miércoles, 31 de diciembre de 2008

LOS ABSURDOS SOBRE LA SANTISIMA TRINIDAD

En este artículo nos proponemos analizar otras posibles soluciones a la tan desafortunada Trinidad cosubstancial, del credo de Nicea, en concreto de la polémica sentencia que decía: “Creo en un sólo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho…” Esta fue la famosa solución a la polémica arriana, de la que ya hemos hablado en otros artículos. Así se ponía fin a las discusiones sobre la naturaleza del Logos, se trataba de dos personas distintas, Dios Padre y Jesucristo, el Unigénito. El tema del Espíritu Santo vino después, también hubieron peleas sobre la procesión del Espíritu, si del Padre o del Padre y del Hijo, pero eso fue más tarde, en torno al siglo V. En el año 325 los Padres Conciliares reunidos en Nicea, a instancia del Emperador Constantino el Grande, decidieron que el Padre y el Hijo eran dos personas distintas pero con una misma esencia (traducido por "naturaleza" del griego "ousía"), y sellaron con el anatema al que cuestionara este primer dogma de fe, y se quedaron tan anchos. Esta solución, como veremos es una aberración lógica, un absurdo que no tiene fundamento en la teología precedente, y que estigmatizaría la teología cristiana con multitud de dogmas y soluciones absurdas a los problemas que esta y otras dificultades iban a plantear. De hecho esta solución supone una renuncia a la razón, que debía inspirar a la Ciencia del Ser, la Teología, fundada por Aristóteles en el siglo IV a.C.


Los filósofos y teólogos anteriores al Cristianismo, y podemos añadir los teólogos cristianos anteriores a la Iglesia Imperial (que resolvía las cuestiones de fe por real decreto), como Orígenes, fueron muy cuidadosos y meticulosos a la hora de no perder el hilo racional y lógico que unía cada argumento de su filosofía o de su fe. De hecho el método alegórico nace, sobre todo, con Filón de Alejandría, en el siglo I a.C. – siglo I d.C., en su Escuela alejandrina, y que no fue incorporado al Cristianismo hasta el siglo III, gracias a Orígenes. Las exposiciones de la fe cristiana de los Padres Apologetas o de los Heresiólogos, estaban encaminadas a defender una cierta ortodoxia o diferenciar a la fe cristiana de otras concepciones religiosas, en especial del judaísmo y del paganismo. Así que podemos hablar de Orígenes como del padre de la interpretación alegórica cristiana, y de la construcción de las bases intelectuales del Cristianismo pre-niceano. Pues bien, el alejandrino tomó mucho cuidado en justificar los artículos de fe que emanaban de la fuente revelada, cuidó con sumo tiento de que éstos fueran racionalmente aceptables. Por eso habló de una Trinidad: Padre, Logos y Espíritu Santo, en la que el Logos procedía del Padre, que era Mónada, Unidad perfecta y simple, y que por ello, se distanciaba del mundo, para preservar su pureza, haciendo al Logos el ejecutor del plan concebido por el Padre. Es decir, Dios crea al Logos para, a través suyo, crear el resto de las criaturas. Esta era la concepción que más se ajustaba a la tradición alegórica veterotestamentaria, que tenía a Filón como maestro. Para el judío alejandrino, Dios es un Intelecto oculto a la creación, que se comunica con ella a través de sus potencias, potencias entre las que destaca el Logos, la réplica mundana de Sofía, la Sabiduría.

Pero además, Orígenes tenía que competir con una de las construcciones teológicas más elegantes que dio la filosofía alejandrina, el sistema de Plotino, compañero de estudios de Orígenes, que tenía una gran influencia de Numenio de Apamea, autor destacable en la obra de Orígenes y en la Praeparatio Evangelica de Eusebio de Cesarea, obispo origenista y filo arriano, que defendió la tesis de la procesión e inferioridad del Logos, respecto del Uno, tò hén. Pues bien, Plotino había construido uno de los sistemas filosóficos más elegantes de la antigüedad tardía, y también estaba basado en la Trinidad, una Trinidad que Plotino fundamenta en el propio Platón. El sistema de Plotino deja entrever un perfecta armonía matemática en la exposición de los principios y sus relaciones mutuas. Y la perfección de los fundamentos del sistema lo demuestra el hecho de que la tradición neoplatónica fue reelaborando aspectos no esenciales del mismo, manteniendo las bases fundamentales, en especial la teoría de los tres dioses. Porfírio en sus Sentencias concretó y sintetizó el sistema, y Proclo de Licia puso el genio matemático, logrando una perfecta exposición teológica more geometrico, que se plasma en la obra fundamental: Elementos de Teología, que pasó a la posteridad bajo el título Liber de Causis, recogido por la Escuela Palatina e identificado por Tomás de Aquino. Los Elementos de Teología permiten ver la perfecta construcción matemática del sistema plotineano de las tres hipóstasis.

