jueves, 16 de diciembre de 2010

"Plotino, introducción y selección de textos" Juan Almirall

En las Eneadas Plotino dedica una gran parte de la obra a describir al Alma, que podríamos decir, es el tema central de dicha obra. Si bien es cierto que Plotino vuelve al pitagorismo inicial de Espeusipo, y desarrolla una Teología Trinitaria, también lo es que su teoría de los tres Dioses está estrechamente vinculada al Alma. Alma y Noûs son dos aspectos de la realidad, vivimos en el seno del Alma, un alma cósmica que también tiene inteligencia, una Inteligencia que además se ordena según el tercer principio, más allá de estos dos, el Primer Principio: el Uno, que identifica con el Bien. El Uno o el Bien, origen de todas las cosas, respecto del cual se ordenan todas las realidades del mundo inteligible, las formas, en el plano del Noûs, del que puede predicarse la Belleza, al estar perfectamente ordenado según y a imagen del Uno. Por tanto, Dios, el Primer Principio, ya no es Intelecto puro o divino, está más allá del Intelecto, y por tanto, su contemplación precisa de una visión interior que trascienda lo intelectual.

Del Uno proceden todas las cosas, pues es causa de todo, y a él vuelven las cosas, que se elevan en simplicidad y perfección. Tres son pues los fundamentos de la realidad o hipóstasis: el Uno, el Noûs, que nos eleva hasta aquel, y el Alma, que debe ser purificada. Esto en el plano cósmico, y como el plano microcósmico es reflejo de aquel otro por semejanza, podemos decir que el alma humana también tiene un noûs particular, que puede penetrar en el mundo del Noûs divino, el plano de las formas, e incluso, puede elevarse hasta la visión interior del Uno, que también se encuentra en ella, como principio. La contemplación de las formas, siguiendo a Platón en el Banquete, es posible por una meditación sobre lo bello, hasta la Belleza en sí, que es una multiplicidad unificada inteligible, y la elevación hasta el Uno, es posible por medio de una meditación sobre la luz misma, que iluminaba aquellas formas.

En Plotino hay también una cierta identificación entre las hipóstasis y el cosmos, las almas viven y forman parte de la gran Alma cósmica e hipostática. A su vez, esta gran Alma cósmica es fruto de la actividad del Noûs divino, en su afán por alcanzar al Uno, Alma, Noûs y Uno son tres dioses ontológicos, identificados con el cosmos sensible, y sus aspectos más sutiles e imperceptibles.

Meditación sobre la Belleza


Pues del mismo modo también el alma, una vez aislada de los apetitos que tiene a través del cuerpo porque trataba con él en demasía, desembarazada de las demás pasiones y purificada de lo que quedó a solas, depone toda fealdad, que trae su origen de la otra naturaleza… Una vez el alma se ha purificado, se hace forma y razón, se vuelve totalmente incorpórea e intelectiva y se integra toda ella en lo divino, de donde nace la fuente de lo bello y todas las cosas de la misma estirpe parecidas a lo bello. Un alma subida al noûs realza, por tanto, su belleza. Ahora bien, el noûs y las cosas derivadas de él son la belleza propia, que no ajena, ya que entonces es realmente sólo alma. Y por eso se dice con razón que, para el alma, el hacerse buena y bella consiste en asemejarse a Dios (el Noûs), porque de él nacen la Belleza y la ora porción de los seres… como cerrando los ojos, debes trocar esta vista por otra y despertar la que todos tienen pero pocos usan. ¿Y qué es lo que ve aquella vista interior? Recién despierta, no puede mirar del todo las cosas brillantes. Hay que acostumbrar, pues, al alma a mirar por sí misma, primero las ocupaciones bellas; después cuantas obras bellas realizan no las artes, sino los llamados varones buenos; a continuación, por la vista en el alma de los que realiza las obras bellas. ¿Que cómo puedes ver la clase de belleza que posee un alma buena? Retírate a ti mismo y mira. Y si no te ves aún bello, entonces, como el escultor de una estatua que debe salir bella quita aquí, raspa allá, pule esto y limpia lo otro hasta que saca un rostro bello coronando la estatua, así tú también quita todo lo superfluo, alinea todo lo torcido, limpia y abrillanta todo lo oscuro y no ceses de labrar tu propia estatua hasta que se encienda en ti el divinal esplendor de la virtud, hasta que veas a la moderación asentada en un santo pedestal. Si has llegado a ser esto, si has visto esto, si te juntaste limpio contigo mismo sin tener nada que te estorbe para llegar a ser uno de ese modo y sin tener cosa ajena dentro de ti mezclada contigo, sino siendo tú mismo todo entero solamente luz verdadera no mesurada por una magnitud, ni circunscrita por una figura que al aminore ni, a la inversa, acrecentada en magnitud pro ilimitación, sino absolutamente carente de toda medida como mayor que toda medida y superior a toda cantidad; si te vieras a ti mismo transformado en esto, entonces, hecho ya visión, confiando en ti mismo y no teniendo ya necesidad del que te guiaba una vez subido ya aquí arriba, mira de hito en hito y ve. Este es, en efecto, el único ojo que mira la gran Belleza… Porque, en su subida, llegará primero al Noûs, y allá sabrá que todas las Formas son bellas y dirá que la Belleza es esto: las Ideas, fundándose en que todas las cosas son bellas por éstas, por la progenie y sustancia del Noûs.” (I.6, 9).

