martes, 17 de julio de 2012

Pseudo Dionisio Areopagita, Teología Mística


La Teología Mística de Dionisio Areopagita, es una obrita escrita en el siglo V, que fue la fuente e inspiración de la práctica totalidad de los místicos cristianos de todas las épocas. Aquí Dionisio habla de la Teosofía cristiana, inspirada en la Teología Platónica del maestro neoplatónico de Atenas, Proclo de Licia.

I. 1. Trinidad supraesencial y más que divina y más que buena, maestra de la teosofía cristiana, guíanos más allá del no saber y de la luz, hasta la cima más alta de las Escrituras místicas. Allí donde los misterios simples, absolutos e inmutables de la teología se revelan en las tinieblas más que luminosas del silencio. En medio de las más negras tinieblas fulgurantes de luz desbordan, absolutamente intangibles e invisibles, los misterios de hermosísimos fulgores que inundan nuestras inteligencias, que saben cerrar los ojos.
Ésta es mi oración. Timoteo, amigo mío, entregado por completo a la contemplación mística, renuncia a los sentidos, a las operaciones intelectuales, a todo lo sensible y a lo inteligible. Despójate de todas las cosas que son y aun de las que no son y elévate así, cuanto puedas, hasta unirte en el no saber con aquel que está más allá de todo ser y de todo saber. Porque por el libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas, arrojándolo todo y del todo, serás elevado en puro éxtasis hasta el Rayo de tinieblas de la divina Supraesencia.
2. Pero ten cuidado de que nada de esto llegue a oídos de no iniciados, aquellos que se apegan a los seres, que se imaginan que no hay nada más allá de lo que existe en la naturaleza física, individual. Piensan, además, que con su mística razón pueden conocer a aquel que "puso su tienda en las tinieblas". Y si esos no alcanzan a comprender la iniciación a los divinos misterios, ¿qué decir de quienes son verdaderos profanos, de aquellos que describen la Causa suprema de todas las cosas por medio de los seres más bajos de la naturaleza y proclaman que nada es superior a los múltiples ídolos impíos que ellos mismos se fabrican? En realidad, debemos afirmar que siendo Causa de todos los seres habrá de atribuírsele todo cuanto se diga de los seres, porque es supraesencial a todos. Esto no quiere decir que la negación contradiga a las afirmaciones, sino que por sí misma aquella Causa trasciende y es supraesencial a todas las cosas, anterior y superior a las privaciones, pues está más allá de cualquier afirmación o negación.
3. En ese sentido, pues, dice el divino Bartolomé que la teología es al mismo tiempo abundante y mínima, y que si el Evangelio es amplio y copioso, es también conciso. A mi parecer, ha comprendido perfectamente que la misericordiosa Causa de todas las cosas es elocuente y silenciosa, en realidad callada. No es racional ni inteligible, pues es supraesencial a todo ser. Verdaderamente se manifiesta sin velos sólo a aquellos que dejan a un lado los ritualismos de las cosas impuras y de las que son puras, a quienes sobrepasan las cimas de las más santas montañas. A los desprendidos de luces divinas, voces y palabras celestiales, y que se abisman en las Tinieblas donde, como dice la Escritura, tiene realmente su morada aquel que está más allá de todo ser. No en vano el divino Moisés recibió órdenes de purifícarse primero y luego apartarse de los no purificados. Acabada la purificación, oyó las trompetas de múltiples sonidos y vio muchas luces de rayos fulgurantes. Ya separado de la muchedumbre y acompañado de los sacerdotes escogidos, llega a la cumbre de las ascensiones divinas. Pero todavía no encuentra al mismo Dios. Contempla no al