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domingo, 19 de abril de 2009

LA DOCTRINA CÁTARA


Pocos escritos históricos hay que describan de manera tan clara y precisa el catarismo como un texto de Las Partidas de Alfonso X el Sabio. Dice así:

“E si por aventura no se quisieren quitar de su porfía, devenlos judgar por herejes e darlos después a los jueces seglares e ellos devenles dar pena en esta manera: que si fuere el hereje predicador, a quien dicen consolador, devenlo quemar en fuego de manera que muera.”

Pues, efectivamente, si hoy tuviéramos que describir en dos palabras en qué se caracterizaban los cátaros diríamos que eran “predicadores y consoladores”.

Por ello, en mi breve intervención de esta tarde, quisiera explicar sobre todo en qué consistía esta predicación y consolación que tanto temieron los poderes políticos y religiosos, y contra la que lucharon tan encarnizadamente.

Pero, antes, me gustaría precisar que ha sido tanta la literatura de todo tipo que se ha vertido sobre el catarismo (historicista, filosófica, literaria, nacionalista, esotérica, etc.), que es muy difícil avanzar por este entramado, profundamente dogmatizado. Para resolver este problema sólo hay un camino: el retorno a las fuentes originales. Sólo en ellas podremos encontrar el hilo conductor de esta corriente de pensamiento y, así, liberarnos de la multitud de prejuicios con que nos encontramos al profundizar en las doctrinas cátaras.



El catarismo es, fundamentalmente, como han señalado los modernos estudios de Duvernoy y Brenon a partir de las fuentes originales, un movimiento de raíces cristianas que intenta recuperar la verdadera esencia del cristianismo original, en el seno de un mundo donde la práctica religiosa está muy corrompida por una jerarquía ávida de poder y con poca vocación espiritual.

La carta que Evervin, preboste de la abadía de Steinfeld, manda a Bernardo de Claraval en el año 1143 es clara al respecto:

Ésta es su herejía: Dicen de sí mismos que son la Iglesia, porque sólo ellos siguen al Cristo; y que siguen siendo los verdaderos discípulos de la vida apostólica, porque no buscan el mundo y no poseen ni casa, ni campos, ni ningún dinero...
De sí mismos dicen: ...llevamos una vida santa y muy estricta, de ayuno y abstinencias, pasando día y noche orando y trabajando, sólo buscando sacar de este trabajo lo que es necesario para la vida... Nosotros y nuestros padres, siguiendo la línea de los apóstoles, hemos permanecido en la gracia del Cristo y permaneceremos hasta el fin de los siglos.

Es en esta línea de tradición apostólica como aparece y se explica, en el seno de la comunidad cátara, la institución del consolamentum.

De los cinco textos originales conservados y atribuidos sin lugar a dudas a comunidades cátaras, dos de ellos son una trascripción de este ritual (en occitano y en latín) y un tercero (el Manuscrito de Dublín) forma parte del sermón que se leía durante su impartición. Ello nos indica la gran importancia que tenía este sacramento para el catarismo (en realidad: su único sacramento reconocido).

El consolamentum, para los cátaros, no era otra cosa que el bautismo espiritual instituido por Cristo. Siguiendo la tradición de Pentecostés, los cátaros consideraban que los apóstoles habían recibido la fuerza del Espíritu Santo con este bautismo, así como el poder de otorgarlo a quienes ellos considerasen dignos de su iglesia.

Así se describe en el ritual occitano:

“Vais a recibir el bautismo espiritual, por el cual es otorgado el Espíritu Santo en la Iglesia de Dios, con la santa oración, con la imposición de manos de los “buenos hombres”. Este santo bautismo, por el cual es otorgado el Espíritu Santo, ha sido guardado por la Iglesia de Dios desde los apóstoles hasta ahora, y ha llegado de “buenos hombres” en “buenos hombres”, y lo hará hasta el fin del mundo.”

Este bautismo por imposición de manos, llamado consolación siguiendo las palabras evangélicas de Juan “Yo os enviaré un Consolador...”, es el hecho más distintivo del catarismo y a su comprensión debemos dedicar una atención especial. Pero para ello debemos profundizar primero en su filosofía llamada “pretendidamente” dualista.

El perfecto cátaro consideraba que Dios Padre era el Supremo Bien y el Sumo Hacedor de la creación. Ello llevó muy pronto su reflexión a la búsqueda de una explicación que permitiese comprender la existencia del mal en el mundo, al igual que ocurriera en las comunidades gnósticas de los primeros siglos. Pues, en efecto, si Dios es el Supremo Bien hacedor de todas las cosas, ¿cómo podemos explicar la existencia del mal en el mundo?

Para el gnóstico, al igual que para el “buen cristiano” medieval, esta búsqueda abocó en la concepción de un demiurgo, un “dios extraño”, ajeno al verdadero Dios, como creador de este mundo, en el que el bien y el mal se encuentran estrechamente unidos.

Es importante resaltar que esta concepción no nace de una creencia dogmática en dos principios, sino que es el resultado final de un esfuerzo por racionalizar y comprender la existencia humana. Fue la constatación del mal en el mundo lo que permitió la construcción mítica y filosófica de la caída humana como explicación de la realidad.

Existen diversos mitos cátaros que explican esta caída, y hoy sería demasiado prolijo analizarlos con alguna profundidad. Quiero destacar, sin embargo, lo siguiente:

Cuando las almas humanas cayeron, según la concepción cátara, fueron atrapadas en “túnicas de carne” que el “dios extraño” hizo para que olvidasen su gloria perdida, su verdadera esencia divina, su espíritu, que permanecía intacto, firme, en el Reino Divino.

«El demonio dijo: “Estos espíritus piden al Padre santo que les perdone porque recuerdan la gloria que han perdido. Yo les daré túnicas, y cuando se hayan revestido con ellas, ya no recordarán más su gloria perdida.” Entonces, el enemigo de Dios, Satán, hizo cuerpos de hombres, en los cuales encerró a esos espíritus, para que ya no recordasen más la gloria del Padre santo.»

El único problema de la humanidad era el olvido. Por eso, la doctrina cátara estaba orientada a ayudar al hombre a recordar su origen divino, es decir, a aportar lo que ellos definían como la “entendensa del Bé”, “la comprensión del Bien”.

Quien recordaba este origen era un creyente, pero sólo se convertía en un verdadero cristiano si salía de su prisión material por medio de “la endura”. La endura era un proceso de purificación, una muerte espiritual del ego humano por su renuncia al mundo y su desapego a los placeres y las posesiones materiales.