Represéntate, pues, mentalmente la imagen luminosa de una esfera abarcando en su interior todos los seres, sea que estén en movimiento, sea que estén en reposo, o mejor, unos en movimiento y otros en reposo. Reteniendo esta imagen, fórmate ahora otra suprimiendo mentalmente la masa. Suprime también el lugar y toda representación mental de la materia, y no trates meramente de sustituir esa esfera por otra de menor volumen, sino que, invocando al dios hacedor de la esfera reprensada, suplícale que venga. Y vendrá: vendrá trayendo consigo su propio universo con todos los dioses incluidos en él, siendo uno y todos” (V.8, 9).

Meditación sobre el Uno


Esto es lo que quería dar a entender el precepto de los misterios de acá de no revelarlos a los no iniciados: partiendo de que aquel espectáculo no es revelable, prohibió manifestar la divinidad a cualquier otro que no haya tenido la suerte de verla por sí mismo. Puesto que no eran dos cosas, sino que el vidente mismo era una sola cosa con lo visto – diríase no “visto”, sino “aunado” –, si el vidente lograra recordar en quién se transformó durante su consorcio con aquél, obtendría un retrato mental de aquél. Ahora bien, él mismo era una sola cosa sin tener en sí diversidad alguna ni con respecto a sí mismo ni con respecto a otra cosa, porque ningún movimiento había en él: ninguna cólera, ninguna apetencia de otra cosa se hacía presente en él, una vez subido arriba; ni siquiera un razonamiento ni un pensamiento. Ni era el mismo en absoluto, si hay que decir esto, sino que, como arrobado o endiosado, se quedó en soledad serena y en estado de imperturbabilidad, sin desviarse con su esencia a ninguna parte ni girar en torno a sí mismo, sino en reposo absoluto y convertido, por así decirlo, en reposo. Tampoco asomaba belleza alguna; sobrepasó ya aun la belleza, superando ya aun el coro de las virtudes como quien se adentró en el interior del aditum dejando atrás las estatuas que hay en el templo… Aquello otro tal vez no era espectáculo, sino un modo distinto de visión: éxtasis, simplificación, donación de sí mismo, anhelo de contacto, quietud e intuición que ronda en busca de acoplamiento. Todo ello, para contemplar lo que hay dentro del aditum… Ahora bien, estar en sí misma sola y no en el ser, es estar en aquél. Porque uno mismo se transforma no en esencia, sin en algo más allá de la esencia, en tanto trata uno con aquél. Si, pues, alguien logra verse a sí mismo transformado en esto, tiene en sí mismo una imagen de aquél. Y si partiendo de sí mismo como imagen se remonta hasta el modelo, alcanzará la meta de su peregrinación. Más si decae de la contemplación, reavive su propia virtud interior, obsérvese a sí mismo adornado con esas virtudes, y se verá aligerado de nuevo yendo a través de la virtud hasta la inteligencia y sabiduría y a través de la sabiduría hasta aquél. Y ésta es la vida de los dioses y la de los hombres divinos y bienaventurados: un liberarse de las demás cosas, de las de acá, un vivir libre de los deleites de acá y un huir solo al Solo (fygê mónou pròs mónon).” (VI.9.11).

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