Invisible, sino el lugar donde Él mora. Esto significa, creo yo, que las cosas más santas y sublimes percibidas por nuestros ojos e inteligencia no son las razones hipostáticas de los atributos que verdaderamente convienen a la presencia de aquel que todo lo trasciende. A través de ellas, sin embargo, se hace manifiesta su inimaginable presencia, al andar sobre las alturas de aquellas cúspides inteligibles de sus más santos lugares. Entonces, es cuando libre el espíritu, y despojado de todo cuanto ve y es visto, penetra (Moisés) en las misteriosas Tinieblas del no-saber. Allí, renunciado a todo lo que pueda la mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se abandona por completo en aquel que está más allá de todo ser. Allí, sin pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento, queda unido por lo más noble de su ser con Aquel que escapa a todo conocimiento. Por lo mismo que nada conoce, entiende sobre toda inteligencia.
II. ¡Ojalá podamos también nosotros penetrar en esta más que luminosa oscuridad! ¡Renunciemos a toda visión y conocimiento para ver y conocer lo invisible e incognoscible: a Aquel que está más allá de toda visión y conocimiento! Porque ésta es la visión y conocimiento verdaderos: y por el hecho mismo de abandonar todo cuanto existe se celebra lo sobreesencial en modo sobreesencial. Así como los escultores esculpen las estatuas, quitando todo aquello que a modo de envoltura impide ver claramente la forma encubierta. Basta este simple despojo para que se manifieste la oculta y genuina belleza. Conviene, pues, a mi entender, alabar la negación de modo muy diferente a la afirmación. Afirmar es ir poniendo cosas a partir de los principios, bajando por los medios y llegar hasta los últimos extremos. Por la negación, en cambio, es ir quitándolas desde los últimos extremos y subir a los principios. Quitamos todo aquello que impide conocer desnudamente al Incognoscible, conocido solamente a través de las cosas que lo envuelven. Miremos, por tanto, aquella tiniebla supraesencial que no dejan ver las luces de las cosas.
III. En mis "Representaciones teológicas" dejé ya claro cuáles sean las nociones más propias de la teología afirmativa (catafática); en qué sentido el Bien de naturaleza divina es Uno y Trino; cómo se entiende Paternidad y Filiación; qué significa la denominación divina del Espíritu; cómo estas cordiales luces de bondad han brotado del Bien inmaterial e indivisible y cómo al difundirse han permanecido en él todas unas en otras desde su coeterno fundamento. He hablado de Jesús, que siendo supraesencial se revistió sustancialmente de verdadera naturaleza humana. En las "Representaciones teológicas" alabé también otros misterios conforme a las Santas Escrituras.
En el "Tratado sobre los Nombres de Dios" he explicado en qué sentido decimos que Dios es el Bien, Ser, Vida, Sabiduría, Poder y todo cuanto pueda convenir a la naturaleza espiritual de Dios. En la "Teología simbólica" he tratado de las analogías que puedan tener con Dios los seres que nosotros observamos. He hablado de las cosas sensibles con relación a Él, de formas y figuras, de ministros, lugares sagrados y ornamentos; de lo que significan el enojo, las penas y los resentimientos; del sentido que en Él tienen las palabras de embriaguez y entusiasmo, juramentos, maldiciones, sueños y vigilias. Y de otras imágenes con las que simbólicamente nos representamos a Dios. Supongo habrás notado cómo los últimos libros son más extensos que los primeros, pues no era conveniente que las "Representaciones teológicas" y el "Tratado sobre los Nombres de Dios" fuesen tan amplios como la "Teología simbólica". El hecho es que cuanto más alto volamos menos palabras necesitamos, porque lo inteligible se presenta cada vez más simplificado. Por tanto, ahora, a medida que nos adentramos en aquella Tiniebla que hay más allá de la inteligencia, llegamos a quedarnos no sólo cortos en palabras, sino más aún, en perfecto silencio y sin pensar en nada.
