lunes, 23 de junio de 2008

Maestros de la heterodoxia: Valentín y la formación del Universo Divino



Valentín fue uno de los más grandes Maestros de la Gnosis, era de origen egipcio, y había nacido en torno al año 100. En el Egipto del siglo II domina la filosofía Neopitagórica de Eudoro de Alejandría, el Platonismo Medio de Antíoco de Ascalón y la Escuela Alegórica judía de Filón, estas son las principales corrientes que confluyen en Egipto junto con la labor del Museo y la Biblioteca alejandrinos (cf. con nuestro artículo sobre la Academia). Para las corrientes filosóficas descritas, excepto Filón, el Noûs es Dios, no una emanación de Dios, como mantendrá Valentín y luego Plotino. Sin embargo, Valentín pronto dará la espalda a la Filosofía, que presenta en una escena mítica donde la hybris de Sophia, en su intento por sondear las profundidades de Dios, produce su caída, y el segundo ciclo mítico, que muestra la creación del Alma del Cosmos y la aparición de los hombres. Es el Cristianismo lo que conmueve a Valentín, y en especial el Cristianismo del Lógos del prólogo del Evangelio de Juan, conocido ya en el Egipto de su época.


Juan, el discípulo del Señor, queriendo hablar de la generación de todos los Eones tal como el Padre los emitió, establece como principio al primero nacido del Padre, llamado Hijo Unigénito y también Dios, en el cual el Padre emitió, a modo de simiente, a todos los Eones… El Lógos fue emitido por este principio y, en el Lógos, la entera sustancia de los Eones, a los que él mismo dio después forma.” (Irineo de Lyon, A.H. I, 8, 5).

Más tarde, su afán por predicar el Evangelio de la Verdad y su revelación gnóstica, le conducen a Roma, donde la Iglesia estaba más jerarquizada que en Egipto, donde funda una Escuela, que luego tendrá varias ramificaciones, y que encontrará la oposición no sólo de la incipiente ortodoxia romana, sino también de filósofos como Plotino y Porfirio, que también enseñaron en Roma, lo que nos permite suponer que la Escuela de Valentín tuvo una muy buena acogida y gran difusión en los medios romanos. Valentín, después de su aventura romana, regresó a Alejandría, donde habría muerto a los sesenta años.

Los valentinianos tenían un Evangelio propio, al que Irineo llama Evangelium Veritatis. Entre los textos de Nag Hammadi (NHC I 3) aparece un texto con este nombre, dicho Evangelio se atribuye a Valentín o a algún discípulo muy próximo a él: “El Evangelio de la Verdad es alegría para quienes han recibido de parte del Padre de la Verdad el don de conocerlo por el poder del Lógos que venido desde el Plêrôma, la que está en la Ennoia y el Noûs del Padre, la que es llamada el Salvador, ya que es el nombre de la obra que debe llevar a cabo para la salvación de quienes eran ignorantes del Padre, pero el Evangelio es la manifestación de la esperanza que se descubre por quienes la buscan.

Cosmología valentiniana

La primera fase del ciclo mítico gnóstico la forman las distintas narraciones sobre el mundo trascendente, el Plêrôma y sus habitantes, los Eones. En clave platónica, se podría interpretar este mundo como el lugar supraceleste o el mundo de las Ideas, y a estos Eones, se los podría asimilar a las Ideas-Formas, no exactamente a las eidós de Platón, pues tienen sus propios nombres, pero funcionarían de alguna manera de forma parecida a las Ideas platónicas, la participación y vinculación de unas Ideas con otras, tal como lo explica Platón en el Sofista, en el universo pleromático de la Gnosis, estas relaciones son fruto de la lubricidad y la generación, hasta un total de treinta personajes, una primera Ogdóada (al más puro estilo egipcio, piénsese en la teología hermopolitana), una segunda Dodécada, fruto de la Ogdóada y en tercer lugar una Década, estos serán los habitantes del Plêrôma, que en muchos casos desconocerán al Padre y origen de todo, lo que producirá las penalidades del último de los Eones, Sophia, que desconocedora del Padre, intentará sondearlo, lo que producirá su caída del universo pleromático, y sus penalidades en el mundo sombrío, lo que nos llevará al segundo ciclo mítico, la creación y redención de Sophia, por medio de los espirituales, pneumáticos. El ciclo de redención comienza y acaba en el Plêrôma, tal como nos narra el Evangelio de la Verdad:

Descubre su secreto, su secreto es su Hijo, para que por la misericordia del Padre los Eones dejen de inquietarse buscando al Padre y descansen en él sabiendo que es el reposo.” (Evangelio de la Verdad, IV, 24). “Y su lugar propio de reposo es su Plêrôma. De este modo todas las emanaciones del Padre son plêrôma, y la raíz de todas estas emanaciones está en el que a todas las hizo crecer en Él mismo. Él les ha asignado sus destinos.” (E.V. IX, 41).

