos, en particular contra Crisipo. A Carnéades le sucede Clitómaco y a éste Filón de Larisa, con el que se cierra un período histórico, marcado por el intento de mantener la pureza doctrinal y el escepticismo, como lógico resultado de la dialéctica, la ciencia suprema para los platónicos. A pesar de ello, en la Academia Nueva los maestros hablaban de ciertos misterios, que no se solían mostrar a los profanos y que se encontraban en la cima del conocimiento.

El academicismo ecléctico

En el año 88 a.C. el rey Mitrídates, enemigo de la república romana, acosa Atenas. Filón de Larisa y su discípulo Antíoco de Ascalón (130 – 68 a.C.) se trasladan a Roma, donde tomarán contacto con Cicerón, quien da testimonio de este encuentro en gran parte de su obra. Poco más tarde Antíoco se traslada a Alejandría, donde reunirá a un grupo de discípulos, entre los que se encuentran sus continuadores Heráclito de Tiro y Dión de Alejandría. Antíoco y sus sucesores fueron grandes admiradores del sirio Posidonio de Apamea, filósofo estoico que tenía su escuela en Rodas, y era conocido por su mente poderosa y enciclopédica. Esta circunstancia hizo que el platonismo se acercara al estoicismo de Posidonio, así como al aristotelismo imperante en el Museo de Alejandría. Antíoco y sus sucesores le darán al platonismo un carácter ecléctico, pues consideraban que estoicismo, peripatetismo y platonismo concordaban en lo esencial. Pronto un nuevo elemento se sumará a este sincretismo filosófico: el pitagorismo, que resurgía en el siglo I a.C., sobre todo en medios romanos. Eudoro de Alejandría recogerá este nuevo interés por el pitagorismo platónico, que se justifica en las últimas obras y diálogos de Platón. Eudoro fue discípulo de Dión.
En la Alejandría de principios de nuestra era tendremos, por un lado, la tradición platónica ecléctica en la línea iniciada por Antíoco, y por otro, un creciente interés por el pitagorismo. Este es el ambiente filosófico que conocerá uno de los personajes más importantes del Platonismo medio: Filón de Alejandría (20 a.C. – 50). Filón era un judío de la diáspora alejandrina, una de las más grandes de la época. Su lengua materna era el griego y, por tanto, conoció la Biblia griega de los Setenta. Siguiendo la tradición alegórica de su pueblo, interpretará el Pentateuco en términos filosóficos, pero según la filosofía alejandrina del momento, es decir, el platonismo ecléctico de Antíoco y un tímido pitagorismo incipiente. Filón coincide con los platónicos en la importancia de los misterios que se encuentran en la cima de todo conocimiento: la Sabiduría o el Lógos de los Libros Sagrados se trasforma en una hipóstasis del Dios creador del Génesis. Con Filón de Alejandría la mística religiosa se incorpora al platonismo.

La nueva cátedra de filosofía platónica en Atenas

El regreso del Platonismo a Atenas se lo debemos a Amonio de Alejandría, maestro que encontramos en torno al año 66 enseñando de nuevo en Grecia. En esta época Plutarco de Queronea (45 – 125) estudia platonismo con Amonio. El autor de las grandes obras Moralia y Vidas paralelas, fue además sacerdote en Delfos, donde escribe sus Diálogos píticos, e iniciado en los Misterios egipcios, de los que habla en su obra Sobre Isis y Osiris. Plutarco fue un autor platónico, con ciertas influencias pitagóricas. Su sobrino Sextus fue preceptor del emperador Marco Aurelio.
La antigua Academia había quedado desierta, ya que nadie pudo asumir la herencia de las propiedades. Sin embargo, el platonismo continuó entre los distintos círculos de filósofos que se consideraban discípulos y seguidores de Plutarco de Queronea.
En el año 161 sube al trono imperial Marco Aurelio, el emperador filósofo. Su pasión por la filosofía y las letras le lleva a fundar en Atenas, en el año 176, una cátedra de retórica, y cuatro de filosofía, correspondientes a las grandes escuelas filosóficas: la cátedra de Platón, la de Aristóteles, una estoica y otra epicúrea, dotando a cada una de ellas con un salario anual de 10.000 dracmas. En el año en que se funda la nueva cátedra de Platón, es Ático quien se sienta en la silla de Platón. Era pariente y preceptor del rey Herodes Ático, al que el emperador había asignado la misión de dotar a las cátedras de los maestros más capaces. Ático había sido discípulo de Calvenus Taurus, del que hereda la disputa con el peripatetismo, que arrancaba de ciertas diferencias sobre cuestiones de lógica, en particular contra la obra de Aristóteles las Categorías. La polémica se radicalizó y llegó a poner en tela de juicio la superioridad de Platón sobre su discípulo, en un tono de vehemente lucha entre las escuelas. Herederos de la cátedra y de la disputa anti-aristotélica fueron Harpócrates de Argos y Severo, que regentaron la Academia en Atenas hasta principios del siglo III.
Por otra parte, el platonismo florecía en Asía Menor de la mano de Albino de Esmirna, discípulo de Gayo, Teón de Esmirna, autor de una introducción matemática a las doctrinas de Platón, Galeno, el reformador de la medicina, y Apuleyo de Madaura, filósofo platónico y literato, que nos describe los Misterios de Isis en su obra El asno de oro. Estos filósofos trascenderán la disputa anti-aristotélica, mostrando una visión muy amplia de la dialéctica platónica, que incorporaba toda la lógica de silogismos desarrollada por Aristóteles.
De esta época son también los filósofos que relacionan el platonismo con una mística del número inspirada en el pitagorismo, que tuvieron una gran importancia en el desarrollo de las doctrinas neoplatónicas. Nos referimos a Moderato de Cádiz, Nicómaco de Gerasa y, sobre todo, a Numenio de Apamea, que ejercerá una especial fascinación sobre los neoplatónicos, especialmente sobre Plotino, que en algún momento fue acusado de plagiar sus doctrinas.