En aquellos escritos, el discurso procedía desde lo más alto a lo más bajo. Por aquel sendero descendente aumentaba el caudal de las ideas, que se multiplicaban a cada paso. Mas ahora que escalamos desde el suelo más bajo hasta la cumbre, cuanto más subimos más escasas se hacen las palabras. Al coronar la cima reina un completo silencio. Estamos unidos por completo al Inefable.
Te extrañas, quizá, de que partiendo de lo más alto por vía de afirmación comencemos ahora desde lo más bajo por vía de negación. La razón es ésta: cuando afirmamos algo de aquel a quien ninguna afirmación alcanza, necesitamos que se basen nuestros asertos en lo que esté próximo de Él. Mas ahora al hablar por vía de negación de aquel que trasciende toda negación se comienza por negarle las cualidades que le sean más lejanas. ¿No es cierto que es más conforme a la realidad afirmar que Dios es vida y bien que no aire o piedra? ¿No es verdad que Dios está más distante de ser embriaguez y enojo que de ser nombrado y entendido? Y en tal sentido es distinto decir que Dios no es "embriaguez ni enojo" a decir que Dios no es "palabra o pensamiento" nuestros. Pero fundamentalmente coinciden en el "no" con respecto a Dios. Por lo cual, éste es el camino más directo y sencillo y seguro para llegar a Dios o a la cima, camino de proficientes o perfectos, la Teología mística.
IV. Decimos, pues, que la Causa universal está por encima de todo lo creado. No carece de esencia, ni de vida, ni de razón, ni de inteligencia. No tiene cuerpo, ni figura, ni cualidad, ni cantidad, ni peso. No está en ningún lugar. Ni la vista ni el tacto la perciben. Ni siente ni la alcanzan los sentidos. No sufre desorden ni perturbación procedente de pasiones terrenas. Que los acontecimientos sensibles no la esclavizan ni la reducen a la impotencia. No necesita luz. No experimenta mutación, ni corrupción, ni decaimiento. No se le añade ser, ni haber, ni cosa alguna que caiga bajo el dominio de los sentidos.
V. En escala ascendente ahora añadimos que esta Causa no es alma ni inteligencia; no tiene imaginación, ni expresión, ni razón ni inteligencia. No es palabra por sí misma ni tampoco entendimiento. No podemos hablar de ella ni entenderla. No es número ni orden, ni magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni semejanza, ni desemejanza. No es móvil ni inmóvil, ni descansa. No tiene potencia ni es poder. No es luz ni vive ni es vida. No es sustancia ni eternidad ni tiempo. No puede la inteligencia comprenderla, pues no es conocimiento ni verdad. No es reino, ni sabiduría, ni uno, ni unidad. No es divinidad, ni bondad, ni espíritu en el sentido que nosotros lo entendemos. No es filiación ni paternidad ni nada que nadie ni nosotros conozcamos. No es ninguna de las cosas que son ni de las que no son. Nadie la conoce tal cual es ni la Causa conoce a nadie en cuanto ser. No tiene razón, ni nombre, ni conocimiento. No es tinieblas ni luz, ni error ni verdad. Absolutamente nada se puede afirmar ni negar de ella. Cuando negamos o afirmamos algo de cosas inferiores a la Causa suprema, nada le añadimos ni quitamos. Porque toda afirmación permanece más acá de la causa única y perfecta de todas las cosas, pues toda negación permanece más acá de la trascendencia de aquel que está simplemente despojado de todo y se sitúa más allá de todo.