Plotino plantea que el Alma del Mundo es un ser perfecto y divino, una realidad o hipóstasis divina, en la que viven y se mueven las almas individuales, la obra es perfecta, pues perfecto es su artesano, el Logos, el elemento racional del Alma. El Alma está ordenada, sin embargo, a la manera del Ser, que es pensamiento e intelecto, lo que Plotino llama el Noûs (Intelecto) divino, otra entidad o hipóstasis, de rango superior, a imagen de la cual se ordena el Alma. El Intelecto es un orden cerrado donde se encuentran sus propias criaturas, los inteligibles, a todo esto llama Plotino el Ser, tò ón de Parménides. En este orden se encuentra la esencia, ousía. Sin embargo, más allá del Ser se encuentra el Uno, un principio supra esencial que ordena al Ser, al que el Ser intenta emular y hacia el cual se orienta y ordena. Y este ordenamiento de una hipóstasis hacia la otra es posible porque todo procede del primer Dios, del Uno, tò hén, del que todo procede y al que todo vuelve, pues todo se encuentra como suspendido de él. Por tanto, tres son los principios de Plotino: Alma, Intelecto y Uno.

En el sistema plotiniano cada cosa se encuentra en su orden correspondiente, es decir, el Uno está a salvo de toda relación con el mundo, pues es unidad fundamental y primer principio de todas las cosas, que encuentran su primera expresión en el Intelecto, donde se encuentra el Ser y la esencia, ousía. Y por último, tenemos el mundo y sus criaturas, que en su conjunto forman un orden armónico y bello. En todo el sistema se respetan los conceptos aristotélicos de ousía, ser e intelecto, así como el orden de los principios encaja con las doctrinas no escritas de Platón y su construcción dialéctica del diálogo platónico "Parménides".

Orígenes tuvo mucho cuidad en construir un sistema racional, que inspirado igualmente en Numenio de Apamea, respetara el sistema conceptual platónico. No así los obtusos y poco ilustrados autores del Credo niceano, que se pasaron por el forro el sistema conceptual, el orden lógico de los principios, y echaron por tierra ocho siglos de Teología, creando un monstruo absurdo, incoherente, que estaba destinado a sobrevivir por la espada, generando la ridícula y retardadora discusión entre fe y razón, que mantuvo ocupadas a las inteligencias de todo el medioevo y parte de la Edad Moderna. De manera que no estamos ante ningún misterio cuando pensamos en la naturaleza de la Santísima Trinidad, sino que estamos ante un absurdo construído por personas que no tenían ni idea de filosofía.

Saludos,

Juan Almirall




sábado, 27 de diciembre de 2008

LA PROPUESTA ILUMINISTA DE LA ROSACRUZ

La Rosacruz es el símbolo del iluminismo espiritual cristiano por excelencia. Sus raíces se encuentran en el Renacimiento, pero además, tendió un puente hacia la Modernidad. Pues, la Rosacruz del siglo XVII, tiene una profunda admiración por la filosofía natural y las ciencias, las ciencias renacentistas que tenían por objetivo elevar el alma humana hacia Dios, por medio de la Creación. Se trata de las matemáticas, la astrología, la alquimia, la medicina paracelsiana, la cábala, ciencias intuitivas que fueron difundidas por los grandes pensadores del Renacimiento: Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, Giordano Bruno, John Dee o Paracelso, entre otros muchos. Estas son las ciencias que los Rosacruces, a las puertas de la Modernidad, trataron de reunir en su Fraternidad. Sin embargo, una nueva ciencia y forma de pensar se abría paso en aquellos días, una forma de pensar que pronto se impondría, y que era acérrima enemiga del pensamiento mágico del Renacimiento: el racionalismo cartesiano y su antagónica secuela, el empirismo británico, dos sistemas que unificados darán la Ilustración moderna, enemiga declarada de toda forma de Iluminismo. Sin embargo, el espíritu iluminista no se perdió, en los siglos que siguieron experimentó una serie de transformaciones y adaptaciones, que le permitieron continuar siendo la verdadera alternativa espiritual al cientifismo ilustrado.

La Rosacruz surge en el Sur de Alemania, en torno al año 1614, fecha en la que se publica la Fama Fraternitatis R.C. de la muy elogiable Orden Rosacruz, dirigida a todos los sabios ilustrados y gobernantes de Europa, publicada en Kassel por el impresor Wilhelm Wessel, con la autorización del Landgrave de Kassel-Hesse. Le siguieron al año siguiente una breve Confessio de XIV capítulos de la misma Orden, editada de la misma forma. Y un relato mágico-alquímico, titulado: “Chymische Hochzeit: Christiani Rosencreuz, anno 1459”, las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz, publicado en Estrasburgo, año 1616. La publicación de estos tres “Manifiestos Rosacruces” de la misteriosa Orden Rosacruz, produjeron una verdadera revolución cultural en su época, años convulsos, previos a una de las guerras más sangrientas que asoló la Europa de la época, la Guerra de los Treinta Años, que comenzó en el año 1618, en Bohemia, y que pronto se extendió por todos aquellos ducados que habían mostrado un particular interés por los Manifiestos Rosacruces. Se trataba de ducados, especialmente el Palatinado del Rhin, donde la Reforma y las tesis progresistas habían calado con mayor fuerza. El Palatinado del Rhin, Kassel-Hesse o Württemberg estaban gobernados por verdaderos príncipes renacentistas, que habían abrazado la Reforma Protestante, y que pusieron en jaque a la Casa Imperial de los Habsburgo.