El platonismo místico

La influencia del platonismo en el mundo antiguo excedió el ámbito puramente filosófico o científico. Lejos ya de la Academia de Atenas, el platonismo transformaba todos los ámbitos de la espiritualidad helenística: el Cristianismo, que se presenta como un judaísmo helenizado; la religión caldea y sus nuevas escrituras filosóficas: los oráculos; y los Misterios Egipcios, con los escritos filosóficos de Hermes Trismegisto.
Los primeros escritos cristianos, las cartas de Pablo, que están datados en los años sesenta del siglo primero, se aproximan más al estoicismo que al platonismo. La formación de Pablo pasa por la escuela de los fariseos, escuela judía que estaba emparentada con el estoicismo. Sin embargo, durante el siglo II se extenderá una versión del Cristianismo de fuerte raigambre platónica: el Gnosticismo. Integrado por distintas escuelas judías, cristianas y paganas, el Gnosticismo difundirá una doctrina soteriológica basada en la gnosis, un tipo de conocimiento esotérico, principalmente sobre el más allá y las posibilidades de liberación del destino determinado por las potestades del cosmos. Las Escuelas Gnósticas más importantes fueron las de Valentín, Marción, Basílides, los gnósticos de Barbeló y los ofitas. La gnosis dio pie a que un grupo de cristianos más instruidos y conocedores de las corrientes filosóficas del momento, comenzaran a escribir los primeros textos teológicos, que, en su mayoría, son denuncias de las presuntamente falsas doctrinas de los gnósticos. El primer gran apologista fue Justino mártir, cristiano apasionado por la filosofía platónica. Destacaron Tertuliano, Ireneo de Lyon y, sobre todo, el fundador de la llamada Escuela de Alejandría, Clemente, que, influenciado por Filón, intentará conciliar en sus escritos filosofía y revelación. De la Escuela de Alejandría veremos surgir a uno de los filósofos cristianos más importantes de la antigüedad: Orígenes (185 – 254), discípulo de Amonio Saccas y compañero de Plotino. Orígenes construye un sistema filosófico inspirado en Platón, con el que pretende explicar las verdades evangélicas.
El emperador Marco Aurelio se hacía acompañar en sus campañas de un mago y astrólogo caldeo, conocido como Juliano el caldeo, padre de Juliano el teúrgo, autor de los Oráculos Caldeos, un conjunto de sentencias dirigidas a iniciados en los misterios caldeos, escritas en forma de discurso filosófico de inspiración platónica.
Los siglos II y III marcan una época de fascinación por el misterio en el mundo pagano, aficionado a las mezclas sincréticas. Los sacerdotes de los misterios egipcios, totalmente helenizados, escriben el Corpus Hermeticum, la revelación del filósofo profeta Hermes Trismegisto, padre de la Alquimia y de la magia de los talismanes. Igualmente se escriben en esta época gran cantidad de papiros sobre magia y alquimia.
El sincretismo pagano afecta incluso a la religión imperial. A finales del siglo II comienza la dinastía de los Severos, procedentes de Libia. Septimio Severo, el fundador de la dinastía, estaba casado con Julia Domna, hija de Julio Basiano, sacerdote del Sol en Emesa (Siria). Los Severos institucionalizarán los cultos orientales a Helios en Roma, que se identifica con el Ser supremo del que habla Platón en la República, y la erudita emperatriz Julia Domna mantendrá un círculo literario, conocido como la sofística nova, entre los que destacan Diógenes Laercio, autor de las Vidas de filósofos ilustres, y Filóstrato, autor de la Vida de Apolonio de Tiana, teúrgo capadocio que tuvo una vida paralela a la de Jesucristo, y que encaja bastante bien con el modelo de santidad helenística. La dinastía siria de los Severos duró hasta el año 235, fecha en que muere Alejandro Severo, el último miembro de la familia imperial. Su antecesor, Heliogábalo, había sido un sacerdote del Sol en Emesa, y había traído a Roma el Gebal, un meteorito negro, símbolo de Baal de Emesa, que fue adorado como protector del Imperio. El joven emperador fue asesinado junto con su madre, Julia Soemias, quien gobernaba efectivamente, mientras su hijo se ganaba las antipatías del pueblo romano con una conducta escandalosa. Cincuenta años de disensiones militares siguieron a la caída de los Severos, en las que los generales se repartieron el Imperio, hasta su total reunificación de la mano de Diocleciano y su famosa tetrarquía, formada por Maximiano Hércules, Galerio y Constancio Cloro, padre de Constantino el grande. Durante este período el cristianismo padeció una importante persecución oficial, a la par que el paganismo se transforma en la religión helenística de la mano de los grandes filósofos-teólogos del neoplatonismo.

El Neoplatonismo

Del último filósofo neopitagórico, Numenio de Apamea, fue discípulo Amonio Saccas, que enseñaba en Alejandría durante la primera mitad del siglo III. A las lecciones de Amonio concurren dos grandes filósofos de esta época: Plotino y Orígenes. En la segunda mitad del siglo tercero vemos florecer el neoplatonismo, de la mano del gran filósofo Plotino (203 – 270), fundador de la Escuela. Estudió primero en Alejandría, luego enseñó en Roma, y finalmente se trasladó a la Campania, donde intentó fundar sin éxito una ciudad organizada según los criterios platónicos, Platonópolis, para lo que contó con el apoyo del emperador Galieno. Autor de una serie de textos conocidos tradicionalmente como las Enéadas, Plotino sienta las bases de la filosofía neoplatónica y su construcción trinitaria, donde la realidad ontológica queda constituida por tres hipóstasis o fundamentos: el Uno, el Intelecto (noûs) y el Alma. Sus dos grandes discípulos fueron Porfirio (234 – 305) y Amelio (220 – 272), el primero, autor de una prolífica obra, entre la que destaca una Vida de Pitágoras y una obra contra los cristianos; polemizó con su maestro sobre la importancia de Aristóteles en la instrucción filosófica.
Pero el verdadero padre de la escuela neoplatónica, que encontrará su continuidad en Atenas, fue Jámblico de Calcis (245 - 330), filósofo y sacerdote de Zeus-Belos en Apamea, e iniciado en los Misterios egipcios, cuya obra sintetiza las grandes tendencias de su época: el platonismo y el pitagorismo, incorporando la obra de Aristóteles como una propedéutica a la iniciación filosófica, que consiste en el conocimiento de los diálogos de Platón y culmina con una revelación religiosa a través de los Oráculos Caldeos.

Platonismo y Cristianismo

El siglo IV marca el declive del paganismo y su filosofía, tras la conversión del Imperio al cristianismo de la mano de Constantino el Grande (312 – 337). De hecho, la filosofía pagana tardará un siglo en volver a dar un gran filósofo. Los emperadores de la segunda dinastía Flavia realizarán grandes esfuerzos por cristianizar el Imperio, especialmente el emperador Constancio y Teodosio. Sin embargo, no podrán evitar las luchas internas de la nueva jerarquía cristiana por el poder y la imposición de sus puntos de vista. Con el Concilio de Nicea, en el año 325, comienzan los concilios ecuménicos, con el objeto de fijar el dogma universal o católico, y las grandes disputas teológicas sobre la Divina Trinidad, cristología, soteriología, etc. Durante todo el siglo IV, la Iglesia griega debatió sobre todo la cuestión de la Trinidad con los seguidores del obispo Arrio, mientras que la Iglesia latina intentaba poner fin a las polémicas generadas por los donatistas, pelagianistas y priscilianistas. La Iglesia latina contaba con Agustín, obispo de Hipona y teólogo ecléctico, cuya visión se acabará imponiendo en toda la cristiandad latina, hasta la irrupción del averroísmo y la escolástica, en el siglo XIII. El arrianismo, sin embargo, reviste especial interés, pues se trata de un planteamiento continuador de Orígenes y, por tanto, muy próximo a la filosofía platónica. Mantenía la diversidad de esencia entre las personas de la Trinidad, que en griego todavía se conocen con el nombre neoplatónico de hipóstasis. Los padres niceanos que combatieron la herejía arriana mantenían contrariamente la identidad de esencia de las tres hipóstasis, el famoso “homoousion”, que se acabó imponiendo: Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen una única naturaleza, pero son tres hipóstasis diferentes. A los ojos de cualquier filósofo pagano esto debió verse como una aberración, sin ningún fundamento lógico, pues el monoteísmo judío casa muy mal con la teoría neoplatónica de las tres hipóstasis.
Los arrianos ganaron protagonismo con el emperador Constancio y su sucesor Juliano (331 – 363), que durante su breve reinado intentó organizar al helenismo y restaurar los viejos cultos paganos, atizó el fuego de las disputas teológicas a fin de crear el caos entre los cristianos y ganar adeptos para la causa helenística. Juliano mismo se reveló como un gran seguidor de Jámblico de Calcis y escribió algunos discursos influidos por las doctrinas éticas y teológicas neoplatónicas.
Sin embargo, la escuela neoplatónica durante el siglo IV se encuentra dividida en dos: por una parte la Escuela de Pérgamo, donde enseña Edesio de Capadocia, discípulo directo y más destacado de Jámblico; fueron sus seguidores: Eusebio, Crisanto, Prisco y Máximo de Éfeso. Prisco vivió gran parte de su larga vida en Atenas y tuvo un destacado discípulo, el emperador Juliano, y a Hilario. Así lo narran Eunapio en sus Vidas de filósofos y sofistas, y Libanio, otro importante maestro helenista, que junto con Prisco y Máximo formaron parte del círculo del emperador Juliano.