sábado, 16 de junio de 2012

LAS ESFERAS CELESTIALES EN LA VISIÓN MEDIEVAL DEL UNIVERSO, por Juan Almirall


Hay que pensar que la Teología Cristiana y su Cosmología fueron desarrolladas durante la Edad Media, donde dominaba una visión geocentrista del Universo. La Tierra se encontraba en el centro del Universo, y en su interior se encontraban los Infiernos, con todos sus distintos pozos y círculos. Al Infierno se accedía por la puerta que se encontraba debajo del Monte Calvario, de la Colina del Gólgota de Jerusalén, donde fue crucificado el Cristo, el Rey del Universo. Por ello, Jerusalén se encontraba en el mismo centro de la Tierra. Si trazamos una línea imaginaria, desde el eje de la esfera del Cielo, esta línea, el Axis Mundi, atraviesa el Monte Golgota, es decir, donde hoy se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro. Y según los teólogos medievales, en sus antípodas se encontraba la Montaña del Purgatorio. Otra colina que asciende hasta los Cielos, con siete niveles. Jerusalén también se encuentra a bastante altura por encima del nivel del mar, lo que la convierte en una ciudad sobre varias colinas, al igual que Roma y otras muchas ciudadelas antiguas. 


El Axis Mundi, eje del Universo, era por donde las Sagradas Escrituras explican que descendían los Ángeles y las cosas que vienen de los Cielos, como la Ciudad Santa que desciende de los Cielos, la Jerusalén Celeste, que es la Iglesia de Dios, una imagen espiritualizada de la ciudad santa de los judíos. Igualmente, con su Rey en el centro de la ciudad, el Cristo el Hijo de Dios, el héroe solar, símbolo del Sol y la Madre Celestial. Son dos símbolos muy antiguos del héroe y de la madre, (Símbolos de transformación, C.G. Jung). La Escalera de Jacob, por donde descienden los ángeles, mensajeros de Dios, es el símbolo es el mismo Axis Mundi. Un falo, elemento relacionado con el Sol, con el héroe Solar. Las ciudades son concebidas como mujeres y madres: la Jerusalén Celeste ataviada como una novia, del Cordero, el Rey Solar (o Babilonia, la ramera, poseída por muchos reyes distintos). La ciudad virgen es la ciudad invicta, que nadie ha podido violar, porque es el mismo Dios, el Rey Solar, quien la defiende y la ilumina.

En las antípodas de la Jerusalén terrestre se encontraba el Monte Purgatorio, montaña que tocaba los cielos y en cuya cumbre se encontraba el Paraíso Terrenal. Desde allí, las almas podían saltar desde la zona más baja del Universo, el Trópico de Capricornio. La constelación de Capricornio es la más baja de todo el Zodíaco, y en el Solsticio de Invierno el Cielo toca la Tierra, en la noche más larga, donde se enciende una luz, una luz que en seis meses alcanzará su cenit, la Constelación de Cáncer, la más alta. Las almas comenzaban su recorrido por los Cielos, y el primer Cielo que se encontraban era la Esfera de la Luna, donde se encontraban todos los Ángeles guardianes, mensajeros de Dios, y el primer nivel de los bienaventurados. Seguía la Esfera de Mercurio, donde se encontraban los Arcángeles y el segundo nivel de bienaventurados. Luego la Esfera de Venus, donde moraban los Principados. Luego la Esfera del Sol, donde moraban las Dominaciones; luego la Esfera de Marte, donde se encuentran la Virtudes; la Esfera de Júpiter, con las Potestades; la Esfera de Saturno con sus Tronos; la Esfera de las Estrellas Fijas, el límite de los Cielos, donde se encuentran los Querubines, y por último, la Esfera del Cielo Cristalino, donde estaban los Serafines. Luego todavía se encontraba, más allá, el Empíreo, donde moraba el propio Dios. 

Todos estos rangos jerárquicos de seres celestiales, constituían la MENTE ANGÉLICA, los Serafines y Querubines escuchaban directamente la Palabra de Dios, que era transmitida hasta los rangos inferiores, y los ángeles, cuyo nombre significa "mensajeros", se la transmitían a los hombres. Esta era la Gloria de Dios en los Cielos, que descendía a la Tierra, la esfera inferior, más densa y caída, donde moraban los hombres esperando su redención y elevación de sus almas, tras abandonar el cuerpo denso que les aprisionaba, al Reino de los Cielos. Jesús dice en los Evangelios: "Mi Reino no es de este mundo", el mundo denso y el cuerpo (la carne de las Epístolas de Pablo), aprisionan al alma humana, redimida por el Rey de los Cielos, que desciende y muere en Jerusalén, la ciudad que debe ser redimida con los bienaventurados, una tradición que existía entre los judíos, que se enterraban frente a la Puerta de Oro del Templo de Jerusalén, pues algún día tenía que venir el Rey del Mundo, y abrir las tumbas y llevarse a todos los hijos de Israel hacia su Reino Solar. 