Este proceso culminaba con la recepción del Espíritu Santo por medio del “consolamentum”.

Y, ahora, presten atención a cómo veían los cátaros el consolamentum, según un escrito de refutación católico:

En la imposición de manos, el alma ―que hizo caso al diablo y fue engañada por él― recibe por su conducta a su propio espíritu, que ella ha dejado en el cielo. Éste es el espíritu al que llaman el Espíritu Santo, o firme, puesto que ha permanecido firme en el momento de ese engaño, y puesto que él no puede, en esta vida presente, ser engañado por el diablo mientras guarde y gobierne al alma”.

Podemos constatar esta misma doctrina en las explicaciones que Guillermo Belibaste da sobre el matrimonio a uno de sus creyentes:

“El verdadero matrimonio no es el carnal entre el hombre y la mujer, sino el matrimonio espiritual entre el alma y el espíritu, es decir, cuando el alma, que permanece siempre en el hombre, y el espíritu, que va y viene, son buenos y se unen entre ellos, de manera que el alma quiere lo que quiere el espíritu, y el espíritu lo que quiere el alma, y así se unen en el Bien. Éste es el matrimonio que Dios ha instituido.”

Podemos entender, pues, el consolamentum como la culminación de todo un proceso de iniciación, al modo en que se realizaba en los primitivos movimientos gnósticos. En este proceso, el ser humano “de carne y sangre”, que habita en este mundo caído, se reúne de nuevo con “su propio ser espiritual”, que ha permanecido firme en el cielo. Y todo ello por medio de una “conducta pura” del alma, la endura, que permite la “efusión” de ese espíritu.

Éste fue el mensaje de salvación propugnado por los cátaros y, como tal mensaje evangélico, esta buena nueva fue difundida por todas partes. Los crestians ―pues así se llamaron a sí mismos, nunca utilizaron el nombre de cátaro― se sintieron verdaderos mensajeros de la palabra divina y predicaron con gran fuerza en ciudades y aldeas, castillos y chozas, iglesias y mercados. Tan admirable era su vida que el pueblo les conocía como los “bons hommes”, los “buenos hombres”, y desde todos los estamentos sociales (incluso los eclesiásticos) se les reconocía su santidad.

Fue esta bondad, su extraordinario comportamiento de vida, la que llevó a miles de personas, en toda Europa, a creer y confiar en ellos. Y fue esta impresionante aceptación la que provocó la reacción tan violenta y brutal de los poderes establecidos.

Así lo relataba Pedro Autier, uno de los últimos grandes perfectos cátaros, maestro de Guillermo Belibaste:

“Te voy a decir la razón por la cual se nos llama herejes: es porque el mundo nos odia, y no es extraño que el mundo nos odie, pues él ha odiado también a nuestro señor, al cual ha perseguido, como a los apóstoles. Nosotros somos odiados y perseguidos a causa de su ley, que guardamos firmemente. Porque hay dos Iglesias; una, huye y perdona; la otra, domina y destroza.“

“Huye y perdona”. El catarismo nunca ejerció la violencia en este mundo. Ellos no sentían un rechazo vital del mundo, sino una profunda compasión por el ser humano que se mantenía prisionero en él, ignorante de su verdadera patria. Por ello, conscientes de que no todos podían recordar de dónde venían, de que no todos eran lo suficientemente fuertes para recorrer el camino de regreso, se esforzaron siempre por acompañar al hombre de su tiempo con una actitud positiva, dinámica y activa en su vida y en sus acciones.

Para terminar, quisiera leerles un fragmento del consolament occitano, en donde se refleja claramente el mensaje profundamente cristiano del catarismo:

“Si queréis recibir este poder y esta fuerza, hace falta que observéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo Testamento, conforme a vuestras posibilidades.

Y sabed que él ha mandado no cometer adulterio; no matar ni mentir; no hacer ningún juramento; no tomar ni robar; no hacer a los demás lo que no queremos que hagan con nosotros; perdonar a quien nos hace daño; amar a nuestros enemigos; rezar por nuestros calumniadores y por nuestros acusadores y bendecirles; poner la otra mejilla si nos agreden; dejar la capa si nos quitan la túnica; no juzgar ni condenar; y muchos otros mandamientos ordenador por el Señor a su Iglesia.

Estimado público:

Ésta fue la religión de aquellos “herejes predicadores, a quienes dicen consoladores”.

La vida de tales hombres y mujeres, sencillos y humildes, fue tan firme y ejemplar, sus huellas quedaron tan profundamente marcadas en la sociedad de su tiempo que, a pesar de todo el esfuerzo que se hizo por destruirles, por prohibir completamente sus enseñanzas, su búsqueda y su mensaje permaneció presente en las conciencias humanas y, sin duda, hoy encuentra de nuevo un eco en el corazón de los hombres.

Así podemos entender el sentido de la profecía y leyenda que sobre ellos se escribió: “Después de setecientos años, el laurel volverá a reverdecer”.