La Academia Neoplatónica de Atenas

Por otra parte, la Escuela de Jámblico, fundada en Apamea, tuvo como sucesor a Sópatros, cuyo nieto, llamado también Jámblico, enseñó en Atenas. Así, en la Atenas del siglo IV, en la que estudió el emperador Juliano, enseñaron varios maestros seguidores de las doctrinas teosóficas del divino Jámblico de Calcis: los dos más importantes fueron Prisco, formado en la Escuela de Pérgamo, y el Jámblico de la Escuela de Apamea. Esto explica por qué en la última Academia dominó esta corriente filosófica: el neoplatonismo sirio. Plutarco de Atenas fue el fundador, a principios del siglo V, del último reducto del helenismo, la nueva Academia neoplatónica de Atenas, donde ocupó la cátedra del divino maestro hasta el año 432, fecha en que le sucede Siriano.
El siglo V comienza con las grandes persecuciones del paganismo, la destrucción de los grandes templos y oráculos y el asesinato de Hipatia de Alejandría, filósofa y matemática, en el año 415. Alejandría fue un centro de polemistas cristianos, algunos de ellos muy ambiciosos, como Cirilo, el perseguidor del nestorianismo, que junto con el monofisismo fueron las dos grandes herejías perseguidas en los Concilios de Éfeso y de Calcedonia, respectivamente. Se trataba ahora de disputas teológicas sobre las naturalezas del Cristo, una nueva dificultad para el dogma, que termina con la excomunión de nestorianos y monofisistas, y su traslado a tierras de Persia, donde crearán en el siglo VI las grandes escuelas médicas de Edesa, Nísibis y Jundi-Shapur, instrumentos esenciales en la transmisión de la filosofía griega al mundo árabe.
Tras la muerte del maestro Siriano, en el año 437, el gran Proclo (412 – 485) se sienta en la cátedra de Platón y dirigirá la nueva Academia de Atenas hasta su muerte en el año 485. Escribirá extensos comentarios a los diálogos platónicos más importantes, la Teología platónica y los importantísimos Elementos de teología, obras de gran trascendencia para la filosofía occidental. Entre los discípulos del gran diádoco se encontrará un cristiano, conocido después con el nombre de Pseudo-Dioniso Areopagita, autor de importantes obras sobre teología mística. Los últimos años del siglo V transcurrirán bajo la sombra de Proclo. Marino de Neápolis (440 – 495), un autor más bien mediocre, le sucede en la cátedra, seguido después de Isidoro.
A principios del siglo VI, Damascio (460 – 532) ocupó la cátedra de Platón en la Academia, fue uno de los últimos grandes comentaristas y filósofos helenistas, junto con su discípulo Simplicio, que tras el edicto de Justiniano, en el año 529, por el que se prohíbe a los paganos enseñar filosofía, inician un exilio a Persia, junto con otros cinco filósofos. Los siete filósofos son acogidos en la capital del Imperio Persa, Seleucia-Ctesifonte, por el Emperador filósofo Cosroes. Los nombres de estos siete eran Damascio, Simplicio, Prisciano de Lidia, autor de un Liber solutionum ad Chosroem, Eulamio de Frigia, Hermias de Fenicia, Diógenes de Fenicia e Isidoro de Gaza. En el año 532 los siete abandonan Persia y algunos de ellos regresan al Imperio Bizantino. La prohibición de enseñar pesaba, y con la muerte en prisión del último gran filósofo neoplatónico latino, Boecio, autor de la Consolación de la filosofía, el helenismo y su sustento filosófico, el neoplatonismo, se irán apagando hasta su total extinción.

Juan Almirall, marzo 2007

lunes, 12 de mayo de 2008

CRONOLOGIAS


A continuación ofrecemos una cronología de emperadores, obispos romanos, acontecimientos relevantes y algunas herejías, para la reconstrucción del Cristianismo en sus seis primeros siglos, que iremos ampliando, mejorando y corrigiendo con el tiempo. Esperamos que sea de utilidad. Agradeceremos cualquier corrección o indicación, que sirva para mejorarla y ampliarla.


SIGLO I

EMPERADORES
DINASTÍA JULIA CLAUDIA
27 a.C. – 14 Octavio Augusto.
14 – 37 Tiberio.
37 – 41 Cayo Calígula.
41 – 54 Claudio.
54 – 68 Nerón.
69 Crisis, cuatro emperadores.
I DINASTÍA FLAVIA
69 – 79 Vespasiano.
79 – 81 Tito.
81 – 96 Domiciano.
DINASTÍA ANTONINA
96 – 98 Nerva.
98 – 117 Trajano.

1 – 33 Jesucristo (hay quien sitúa el nacimiento de Jesús unos años antes).
20 a.C. – 50 Filón de Alejandría.
4 – 98 Apolonio de Tiana.
4 – 65 Séneca
39 Conversión de Pablo (8 – 67).
40 – Simón el mago en Samaría.
49 Concilio de Jerusalén.
64 – 67 Incendio de Roma por Nerón, primera persecución de los cristianos.
66 – 70 Guerra contra los judíos y destrucción de Jerusalén por Tito.
67 Martirio de Pedro y Pablo en Roma.

OBISPOS DE JERUSALÉN
29 - 62 Jacobo (Santiago) el Justo, hermano de Jesús
62 - 107 Simeón I

OBISPOS DE ROMA
67 – 78 S. Lino de Volterra, mártir.
78 – 90 S. Cleto romano mártir.
90 – 100 S. Clemente romano mártir.

OBISPOS DE ANTIOQUÍA
37 - 53 Pedro I
53 - 68 Evodio
68 - 107 Ignacio I

OBISPOS DE ALEJANDRÍA
43 - 63 Marcos I el Evangelista
63 - 82 Aniano
82 - 95 Abilio
96 - 106 Cedrón

Cartas y Evangelios
50 – 62 Cartas de Pablo a los Gálatas, Corintios, Romanos, cartas de la cautividad: Efesios, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses. Se discute la autenticidad de las cartas a Timoteo y Hebreos.
62 Ejecución en Jerusalén de Santiago, hermano de Jesús y cabeza de la Iglesia de Jerusalén, autor de la Epístola de Santiago.
64 Epístolas de Pedro.
69 Evangelio de Marcos en Roma.
70/100 Evangelio de los Hebreos.
70 Epístola de Judas.
78/93 Flavio Josefo: Guerra judía y Antigüedades judías.
80 Evangelio de Mateo, en Jerusalén; Evangelio de Lucas, y Hechos de los Apóstoles, en Antioquía.
90 Evangelio de Juan, en Efeso, y las Epístolas de Juan.
90 – 96 Segunda persecución de Domiciano, Apocalipsis de Juan.
92 – 101 Clemente de Roma, tercer sucesor de Pedro, escribe una epístola a los corintios. Se escriben con posterioridad otras cartas atribuidas a Clemente las Pseudo-clementinas (s. III).
95 Primera carta de Clemente.