Hasta cuatrocientas respuestas de partidarios y detractores se publicaron en los años que siguieron a la aparición de los Manifiestos, lo que sin duda, en aquel contexto histórico, fue una importantísima revolución cultural. Ningún ilustrado de Europa fue ajeno a la llamada de la Fraternidad Rosacruz. ¿Pero cuál fue la razón del interés por los Manifiestos? Lo que se proponían los autores de la Fama no era otra cosa que promover una Reforma General de las ciencias y las artes, combatir “el orgullo y la presunción de los ilustrados”, invitando a todos los sabios de Europa a unirse y escribir un librum naturae, un compendio de todas las ciencias y las artes, dando la espalda definitivamente al aristotelismo y galenismo imperantes en los focos medievales de la cultura, las Universidades regentadas por los escolásticos. Esta Reforma General fue el objetivo del legendario protagonista de la Fama y las Bodas Alquímicas: Cristián Rosacruz, un noble alemán que en su viaje a Tierra Santa, viajó por Arabia, conoció Damasco, Fez y Damkar, donde pudo observar que los sabios árabes, habían formado una comunidad para compartir y acrecentar sus conocimientos sobre la Naturaleza y sobre Dios. Resuelto a hacer lo mismo, el joven C.R.C. regresa a Europa por España, donde se encuentra el rechazo de los ilustrados europeos. Decepcionado por la respuesta de Occidente, C.R.C. regresó a Centro Europa, donde reunió a un grupo de discípulos en la Morada Sancti Spiritus, donde vivió con sus hermanos. La recién fundad Orden Rosacruz adoptó la siguiente regla: 1º los Rosacruces tendrán por oficio el de curar a los enfermos de forma gratuita; 2º sus vestimentas no deberán destacar y se adaptarán a las costumbres del país; 3º una vez al año deben comparecer en la Morada Sancti Spiritus; 4º la palabra R.C. será su sello, su contraseña y su ser más interior; 5º la Fraternidad deberá permanecer oculta durante 100 años.

Los autores de los Manifiestos eran un grupo de estudiantes de teología de la Universidad de Tübingen, Württemberg, que formaban un círculo en torno a un místico alemán llamado Tobias Hess. Del Círculo de Tübingen destacaba el joven Johan Valentin Andreae, descendiente de Jacob Andreae, teólogo luterano que alcanzó la fórmula de la concordia sobre el canon luterano. El joven Andreae se embarcó en la aventura Rosacruz, sin embargo, con los años, durante la Guerra, llegó a ser el Predicador de la Corte de Württemberg, y preguntado por aquella historia de los Rosacruces, negó toda filiación a una sociedad tal, sin embargo, mantuvo su afinidad con una verdadera fraternidad cristiana, que desde debajo de la cruz exhala un perfume de rosas.

Probablemente, Andreae se quería desligar de las aventuras que ya en su tiempo siguieron a los Manifiestos, con la proliferación de escritos, noticias, hechos, que nada tenían que ver con el espíritu del Círculo de Tübingen. Y lo cierto, es que la Fraternidad R.C. no dejó de fascinar a Europa, una Europa que se hundía en el universo de la razón ilustrada, por lo que el símbolo de la Rosacruz no dejó de inspirar a diferentes sociedades, órdenes, e impulsos que buscaban una alternativa a la razón científica. En el siglo XVIII vemos resurgir el símbolo Rosacruz entre la Fraternidad de los Francmasones, entre los grados más elevados de la Masonería Escocesa; más tarde, en el siglo XIX, autores románticos como Goethe dejarán rastros en sus obras, o las sociedades ocultistas románticas, que en el París del Simbolismo, rescataron el símbolo Rosacruz de diferentes maneras, y ya a principios del siglo XX, la Sociedad Teosófica, sobre todo de la mano del Dr. Rudolf Steiner, promovió un resurgimiento del rosacrucianismo moderno.

Saludos,

Juan Almirall




EL CRISTIANISMO DEL SIGLO II: ENTRE DOS FRENTES

Quien examina con un cierto rigor la historia del Cristianismo, no puede obviar la idea de que, en sus primeros orígenes, el Cristianismo no era otra cosa que una secta más del Judaísmo. Lo que explica que, ya en los textos evangélicos, se muestren facciones y claras tendencias dentro de las primeras comunidades cristianas. Tendencias y facciones determinadas por, o bien, una mayor fidelidad a la Ley y los preceptos mosaicos, o, por el contrario, una mayor permisividad y apertura, más próxima a la cultura helenísticas de la época, que tuvo mayor aceptación en la diáspora que en Jerusalén. Es bastante evidente, que en ambos extremos se encuentran los cristianos de Jerusalén, comunidad presidida por Santiago, el hermano de Jesús, por un lado, y los seguidores de Pablo, por otro. Sin embargo, las posturas nacionalistas se radicalizaron en Palestina, y terminaron con la destrucción de Jerusalén por parte de las tropas de Tito, en el año 70. Esto pudo ser la causa de un paulatino distanciamiento del Cristianismo de su matriz, el Judaísmo. Que a su vez, propició el inicio de las persecuciones de los cristianos. Pues, los miembros de la Sinagoga tenían un estatuto especial, estaban eximidos por ley de participar en los cultos públicos y en especial, en el culto al emperador. Sin embargo, con la expulsión de los cristianos de las Sinagogas, la negativa cristiana a participar en los citados cultos quedaba desamparada jurídicamente y proscrita ante la Ley romana. Esta situación durará aproximadamente dos siglos, durante los cuales, los cristianos proscritos se moverán entre dos frentes: el Judaísmo y el Paganismo oficial.