Juan Almirall

jueves, 14 de junio de 2012

INMORTALES DIVINOS Y MALDITOS, por Juan Almirall

La literatura occidental de todos los tiempos ha conocido extraños personajes con el don de la inmortalidad, unas veces personas de gran santidad que habrían conseguido hacerse merecedores de este don, y otras veces, personas que habrían sido condenadas a vagar eternamente, o hasta el final de los tiempos. Es pues la inmortalidad un don o un castigo. Y en qué condiciones se alcanza tal don, muchos de estos personajes en realidad son iniciados solares, como Mitra o Hércules, que dominan el Carro Solar y al dios Helios que lo dirige. Sin duda siempre han existido los relatos de inmortalidad, de personas que recorren los lugares del más allá sin daño, sin perder la memoria, como atestiguan las tablillas órficas; personas que alcanza la beatitud, lo que les posibilita ascender en cuerpo y alma al Reino de los Cielos, como el Profeta Elías, Jesucristo, o el propio Mahoma, que ascendió a los Cielos en la ciudad santa de Jerusalén. 


El Santo Grial también cuentan que otorgaba la inmortalidad, la copa que desciende de los cielos y aporta la inmortalidad del alma, es un relato órfico-pitagórico, que se recoge en el Corpus Hermeticum, en el discurso llamado la Crátera. De los Cielos descienden Cráteras llenas de Aguas de Vida, las Ciudades Cristalinas, donde tienen que morar en la Tierra los bienaventurados, la Escalera de Jacob, con todos los rangos de los ángeles, descrita maravillosamente por Dante en su Divina Comedia. Muchos son los que han alcanzado la inmortalidad. Algunos de los cuales se convirtieron en referentes espirituales de los distintos movimientos místicos, como los Rosacruces y los Francmasones. En Oriente, sin embargo, no siendo tan exclusivistas como los occidentales, hay infinidad de relatos sobre estos inmortales, en India santos y saddhus no mueren jamás, sino que alcanzan el Gran Samadhi, o la Contemplación definitiva, el Taoísmo relata las historias de misteriosos personajes que cabalgan nubes y dragones, detentadores del secreto de la larga vida o de la inmortalidad, los budistas narran las aventuras de los Boddhisattvas, etc. Pero en Occidente este preciado y buscado don, no siempre ha sido entendido como una bendición, sino incluso como un castigo. Algunos de nuestros más insignes Inmortales:

El Preste Juan: origen de la leyenda de los reyes magos, que supuestamente eran tres magistrados del Reino del Preste Juan, que se encontraba en la India. Entronca así con el relato de los Hechos Apócrifos de Tomás, el gemelo de Jesús, que sería el apóstol evangelizador de aquellas tierras, donde el Preste Juan, Patriarca de la India, tenía su reino. Se trata de un relato difundido en la Edad Media.

El Judío Errante: es otro personaje inmortal, cuya leyenda circuló en el siglo XVI y XVII, algunos aseguraban haberle visto, un judío que se negó a ayudar a Jesús en su subida al Monte Calvario, por lo que Jesús le condenó a vagar hasta su regreso en la Perusía. También es conocido como el hombre de rostro verde, y a veces se le identificó con José de Arimatea, enlazando esta historia con la Leyenda del Santo Grial, una copa que concedía la vida. El Castillo del Grial aparecía y desaparecía, como el Holandés errante. El hombre verde también alimentó la leyenda de Santa Claus, el Papá Noel que en realidad vestía un traje verde. Y el Caballero del Dragón, originario de una leyenda árabe, alimentó la leyenda de San Jorge, que tiene muchas analogías con los relatos míticos de Teseo y el Minotauro y Perseo y Andrómeda. Sin duda la enciclopedia de héroes mitológicos de las Metamorfosis de Ovídeo, alimentó la imaginación de los autores cristianos medievales, que crearon nuevas leyendas para engrandecer el imaginario colectivo del Cristianismo, donde dominaban los santos que se habían lanzado a la vida filosófica, pero donde no habían guerreros heroicos como las de los antiguos, de donde encontraron abundante material. 

Christian Rosacruz: protagonista de una saga literaria difundida a principios del siglo XVII, habría alcanzado la beatitud gracias a los secretos de la Alquimia, construyó un Templo Tumba, al estilo egipcio, donde resumía los secretos del Universo, y en cuyo centro colocó su sepulcro, donde muchos años más tarde fue encontrado su cuerpo incorrupto, que resplandecía más que el Sol. Se trata sin duda de un iniciado solar, en la misma línea que Mitra y Hércules paganos.