SIGLO II

EMPERADORES
117 – 138 Adriano.
138 – 161 Antonino Pío.
161 – 180 Marco Aurelio, emperador y filósofo estoico, durante su reinado Justino es acusado por el cínico Crescente y condenado a muerte, en el año 165.
163 – 167 Persecución de Marco Aurelio a los cristianos.
178 Discurso verdadero de Celso.
180 – 192 Cómodo.
DINASTÍA DE LOS SEVEROS (De origen caldeo)
193 – 211 Septimio Severo (Leptis Magna, Libia), casado con Julia Domna.
197 Edicto de Septimio Severo contra judíos y cristianos.

OBISPOS DE ROMA
100 – 112 S. Anacleto de Atenas, mártir.
112 – 121 S. Evaristo de Belén, mártir.
121 -132 S. Alejandro I romano mártir.
132 – 142 S. Sixto I romano mártir.
142 – 154 S. Telesforo de Turio, mártir.
154 – 158 S. Higinio griego mártir.
158 – 167 S. Pío I de Aquileya, mártir.
¿ - 175 S. Aniceto de Emesa, mártir.
¿ - 182 S. Sotero de Campania, mártir.
¿ - 193 S. Eleuterio de Nicópolis, mártir.
193 – 203 S. Víctor I africano mártir.

OBISPOS DE ANTIOQUÍA
107 - 127 Herón
127 - 154 Cornelio
154 - 169 Eros
169 - 182 Teófilo
182 - 191 Máximo I
191 - 211 Serapion

OBISPOS DE ALEJANDRÍA
106 - 118 Primo
118 - 129 Justo
131 - 141 Eumenes
142 - 152 Marcos II
152 - 166 Celadión
167 - 178 Agripino
178 - 189 Juliano
189 - 232 Demetrio

OBISPOS DE JERUSALÉN
107 - 113 Justo
113 - ? Zaqueo
¿? Tobias
¿ - 117 Benjamín I
117 - ? Juan I
¿ - 120 Mateo I
¿ - 124 Felipe
¿? Seneca, Justo II, Leví, Efraín, José I
¿ - 135 Judas
135 - ? Marcos I
¿? Casiano, Publio, Máximo I, Juliano I, Gayo I, Símaco
¿ - 162 Gayo II
162 - ? Juliano II
¿? Capito, Máximo II, Antonino, Valente
¿ - 15 Duliquiano
185 - ? Narciso
¿? Dión, Germán
¿ - 211 Gordiano

Apologetas
98 – 117 Viaje a Roma de Ignacio segundo obispo de Antioquía, autor de epistolas a Efeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia, Esmirna y Roma, presenta el martirio como una auténtica imitación de Cristo.
100 – 165 Flavio Justino filósofo y martir.
100/150 Evangelio de Tomás.
C. 100 Evangelio de Matías, en Egipto.
Se componen los Libros sibilinos cristiano-judios, los Oráculos caldeos, y el Corpus Herméticum.
124 Cuadrato primer apologeta, presenta una defensa del cristianismo al emperador Adriano.
130 Papías, obispo de Hierapolis, escribe una Exégesis de los discursos del Señor.
131 Epístola de Bernabé, es un verdadero tratado teológico escrito en forma de epístola.
140 – 150 El hermano de Pío I obispo de Roma, Hermas escribe el Pastor, escrito apocalíptico apócrifo.
140 Marciano Arístides apología a Antonino Pío.
150/160 Flavio Justino: Apología I-II y Dialogo con Trifón.
C. 150 Evangelio de los Doce o de los Ebionitas; Evangelio de los Egipcios; Apócrifo de Juan. La recopilación de textos cristianos conocida como Didajé, regla de vida apostólica. Evangelio según Pedro.
156 Martirio de Policarpo obispo de Esmirna, aficionado al martirio acusa a Marción de ser hijo de Satán.
172 Taciano el sirio, funda la secta gnóstica de los encratitas, había sido discípulo de Justino pero se opuso a la filosofía.
177 Atenagoras de Atenas escribe la Súplica a favor de los cristianos, dirigida a Marco Aurelio y Cómodo.

Gnósticos
Sectas gnósticas exegetas del Antiguo Testamento fueron: los Barbelognósticos, los ofitas, los naasenos, los setianos y los cainitas.
¿120? Basílides e Isidoro, primera gran escuela gnóstica.
85 – 161 Valentín funda la segunda escuela que tiene dos ramas: 1) Ptolomeo, Heracleón y Florido de la Escuela italina.
2) 154 – 222 Bardesanes, gnóstico y astrólogo, y Harmonio, miembros de la Escuela oriental de Valentín.
154 Carpócrates funda la tercera gran escuela gnóstica.
¿ – 170 Marción y Apeles.

Heresiólogos
155 - 220 Terturliano.
180 Panteno funda la Escuela de Alejandría.
150 – 215 Tito Flavio Clemente de Alejandría.
180 Adversus haereses de Irineo de Lyon.
197 Apologeticum, Tertuliano.
Final s. II Octavio de Minucio Felix.

SIGLO III

EMPERADORES
203 Persecución de Septimio Severo.
211 – 217 Caracalla.
217 – 218 Macrino.
218 – 222 Heliogabalo.
222 – 235 Alejandro Severo.
235 – 284 Imperio militar, división del Imperio.
260 Edicto de tolerancia de Galieno.
284 – 312 Diocleciano y la tetrarquía: Maximiano Hércules, Galerio y Constancio Cloro.

OBISPOS DE ROMA
203 – 221 S. Ceferino romano mártir.
221 – 227 S. Calixto I romano mártir. Hipólito de Roma mártir, primer antipapa y cismático.
227 – 233 S. Urbano I romano mártir.
233 – 238 S. Ponciano romano mártir.
238 – 239 S. Antero griego mártir.
239 – 253 S. Fabiano romano mártir.
251 – 268 S. Novaciano antipapa.
253 – 255 S. Cornelio romano mártir.
255 – 257 S. Lucio I romano mártir.
257 – 260 S. Esteban I romano mártir.
260 – 261 S. Sixto II griego mártir.
261 – 272 S. Dionisio griego.
272 – 275 S. Félix I romano mártir.
275 – 283 S. Eutiquiano toscano mártir.
283 – 296 S. Cayo dálmata mártir.
296 – 304 S. Marcelino romano mártir.

OBISPOS DE ANTOQUÍA
211 - 220 Asclepiades
220 - 231 Fileto
231 - 237 Zebeno
237 - 253 Babilas
253 - 256 Fabio
256 - 260 Demetrio
260 - 268 Pablo I
268 - 273 Domno I
273 - 282 Timeo
283 - 303 Cirilo I

OBISPOS DE ALEJANDRÍA
232 - 248 Heraclas
248 - 264 Dionisio
265 - 282 Máximo
282 - 300 Theonas

OBISPOS DE JERUSALÉN
¿ - 231 Narciso, 2ª vez
231 - 249 Alejandro
249 - 260 Mazabano
260 - 276 Himeneo
276 - 283 Zabdas
283 - 314 Hermón

Ppio. s. III Protréptico, Pedagogo y Stromata de Clemente de Alejandría.
185 – 254 Origenes (De principiis).
200 – 258 Cipriano de Cartago.
215 – 275 Gregorio Taumaturgo, discípulo de Orígenes.
216 – 276 Mani, fundador del Maniqueísmo persa.
232 Orígenes es desterrado de Egipto y se instala en Cesarea donde funda la Escuela de Cesarea, de la que formó parte Gregorio Taumaturgo
248 Dionisio se hace cargo de la Escuela de Alejandría, tras la partida de Orígenes.
265 A Dionisio le sucede Teognosto y luego Pierio.
250 – 325 Lactancio.
250 – 356 Antonio fundador del monaquismo egipcio.
190/250 Zostriano y Allógenes, conocidos por Plotino y citados por Porfirio.
Anteriores a la polémica antignóstica: Marsanes.
265/266 Polémica antignóstica de Plotino (205 – 270).
270 Contra cristianos de Porfirio (233 – 304).
263 – 340 Eusebio de Cesarea, autor de Historia Eclesiástica y Vita Constantini.
285 – 363 Mario Victorino.