La mayoría de la literatura apologética del siglo II se centra en denunciar los errores de los judíos, y demostrar que los verdaderos herederos de Moisés son los cristianos. Justino, en su “Diálogo con Trifón”, que pretende ser una obra filosófica, se dedica, una y otra vez, a atacar los errores del judaísmo y demostrar la verdadera filiación mosaica del Cristianismo. Cuando ya no había más vuelta de hoja, y los cristianos asumen su autonomía, se pusieron manos a la obra, en la defensa de su fe, frente a los judíos y frente a los paganos. Sin embargo, frente a estos últimos, interesaba aparecer como los verdaderos herederos de Moisés, pues esto les aportaba cierta legitimidad a los ojos del mundo clásico, una cultura que miraba al pasado como fuente de toda verdad.

Así, los cristianos pudieron oponer a los paganos que el primer profeta y los primeros patriarcas del judeo-cristianismo, eran más antiguos que Homero, Hesíodo y la mismísima Guerra de Troya, y con mucho, anterior a Hércules, Museo, Orfeo, los Dioscuros, y dioses como Mercurio y Apolo. Además Moisés fue contemporáneo al fundador de la Casa Real de la Ática, Cécrope, que vivió trescientos años antes de la Guerra de Troya (San Jerónimo, Crónicas, Prefacio). Los paganos disponían de una tradición clásica y antigua, a la que apreciaban de manera singular. Si los cristianos querían romper el muro de aquella antigua tradición, tenían, necesariamente, que justificar su antigüedad, cosa que era difícil si se ceñían a los textos evangélicos, de muy reciente aparición, y además en un griego muy poco elegante. Así que las circunstancias les obligaban a presentarse como los verdaderos herederos de Moisés y sus antiguos libros, llenos de sabiduría y poesía, con los que podían competir con la elegante tradición clásica. Así se empeñaron en resaltar los vínculos entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Los libros sapienciales, las profecías sobre el Reino de Israel, las crónicas de la Casa Real de Israel, los salmos y poemas, y los cinco Libros de Moisés, que incluyen un relato mítico sobre la creación, podían competir perfectamente con los grandes poemas homéricos, los libros hesiódicos, toda la poesía mítica, etc., del mundo clásico.
Por otra parte, y a nivel teológico, aunque el planteamiento fuera algo rudimentario, algún partido podían sacar a aquel Dios único y oculto de Israel, que no tenía imagen en el Templo. Y es que, tenían todo el camino recorrido hacia un Dios trascendente, que se estaba poniendo de moda entre las clases más cultivadas y filosóficas del paganismo, un Dios que era una Mónada, único y eterno, que ha existido siempre y que siempre existirá. Y además, tenían la imagen de ese Dios único que ofrecían los textos judíos, fácil de asimilar para las mentes menos cultivadas. Esto les permitió comenzar una profunda crítica del paganismo con fines propagandísticos y proselitistas.

De hecho, a los cristianos del siglo II lo que les preocupa, ya no era predicar en las sinagogas y encontrar prosélitos en las mismas, sino dirigirse al mundo pagano, y mostrar los errores de tales creencias. Jugaban con ventaja, pues la mayoría de propagandistas eran paganos convertidos, conocedores de los cultos paganos, que en aquella época se encontraban en una cierta decadencia, tal como apunta Plutarco de Queronea, en sus Diálogos Píticos. De manera que poco costó desprestigiar a aquellos milenarios Misterios Eleusinos, cuyos secretos Clemente no tiene ningún reparo en revelar, y todos los antiguos mitos. Fenómenos como El Pastor de Hermas son de esta época, un libro que presenta el Cristianismo en la línea de los Misterios tradicionales, y que pretende aproximarse a aquellos Misterios egipcios, con los que el Cristianismo tuvo que competir.

Pero al final, se tuvo que producir un importante cambio de sensibilidad en la mayoría de los seres humanos, un cambio de sensibilidad, que se dio primero entre las clases cultas, que, cansadas de los cultos sangrientos a las estatuas, terminarán prefieriendo el Cristianismo, una religión que transmitía un mensaje realmente nuevo, rechazaba los cultos sangrientos, demostraba una fuerte convicción en su fe, y permitía un salto hacia una trascendencia, ya muy alejada del culto tribal. Los miembros del Imperio Romano se volvieron realmente cosmopolitas, y la nueva religión era cosmopolita, tenía una verdadera vocación universal (católica).

Saludos,

Juan Almirall

LA CUESTION DE LA FILIOQUE EN EL CISMA DE ORIENTE

En la controversia que determinó el Cisma de Oriente, normalmente, se aducen causas políticas, de la efectiva dificultad de una Iglesia Universal bicéfala, con los dos últimos patriarcas como cabezas: el Papa de Roma y el Patriarca de Constantinopla, los dos últimos metropolitanos de los cinco que reconocía el Concilio de Calcedonia, pues tras la expansión del Imperio Árabe y la implantación de la herejía monofisista, los otros tres Patriarcas, el de Jerusalén, el de Alejandría y el de Antioquía, habían perdido todo contacto con la gran Iglesia, y habían sido abandonados a su suerte dentro del mundo Islámico.