Hiram Abiff: El Maestro constructor del Templo de Salomón no corrió la misma suerte que su predecesor cristiano, C. Rosacruz. Aunque la leyenda del constructor del Templo es muy antigua, los francmasones la recrearon, y todos los hermanos de esta fraternidad yacen unos instantes en su sarcófago para ser exaltados al grado de Maestro, reproduciendo la muerte mística del Maestro, tras la cual viene la resurrección en sabiduría. 

El conde de Saint Germain: por las cortes europeas del muy aristocrático e indolente siglo de las luces circularon caballeros de fortuna, de entre los que destacaron Saint Germain y Cagliostro, ambos personajes mantuvieron que se encontraban en posesión del secreto de la inmortalidad, el primero a través de una misteriosa tintura alquímica. Los aburridos aristócratas prisioneros en las grandes cortes europeas, estaban dispuestos a creérselo todo, a fin de pasar un buen rato. Saint Germain aseguraba que había vivido en la noche de los tiempos.

El conde Alessandro de Cagliostro: destacado personaje del siglo XVIII, muy dado a las intrigas, que perdió la vida de la mano de la Inquisición Romana, se le relacionó con un cuentista llamado Josepe Balsamo, pero sin embargo, dejó una leyenda llena de misterios, relacionados con Egipto, tema de moda a finales del siglo XVIII. Parece que estaba trabajando en el proceso de la inmortalidad, en un pequeño templete estilo egipcio, en algún lugar de Estrasburgo, bajo la protección del Primado Cardenal de Rohan, Gran Limosnero de la Corte de Versalles, que ocasionó la desgracia de la Reina María Antonieta, por un extraño affaire relacionado con un collar de perlas.

El Holandés Errante: historia de corsarios, una sociedad iniciática terrible amparada bajo la Corona Británica, el Holandés Errante es un barco fantasma, cuyo capitán habría hecho un pacto con el diablo, condenado por ello a vagar eternamente por los mares, sin poder llegar a puerto. Bajel corsario fantasma, que aparecía por los mares orientales.

Zanoni: de la novela de de Edward Bulwer-Lytton, narra la historia de un solitario personaje, Zanoni, que habría descubierto el secreto de la inmortalidad, desesperadamente busca a un discípulo que le permita transmitirle sus secretos, pero no es capaz de encontrarlo, no encuentra a nadie que está preparado para tan grande don.

Juan Almirall

martes, 1 de mayo de 2012

Oriente y la Postmodernidad, reflexión sobre la utilidad del yoga en el proceso de individuación, por Juan Almirall



"La verdad os hará libres" (Jn 8: 32) y "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mc 12:31), son dos sentencias que determinan el curso de la historia de Occidente, hasta el punto, que podemos definir Occidente como aquel espacio cultural donde estas ideas se encuentran bien arraigadas. La libertad y la igualdad son consecuencias naturales de aquellas dos sentencias evangélicas, así como los dos rieles por el que ha circulando el tren de nuestra cultura. El encuentro con Oriente, sin duda, la ha enriquecido enormemente, pero Oriente ha de ser mirado sobre esta doble base: libertad e igualdad. Pues la sociedad piramidal de Oriente está muy lejos de reconocer la libertad e igualdad, que son el fundamento psicológico de nuestra filosofía de vida, y deben serlo también en el ámbito espiritual. 
"Occidente producirá a lo largo de los siglos su propio yoga", esta frase proviene de C.G. Jung. El famoso psiquiatra consideraba que la base de un yoga genuinamente occidental tenía que ser el Cristianismo. Sin embargo, el sustrato, más puramente postmoderno, del cual tendría que surgir este nuevo yoga no es el religioso, sino el psicológico. El yoga es uno de los productos espirituales de Oriente más apreciado por Occidente, por ello Jung se fijó en él, y sin saberlo, puso las bases de una moderna aproximación a este fenómeno oriental desde una perspectiva psicológica. Así se anticipó, con su seminario sobre el "Yoga de la Kundalini", a algunas corrientes de la postmoderna psicología evolutiva y transpersonal, que toman los chakras y el sistema de kundalini como la base de su estudio sobre las distintas etapas de desarrollo de la conciencia humana.
Por ello, pensamos que el yoga útil para Occidente debe moverse en estas dos premisas: 1) libertad e igualdad, como fundamento de la aproximación a cualquier tipo de espiritualidad; y 2) trabajo de desarrollo personal con fundamento, principalmente, psicológico, que permita el proceso de individuación.  