Eduard Berga Salomó
Centre d'Estudis Catars
C/Sant Joan de Malta, 219
Barcelona


sábado, 7 de febrero de 2009

LA IGLESIA INTERIOR

Origen de la Iglesia Interior: Supuestamente, seis años tras la muerte del Salvador, el apóstol Pablo se convirtió al Cristianismo, por una visión de camino a Damasco. Hasta aquel momento, los cristianos eran una secta más entre los judíos que se encontraban en las sinagogas de la diáspora y un grupo proporcionalmente más grande, en el Templo de Jerusalén. Pablo era un judío helenizado, de la secta de los fariseos, una secta muy helenizada e influenciada por la filosofía estoica de la época. Pablo dirigió varias comunidades cristianas, que adoptaron el nombre helenizado de ekklêsía, es decir, el nombre de las asambleas de las polis griegas. Pero estas ekklêsías o asambleas de cristianos, que en tiempos de Pablo se reunían en las sinagogas o en el Templo de Jerusalén, tenían una serie de particularidades, en ellas pasaban cosas “extrañas”, practicaban el bautismo o purificación de los judíos y practicaban la cena ritual, pero no atendían a todas las normas de pureza y exigencias de la Ley mosaica. Los gentiles eran admitidos en estas asambleas, pero además, el Espíritu Santo (pneûma hagío) se manifestaba en los distintos miembros de la asamblea: “Porque a uno, mediante el Espíritu, le es dada la palabra de sabiduría (lógos sophías), a otro palabra de conocimiento conforme al mismo Espíritu (lógos gnôseos katà to autò pneûma), a otro fe en el mismo Espíritu (pístis en tô autô pneümati), y a otro dones de curación en el único Espíritu (jarísmata iamátôn en tô henì pneúmati), a otro realización de milagros (energêmata dynámeôn); a otro profecía (profêteía), a otro, discernimiento de espíritus (diakríseis pneumátôn); a otro, géneros de lenguas (gene glôssôn), a otro interpretación de lenguas (hermêneía glôssôn), pero todas estas cosas efectúa el único y mismo Espíritu, distribuyendo en particular a cada uno, conforme le place.” (I Cor. 12: 4-11). Este Espíritu Santo es el Espíritu del Cristo, que transmite a quien lo recibe algunos de los poderes que aquél tenía. Pues bien, esta extraña comunidad asamblearia de personas capaces de hacer milagros, profetas, interpretes de lenguas, gente con el don de curación, según un único Espíritu Santo, el Espíritu del Cristo, es la verdadera Iglesia fundada por Pablo en la diáspora, no en Jerusalén. Esta es la Iglesia Interior o la Iglesia del Espíritu Santo que a lo largo de los siglos se irá distanciando, primero de la Iglesia de Jerusalén, después de la Iglesia Imperial, continuadora del Imperio Romano.


Formación de los Misterios Cristianos: Tras la desaparición de Pablo y los Apóstoles el testimonio de la vida de Jesús, el Cristo (el rey), se recogió en los distintos Evangelios (de euaggélion, prefijo eu – buen y aggélion o angelion que significa mensaje, tal como ángel ággelos significa mensajero, Evangelio sería el buen mensaje), donde se narraban las cosas que había hecho el Cristo y los Apóstoles por medio del Espíritu Santo. Marcos es el primer Evangelio, luego Mateo y Lucas, y por último Juan y su misterioso Apocalipsis, un libro en la más pura tradición profética, como los grandes profetas de Israel, donde se recoge la manifestación del Cristo al final de los tiempos profanos, y la apoteosis de las Iglesias, es decir, de los discípulos del Cristo. En estos textos sobre la vida de Jesús destaca el episodio de la Transfiguración o Metamorfosis de Jesús, y la Resurrección en un cuerpo inmortal, así como la relación de los hechos maravillosos que le permitía el poder del Espíritu del Cristo. Estos serán algunos de los Misterios del Cristianismo, en el más puro estilo helenístico, donde Metamorfosis o Apoteosis (de meta-morfê trans-formar y apo-theosis divinizar, en el mundo clásico a un héroe), constituían las transformaciones y exaltaciones de la naturaleza humana, junto a la bienaventuranza (makários) que recibía el iniciado que, tras su muerte, era capaz de recordar la senda que conducía a los Campos Elíseos, a los lugares de la bienaventuranza y de la vida eterna. Los Misterios Cristianos tendrán los mismos objetivos que los Misterios Paganos, divinizar al hombre, pero la iniciación cristiana tomará de las reglas de pureza de la Ley mosaica, sus catarsis y purificaciones (esto se verá claro en los escritos de los Padres Apostólicos, como la Didaché o El Pastor de Hermas), son las condiciones necesarias para recibir el Espíritu Santo procedente del Cristo y del Dios único, el Padre. Sin embargo, el Cristianismo primitivo no será ni mucho menos homogéneo, durante los primeros siglos muchos colectivos y sectas distintas se moverán entre dos tendencias, una primera helenizante, que busca distanciarse de la Ley mosaica y se abre a los gentiles, y una segunda más judaizante, que tiene como manifestaciones más radicales el ebionitas y los elcasaitas.

El dualismo de la Iglesia Interior: El Evangelio de Juan es el Evangelio del Lógos, la Palabra y la Razón divina, que viene al mundo de las tinieblas, pero que procede de Dios y conserva su pureza. Esto llevó a algunos grupos de cristianos a afirmar el docetismo (de dóxa o apariencia) del cuerpo del Señor (Hechos de Juan 93, 1-3: “Otro hecho glorioso os contaré, hermanos: una vez cuando quise tocarlo sentí un cuerpo material y sólido. Pero otras, al palparlo, era su ser sin sustancia, incorpóreo y como inexistente. Cuando algunos de los fariseos lo convidaban y aceptaba la invitación, íbamos con él. A cada uno se le daba un pan, y también él recibía uno. Mas él lo bendecía y lo repartía entre nosotros. Cada uno de nosotros se sentía satisfecho con esa porción, y nuestros panes quedaban intactos, de tal modo que los anfitriones se admiraban. Muchas veces, caminando con él, quise ver si dejaba huellas visibles sobre el suelo, pues había visto que se elevaba sobre la tierra. ¡Y nunca vi ninguna!”). El docetismo será una solución para todos aquellos que quieren salvar la pureza y perfección del Logos, mientras que el drama del Dios hecho carne será la solución más popular con la que la que una mayoría se podrá identificar. El Gnosticismo llevará al extremo el docetismo, los pneumáticos o espirituales serán los únicos poseedores de la Gnosis y por tanto de la liberación, ellos explicarán de forma dualista las dos naturalezas hílica o carnal y pneumática o espiritual. Ello les permitió construir una mitología basada en dos realidades, que encarnan dos Dioses, un Demiurgo perverso y creador del mundo, y un Padre perfecto escondido en un más allá, denominado Plêrôma o Plenitud, rodeado de sus Eones (este esquema es similar al que se deduce de los diálogos de Platón: un Demiurgo artesano del Alma del Mundo, un Hiperurano donde se encuentran las Ideas, y por encima de todas, el Bien). El Gnosticismo será una verdadera Iglesia pneumática o del Espíritu Santo, que aparece como Gnosis.