SIGLO IV

EMPERADORES
303 – 304 Edictos de persecución de Diocleciano.
311 Edicto de tolerancia de Galerio.
312 – 337 Constantino I, el grande.
313 Edicto de Milán.
330 Fundación de Constantinopla.
337 – 351 Guerras civiles.
351 – 360 Constancio II (arriano).
360 – 363 Juliano, el apostata (331 – 363).
363 – 364 Joviano.
364 – 379 Valentiniano y Valente
379 – 395 Teodosio I el Grande.
395 División del Imperio Occidental, 395 – 408 Arcadio; y el Imperio Oriental, 395 – 423 Honorio.

OBISPOS DE ROMA
304 – 307 Sede vacante.
307 – 309 S. Marcelo I romano mártir.
309 – 311 S. Eusebio griego.
311 – 314 S. Melquíades africano.
314 – 337 S. Silvestre romano. Primer Concilio ecuménico de Nicea, 325, contra arrianismo.
337 – 340 S. Marcos romano.
341 – 352 S. Julio I romano.
352 – 366 S. Liberio romano, desterrado en 355, Félix II romano le sucede y renuncia en 358.
366 – 367 Ursino antipapa.
367 – 384 S. Dámaso I español. Segundo Concilio ecuménico I de Constantinopla, 381, contra mecedonianos, eunomianos o anomeos, participaron Gregorio de Nacianzeno y Gregorio de Nysa.
384 – 398 S. Siricio romano.
399 – 402 S. Anastasio I romano.

OBISPOS DE ANTIOQUÍA
304 - 314 Tirano
314 - 320 Vital I
320 - 323 Filogonio
324 - 330 Eustacio
330 Paulino, arriano
331 - 332 Eulalio
332 - 333 Eufronio, arriano
333 - 342 Flácido, arriano
342 - 344 Esteban I, arriano
344 - 358 Leoncio, arriano
358 - 359 Eudoxio, arriano
359 Vital II, arriano / 359 - 360 Aniano
361 - 378 Euzoyo, arriano / 360 - 361 Melecio
361 - 388 Paulino II
378 - 381 Doroteo, arriano / 376 - ? Vital II, arriano, 2ª vez
388 - 393 Evagrio
362 - 381 Melecio, 2ª vez
381 - 404 Flaviano I

OBISPOS DE ALEJANDRÍA
300 – 311 Pedro de Alejandría, Obispo y dirige la Escuela.
312 - 313 Aquiles de Alejandría.
313 – 328 Alejandro de Alejandría, Arrio presbítero de Alejandría.
318 Sínodo de Alejandría, contra Arrio, al que apoyan Eusebio de Nicomedia y Luciano de Antioquia.
328 – 373 Atanasio de Alejandría, fue expulsado de Alejandría cinco veces. Defensor de la fe niceana contra los arrianos. Coloca al frente de la Escuela catequética a Dídimo el ciego (313 – 398). Obispos arrianos fueron:Pisto (335-337), Gregorio (339-346), Jorge (357-361) y Lucio (365).
370 – 413 Sinesio de Cirene, obispo auxiliar platónico amigo de Hipatia.
373 - 380 Pedro II / 375 - 378 Lucio, arriano, 2ª vez.
380 - 385 Timoteo I
385 – 412 Teófilo de Alejandría, obispo, destruyó el Serapeum, el Mitreum y el Templo de Dioniso.

PATRIARCAS DE CONSTANTINOPLA
315-327 Metrófanes
327-340 Alejandro
340-341 Paulo I
341-342 Eusebio
342-344 Paulo I (2da vez)
342-346 Macedonio I
346-350 Paulo I (3ra vez)
350-360 Macedonio (2da vez)
360-369 Eudocio
369-379 Demófilo
369-370 Evagrio
379-380 Gregorio I Nacianceno
381 Máximo I
381-397 Nectario
398-404 Juan I Crisóstomo

OBISPOS DE JERUSALÉN
314 - 333 Macario I
333 - 348 Máximo III
350 - 386 Cirilo I
386 - 417 Juan II

312 Cisma donatista. Se funda la Escuela de Antioquia por Luciano de Samosata contra la Escuela de Cesarea influenciada por Orígines.
315 Inicio de la disputa contra el Arrianismo. Arrio (256 – 336).
323 Eustacio de Antioquia es nombrado Patriarca de Antioquia, defiende la fe niceana contra los arrianos, y es expulsado de la Sede Patriarcal en el 326 por Constantino, y Antioquia cae en poder de los obispos arrianos hasta el año 360, destacó Aecio de Antioquia y Eunomio de Cicico.
325 Concilio de Nicea.
330 - 390 Gregorio Nacianceno.
330 – 378 Basilio el grande.
335 - 385 Gregorio de Nysa.
338 – 342 Eusebio de Nicomedia es nombrado Patriarca de Constantinopla, había protegido a Arrio e influido en la expulsión de Atanasio de Alejandría.
¿ – 385 Prisciliano.
348 Cirilo de Jerusalén accede a la Sede Patriarcal de Jerusalén, de donde fue expulsado tres veces por los arrianos.
¿350? Calcidio, autor cristiano, traductor y comentador del Timeo.
354 – 430 Agustín de Hipona.
358 Basilio y Gregorio Nacianceno escriben la Philocalia.
Escritores antioquenos: Apolinar de Laodicea, Epifanio de Salamis, y el maestro más importante de la escuela Diodoro de Tarso. Discípulo de Diodoro fue Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo (344 – 405) que tuvo a Teofilo de Alejandría como su gran enemigo.
363 S. Efrén Sirio de Nisibis funda la Escuela de Edesa, cuando el emperador Joviano cede la ciudad de Nisibis a los persas.

SIGLO V

EMPERADORES DE OCCIDENTE
395 – 423 Honorio.
410 Alarico saquea Roma.
425 – 455 Valentiniano III.
455 Vándalos saquean de nuevo Roma.
457 – 461 Mejoriano.
461 – 465 Severo III.
467 – 472 Antemio.
474 Julio Nepote, emperador nombrado por Zenón.
475 Orestes se levanta contra Julio Nepote, y coloca en el trono imperial a su hijo Rómulo Augusto de 14 años.
476 los mercenarios godos bajo el mando de Odoacro deponen a Rómulo Augusto, último emperador de Occidente. Siguen las monarquías góticas en los reinos de Europa.

EMPERADORES DE BIZANCIO
408 – 450 Teodosio II.
450 – 457 Marciano.
457 – 474 León I.
474 – 491 Zenón. El usurpador Basilisco depone a Zenón en los años 475 – 476, favoreció a los monofisitas.
491 – 518 Anastasio I, monofisita, rompe con Roma.

PAPAS DE ROMA
402 – 417 S. Inocencio I de Albano.
417 – 418 S. Zósimo griego.
418 – 423 S. Bonifacio I romano.
423 – 432 S. Celestino I romano. Tercer Concilio ecuménico de Éfeso, 431, presidido por el Patriarca de Alejandría Cirilo, contra el nestorianismo de Antioquia.
432 – 440 S. Sixto III romano.
440 – 461 S. León I el Grande, toscano. II Concilio ecuménico de Éfeso, 449, declarado latrocinium. Cuarto Concilio ecuménico de Calcedonia, 451, contra nestorianos.
461 – 468 S. Hilario de Cagliari.
468 – 483 S. Simplicio de Tívoli.
483 – 492 S. Félix III romano, excomulga al emperador Zenón y al Patriarca de Constantinopla.
492 – 496 S. Gelasio I africano.
496 – 498 Anastasio II romano.
498 – 514 S. Símaco sardo.
498 – 505 Lorenzo antipapa.