martes, 28 de febrero de 2012

"LA TRADICIÓN ESPIRITUAL NEOPLATÓNICA", POR JUAN ALMIRALL


"El soplo divino reflejado en la naturaleza virginal" es según algunos, la clave de un supuesto yoga cristiano, que necesariamente tiene que integrar dos elementos constitutivos de la consciencia: el elemento activo (Espíritu) y el elemento pasivo (el Agua bautismal). Con ello se quiere justificar una cierta mística cristiana, completamente adaptada al dogma de la gran Iglesia. Negando la existencia de consciencia en el ideal del no-dualismo, ya que sin estos dos componentes opuestos no sería posible la consciencia.
El gran problema de puntos de vista como este, es el profundo desconocimiento de la gestación de los dogmas y de la verdadera tradición espiritual de Occidente, en lo que al pensamiento antiguo se refiere, el contexto ideológico que vio nacer al Cristianismo. La teología cristiana nace con Orígenes de Alejandría, que mantiene un subordinacionismo entre el Padre (el Noûs-Intelecto) y el Hijo (el Lógos-Palabra). El tercer elemento de la Trinidad: el Espíritu o Pneúma, es un soplo vital y santificante, que deja el Hijo tras su partida, entre el círculo de los discípulos que componen su Asamblea. De hecho, en la Tradición Judía Sapiencial, que es de donde procede este tercer elemento, el Pneúma es Espíritu de Sabiduría, una hipóstasis de la ciencia o gnosis de la Naturaleza, creada por el Lógos de Dios.
El dogma de la Iglesia imperial, sancionado en el primer Concilio Ecuménico de Nicea, convocado para condenar las tesis del origenista Arrio, consiste en afirmar la co-sustancialidad de las tres hipóstasis, tres personas y una única naturaleza. Esto a los ojos del filósofo pagano más torpe sería una gran barbaridad. Es un dogma conciliador y político, que pretende poner fin a la cuestión del subordinacionismo, que era la tesis mantenida por la verdadera Tradición Espiritual de Occidente, encarnada por la Escuela Neoplatónica, a la que perteneció Plotino, Jámblico, Proclo o Damascio. Estos grandísimos místicos y pensadores, afirmaron la existencia de tres hipóstasis: el Alma, el Intelecto (Noûs) y el Uno. Estas tres realidades no eran simplemente el fruto de una especulación intelectual, sino que, sobre todo, eran fruto de la experiencia extática y mística. Pero el contexto en el que ellos formularon su teoría de las tres hipóstasis era mucho más elástico y amplio, pues el paganismo no tenía dificultades para divinizar al Alma o al Intelecto o al Uno. En cambio los torpes y politizados padres niceanos, tenían que mantener el dogma de un solo Dios y un solo Rey (el Emperador, que suponemos relamiéndose con la idea de elevar el trono imperial hasta la misma naturaleza que el Padre, pues el Emperador era incuestionablemente el Señor del Imperio, y por tanto el sucesor, no ya del Apóstol Pedro, sino del mismo Cristo).
Pues bien, volviendo a nuestro encabezamiento, y a la supuesta dualidad de la consciencia, el que así lo afirma, ignora que Plotino coloca en el rango más elevado de la experiencia extática al Uno. Una naturaleza que trasciende lo noético, lo intelectual, y en la que no hay dualidad posible, pues todo dualismo rebaja al que está más allá, al Inefable, como lo llamó Damascio. Los pensadores cristianos que más se acercaron a esta idea de un Dios Inefable, fueron sin duda los gnósticos valentinianos, con su Primer Eón del Plêrôma, donde todo estaba contenido y latente.
Fue Aristóteles quien introduce un principio de consciencia completamente vinculado al cosmos, afirmando igualmente, la coeternidad de ambas sustancias, el intelecto rector y el cosmos. Sin embargo, los Pitagóricos, tras depurar su cosmología matemática, habían elevado al Uno por encima de toda consciencia, de donde surgía un tercer Dios, o mejor dicho, un primer principio, que casaba muy mal con el Dios Intelecto de Filón de Alejandría y de Orígenes, pues sencillamente lo trascendía.
Este Uno, no era fruto de una mera especulación, sino de un profundo estado de unificación de la consciencia que se vuelca sobre sí misma, que queda absorbida por sí misma, en una auto-contemplación inmóvil, silenciosa y profunda. Experiencia que niega toda cualidad, siguiendo la vía apofática o la teología mística de Pseudo-Dionisio. Allí no hay dualidad, no hay un elemento que se refleja en otro, no hay Espíritu, ni soplos, ni Lógos, solo hay Silencio, Quietud, Eternidad.