La primera Ogdóada

En el Plêrôma encontramos los treinta Eones, según la Carta dogmática valentiniana (Epifanio, Panarion 31, 4,11 – 6, 15): “Os hago rememorar misterios indecibles, inefables y supracelestes, que no pueden ser concebidos ni por principados ni por potestades ni por súbditos ni por confusión alguna, misterios que son manifestados únicamente al Pensamiento del Inmutable. Al principio, el que es paternidad subsistente, (Autopátôr) contenía en sí todas las cosas, que se hallaban en Él en ignorancia. Algunos lo llaman “Eón inmarcesible”, siempre joven, andrógino, que todo lo contiene y que no es contenido. Al Pensamiento (Ennoia) que estaba en Él lo llaman Pensamiento, otros Gracia, propiamente, porque suministra los tesoros de la Grandeza a los que provienen de Ella; pero los que hablan verdad la llaman Silencio (Sigê), porque la Grandeza lo ha acabado todo a través de la reflexión sin Lógos. Al principio, pues, la Ennoia incorruptible, queriendo romper las cadenas, ablandó la Grandeza introduciéndola al deseo de su reposo. Y se unió con él y produjo al padre de la verdad, al que los perfectos han llamado Hombre con toda propiedad, porque era el antitipo del ingénito preexistente. Después de esto, Silencio indujo una unidad natural de luz, y junto con el Hombre – su conyugio consistía en el querer – produjo la Aletheia (Verdad). Los perfectos la llaman con toda razón Verdad, porque era verdaderamente semejante a su madre Silencio, la cual quería que las luces quedaran divididas por igual entre el varón y la hembra, para que, a través de ellos, también la […] que poseían se manifestara a los que procedían de ellos y estaban divididos en luces sensibles. Después de esto, Verdad, despertando una lubricidad semejante a la de su madre, ablandó al Padre con respecto a sí misma y se unieron en unión incorruptible y en conyugio siempre joven produjeron una Tétrada espiritual y andrógina, antitipo de la Tétrada preexistente, que eran Abismo, Silencio, Padre y Verdad. Ésta es la Tétrada que provino del Padre y de Verdad: Hombre, Iglesia, Logos y Vida.

Examinemos pues la primera Ogdóada:

1º) Abismo (Abyssos) o Autopátôr, primer Dios y origen de todos los Eones, y que se encuentra en perfecto reposo; del Padre emana Pensamiento, Ennoia o Silencio (Sigê), un segundo principio intelectual, que se nos muestra como emanación del primer principio, y que es el que pretende romper las cadenas de la perfecta quietud del Padre, para generar a una nueva prole de seres divinos.

2º) La segunda generación esta formada por Intelecto (Noûs) o Padre (según Irineo de Lyon, A.H. I, 1), y este Intelecto con su madre Silencio procrean a Verdad (Aletheia).

3º) Los hijos de Intelecto y Verdad serán cuatro Eones llamados: Lógos, Vida (Zoé), Hombre (Anthropós) y Ekklesia. Esta generación se inspira en el Evangelio de Juan, según Irineo: “En primer lugar distingue a los tres: Dios, Principio, Lógos; luego los reúne de nuevo, para mostrar la emisión e cada uno de ellos – del Hijo y del Lógos – y la unión que existe entre ellos y con el Padre. En el Padre está el Principio y del Padre procede, y en el Principio está el Lógos y de él procede. Así que dijo bien: “En el Principio existía el Lógos”, pues estaba en el Hijo; “y el Lógos estaba en Dios”, pues el Principio también lo estaba; “y el Lógos era Dios”, consecuencia obvia, pues lo engendrado por Dios es Dios; “este Lógos estaba en el principio en Dios”: con este texto manifestó el orden de la emisión. “Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y fuera de él no se hizo nada”, pues el Lógos fue causa de formación y generación para todos los eones después de Él. “Lo que se hizo en él era Vida”, aquí insinúa Juan el conyugio, pues viene a decir que todas las cosas fueron hechas por medio de él, pero la Vida en él. La Vida que está en él le es más propia que las cosas hechas por medio de él. Coexiste con él y por medio de él produce fruto. Al añadir “la Vida era la luz de los Hombres”, diciendo “Hombres”, quiere significar a la Iglesia en cuanto designada equivalentemente por “Hombre”, para así, por medio de un solo nombre, manifestar la comunidad del conyugio. En efecto, de Lógos y de la Vida proceden Hombre e Iglesia.” (A.H. I, 8). Así nos muestra Irineo como los gnósticos valentinianos encontraban la totalidad de la Ogdóada en el prólogo del Evangelio de Juan. Vemos pues, que para los Valentinianos, el mundo supraceleste platónico con sus rangos y jerarquías de Ideas, se transforma en un mundo pleromático, con los rangos y jerarquías de Eones, entidades eternas que portan los nombres de la tradición juanista.

La Dodécada y la Década

Continúa el ciclo de la emanación de los Eones con una Dodécada de andróginos impulsivos, hijos de Hombre y Ekklesia, según la Carta dogmática valentiniana, que continúa: “Entonces, por voluntad del Abismo que todo lo contiene, el Hombre y la Iglesia, recordando las palabras paternas, se unieron y produjeron la Dodécada de los seres concupiscentes andróginos. Los masculinos son: Intercesor, Paterno, Materno, Intelecto eterno, Deseado (Luz), Eclesiástico; los femeninos son: Fe, Esperanza, Caridad, Inteligencia, Beatitud y Sabiduría.”