PATRIARCAS DE CONSTANTINOPLA
398-404 Juan I Crisóstomo
404-405 Arsacio
406-425 Atico
426-427 Sisinio I
428-431 Nestorio
431-434 Maximiano
434-446 Proclo
446-449 Flaviano
449-458 Anatolio
458-471 Genadio I
472-488 Acacio
488-489 Fravitas
489-495 Eufemio
495-511 Macedonio II

OBISPOS Y PATRIARCAS DE ANTIOQUÍA
404 - 412 Porfirio
412 - 417 Alejandro I
417 - 428 Teodoto
428 - 442 Juan I
442 - 449 Domno II
Patriarcas de Antioquía a partir de 451.
449 - 455 Máximo II
456 - 458 Basilio I
458 - 461 Acacio
461 - 468 Martirio
468 - 470 Pedro II Fullón, monofisita
470 - 476 Juliano, monofisita
476 Pedro II Fullón, monofisita, 2ª vez
470 - 476 Martirio, 2ª vez
476 - 477 Juan II
477 - 479 Esteban II
479 - 485 Calendión
485 - 488 Pedro II Fullón, monofisita, 3ª vez
488 - 498 Paladio
498 - 512 Flaviano II

OBISPOS Y PATRIARCAS DE ALEJANDRÍA
412 - 444 Cirilo I
Patriarcas de Alejandría a partir de 451.
444 - 457 Dióscoro I, monofisita
451 - 457 Proterio
457 - 460 Timoteo II Salofácilo
460 - 475 Timoteo II Eluros, monofisita
475 - 477 Juan I Talaia
477 Pedro III Mongo, monofisita
477 - 482 Timoteo II Eluros, monofisita, 2ª vez
482 Juan (I) Talaia, 2ª vez
482 - 489 Pedro III Mongo, monofisita, 2ª vez
489 - 496 Atanasio II Keleles, monofisita
496 - 505 Juan I (II) Hemula, monofisita

OBISPOS Y PATRIARCAS DE JERUSALÉN
417 - 422 Prailio
422 - 458 Juvenal, primer Patriarca de Jerusalén (451)
458 - 478 Anastasio I
478 - 486 Martirio
486 - 494 Salustio
494 - 516 Elías I

412 – 444 Cirilo de Alejandría. Ordena la muerte de Hipatia, persiguió a los paganos en Egipto, promovió los dos Concilios de Éfeso contra el nestorianismo y la Escuela de Antioquia.
412 – 485 Proclo (Teología Platónica, Elementos de Teología).
413 Agustín La Ciudad de Dios.
428 Nestorio (381 – 450) es elevado a la dignidad de Patriarca de Constantinopla, de donde es depuesto por el Concilio de Éfeso en 431, por sus doctrinas heréticas contra la Virgen theotokos.
480 – 525 Boecio, autor de Consolación de la filosofía.
489 El emperador Zenón expulsa a los cristianos nestorianos del Imperio bizantino, cierra la Escuela de Edesa y estos se trasladan a Persia donde fundan la Escuela médica de Gondishapur (donde se traduce a Aristóteles, Galeno, Hipócrates y Discórdides). Los nestorianos también vuelven a abrir la Escuela de Nisibis en el Imperio Persa.
490 – 530 Juan Filopon.
¿? Dionisio Areopagita (Jerarquía celestial, Jerarquía eclesiástica, De los nombres divinos, Teología mística).

SIGLO VI

IMPERIO BIZANTINO
518 – 527 Justino I.
527 – 565 Justiniano I, se impone el credo calcedoniense y se persigue al monofisimo.
565 – 578 Justino II.
578 – 582 Tiberio I.
582 – 602 Mauricio.

PAPAS DE ROMA
514 – 523 S. Hormisdas de Frosinone.
523 – 526 S. Juan I toscano mártir.
526 – 530 S. Félix IV de Sannio.
530 – 532 Bonifacio II romano. Dióscuro antipapa desde 530.
532 – 535 Juan II romano.
535 – 536 S. Agapito romano.
536 – 538 S. Silverio de Campania, mártir.
538 – 555 Vigilio romano. Quinto Concilio ecuménico II de Constantinopla, 553, condena la herejía monofisita.
555 – 560 Pelagio I romano.
560 – 573 Juan III romano.
574 – 578 Benedicto I romano.
578 – 590 Pelagio II romano.
590 – 604 S. Gregorio I el Grande, romano.

PATRIARCAS DE CONSTANTINOPLA
495-511 Macedonio II
511-518 Timoteo I
518-520 Juan II de Capadocia
520-535 Epifanio
535-536 Antimo I
536-553 Menas
552-565 Eutiquio
565-577 Juan III Escolástico
577-582 Eutiquio (2da vez)
582-595 Juan IV Nesteutes
596-606 Ciriaco

PATRIARCAS DE ANTIOQUÍA
512 - 538 Severo I, monofisita
518 Cisma de la Iglesia Sirio Jacobita de Antioquía, monosfita.
538 - 544 Vacante
544 - 546 Sergio de Tella, monofisita
546 - 550 Vacante
550 - 575 Pablo II, monofisita
575 - 581 Vacante
581 - 591 Pedro III, monofisita
591 - 595 Juliano I, monofisita
595 - 631 Atanasio I Gammolo

PATRIARCAS DE ALEJANDRÍA
505 - 516 Juan II (III) Nikiu, monofisita
516 - 517 Dióscoro II, monofisita
517 - 535 Timoteo III, monofisita
535 Cisma monofisita, Patriarcas de la Iglesia Copta:
535 - 567 Teodosio I, monofisita
567 - 569 Doroteo, monofisita
569 - 605 Damián

PATRIARCAS DE JERUSALÉN
516 - 524 Juan III
524 - 552 Pedro
552 Macario II
552 - 564 Eutiquio
564 - 575 Macario II, 2ª vez
575 - 594 Juan IV
594 - 601 Amós

529 Decreto de Justiniano por el que se prohíbe a los paganos enseñar en el Imperio. Exilio de los filósofos neoplatónicos, Damascio, Simplicio y otros cinco, a la corte del emperador persa Corroes I en Seleucia-Ctesifonte.

La Jerarquía Celeste en la Teología Pagana y el Cristianismo.


El Antiguo Testamento es una colección de textos sagrados de diferentes momentos históricos del pueblo judío. El primero y más antiguo es el Libro de la Toráh, donde se narra la historia del pueblo elegido y las leyes dadas por su Dios, un único Dios que tiene distintos nombres: Elohim, Yahveh, Adonay, etc. Este Dios aparece de forma muy humanizada, paseando por el Jardín del Edén, hablando directamente a los patriarcas, etc. Junto a este Dios único hay una serie de seres que le sirven y le adoran, se trata concretamente de los ángeles, los Querubines y los Serafines. Serafines y Querubines son criaturas con formas diversas, generalmente animales alados, muy comunes en todas las religiones del Oriente próximo. La raíz hebréa Seraf-, ardiente, tiene una gran proximidad con la palabra Saraf, que significa serpiente, como las serpientes ardientes que Yahveh envía a los judíos en el desierto. Los Serafines son descritos en Is. 6, 1-3: “En el año de la muerte del rey Ozías vi a Adonai sentado sobre trono elevado y excelso, y sus vuelos del manto llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por ecima de aquél, con seis alas cada uno; con dos alas cubríanse el rostro, con dos se cubrían los pies y con dos volaban. Cada uno clamaba hacia el otro, diciendo: “¡Santo, Santo, Santo es Yahveh-Sabaot; llena está toda la tierra de su gloria!