Juan Almirall

domingo, 8 de enero de 2012

FUNDAMENTO PLATÓNICO DE LA TEOLOGÍA MÍSTICA CRISTIANA, por Juan Almirall


"Los ya purificados están perfectamente limpios de toda mancha y libres de la menor desemejanza. Creo que cuantos reciben la iluminación sagrada están llenos de luz divina y levantan los santos ojos del intelecto hasta alcanzar plena capacidad de contemplación. Finalmente, pienso que los perfectos, lejos ya de toda imperfección, deben unirse a quienes contemplan los santos misterios con ciencia perfeccionante." Dionisio Areopagita, La Jerarquía Celeste, III, 165d.

La tradición mística occidental tuvo siempre al Platonismo como fundamento. Los grandes místicos cristianos estuvieron muy influenciados por la obra de Platón, que conocían a fondo y de la que extrajeron gran parte de las ideas en que apoyar su iluminación. Los místicos cristianos fundadores de la teología cristiana y de la teología mística y simbólica escribieron sobre tres etapas del camino místico interior. Sobre esta tres etapas que definían los misterios cristianos habían escrito los padres alejandrinos, Clemente y Orígenes; estas tres etapas también las recoge Gregorio de Nisa y más tarde Dionisio Areopagita: la primera etapa es la vía purgativa (la purificación del alma), la segunda la vía iluminativa (la iluminación del intelecto) y la tercera es la vía unitiva (la unificación con el Uno, con Dios). La tercera vía, la más elevada, que supone la perfecta unión con Dios, está explicada de forma velada y simbólica en el Cantar de los cantares, que "nos encamina místicamente por la senda de lo divino... Entremos en el Santo de los santos, que es el Cantar de los cantares. Por la oración sublime de estas canciones tenemos acceso a los más profundos misterios" (Gregorio de Nisa, Homilías sobre el Cantar de los cantares, I. 1). La tradición sapiencial es recuperada por los místicos cristianos siguiendo el ejemplo de los filósofos de la escuela neoplatónica: como propedéutica tenemos los Proverbios, la vía iluminativa se narra en el Eclesiastés y finalmente, la unión con Dios, el matrimonio místico y sus etapas, se describen en el Cantar de los cantares. De la misma manera Plotino había enseñado que el alma debía purificarse antes de intentar encontrar en sí misma la iluminación del intelecto, el noûs, y una vez iluminada con la contemplación de las formas-ideas, los inteligibles, todavía podía alcanzar la unión con el Uno, el primer principio. La Escuela Neoplatónica Siria de Jámblico de Calcis y la Escuela Neoplatónica de Atenas, de Plutarco, Siriano y Proclo, reconocían tres etapas de aprendizaje del filósofo-teurgo: la obra de Aristóteles, con las Categorías y el Organon al principio, como propedéutica; la obra de Platón, como iluminativa; y los sagrados misterios teúrgicos en los Oráculos Caldeos y los Poemas órficos.

Juan Almirall