Un elemento definitivo, desde luego, era la pérdida del poder imperial por parte de Bizancio, que ya no le unían lazos políticos con el nuevo Imperio Carolingio que se formaba en Occidente, bajo la égida de Carlomagno. Sin embargo, el conflicto entre las dos últimas sedes patriarcales, no tuvo su origen solamente en cuestiones políticas, como los cronistas se empeñan en destacar, sino en importantes cuestiones doctrinales, que tienen su expresión en la llamada “cláusula de la filioque” o cuestión de la filioque, una novedad doctrinal, plasmada en el Símbolo de Nicea (el Credo de la fe católica, establecido en Nicea y que tantas precisiones y aclaraciones requirió), introducida por los monjes francos en Oriente. Se trataba de un añadido que establecía la doble procesión del Espíritu Santo, tanto del Padre como del Hijo (filioque), es decir, que el Espíritu Santo procede, según la nueva tesis occidental, tanto de Dios Padre como del Hijo, cosa que no aceptó la Iglesia Oriental. Para los distintos Patriarcas de Constantinopla, constituía una herejía, hacer proceder al Espíritu Santo también del Hijo, pues el Espíritu procede únicamente de Dios Padre, de la Mónada. De Dios Padre proceden tanto el Hijo como el Espíritu, éste último procede del Padre a través del Hijo. Aceptar la filioque suponía la destrucción de la idea de que el Padre es el verdadero principio único y original de la Trinidad.

El Símbolo de Nicea o Credo, fue una fórmula propuesta por el grupo de obispos contrarios a las tesis arrianas, que ganó el apoyo del emperador Constantino, el gran unificador de la Iglesia, quien, por otra parte, fue el verdadero cabeza de la nueva Iglesia Imperial. El Concilio de Nicea fue el primer concilio ecuménico, celebrado en el año 325, y la gran polémica se centraba en la cuestión de la procesión del Cristo, tal como la habían propuesto los partidarios de Arrio. Sobre el Espíritu Santo muy poco se decía, pues no constituía el verdadero conflicto. El Credo fijaba conceptos griegos como el engendramiento de Cristo, no su creación; y sobre todo, la cosubstancialidad con el Padre (homoousion).

Sin embargo, el Credo, que pretendía resumir la fe ortodoxa de la Iglesia Imperial en unas cuantas frases, no dejó de dar problemas a lo largo de la historia. En el segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla, celebrado en el año 381, se estableció, siguiendo lo dispuesto en el Evangelio de Juan 15. 26, que el Espíritu Santo procede del Padre: «Credo in unum Deum... et in Spiritum Sanctum... qui ex Patre per Filium procedit.» (Creo en un solo Dios... y en el Espíritu Santo... que procede del Padre a través del Hijo). Esta solución, conocida como Credo constantinopolitano, no tuvo fuerza hasta su sanción definitiva en el tercer Concilio Ecuménico de Calcedonia, del año 451.

Fue en el año 397, en el primer Concilio de Toledo, cuando se añadió el término filioque al Credo constantinopolitano, creando la doble procesión del Padre y del Hijo, en lo que respecta al Espíritu Santo, extremo éste que nunca fue aceptado por la Iglesia griega, más tarde denominada ortodoxa, y en especial por el Patriarcado de Constantinopla, cabeza de dicha Iglesia, para la cual, la doble procesión es un invento especulativo de los obispos occidentales, reunidos en el Concilio de Toledo, que no tiene ningún fundamento en la fe católica. La propuesta del Concilio de Toledo era la siguiente: «Credimus in unum verum Deum Patrem et Filium et Spiritum Sanctum ... sed a Patre Filioque procedens.» (Creemos en un solo Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo ... que procede del Padre y del Hijo).

Algunos comentaristas del Cisma aseguran que no hay una cuestión doctrinal de fondo que justifique la división entre la Iglesia Occidental y la Oriental, pues no hay una herejía que justifique dicha división, como fue el caso de la separación de Alejandría y Antioquía, que habían caído en manos de los monofisistas. Sin embargo, estos comentaristas próximos a la Iglesia Romana, no son capaces de ver que la postura herética es la adoptada por Roma, es decir, que por el hecho de ser una Iglesia mayor, no está legitimada para introducir novedades en el Símbolo de la Fe, fruto de la especulación, a los ojos de la ortodoxia.

Saludos,

Juan Almirall

viernes, 12 de diciembre de 2008

Orosio y el priscilianismo. Antropología priscilianista II. Gnosis, magia y cristianismo antiguo


Vamos a comparar ahora la visión del hombre extraída de los textos de Prisciliano con la de uno los adversarios del priscilianismo, concretamente con la de Pablo Orosio (c. 390 – c. 420)

Después del asesinato de Prisciliano, un gallego, probablemente de Braccara Augusta, Pablo Orosio, preocupado por la fe de su tierra, acude a ver a Agustín de Hipona (412 – 414). Antes que él lo intentaron otros, pero las ideas que trajeron, uno de Victorino, otro de Orígenes, no fueron, al parecer de gran ayuda.