Ezequiel, al comienzo de su libro de profecías, describe a varios Querubines, cuyo nombre significa “los que bendicen”, con varios rostros y extremidades de animales, concretamente con rostro de león, águila y toro. Pero uno de los grupos más interesantes de Querubines son los que se encontraban a las puertas del Jardín del Edén, en Gen. 3, 24: “Cuando hubo arrojado al hombre, instaló al oriente del vergel de Edén a los querubines con la espada de hoja flameante para guardar el camino del árbol de la vida.” Una espada flamígera en el centro flanqueada por dos serpientes de fuego a ambos lados, guardando las puertas de la vida eterna. Los Querubines sirven a Dios y sostienen su Trono, mientras que los Serafines se encuentran alrededor del Trono y cantan constantemente himnos al Santo de los Santos. Por último, los Ángeles, que son seres más humanizados, de los que trata, entre otros, Gen. 28, 12: “Luego tuvo un sueño y he aquí que era una escala que se apoyaba en la tierra y cuyo remate tocaba los cielos, y ve ahí que los ángeles de Elohim subían y bajaban por ella.” Ággelos es una palabra griega que significa mensajero, enviado, y que se corresponde exactamente con la palabra hebrea: malâkh. Rafael, Gabriel y Michael son los primeros entre los ángeles: Rafael cuyo nombre significa “Dios cura”, se presenta como uno de los siete ángeles ante el Trono (Tob. 12, 15); Gabriel, “héroe de Dios”, es el intérprete de las visiones (Dan. 8, 16); y Michael, “¿quién como Dios?”, es el guardián del pueblo de Dios, príncipe de los ángeles (Dan. 10, 21). Filón de Alejandría en De gigantibus II, 6 dice que: “Moisés acostumbra a llamar ángeles a los seres que otros filósofos suelen llamar daímones. Se trata de almas que vuelan por los aires.
En el Nuevo Testamento vemos aumentado el número de espíritus celestes a los “tronos, dominaciones, principados, potestades” (Col. 1, 16), y en Ef. 1, 21 se añade a la lista las virtudes (potencias – dynamís), y por supuesto a los arcángeles, que en 1 Tes. 4, 16 aparecen en la Parusía, y en Jds. 9 se da a Michael el rango de arcángel. Estas nuevas almas intermediarias entre los hombres y el Dios de los cristianos, aparecen con rangos semejantes a las magistraturas griegas; relacionados con la palabra griega arjé, que significa principio, primero, autoridad en razón del origen, tenemos los principados, arjaí, y los ángeles-guía o principales: los arj-ángelos, los arcángeles; en el universo gnóstico tenemos los árjontes, antiguas magistraturas de la polis griega, que eran guías militares. Por otra parte, Pablo habla de otras magistraturas celestiales relacionadas con el poder o la potencia: exousiaí, las potestades, magistrados del tribunal; las propias potencias o virtudes, dýnamis; y los kyriótetes, los dueños o dominaciones, título que recibía el propio emperador romano. Y por último, el propio asiento, los inconmovibles tronos celestiales.
Por su parte, en la religión clásica griega habían tres clases de seres divinos: los dioses, los héroes y los daímones. Entre los dioses encontramos una gran diversidad, los Olímpicos, los Titanes, las divinidades infernales, y en el Trono supremo se sentaba primero Urano, el Cielo, después su hijo Cronos (Saturno) y por último, el hijo de este: Zeus, el Padre de todos los dioses. Luego tenemos a los héroes que suelen estar relacionados con mitos sobre el origen de familias, clanes o ciudades. Y por último, los daímones, espíritus del aire que traen la enfermedad, los sueños, la venganza, y según Hesíodo son también la humanidad de la edad de oro; se trata de una denominación genérica de fuerzas y almas invisibles, que no entran en las otras dos categorías. Cuando la religión griega se vuelve más trascendente, a causa de la Filosofía, los daímones ganaron un gran protagonismo, pues los dioses al volverse más inaccesibles, hablan por boca de los daímones que se relacionarán con los hombres por medio de oráculos, sueños, y otras prácticas teúrgicas, tal como nos explica Plutarco de Queronéa en sus Diálogos píticos. Sin embargo, en la religión helenística, con la influencia del cristianismo y el gnosticismo, veremos aumentado el catálogo de seres divinos, que, según Jámblico, son: dioses, ángeles, arcángeles, daímones, arcontes, almas y héroes, y que se manifiestan en las iniciaciones de la siguiente manera: “uniformes son las apariciones de los dioses, las de los daímones variadas, las de los ángeles más simples que las de los daímones, pero inferiores a las de los dioses, las de los arcángeles más cercanas a las causas divinas, las de los arcontes, si te parece que ellos son los señores del mundo que administran los elementos sublunares, son variadas…” (Jámblico, Sobre los Misterios egipcios, II). El Neoplatonismo que comienza con Plotino, tiene en Porfírio, discípulo de aquel, el fundador de la angeología pagana. Porfírio había sido cristiano, pero se convierte tempranamente al platonismo y escribe quince libros contra cristianos, por eso a las tres clases de seres divinos de la tradición clásica, suma algunos otros de origen cristiano o gnóstico. Daímones, ángeles, arcángeles, arcontes, almas y héroes, son los espíritus que pueblan el Cosmos neoplatónico. Los dioses, sin embargo, son Inteligencias superiores a todos los demás, pues se encuentran más allá del Cosmos, en los planos de la vida inteligible, no son almas como los anteriores sino puro pensamiento. Proclo dará una larga lista de divinidades inteligibles y almas divinas: del Dios único e inefable, totalmente desconocido emanan las misteriosas Hénades divinas o Mónadas, y de las que derivan tres primeras tríadas de dioses inteligibles, de estas derivan las tres tríadas de dioses inteligibles-intelectivos, de la que a su vez derivan los dioses padres intelectivos, las divinidades que unen al alma al intelecto son: los doce dioses hipercósmicos y encósmicos, las siete sirenas o almas universales, y ya por último los seres superiores: ángeles, daímones y héroes. Esta es la última clasificación que nos ha llegado de los teógolos paganos, en la que, como veremos, se inspirá la clasificación de la Jerarquía Celestial de Dionisio Areopagita.
En esta última clasificación vemos divinidades intelectuales y anímicas mezcladas, ello es fruto de la síntesis entre la religión antigua y la Filosofía, que diviniza al noûs y al lógos. Los nuevos dioses filosóficos serán categorías del pensar, como el ser de Parménides o el número de los pitagóricos; Platón diviniza directamente lo inteligible, es decir, las ideas puras desprovistas de todo elemento sensible; y para Aristóteles el ser primero es aquel “que se piensa a sí mismo y su pensamiento es pensamiento de pensamiento”, y además los motores de los orbes celestes serán inteligencias.
En el De anima Aristóteles nos explica, cómo es posible el conocimiento sensible: los sentidos se relacionan con el mundo sensible por semejanza, lo semejante conoce lo semejante, así lo visible es conocido por la vista, el olor por el olfato, o el sonido por el oído. Por el conocimiento sensible las cosas dejan de ser mera potencia y pasan a estar en acto, se realiza cuando lo pienso, un objeto deja de estar en potencia, inteligiblemente hablando, cuando yo lo percibo y lo pienso. Pues bien, este mismo esquema Aristóteles lo traslada al conocimiento intelectual, donde el intelecto conoce lo inteligible, por tanto hay un intelecto paciente que conoce, y otro intelecto agente, lo inteligible. La división del intelecto en un intelecto agente y otro paciente, obedece a la actividad del pensar tal como la veían los filósofos griegos, una especie de cópula entre un elemento receptivo, pasivo, la mente humana, con otro activo, el intelecto agente, que es generador, y que dejaba las semillas inteligibles, los genicoi logoi, en la mente humana.
El origen de la clasificación de las jerarquías divinas se encuentra en la dialéctica, que es según los platónicos la forma correcta de pensar, y que Platón muestra en uno de sus diálogos más oscuros, el Parménides. En este diálogo, el protagonista, el famoso filósofo Parménides, nos muestra la forma pensar, y lo hace por medio de ocho hipótesis, que consisten en analizar las consecuencias de una afirmación, desde ocho puntos de vista diferentes. Así tenemos cuatro afirmaciones y cuatro negaciones de una afirmación metafísica, en particular, las múltiples consecuencias que se derivan de la afirmación: “el uno es”. Los filósofos neoplatónicos del siglo III al VI utilizaron este misterioso diálogo como sustento de su teología, la deducción racional y mística de los ordenes espirituales. La primera hipótesis, nos abre a la vía negativa único medio de acceder a Dios, pues el Dios primero de los Neoplatónicos no era accesible por medio del intelecto, y sólo negando se podía elevar al alma hasta el Dios trascendente, al que llamaban Uno, esta es la teología negativa o apofática. La segunda hipótesis nos muestra los rangos de la jerarquía de dioses del pensamiento que intervienen en el proceso del pensar. Con la tercera hipótesis se deducen los rangos de las almas divinas que rigen el Cosmos, y las demás hipótesis varían según los autores.
La teología afirmativa se basa en la segunda hipótesis del Parménides, de ella los autores Neoplatónicos deducen los rangos de la jerarquía del intelecto de la siguiente manera: Partimos de la afirmación siguiente: 1) si decimos que “el uno es”, entonces “el uno” participa del “ser”, lo que quiere decir que el uno es pensable (pues ser y pensar son la misma cosa); 2) además si “es” y “uno” son dos cosas distintas, cosa que se presupone de la afirmación, “uno es”, entonces tenemos un todo, pues tiene sus partes: “uno” y “ser”; 3) y cada parte “uno” y “ser” tiene a su vez otras dos partes: “uno” y “ser” necesariamente de forma ilimitada, pues sino no podríamos decir que “uno es”, será así una multiplicidad ilimitada, pues cada parte tendrá un “uno” y un “ser” y así ad infinitum. 4) A continuación, y dado que es una multiplicidad será número, pues al decir uno y ser estoy diciendo dos cosas, luego adiciono uno y tengo tres, etc., por tanto, si el “uno es” es necesario que sea número. 5) La totalidad del número participa del ser, y cada parte del número también, por tanto tenemos un todo y con sus partes. 6) El uno es un todo que limita, y por tanto límite, lo que implica que posee extremos y por tanto figura. 7) Si tiene figura podrá estar en sí mismo o en alguna otra cosa, y podremos establecer esta distinción entre la cosa misma y lo otro. 8) Si está en sí mismo, estará en reposo y si está en alguna otra cosa, en movimiento. 9) Si está en sí mismo es idéntico a sí mismo, si está en otra cosa diferente será diferente a ella.10) Pero de cosas diferentes podremos hablar de semejanza y desemejanza. 11) Y las cosas semejantes normalmente se encuentran en contacto y las desemejantes separadas.12) Y por último, si participa del ser, ha sido y será, por tanto participa del tiempo. Según los autores Neoplatónicos, en este fragmento del diálogo, Platón enseña de manera esotérica los nueve rangos de la jerarquía celestial del Intelecto, pues cada una de las conclusiones del razonamiento es la cualidad que aportan cada uno de los rangos de la jerarquía divina, que participa en todo el proceso de pensamiento.