Sin embargo, este Gnosticismo será rechazado por una ortodoxia más popular, que no acepta el docetismo ni el dualismo gnóstico, por lo que comenzará a producir una teología alegórica, para explicar el drama de Jesús Dios y Hombre, que le llevará a formulas cada vez más absurdas y difíciles de argumentar por medio de los tradicionales conceptos filosóficos, este es el origen de toda la producción teológica, que mantendrá ocupadas a las mentes más lúcidas de la ortodoxia. Y que finalmente, con la cristianización del Imperio Romano, recibirá su sanción definitiva. Durante los primeros siglos de Iglesia Imperial, presbíteros, obispos y patriarcas mantendrán interminables disputas sobre la relación entre las distintas personas (hipóstasis) de la Trinidad divina, y sobre la naturaleza del Cristo (Cristología), fundamentalmente contra las tesis de los teólogos neo-origenistas, que asumieron una cierta subordinación entre el Padre y el Hijo, sin tener ya muy claro, el papel del Espíritu Santo, en todo este lío especulativo. Por otra parte, la Iglesia oficial rechazará toda magia, oráculos, profecías, y otras manifestaciones de los dones del Espíritu, en su lucha por erradicar el paganismo y sus demonios, dejando estas cuestiones como una anécdotas históricas, y potenciando así el culto personal a la figura del Jesús histórico y sus santos.

El Maniqueísmo o la Iglesia de la Luz: Sin embargo, la Iglesia Interior tomará nuevas formas. En Persia vemos aparecer a Mani, el Apóstol de la Luz, que inspirado por el Gnosticismo y el ascetismo de distintas sectas cristianas de Asia Menor, funda, bajo la influencia y dirección de su gemelo espiritual (sýzygos), una especie de doble espiritual (como el ángel de la metanoia o el arrepentimiento), una Iglesia que tomará de la tradición religiosa persa, el conflicto entre la Luz y las Tinieblas, en un dualismo materialista, del que abominará primero la Iglesia ortodoxa, bajo la estricta crítica de Agustín de Hipona, que en su juventud había formado parte de la secta, y luego la Iglesia Imperial, transformándose en la bestia negra de la Iglesia antigua y medieval. Agustín de Hipona también utilizará por primera vez el nombre de “cátaros” o puros, para designar a un grupo de cristianos estrictos, que se negaron a admitir de nuevo en sus comunidades y rehabilitar a aquellos que habían renunciado a la fe cristiana, para evitar las persecuciones de Diocleciano, y que tras la llegada de Constantino al poder, pretendían rehabilitarse. Estas sectas puristas propias de los siglos III y IV. Estos cátaros fueron conocidos también como novacianos, por ser seguidores de Novaciano, un amigo del ascetismo extremo y de la pureza de la fe. Pero mientras estos últimos fueron aceptados por la gran Iglesia, los Maniqueos fueron perseguidos en todo el Imperio Romano, y también en el Imperio Persa, por lo que la Iglesia Maniquea emigrará hacia Oriente por las Rutas de la Seda. El Maniqueísmo compartía el ideal de pureza y de extremo ascetismo de las comunidades más consagradas, los elegidos o perfectos, que llevaban una vida errante, aunque con reglas monásticas. La misión de los maniqueos era la de formar parte de las huestes de la Luz, para colaborar en la victoria definitiva sobre las Tinieblas, el mundo de la carne, con el que se habían mezclado las diversas hipóstasis o emanaciones de la Luz, entre las que destaca el Hombre Primordial, verdadero arquetipo del Hijo de la Luz, que realiza el sacrificio de mezclarse con las Tinieblas para redimirlas. Los mitos maniqueos serán recuperados por los movimientos dualistas de la alta Edad Media.

La Iglesia del Paráclito y la Leyenda del Santo Grial: El Maniqueísmo influirá en algunas sectas dualistas que se fundaron y desarrollaron en los territorios pertenecientes al Imperio Bizantino, donde todavía reinaba el Emperador de Oriente, y en el que también existía un segundo Papa, el Patriarca de Constantinopla, cabeza de una Iglesia cada vez más desconectada de la Iglesia Occidental, pero que aún formaba parte de la gran Ecumene Católica. Este Patriarca era el último superviviente de una época en la que habían existido cinco Papas o Patriarcas, bajo el poder del Emperador, que era el verdadero sucesor del Cristo. Todo ello dentro ya de la Iglesia Imperial, la Iglesia del poder. Pues bien, en los, cada vez más, reducidos dominios del Emperador bizantino, la Iglesia Oriental sufrió toda la disputa iconoclasta y otras discusiones con un trasfondo teológico. En dicha disputa participó, del lado de los iconoclastas, una secta dualista, llamada de los Paulicianos, de marcada influencia maniquea. Los Paulicianos se extendieron por la Europa Oriental, y se hicieron muy fuertes, hasta el punto de amenazar al Emperador, que en el siglo IX fueron perseguidos y paulatinamente exterminados. Sin embargo, en Bulgaria surgió un nuevo movimiento dualista, los Bogomilos, continuador de los Paulicianos, que llegó a tener una gran organización en la administración de sus Iglesias. Estos Bogomilos al igual que los Maniqueos, eran personas muy ascéticas, que buscaban una perfección y pureza muy grande, a fin de poder recibir el Espíritu Santo.

En Occidente, también encontramos grupos de cristianos partidarios de la pureza y la pobreza, como preparación para recibir al Espíritu, destaca la comunidad fundada en España por Prisciliano de Ávila, que fue acusado de Gnóstico y Maniqueo. Pero también, a los albores del siglo IX aparecen en las tierras occitano-catalanas, grupos de cristianos que aspiran a una perfección, de una forma similar a los puros y perfectos de las Iglesias de Oriente. Recibieron el nombre genérico de Albiguenses. Pero de entre ellos destacó una comunidad cristiana, en torno a unos hombres llamados bons homes o perfectos, que llegó a estar organizada como grupo de Iglesias, tal como nos muestra el acta del Sínodo de San Félix de Caraman, donde la Iglesia de los Cátaros, se organiza en obispados, y los obispos y fieles reciben el Consolamentum del Patriarca Bogomilo Nicetas, la transmisión del Espíritu Santo. Los Cátaros llamaban a su comunidad la Iglesia del Paráclito, la verdadera Iglesia Interior, de los Santos y Perfectos, en el Espíritu del Cristo. El Catarismo se extendió por toda Europa durante la baja Edad Media, hasta el inicio de su persecución.