Dice Orosio en su Consultatio sive commonitorium ad Augustinum de errore Priscillianistarum et Origenistarum ("Consulta o advertencias de Agustín acerca del error de los Priscilianistas y de los Origenistas):

“En primer lugar, Prisciliano, más miserable que los maniqueos, en cuanto que también confirmó su herejía con el Antiguo Testamento, enseñando que las almas, nacidas de Dios, existen en una especie de receptáculo, donde, instruidas por los ángeles, prometen ante Dios combatir. Descendiendo luego por ciertos círculos, son aprisionadas por los principados malignos y, según la voluntad del príncipe vencedor, son encerradas en diversos cuerpos y obligadas a suscribir un contrato de vasallaje. Así, sostenía que tenía que prevalecer la astronomía, pues aseguraba que Cristo rompió ese quirógrafo, clavándolo en la cruz por su pasión, como el mismo Prisciliano dice en una carta:

“Esta primera sabiduría consiste en entender en los tipos de las almas las naturalezas de las virtudes divinas y la disposición del cuerpo, en la cual parece que el cielo y la tierra están atados, y todos los principados del siglo parecen encadenados, pero la victoria es alcanzada por las disposiciones de los santos. Porque el primer círculo de Dios y el quirógrafo divino de las almas que han de ser enviadas a la carne lo tienen los Patriarcas; ese contrato ha sido hecho con el consentimiento de los ángeles, y de Dios, y de todas las almas, que poseen la obra contra la milicia formal, etc.”

También sostuvo que los nombres de los Patriarcas son los miembros del alma: Rubén en la cabeza, Judá en el pecho, Leví en el corazón, Benjamín en los muslos, y así por el estilo: Por el contrario, en los miembros del cuerpo están distribuidas las señales del cielo, a saber: aries en la cabeza, taurus en la cerviz, géminis en los brazos, cáncer en el pecho, etc. Queriendo dar a entender que las tinieblas eternas y el príncipe del mundo proceden de estos elementos.

Todo esto lo confirma por cierto libro, titulado Memorias de los Apóstoles…”


El texto continúa pero hemos realizado una selección de lo que consideramos más importante. El texto comienza, cómo no, con insultos. Prisciliano es un miserable porque se atreve a comentar e interpretar el Antiguo Testamento. Después prosigue con una enumeración de tesis priscilianistas de su tiempo incluyendo una carta que se supone de puño y letra del mismo Prisciliano.

El contenido general de este texto no concuerda en casi nada con el contenido de los Tratados, al menos aparentemente. Se han apuntado diferentes explicaciones. Una de ellas alude a una frase que se atribuye al medio priscilianista: “jura y perjura pero que el secreto no le sirva a nadie”(1). Según esto Prisciliano y sus seguidores escondían su verdadera forma de pensar, que era gnóstica o herética o pervertida, bajo una apariencia de falsa ortodoxia.

Otro tipo de explicación, por ejemplo, sostiene que la ideología del “priscilianismo” posterior, si es que verdaderamente puede hablarse de priscilianismo como grupo organizado, era bien diferente de las ideas del propio Prisciliano.

Existen otras explicaciones pero ahora intentaremos encontrar, si las hay, concordancias o ideas comunes entre el texto de Orosio y los tratados de Prisciliano.

Dice Orosio que, según los priscilianistas, las almas preexisten antes del nacimiento en algún lugar que él denomina depósito y en donde, antes de su descenso en la materia, son instruidas por los ángeles en vista de su próximo destino, que consistirá en combatir contra el poder del mal que encontrarán después, cuando desciendan en círculos hasta encarnar como prisioneras en cuerpos terrenales, asignados por los poderes de las tinieblas y los elementos, representados por las influencias zodiacales siderales en el cuerpo terrestre y recogidas en un “registro” o quirógrafo, donde estarían inscritas las deudas contraídas por el alma humana que ha de encarnar; y que Cristo, con su pasión y muerte, ha saldado la deuda del hombre con el pecado y le ha brindado la posibilidad de retornar a su primitiva condición, libre del poder de las tinieblas.

En la carta pretendidamente de Prisciliano que presenta Orosio se habla de una primera sabiduría que dice que consiste en entender lo que es de naturaleza superior y divina en el alma, y lo que es de naturaleza corporal, en la cual están presentes las influencias de los astros y de los “principados” o jerarquías terrestres dominadoras de este mundo, así como que existe un registro o decreto divino mediante el cual es posible que el alma alcance la victoria por su esfuerzo de vida cristiana, sobre el mundo inferior, ayudada por las jerarquías celestes, patriarcas y ángeles. Así mismo existen un zodíaco celeste para el alma, representada por los Patriarcas, aunque aludan a diferentes partes del cuerpo, y un zodíaco sideral-terrestre para el cuerpo, en el cual, “los principados este siglo o mundo parecen encadenados”; es decir, los rectores o principados del mundo, de naturaleza sideral, vierten y ejercen sus influencias en una naturaleza que les es propia o, cuando menos, afín. Esta es la naturaleza corporal del hombre, que es la sede de las pasiones y el mal contra el que ha de luchar el alma que es enviada a encarnar en un cuerpo terrenal.

El origen del alma humana es distinto del de su cuerpo. No obstante se dan paralelismos: dos zodiacos, dos decretos o quirógrafos; es decir, dos mundos que han plasmado su impronta en cada uno de los miembros constitutivos del hombre; El sello de ángeles y patriarcas del mundo divino, en alma; y el sello zodiacal de los “rectores” o jerarquías terrenas, en el cuerpo. Encontramos aquí dos jerarquías de seres y una especie de correspondencia estructural entre lo celeste y lo terrestre que recuerda la frase hermética: “como es arriba, así abajo”.

