viernes, 12 de diciembre de 2008

Orosio y el priscilianismo. Antropología priscilianista II. Gnosis, magia y cristianismo antiguo


Vamos a comparar ahora la visión del hombre extraída de los textos de Prisciliano con la de uno los adversarios del priscilianismo, concretamente con la de Pablo Orosio (c. 390 – c. 420)

Después del asesinato de Prisciliano, un gallego, probablemente de Braccara Augusta, Pablo Orosio, preocupado por la fe de su tierra, acude a ver a Agustín de Hipona (412 – 414). Antes que él lo intentaron otros, pero las ideas que trajeron, uno de Victorino, otro de Orígenes, no fueron, al parecer de gran ayuda.


Dice Orosio en su Consultatio sive commonitorium ad Augustinum de errore Priscillianistarum et Origenistarum ("Consulta o advertencias de Agustín acerca del error de los Priscilianistas y de los Origenistas):

“En primer lugar, Prisciliano, más miserable que los maniqueos, en cuanto que también confirmó su herejía con el Antiguo Testamento, enseñando que las almas, nacidas de Dios, existen en una especie de receptáculo, donde, instruidas por los ángeles, prometen ante Dios combatir. Descendiendo luego por ciertos círculos, son aprisionadas por los principados malignos y, según la voluntad del príncipe vencedor, son encerradas en diversos cuerpos y obligadas a suscribir un contrato de vasallaje. Así, sostenía que tenía que prevalecer la astronomía, pues aseguraba que Cristo rompió ese quirógrafo, clavándolo en la cruz por su pasión, como el mismo Prisciliano dice en una carta:

“Esta primera sabiduría consiste en entender en los tipos de las almas las naturalezas de las virtudes divinas y la disposición del cuerpo, en la cual parece que el cielo y la tierra están atados, y todos los principados del siglo parecen encadenados, pero la victoria es alcanzada por las disposiciones de los santos. Porque el primer círculo de Dios y el quirógrafo divino de las almas que han de ser enviadas a la carne lo tienen los Patriarcas; ese contrato ha sido hecho con el consentimiento de los ángeles, y de Dios, y de todas las almas, que poseen la obra contra la milicia formal, etc.”

También sostuvo que los nombres de los Patriarcas son los miembros del alma: Rubén en la cabeza, Judá en el pecho, Leví en el corazón, Benjamín en los muslos, y así por el estilo: Por el contrario, en los miembros del cuerpo están distribuidas las señales del cielo, a saber: aries en la cabeza, taurus en la cerviz, géminis en los brazos, cáncer en el pecho, etc. Queriendo dar a entender que las tinieblas eternas y el príncipe del mundo proceden de estos elementos.

Todo esto lo confirma por cierto libro, titulado Memorias de los Apóstoles…”


El texto continúa pero hemos realizado una selección de lo que consideramos más importante. El texto comienza, cómo no, con insultos. Prisciliano es un miserable porque se atreve a comentar e interpretar el Antiguo Testamento. Después prosigue con una enumeración de tesis priscilianistas de su tiempo incluyendo una carta que se supone de puño y letra del mismo Prisciliano.

El contenido general de este texto no concuerda en casi nada con el contenido de los Tratados, al menos aparentemente. Se han apuntado diferentes explicaciones. Una de ellas alude a una frase que se atribuye al medio priscilianista: “jura y perjura pero que el secreto no le sirva a nadie”(1). Según esto Prisciliano y sus seguidores escondían su verdadera forma de pensar, que era gnóstica o herética o pervertida, bajo una apariencia de falsa ortodoxia.

Otro tipo de explicación, por ejemplo, sostiene que la ideología del “priscilianismo” posterior, si es que verdaderamente puede hablarse de priscilianismo como grupo organizado, era bien diferente de las ideas del propio Prisciliano.

Existen otras explicaciones pero ahora intentaremos encontrar, si las hay, concordancias o ideas comunes entre el texto de Orosio y los tratados de Prisciliano.

Dice Orosio que, según los priscilianistas, las almas preexisten antes del nacimiento en algún lugar que él denomina depósito y en donde, antes de su descenso en la materia, son instruidas por los ángeles en vista de su próximo destino, que consistirá en combatir contra el poder del mal que encontrarán después, cuando desciendan en círculos hasta encarnar como prisioneras en cuerpos terrenales, asignados por los poderes de las tinieblas y los elementos, representados por las influencias zodiacales siderales en el cuerpo terrestre y recogidas en un “registro” o quirógrafo, donde estarían inscritas las deudas contraídas por el alma humana que ha de encarnar; y que Cristo, con su pasión y muerte, ha saldado la deuda del hombre con el pecado y le ha brindado la posibilidad de retornar a su primitiva condición, libre del poder de las tinieblas.

En la carta pretendidamente de Prisciliano que presenta Orosio se habla de una primera sabiduría que dice que consiste en entender lo que es de naturaleza superior y divina en el alma, y lo que es de naturaleza corporal, en la cual están presentes las influencias de los astros y de los “principados” o jerarquías terrestres dominadoras de este mundo, así como que existe un registro o decreto divino mediante el cual es posible que el alma alcance la victoria por su esfuerzo de vida cristiana, sobre el mundo inferior, ayudada por las jerarquías celestes, patriarcas y ángeles. Así mismo existen un zodíaco celeste para el alma, representada por los Patriarcas, aunque aludan a diferentes partes del cuerpo, y un zodíaco sideral-terrestre para el cuerpo, en el cual, “los principados este siglo o mundo parecen encadenados”; es decir, los rectores o principados del mundo, de naturaleza sideral, vierten y ejercen sus influencias en una naturaleza que les es propia o, cuando menos, afín. Esta es la naturaleza corporal del hombre, que es la sede de las pasiones y el mal contra el que ha de luchar el alma que es enviada a encarnar en un cuerpo terrenal.

El origen del alma humana es distinto del de su cuerpo. No obstante se dan paralelismos: dos zodiacos, dos decretos o quirógrafos; es decir, dos mundos que han plasmado su impronta en cada uno de los miembros constitutivos del hombre; El sello de ángeles y patriarcas del mundo divino, en alma; y el sello zodiacal de los “rectores” o jerarquías terrenas, en el cuerpo. Encontramos aquí dos jerarquías de seres y una especie de correspondencia estructural entre lo celeste y lo terrestre que recuerda la frase hermética: “como es arriba, así abajo”.

Sin embargo estos dos mundos son diferentes y parecen estar en conflicto entre sí dentro del propio hombre, el cual se vuelve un campo de batalla en el que un mundo, el mundo del alma, ha de prevalecer sobre el otro, el de las tinieblas y lo corporal.

El lenguaje tiene cierto tono marcial: victoria, combatir, milicia formal...

Nos presenta un combate entre dos principios, que va más allá de lo meramente humano y que posee dimensión cósmica.

En la próxima entrega trataremos de encontrar estas ideas en los propios tratados de Prisciliano.

Saludos cordiales, Jesús Rodríguez


1. Cita recogida en: Agustín. Ep. ad Ceretium (sobre priscilianistas) CCXXXVII

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