Junto con el movimiento Cátaro, asistimos en Europa Occidental a la formación de los Mitos y Leyendas del Cristianismo. Chretien de Troyes, un trovador de la corte de Champaña, traductor y conocedor de los mitos clásicos, en particular de las Metamorfosis de Ovidio, compone relatos de caballeros cristianos, e incorpora la historia de Percival y el Santo Grial. Pronto la Comunidad del Santo Grial se convertirá en uno de los mitos y leyendas más importantes del Cristianismo Medieval, y la Comunidad del Castillo del Santo Grial, el referente espiritual para distintas Ordenes de Caballeros, como los Templarios y sus órdenes derivadas, como los Fideli d’Amore o la Fede Santa, entre los que encontramos a otro gran trovador medieval: Dante Alighieri, un hombre comprometido con la causa de los Hohenstaufen o gibelinos, partidarios de restaurar la Monarquía del Sacro Imperio, y terminar con el creciente poder del Papado Romano, y sus pretensiones de ser la cabeza de la Iglesia Universal.


Saludos,

Juan Almirall

viernes, 6 de febrero de 2009

ANTECEDENTES DEL CATARISMO: PAULICIANOS Y BOGOMILOS

Dos fueron las herejías dualistas antecedentes del Cátarismo: los paulicianos y los bogomilos, dos Iglesias heréticas, fundadas en los territorios del Imperio Oriental de Bizancio, bien organizadas, que ayudaron y consagraron las Iglesias Cátaras de Occitania, como prueban las actas del Concilio Cátaro de San Félix de Caraman, celebrado bajo la dirección del Patriarca Bogomilo Nicetas.


Los Paulicianos era una herejía con fuertes influencias maniqueas, cuyos orígenes son poco claros, habrían sido fundados en el siglo VI o VII, en Armenia, pero pronto se extendieron hacia las Balcanes. Lo cierto es que en el siglo IX formaban una comunidad muy organizada en Bizancio, y fueron perseguidos por la emperatriz Teodora II, de donde huyeron a Bulgaria. Los paulicianos formaron tropas que durante la monarquía de los emperadores iconoclastas sirvieron a Bizancio, pero que tras la declaración de heterodoxos y su huída a Bulgaria, constituyeron una importante amenaza para el Imperio. A finales del siglo IX fueron derrotados y ya en el siglo XII el emperador Alexio I emprendió su conversión al catolicismo por la fuerza, lo que terminó por hacer desaparecer el paulicianismo. Los paulicianos fueron principalmente iconoclastas, no aceptaban el culto a las imágenes pues negaban radicalmente la bondad de la carne y el mundo, el cual lo consideraban creado por Satán, un demiurgo malvado. En el campo de su cristología consideraban que la encarnación era sólo aparente, y que el Logos no pudo haber entrado en un cuerpo de carne, de manera que el cuerpo de Cristo era sólo aparente, por ello los paulicianos eran docetistas. Lo que les hacía negar el dogma de María theotokos, negando todo culto mariano. Igualmente negaban los sacramentos del bautismo y la eucaristía, al ser actos demasiado ligados a la forma carnal, que rechazaban plenamente. Y, al igual que los marconitas, los paulicianos consideraban el Antiguo Testamento obra de Satanás. Se trataba por tanto, de un grupo de orientación ascética, con fuertes influencias maniqueas, de tendencia hacia una espiritualidad helenística radical, que se distancia del judaísmo. Su influencia en la zona balcánica y en Bulgaria fue grande, por lo que algunos de los planteamientos básicos del paulicianismo lo encontraremos después, en otra herejía posterior, originaria de la zona: el movimiento bogomilo.

La así llamada Iglesia Griega, centro del bogomilismo que tiene su origen en Bulgaria, pero que se extendió por Bizancio y sobre todo, la actual Bosnia, recoge algunas de las creencias paulicianas, según H.C. Puech: “ el dualismo general; la atribución al Dios Bueno, al Padre invisible, de las cosas espirituales e inteligibles, a Satán de las realidades materiales, corporales y visibles, entre ellas el firmamento; la concepción de la Trinidad como una persona única con tres caras o tres rostros y del Cristo como criatura, como ángel o emanación desligada de la Mónada divina en un momento determinado, con vistas a la salvación del ser humano y reintegrándose a ella enseguida; la oposición al Creador del Génesis equiparado al Diablo; el desprecio de Moises y de la Ley; el descrédito, más o menos general, de Juan Bautista y de la Virgen María, las cristología docetista y el rechazo, o la interpretación puramente simbólica, de los milagros de Jesús; la crítica de la Iglesia ortodoxa o romana y de su clero, el desprecio o el uso sacrílego de sus sacramentos, la condena del culto a la Virgen, a los Santos, a las reliquias, a las imágenes y a la Cruz; la reprobación del casamiento y la procreación, de la alimentación animal y todo cuanto proviene del coito (huevos, leche, queso, así como carne); la creencia en el carácter diabólico de la concepción; el ascetismo llevado a un grado extremo; la pretensión de ser, en contraste con la Iglesia del Demonio, “buenos cristianos” (khristianoï kaloï, boni christiani), verdaderos discípulos del puro ideal evangélico y ofreciendo la apariencia de monjes humildes, condescendientes…"

Saludos,

Juan Almirall


ACTA DE NACIMIENTO DE LOS OBISPADOS CÁTAROS, CARTA DE NICETAS, SAINT-FELIX-DE-CARAMAN, 1167

Se trata de una carta escrita en el siglo XII sobre pergamino en latín. Nicetas es un dignatario bogomilo llegado de Constantinopla y que preside una asamblea de unos cientos de Perfectos en Saint-Felix-de-Caraman, en el año 1167. En el transcurso de la reunión son fundados cuatro obispados, el de Agen, el de Toulouse, el de Albi y el de Carcassonne. Un quinto obispado aparecerá más tarde en 1226 en Pieusse, cerca de Limoux. La carta de Nicetas describe el acto de fundación del Catarismo occitano, organizado como una Iglesia paralela a la Romana.
Esta carta fue publicada por primera vez en el año 1660, en una historia de los Duques de Narbonne de Guillaume Besse, un historiador poco conocido. Les ofrecemos una traducción al castellano de la referida carta:

"En el año 1167 de la Encarnación del Señor, en el mes de mayo, en estos días la Iglesia de Toulouse trajo al Papa (o Padre) Nicetas al Castillo de Saint-Felix, y una gran multitud de hombres y mujeres de la Iglesia de Toulouse y de otras Iglesias vecinas, se reunieron para recibir el Consolamentum que Monseigneur el Papa Nicetas les confirió.
Después Robert de Epernon, obispo de la Iglesia de los franceses llegó con su consejo. Marc de Lombardie llegó con su consejo. Sicard Cellerier obispo de la Iglesia de Albi llegó con su consejo. Bernard Cathala llegó con el consejo de la Iglesia de Carcassonne, y el consejo de la Iglesia de Agen también estuvo presente.
Todos reunidos de manera innumerable, los hombres de la Iglesia de Toulouse quisieron tener un obispo, y eligieron a Bernard Raimond. Igualmente Bernard Cathala y el consejo de la Iglesia de Carcassonne, requerido e invitado por la Iglesia de Toulouse, y del parecer, voluntad y la decisión de Monseigneur Sicard Cellerier, eligieron a Guiraud Mercier. Los hombres de Agenais eligieron a Raimond de Casals.
Después Robert de Epernon recibió el Consolamentum y la ordenación del obispo Monseigneur el Papa Nicetas para ser obispo de los franceses.
De la misma manera que Sicard Cellerier recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal para ser obispo de Albi. E igualmente, Marc recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal para ser obispo de la Iglesia de Lombardie.
Igualmente Bernard Raimond recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal pare ser obispo de la Iglesia de Toulouse.
También Guiraud Mercier recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal pare ser obispo de la Iglesia de Carcassonne.
Y también Raimon de Casals recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal para ser obispo de Agen.
Tras lo cual el Papa Nicetas dijo a la Iglesia de Toulouse : "Vosotros me habéis pedido que os explique si las costumbres de las Iglesias primitivas eren ligeras o rigurosas. Yo os diré que las siete Iglesias de Asia fueron separadas y delimitadas entre ellas, y ninguna de ellas hizo nada que fuera en contra de los derechos de las otras. Y las Iglesias de Rumania, de Dragovitie, de Mélenguie, de Bulgaria et de Dalmacia fueron separadas y delimitadas, y ninguna hizo nada que fuera en contra de los derechos de las otras. Y así tienen paz entre ellas: hechas iguales unas de otras ".
La Iglesia de Toulouse escogió a Bernard Raimond, Guillaume Garsias, Ermengaud de Forest, Raimond de Baimiac, Guilabert de Bonvilar, Bernard Guilhem Contor, Bernard Guilhem Bonneville y Bertrand d’Avignonet para que fueran árbitros del pour qu’ils soient arbitres de las fronteras. La Iglesia de Carcassonne escogió a Guiraud Mercier, Bernard Cathala, Grégoire, Pierre Caldemas, Raimond Pons, Bertrand de Mouly, Martin de la Salle et Raimond Guibert para que fueran árbitros de las fronteras.
Estando reunidos y habiendo deliberado, dijeron que la Iglesia de Toulouse y la Iglesia de Carcassonne serían divididas según los obispados:
El territorio que se extiende del lado de Toulouse hasta el límite entre los obispados de Toulouse y el arzobispado de Narbonne en dos partes y el límite entre el obispado de Toulouse y el obispado de Carcassonne : a partir de Saint Pons, la montaña entre el castillo de Cabaret y el de Haut-poul, la separaci´n entre los castillos de Sais-sac y de Verdun, entre Montréal y Fanjeaux y el límite entre los otros obispados de la salida del Razès hasta Lérida: que este territorio esté bajo la potestad y la administración de la Iglesia de Toulouse.
Y que la Iglesia de Carcassonne así delimitada y dividada tenga bajo su potestad y su administración todo el obispado de Carcassonne y el arzobispado de Narbonne y el resto del territorio así delimitado e indicado desde el mar hasta Lérida.
Que estas Iglesias sean delimitadas tal como ha sido dicho, a fin de que tengan paz y concordia entre ellas y que ninguna haga nada contra los derechos de la otra. Siendo testigos y garantes de ello Bernard Raimond, Guillaume Garcias, Ermengaud de Forest, Raimond de Baimiac, Guilabert de Bonvilar, Bernard Guilhem Contor, Bernard Guilhem Bonneville y Bertrand d’Avignonet.
De la Iglesia de Carcassonne Guiraud Mercier, Bernard Cathala, Grégoire, Pierre Caldemas, Raimond Pons, Bertrand de Mouly, Martin de la Salle y Raimond Guibert.
Ordenado esto, y pidieron a Ermengaud de Forest que redactar e hicera el acta de la Iglesia de Toulouse e igualmente orenaron y pidieron a Pierre Bernard que redactara e hiciera el acta de la Iglesia de Carcassonne. Y así fue hecho y ejecutado.Monseigneur Pierre Isarn mandó hacer esta copia de una vieja carta, hecha a partir de aquella que delimitaba las Iglesias como ha sido escrito más arriba, el lunes de agosto, décimo cuarto día después del comienzo del mes, año 1232 de la Encarnación del Señor, Pierre Poullain ha transcrito todo esto por su demanda y su orden
".

domingo, 11 de mayo de 2008

El cristianismo heterodoxo en la Edad Media


El 13 de diciembre de 1294, el papa Celestino V, forzado por la tensa situación que existía en la Iglesia durante esos años, tuvo la valentía de renunciar a su cargo. Cuatro meses antes, cuando llegó a las puertas de la catedral de Aquila para celebrar su nombramiento lo hizo descalzo, con un viejo hábito monacal y sentado sobre un borrico, recordando la entrada de Jesús a Jerusalén en el domingo de Ramos.

Pedro Morrone era su verdadero nombre. Había llegado a la silla pontificia en medio de las intrigas políticas por el control del papado entre las familias de los Colonna y los Orsini, en las que intervino Carlos II de Anjou, rey de Nápoles, que propuso, decía él, una solución genial: buscar un Papa entre los espirituales. Y así fue, cuando la diplomacia había fracasado, buscaron al monje más santo de Italia. Con el propósito de que la pureza de su espíritu y el ejemplo de sus virtudes que le habían hecho tan popular, renovase a la Iglesia, tan decaída a causa de las ambiciones mundanas de sus magnates. El elegido fue Pedro Morrone, un monje solitario, un eremita que vivía en las cuevas de la montaña Maiella, en Italia, donde había formado una congregación de eremitas que se llamaba celestinos, que estaban muy cercanos a los espirituales franciscanos.