Parménides (Platón) > Teología Platónica (Proclo) > Jerarquía celestial (Dioniso)
1ª HIPÓSTASIS: DIOS (UNO-BIEN-BELLEZA) Y LAS MÓNADAS DIVINAS (HENADES)
2ª HIPÓSTASIS: EL INTELECTO
1ª. Jerarquía (inteligible)
1) Uno > uno inteligible > Serafín
2) Partes > potencia inteligible > Querubín
3) Multiplicidad ilimitada > ser > Tronos
2ª. Jerarquía (inteligible-intelectiva)
4) Uno/múltiple > Número divino > Dominaciones
5) Todo/partes > Medias aritméticas/armónicas > Virtudes
6) Limitado/ilimitad > Figura divina (geometría) > Potestades
3ª. Jerarquía (intelectiva)
7) En si mismo/en otro > Crono (Intelecto puro) > Principados
8) Móvil/inmóvil > Rea (Vida intelectiva) > Arcángeles
9) Idéntico/diferente > Zeus demiurgo > Ángeles
3ª HIPÓSTASIS: EL ALMA DEL COSMOS
10) Semejante / desemejante > Dioses hipercósmicos
11) En contacto / separado > Dioses encósmicos
12) Tiempo > Almas divinas.

El Camino que plantea la Teología Platónica a partir del texto de Platón consiste en elevar el alma e iluminar el intelecto, ascendiendo por todos estos rangos de la jerarquía, realizando las virtudes del alma o éticas-políticas; las virtudes del intelecto o contemplativas; para poder contemplar a Dios por medio de las virtudes extáticas y teúrigicas. Este es el camino de la virtud en su última fase de desarrollo y según los autores cristianos. Comienza el viaje a través de las siete esferas donde el alma asciende gracias a las virtudes éticas y políticas. Continúa en la octava esfera, donde primero se encuentra a las divinidades encósmicas que son las tres Parcas, y gracias a ellas trasciende el tiempo; luego llega a los límites de la esfera celeste, y rinde pleitesía a los dioses hipercósmicos, los creadores del mundo, que le elevan a la Pradera de la Verdad, donde allí se encuentra con los dioses del intelecto: Zeus, el Demiurgo, Rea, la vida intelectiva y Crono, el Intelecto Puro. Hecho ya Intelecto Puro, el alma asciende gracias a los dioses matemáticos: geometría, aritmética y teología del número le elevan hasta las región de las Ideas, primero encuentra la multiplicidad de ideas puras, y de estas deduce gracias a la potencia divina la idea del Bien, y con ello llega a la más alta cima de la especulación intelectual, y en una meditación silenciosa, el alma despierta la facultad dormida llamada la Flor, o la visión interior, o como la llama Dionisio el Rayo trascendental, y puede contemplar al Dios trascendente e inefable.
El mismo proceso lo explica Dionisio pero adaptándolo a los rangos de la jerarquía angélica, donde el primer orden del intelecto, formado por la tríada de ángeles – arcángeles – principados, son pura intelección del Principio supra-esencial. Después el alma asciende por medio del segundo orden de la potencia: potestades – virtudes – dominaciones; hasta el tercer orden del ser: los tres coros de ángeles que contemplan la divina perfección: tronos – serafines – querubines. Esta es la escalera de nueve peldaños, dividida en tres ordenes del ser – potencia – intelecto, siguiendo a los Neoplatónicos, que permite iluminar la inteligencia hasta que gracias a los Serafines el Rayo de la divinidad toca al alma.

Juan Almirall