Sin embargo estos dos mundos son diferentes y parecen estar en conflicto entre sí dentro del propio hombre, el cual se vuelve un campo de batalla en el que un mundo, el mundo del alma, ha de prevalecer sobre el otro, el de las tinieblas y lo corporal.

El lenguaje tiene cierto tono marcial: victoria, combatir, milicia formal...

Nos presenta un combate entre dos principios, que va más allá de lo meramente humano y que posee dimensión cósmica.

En la próxima entrega trataremos de encontrar estas ideas en los propios tratados de Prisciliano.

Saludos cordiales, Jesús Rodríguez


1. Cita recogida en: Agustín. Ep. ad Ceretium (sobre priscilianistas) CCXXXVII

martes, 2 de diciembre de 2008

COMENTARIOS A LOS TRATADOS DE PRISCILIANO. ANTROPOLOGÍA I

El tratado VII es una exhortación a la práctica de vida cristiana desde la perspectiva de una concepción dualista del hombre.

El dualismo de Prisciliano es válido tanto en lo antropológico como en lo cosmológico. Tanto el mundo como el hombre son creaciones divinas, pero ambas se han corrompido a causa del mal. En el contexto religioso y cristiano la concepción del hombre es inseparable de la relación de éste con la divinidad y con el mal. El cristianismo antiguo y Prisciliano nos dicen que en el hombre coexisten dos realidades y que éste pertenece y está colocado en medio de ambas; en el hombre están unidos “bien” y “mal”, “luz” y “tinieblas”; la “ley de la carne” y “la ley del espíritu” (1); según la imagen de Dios, llamado también, el “descanso de Dios en el hombre” (trat. V), pertenece potencialmente al “reino divino”, según la naturaleza corporal, nacida de lo terrenal y los “elementos del mundo”, pertenece al mundo del mal, de las pasiones, de las tinieblas y de la muerte.

La carne, hermana de los elementos, ligada a los días y los tiempos, considera dioses a los rectores del mundo” (Trat. X)


En todos los tratados, la Biblia ocupa el lugar central de la predicación priscilianista e instruye sobre las cosas del espíritu cuando es leída de manera determinada.

El relato del Génesis trata de la creación del mundo y del hombre inserto en este mundo. El hombre es creado imagen de Dios. Le es dado un cuerpo nacido “del barro”, que es animado, es decir, dotado de alma y finalmente, Dios mismo se asienta en el hombre, la divinidad “crea su descanso en él”. (Trat. V)
El hombre consta, por tanto, de cuerpo, alma y espíritu (Trat. VI).

Según el cuerpo es hijo de los elementos, de la materia y del tiempo.
Según el espíritu es de linaje divino. (Trat. X)

“Finalmente, creadas todas las cosas que posee la multiplicidad del mundo “según su especie creó Dios al hombre a su imagen y semejanza” y tomando barro del habitáculo terreno, animó nuestro cuerpo para, una vez colocado el hombre como señor de todas las cosas, crear el sábado, esto es, su descanso, en él, en quien había dado forma corporal a su imagen y semejanza” (Trat. V)

Pero a causa la tentación y el engaño del diablo y de la desobediencia del hombre, éste es expulsado del paraíso y ha de vestirse con pieles o túnicas de animales, es decir, interpretado en sentido espiritual propio de Prisciliano, el hombre adopta un cuerpo de carne y sangre y pierde su condición de templo de Dios. La imagen de Dios está prisionera en una envoltura de “carne y sangre”. Ya no posee un cuerpo espiritual, sino “una túnica contaminada por su carne” (Jueces 23. Trat I).

“La naturaleza corporal, a la cual llama el apóstol “apariencia del mundo y hombre viejo” (Col. 3,9) aunque ha sido creada por la mano de Dios; por ser hermana del nacimiento terrenal y participar del barro, ha oscurecido “el linaje divino” (Hech. 17,28)… de los hombres con las trampas de la morada terrenal… al decir del profeta “El cuerpo corruptible vuelve más pesada el alma, y la morada terrestre oprime la mente pensativa” (Sabid. 9,15) (Trat. VI)

Canon XXVI: El pecado y la muerte sobrevinieron a todos los hombres por Adán.

Canon XXVIII: El deseo de pecar es la voluntad de la carne que por una larga costumbre se llama ley y naturaleza, y siempre es contraria a la santa voluntad. (2)

Es decir, la voluntad carnal, los deseos, lo corporal y lo material, representan “el adversario” de la voluntad divina, van en contra de las divinas disposiciones en relación al hombre y al mundo.

“La morada terrena es, en verdad, la modulación del deseo, el golpe de la ira, la promesa incurable, las armas de la serpiente, la astucia del enemigo, la adulación del extraño, nuestra subyugación y su corruptela. A través de ésta insinúa sus artes el enemigo conquistador y, ocultamente, se insinúa el diablo con sus insidias, golpeando para atemorizar, halagando para engañar.” (Trat. VII)

El hombre cuando nace en este mundo es “número de la bestia”, esta es su naturaleza, su estado, a causa de su nacimiento, “al ser engañado el hombre, (Sabiduría 14,21) la naturaleza demoníaca de los ídolos había confundido la simple disposición de las obras divinas”. (Trat. VI)

Y citando a Pablo…: “Porque sé que el bien no habita en mí, esto es, en mi carne; en verdad, con la mente sirvo a la ley de Dios, con la carne sirvo a la ley del pecado” (Romanos 7,18 y 25). (Trat. VII).