Según las profecías de Joaquín de Fiore, se esperaba un cambio esencial en la historia y la llegada de un nuevo ciclo del Evangelio bajo la era del Espíritu Santo. Esta nueva era, estaría bajo la guía de un papa angélico. Todos veían en Pedro Morrone, la encarnación de esta profecía. Pero su gobierno, no podía durar mucho. Con 84 años de edad, casi ciego, sin conocimiento de latín, tenía pérdidas de memoria graves, tan grave que ni recordaba a los obispos que había nombrado el día anterior. Pero su gran generosidad, dando muchos privilegios a los espirituales franciscanos en contra de otras órdenes religiosas representó un serio problema para Roma. Sus deflactores decían de él que gobernaba no desde la potestad sino desde la humildad. Así, que Pedro, pasados 4 meses de su mandato, renunció al cargo para regresar a las montañas de donde procedía. Su abandono afectó negativamente a un sector de Italia de tal modo que el mismo Dante lo mete en el infierno de la Divina Comedia. Muchos veían en él la esperanza de una reforma de la Iglesia. Para los espirituales esta situación influyó de tal manera en el ambiente, que las tesis profético-apocalípticas de la época se radicalizaron y se hicieron más comunes.

Pero el caso de Pedro Morrone es un ejemplo más que nos muestra el punto al que había llegado la situación. En la atmósfera de la época, estaba patente una voluntad de cambio, una reforma de la Iglesia que a lo largo de la Edad Media tendrá múltiples expresiones.

Durante el siglo XII y XIII aparecieron multitud de movimientos religiosos que propondrán nuevos modelos para la Iglesia. Todos ellos se caracterizarán por la necesidad de un retorno a la vida cristiana basada en el evangelio. Un despertar espiritual que adoptó una fuerte condición paupérrima, es decir, la pobreza como punto central y como oposición a la situación de poder de la Iglesia. Algunos de ellos serán catalogados como herejía por confrontarse directamente con la Iglesia, como Pedro Valdés o el catarismo, otros en cambio, a pesar de servir a Roma, pasarán al olvido, como Durand de Huesca y Los Pobres Católicos. Otros en cambio, serán canonizados y potenciados, como los franciscanos y los dominicos.

Todos ellos formaron parte de una efervescencia espiritual que trascendió todas las fronteras de Europa con un mosaico de prácticas muy distintas entre ellas, muchas de ellas heterodoxas.

Uno de los primeros en aparecer fue Pedro Valdés. Pedro era un rico comerciante de Lyon, que a causa de unas circunstancias fortuitas quedó tan impresionado y preocupado por la salvación de su alma, que a toda costa quiso hallar el camino hacia la perfección. Preguntó a un clérigo que le remitió al texto de San Mateo (XIX, 21): Si quieres ser perfecto, anda, toma lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; después ven y sígueme”. Entonces Valdés repartió en 4 partes sus posesiones: una para su mujer, otra para sus hijas, y de las otras dos, un fue para los pobres y la otra para las víctimas de sus injusticias como comerciante. Y después, renunciando a su fortuna abrazó con ardor la pobreza evangélica y se lanzó a predicar. Era por Santa María de agosto del año 1173 que empezó a predicar. Al cabo de poco tiempo, había agrupado a su alrededor a un grupo de hombres y mujeres, unidos todos ellos por el mismo ideal. Sus miembros, sin ser frailes, predicaban por las plazas de Lyon lo que propició la reacción de la Iglesia. Pero Valdés, fue más allá. Se dio cuenta de que las Sagradas escrituras eran un tesoro, eran la palabra divina. Fue a buscar a dos clérigos de Lyon para que tradujeran la Biblia y otros textos de los Santos Padres en lengua vulgar. Con aquel bagaje bíblico ahora Pedro ya podía enfrentarse a los clérigos. Pero la traducción de la biblia en lengua vulgar juntamente con la predicación de las mujeres, fue lo que desencadenó las iras de la jerarquía eclesiástica, que les prohibió que predicaran sin estar ordenados. Entonces Valdés, recordando que en circunstancias muy parecidas el apóstol San Pedro había proclamado ante el Sanhedrín que más valía obedecer a Dios que a los hombres y haciendo caso omiso de la prohibición, Valdés y los suyos siguieron predicando.

Pedro era un laico, un comerciante que no tenía formación teológica cuando decidió dejar su vida para dedicarse a la predicación. Sus críticas iban dirigidas contra la jerarquía eclesiástica, contra sus posesiones y contra su modo de vivir, que estaba muy alejado de los primeros cristianos. Su ideal era la predicación, la búsqueda de una nueva espiritualidad no atada a nada material. Pedro nos muestra muy bien esta voluntad, presente en toda Europa de buscar nuevas vías para la espiritualidad, de un modo distinto a como la Iglesia lo representaba. Aquel grupo de fieles, conocidos como los pobres de Lyon, representaron una verdadera querella doctrinal. Eran laicos, y, como hemos dicho, predicaban las mujeres. Además, habían traducido la Biblia a lengua vulgar y se habían adjudicado el ministerio de la predicación sin pedir permiso a la Iglesia. Sin estar ordenados, Roma no iba a hacer muchas concesiones. Y así fue. Finalmente, los valdenses se radicalizaron y fueron catalogados como herejes. En 1194 eran expulsados de la Corona de Aragón por Alfonso el Casto, pero su influencia se extendió por muchos lugares.

Uno de los discípulos de Pedro fue Durand de Huesca. El caso de Durand es muy diferente al de Pedro. En pocos años de diferencia, Durand vivirá otro contexto, un contexto muy marcado por la persecución contra el catarismo.

De la vida de Durand, poco se sabe. Duran era un clérigo letrado de la provincia eclesiástica de Huesca, con una gran formación teológica y autor de cómo mínimo tres tratados contra el catarismo. Durante sus primeros años fue uno como tantos otros que siguieron los ideales valdenses, y participó en el movimiento ascértico monacal de Galindo de Perola en Huesca. En 1207 sabemos que está presente en uno de los últimos debates que hubo en Pamiers entre católicos, cátaros y valdenses, disputando teológicamente sobre la fe, como tan a menudo hacían. En Pamiers se encontraron personalidades relevantes. Entre ellos estaba el obispo castellano Diego de Osma, y también Domingo de Guzmán, el futuro santo. También se encontraban numerosos cátaros. Pero quien tenía una mayor presencia fueron los valdenses. 1207 marcó a Durand. La experiencia del diálogo inspiró a Durand su ideal de Iglesia: la lucha contra la herejía.