Eones hijos de Hombre e Iglesia, los masculinos:
1) Intercesor (Consolador Paraklitos).
2) Paterno (Patricus).
3) Materno (Metricus).
4) Intelecto Eterno (Agnus).
5) Deseado (Luz, Theletus).
6) Eclesiástico (Ekklesiasticus).
Y los femeninos:
1) Fe (Pistis).
2) Esperanza (Elpís).
3) Caridad (Ágape).
4) Inteligencia (Comprensión, Synesis).
5) Beatitud (Makariotes).
6) Sabiduría (Sophia).

En la misma carta, se nos narra la formación de la última Década de andróginos impulsivos, hijos de Lógos y Vida: “Después, Lógos y Vida, dando forma al don de la unión, entraron en mutua comunión – su comunión consistía en el querer – se unieron y produjeron una Década de seres concupiscentes y también andróginos. Los masculinos son: Profundidad, Imperecedero, Autocreado Unigénito e Inmóvil; los tales tomaron estas designaciones para gloria del que todo lo contiene. Los femeninos son: Comunión, Unión, Mezcla, Unidad y Placer; también ellos tomaron sus designaciones para gloria de Silencio.” Los masculinos: 1) Profundidad, Bythius; 2)Imperecedero (Ageratus); 3) Autocreado (Autónomo, Autophyes); 4) Unigénito (Monogenes); 5) Inmóvil (Acinetes). Y los femeninos: 1) Comunión; 2) Unión (Henosis); 3) Mezcla (Mixis); 4) Unidad; y 5) Placer (Hedone).

Los Números Divinos

El ciclo de la creación del Universo Divino termina con la formación del Número en una nueva Ogdóada inferior en dignidad: “Entonces, el que todo lo contiene decidió en su insuperable inteligencia llamar a la existencia a otra Ogdóada, contrapuesta a la Ogdóada original anterior, que permaneciese en el número de la treintena – puesto que no era intención de la Grandeza caer bajo el número – y estableció a los machos frente a los machos: primero, tercero, quinto, séptimo; e igual con las hembras: díada, tétrada, héxada, ogdóada. Esta Ogdóada, llamada a existir en contraposición a la Ogdóada anterior – Abismo, Padre, Hombre, Lógos, y Silencio, Verdad, Iglesia, Vida – se unió con las luces y se completó una perfecta Treintena.” Esta Ogdóada corresponde al rango inferior de los Números pitagóricos, de toda teología platónica, al ser los números entes intermedios entre el alma y la inteligencia, pues participan de lo inteligible y lo sensible.

Las Nupcias Celestes

Por último, el ciclo mitológico valentiniano, termina con las uniones divinas y las nupcias incorruptibles: “Y la Ogdóada anterior estaba en reposo. Pero Abismo, con el sostén de la Grandeza, empezó a querer unirse con la Treintena. Y de hecho se unió con Verdad, y el Padre de Verdad convino con Iglesia; Maternal poseyó a Vida, e Intercesor a la Unidad. Unidad se unió con el Padre de Verdad; el Padre de Verdad estaba con Silencio, y el Lógos espiritual entró en unión con […], con mezcla espiritual y comunión incorrupta, realizando el fin que es Padre por sí mismo, su propio reposo indivisible. La Treintena, tras haber llevado a acabamiento profundos misterios y celebrar nupcias en un ámbito incorruptible, produjo luces incorruptibles que fueron llamadas hijos de la unidad y carecían de personalidad, puesto que no tenían el elemento intelectual y permanecían en reposo fuera de la inteligencia, al margen de Pensamiento. Pues si uno hace una cosa sin comprenderla del todo, en realidad no la hace.

El último episodio tiene lugar por la unión entre el Espíritu Santo o voluntad intelectual, enviada por Silencio (Ennoia) a los miembros de la segunda Ogdóada: “Entonces se cumplieron matrimonios entre los miembros de la Ogdóada: el Espíritu Santo se unió al primero, la díada al tercero, el tercero a la héxada, la ogdóada al séptimo, el séptimo a la díada, la héxada al quinto. Toda la Ogdóada realizó estas uniones con placer siempre joven y con mezcla incorruptible – pues no estaban separados entre sí y se unían con placer irreprehensible – y produjo una péntada de seres concupiscentes y no femeninos, cuyos nombres son: Emancipador, Definidor, Agradable, Perdonador, Reintegrador. Eson son denominados hijos de la Mediedad (Límite)”.

Con estos últimos Eones completamos el cuadro de los protagonistas del primer ciclo mítico valentiniano, continúa el segundo ciclo con el drama de la caída del Eón Sophia, y la formación de los seres humanos hylicos, psíquicos y pneumáticos, la formación del Cosmos caído por el Demiurgo Yaldabaoth y la redención de Sophia, que dejamos para otra ocasión.

Juan Almirall

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