“Libres, por la gracia de nuestro señor Jesucristo “de este cuerpo de muerte” Romanos 7,24”. (Trat. I)

En otro lugar sobre la condición de lo corporal: “en nuestra cárcel…”, “al sernos otorgada la condición de la muerte…”, “la naturaleza de la concupiscencia carnal, que es la causa de la corrupción…” (Trat. X)

Existe una evidente relación entre lo corporal, la naturaleza, la muerte y el mal. Esta relación es válida también para el mundo, para la creación; a pesar de haber sido ésta, creada por Dios. Esta visión del mundo procede del Evangelio:

“El mundo todo, está bajo el maligno” (I J. 5,19). (Trat. IV)

Tal vez esta afirmación del apóstol parecerá radical y anacrónica, pero hemos de considerarla en su contexto. Si consideramos como posible la experiencia del espíritu en el hombre la cuestión presenta otros matices, el mundo de lo material representa resistencia y opacidad frente a la acción y manifestación del espíritu.

Además, en el mundo en cualquier tiempo y lugar es patente la acción del mal produciendo sufrimiento y muerte.

Ocurre también, que la percepción del mundo desde la perspectiva espiritual es la de un mundo muerto en relación con la experiencia del mundo del espíritu que se ha vuelto sensible y actual. La materia no es el bien ni el fin último. El mundo de la materia ha de ser, o bien transcendido, o bien transformado. Esto es una constante a lo largo del tiempo en lo referente a la vida espiritual.

Si Dios es la causa eficiente del universo, el diablo, el adversario, es la causa material; es en el mundo de la materia donde él ejerce su influencia temporal. El hombre se ve insertado en esta especie de conflagración cósmica en la que participa desde su creación a causa de su desobediencia por haber sido engañado por el diablo.

La tarea del hombre consiste en vencer esa influencia mediante el conocimiento, la práctica de vida cristiana y la unión con Cristo y regresar a su auténtica condición de hijo de Dios, de quien es linaje e imagen, puesto que lo divino habita en el hombre.

“Así que “volviendo a edificar lo que habíamos destruido” (Rom. 6, 4) retornemos a aquello a lo que habíamos renunciado” (Trat. X)
“…cuando volvamos a nuestro linaje” y, “lo divino habita en nosotros” (Trat. X)

“Si sabemos que Cristo es el principio de todo y reconocemos que el hombre es el habitáculo de Cristo, preparemos una morada digna de tal inquilino, (…) se halle en esa morada, enriquecida por el esplendor de la vida perenne, el templo de Dios Cristo, como dice Pablo: “sois templo de Dios y Dios habita en vosotros” (I Cor. 3,16), (Trat. VII).

“El número del hombre es número de la bestia” (Apoc. 13,18), venzamos en nosotros mismos la obra del mundo y el primer nacimiento, y debiendo nuestro nacimiento a Dios antes que al siglo, comprendamos que este es nuestro primer mes y día, y no aquel en que aparecimos al siglo, sino aquel en que vencido Egipto, es decir, repudiado el mundo, somos reparados con el divino nacimiento en Dios” (Trat. VI).

Estos dos nacimientos de los que nos habla este fragmento están relacionados con los dos tipos de hombres de que se habla en el tratado VII: Esaú y Jacob, el primogénito Esaú y el que nace después, Jacob, el segundo nacimiento operado en el seno de Rebeca y que Prisciliano interpreta de manera simbólica como el “nacer de Dios”(3), el renacimiento o el segundo nacimiento. El cristiano sería por lo tanto, una especie de nacido dos veces, hecho que nos lleva a recordar, entre otras, la religión de Dionisos, en la que él mismo es llamado “el nacido dos veces”.

El hecho del segundo nacimiento en el cristianismo aparece en la conversación de Jesús con Nicodemo en la que Jesús dice:

“Quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios”. “Quien no naciere de agua y de espíritu no podrá entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del espíritu, es espíritu” Juan 3, 3 y 5-6

Esaú representa el primer nacimiento, el nacimiento corporal no apto para “heredar” el reino de Dios, pues “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”(4), la salvación depende de este segundo nacido, Jacob, que es quien recibe la herencia y la bendición de su padre.

“Así pues, Rebeca, elegida para la fe del misterio actuante, viendo en su vientre las luchas de los dos pueblos, parió con dolor de parto a Esaú, que perdió el derecho de primogenitura y llevo a Jacob a la salvación, a quien Cristo hizo su heredero”. (Trat. VII)

Hasta aquí la primera parte.

Saludos cordiales, Jesús Rodríguez


1 Cita a Pablo, Romanos 7, 18 y 25 en Trat. VII
2 Los cánones están, en palabras del propio Prisciliano, entresacadas fielmente de las cartas de Pablo.
3 Juan 1, 12-13: …”venir a ser hijos de Dios… sino de Dios son nacidos”
4 1 Cor. 15,50. Cit. Trat. VII.