Ese mismo año, después Pamiers, Durand y los suyos viajaron a Roma para presentar su reconciliación de fe, su prepositium conservationis que fue respaldada y apoyada por Inocencio III, aunque siempre fue criticada por sus prácticas heterodoxas. Durand había formado una nueva comunidad, formada por clérigos instruidos teológicamente para combatir a la Iglesia, dedicados enteramente al estudio, pero también con clérigos dedicados a las necesidades humanas. Construyeron escuelas de estudios, casas, hospitales para pobres, enfermos y niños abandonados, siempre al lado de una Iglesia. Nunca ejercieron la violencia, siempre la refutaron; su lucha para la conversión fue escrita. Durand tuvo la necesidad de refutar lo que él consideraba errores de la herejía, que asimilaba sin lugar a dudas con el catarismo, el movimiento heterodoxo que más influencia tuvo en la Edad media.

El catarismo fue un movimiento religioso cristiano que apareció por distintas partes de Europa y en algunas regiones de Asia Menor. Los primeros testimonios son del siglo XII y pervivieron hasta el siglo XV. El catarismo, de origen oriental, se caracterizaba principalmente por realizar una interpretación dualística del Evangelio. Des del momento en que apareció, el catarismo fue asociado al maniqueísmo y por ende fue catalogado como una herejía, la más importante de la Edad Media. Pero los últimos estudios que han aparecido sobre el tema, nos muestran como el catarismo apareció por distintas zonas de Europa, más o menos durante las mismas fechas, y apareció para dar respuesta a los nuevos paradigmas de la época. El siglo XII y XIII fue una época de cambios; el crecimiento de las ciudades, el desarrollo del comercio y de la industria del tejido, la aparición del dinero y las primeras letras de cambio eran algunos de los nuevos retos para la sociedad. La Iglesia, que condenaba la usura, estaba dividida entre un alto clero, sumido en la riqueza feudal, y un bajo clero, que era el párroco del pueblo, que en la mayoría de los casos no tenía cultura, y no podía dar respuesta a los cambios que se producían en el seno de la sociedad. Éste fue el contexto en el que apareció el catarismo presentando un nuevo modelo de Iglesia, la Iglesia del Espíritu Santo y que se inscribía en la tercera época de la que hablaba el monje calabrés Joaquín de Fiore.

Estas doctrinas cátaras también llegaron a España. Una vez establecida la Inquisición en Occitania, empezaron las migraciones de occitanos cruzando los pirineos para buscar en tierras hispánicas otros lugares, es cuando empezamos a constatar la presencia de estas doctrinas. Cruzando los pirineos el catarismo penetró en la Corona de Aragón, y de allí pasó a ciudades de la corona de Castilla, con principal incidencia en Burgos y León así como en Palencia, justamente en ciudades que seguían principalmente la ruta de Santiago y que fueron lugares de encuentro para multitud de peregrinos. Marcelino Menéndez Pelayo nos dice que tenemos fiel cronista para ello, el cual no es otro que Lucas, el obispo de Tuy, que en el siglo XIII escribió una obra sobre los errores de éstos “herejes albigenses” que pasaron por Burgos y León y a los que él identifica con “filósofos naturales”.

Burgos es una de las ciudades donde aparecen los primeros testimonios de herejía. Por esta ciudad pasó Arnaldo, un hereje proveniente de Francia que se dedicaba a corregir opúsculos de los Santos Padres y distribuirlos entre la población para advertir de los errores que propugnaban los católicos. Hay constancia de que después de su muerte, circularon por Burgos varios cátaros y que fueron muy bien acogidos por comerciantes. Un grupo de éstos, se instaló en León en 1235 para revitalizar la heterodoxia cristiana y el culto que había empezado Arnaldo. Este grupo llegó a construir, con el apoyo de clérigos, un edificio para realizar sus prácticas abiertas al público, donde contaron con numerosos seguidores. El resultado tuvo un fuerte impacto en la sociedad leonesa; muchos abandonaron las prácticas tradicionales de la Iglesia y algunos párrocos abandonaron su confesión.

¿Cuál era la doctrina de los cátaros que tanto chocaba con la el cristianismo ortodoxo?

El mismo Durand de Huesca nos dice de ellos que:

Pues creen, según hemos oído, y dicen a algunos de sus seguidores que crean, en la existencia pareja de dos dioses sin principio, uno bueno y el otro malo, y tal como hay una trinidad buena, así dicen que hay una trinidad mala, a la que identifican sin dudar con el dios de este mundo y príncipe de las tinieblas. Y dicen que éste entró en la morada del Padre celestial para seducir a los ángeles y creen que corrompió a un cierto número. Y por este motivo dicen que el Padre se alzó contra él y lo arrojó de la patria celeste junto con los ángeles a quienes había seducido

De este modo, para el catarismo había dos realidades, una espiritual y otra terrenal. Eran dos mundos irreconciliables entre sí. El mundo del espíritu al que podía accederse solamente después de realizar un trabajo sobre sí mismo, y que rompía los vínculos establecidos con el mundo. Una doctrina muy radical, ya que para el cristianismo ortodoxo, esta interpretación atacaba directamente su fundamento; la idea de un único Dios, creador de lo visible y lo invisible.

Los polemistas católicos empezaron a defender la ortodoxia religiosa frente lo que ellos consideraron herejía. Durante este período se escribieron multitud de tratados contra la herejía en la que se definía un cristianismo fundamentado en el dogma de la patrística y de las Sagradas Escrituras. Paralelamente, se construyó una imagen de la herejía que ha servido para definir jurídicamente al hereje y que ha terminado por separar dos interpretaciones del cristianismo que durante muchos años convivieron juntas. El jurista medieval San Ramon de Peñafort definía al hereje como aquel que ha caído en el error de interpretación de las Sagradas Escrituras. Se constituía así la imagen del hereje, una imagen que ha perdurado hasta el siglo XX. Pero el hereje, en realidad no es alguien que caiga en el error. Esa fue la definición que los juristas medievales dieron en el siglo XIII, pero el hereje, dice Christine Thouzellier, una de las grandes historiadoras del catarismo, “es aquel que no acepta más o critica los dogmas cristianos o rechaza el magisterio de la iglesia romana que antes había reconocido. Para los heresiólogos medievales, un israelita o un musulmán no son herejes.” Y continúa diciendo: “El hereje no es un anormal o un neurótico: es, por el contrario, un hombre anhelante de verdad y que, siempre en razón del cristianismo, ya no le satisfacen las verdades reveladas. Puede ser conducido a este estado bien sea por consideraciones personales, de orden metafísico, bien sea por constataciones sociales que le hacen percibir, en una sociedad cristiana constituida, anomalías o desviaciones que no se corresponden más a las directivas iniciales.”
Sergi Grau Torras, 2008