
Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I

Patriarca de Alejandría Theodoros II

Arzobispo de Atenas, Hieronymos II
Patriarca Ilia II de Georgia







Textos, artículos y referencias para reconstruir la historia del cristianismo y del pensamiento occidental. Una aproximación filosófica al pensamiento cristiano.
Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I
Patriarca de Alejandría Theodoros II
Arzobispo de Atenas, Hieronymos II
Patriarca Ilia II de Georgia
Formación de los Misterios Cristianos: Tras la desaparición de Pablo y los Apóstoles el testimonio de la vida de Jesús, el Cristo (el rey), se recogió en los distintos Evangelios (de euaggélion, prefijo eu – buen y aggélion o angelion que significa mensaje, tal como ángel ággelos significa mensajero, Evangelio sería el buen mensaje), donde se narraban las cosas que había hecho el Cristo y los Apóstoles por medio del Espíritu Santo. Marcos es el primer Evangelio, luego Mateo y Lucas, y por último Juan y su misterioso Apocalipsis, un libro en la más pura tradición profética, como los grandes profetas de Israel, donde se recoge la manifestación del Cristo al final de los tiempos profanos, y la apoteosis de las Iglesias, es decir, de los discípulos del Cristo. En estos textos sobre la vida de Jesús destaca el episodio de la Transfiguración o Metamorfosis de Jesús, y la Resurrección en un cuerpo inmortal, así como la relación de los hechos maravillosos que le permitía el poder del Espíritu del Cristo. Estos serán algunos de los Misterios del Cristianismo, en el más puro estilo helenístico, donde Metamorfosis o Apoteosis (de meta-morfê trans-formar y apo-theosis divinizar, en el mundo clásico a un héroe), constituían las transformaciones y exaltaciones de la naturaleza humana, junto a la bienaventuranza (makários) que recibía el iniciado que, tras su muerte, era capaz de recordar la senda que conducía a los Campos Elíseos, a los lugares de la bienaventuranza y de la vida eterna. Los Misterios Cristianos tendrán los mismos objetivos que los Misterios Paganos, divinizar al hombre, pero la iniciación cristiana tomará de las reglas de pureza de la Ley mosaica, sus catarsis y purificaciones (esto se verá claro en los escritos de los Padres Apostólicos, como la Didaché o El Pastor de Hermas), son las condiciones necesarias para recibir el Espíritu Santo procedente del Cristo y del Dios único, el Padre. Sin embargo, el Cristianismo primitivo no será ni mucho menos homogéneo, durante los primeros siglos muchos colectivos y sectas distintas se moverán entre dos tendencias, una primera helenizante, que busca distanciarse de la Ley mosaica y se abre a los gentiles, y una segunda más judaizante, que tiene como manifestaciones más radicales el ebionitas y los elcasaitas.
El dualismo de la Iglesia Interior: El Evangelio de Juan es el Evangelio del Lógos, la Palabra y la Razón divina, que viene al mundo de las tinieblas, pero que procede de Dios y conserva su pureza. Esto llevó a algunos grupos de cristianos a afirmar el docetismo (de dóxa o apariencia) del cuerpo del Señor (Hechos de Juan 93, 1-3: “Otro hecho glorioso os contaré, hermanos: una vez cuando quise tocarlo sentí un cuerpo material y sólido. Pero otras, al palparlo, era su ser sin sustancia, incorpóreo y como inexistente. Cuando algunos de los fariseos lo convidaban y aceptaba la invitación, íbamos con él. A cada uno se le daba un pan, y también él recibía uno. Mas él lo bendecía y lo repartía entre nosotros. Cada uno de nosotros se sentía satisfecho con esa porción, y nuestros panes quedaban intactos, de tal modo que los anfitriones se admiraban. Muchas veces, caminando con él, quise ver si dejaba huellas visibles sobre el suelo, pues había visto que se elevaba sobre la tierra. ¡Y nunca vi ninguna!”). El docetismo será una solución para todos aquellos que quieren salvar la pureza y perfección del Logos, mientras que el drama del Dios hecho carne será la solución más popular con la que la que una mayoría se podrá identificar. El Gnosticismo llevará al extremo el docetismo, los pneumáticos o espirituales serán los únicos poseedores de la Gnosis y por tanto de la liberación, ellos explicarán de forma dualista las dos naturalezas hílica o carnal y pneumática o espiritual. Ello les permitió construir una mitología basada en dos realidades, que encarnan dos Dioses, un Demiurgo perverso y creador del mundo, y un Padre perfecto escondido en un más allá, denominado Plêrôma o Plenitud, rodeado de sus Eones (este esquema es similar al que se deduce de los diálogos de Platón: un Demiurgo artesano del Alma del Mundo, un Hiperurano donde se encuentran las Ideas, y por encima de todas, el Bien). El Gnosticismo será una verdadera Iglesia pneumática o del Espíritu Santo, que aparece como Gnosis.
Sin embargo, este Gnosticismo será rechazado por una ortodoxia más popular, que no acepta el docetismo ni el dualismo gnóstico, por lo que comenzará a producir una teología alegórica, para explicar el drama de Jesús Dios y Hombre, que le llevará a formulas cada vez más absurdas y difíciles de argumentar por medio de los tradicionales conceptos filosóficos, este es el origen de toda la producción teológica, que mantendrá ocupadas a las mentes más lúcidas de la ortodoxia. Y que finalmente, con la cristianización del Imperio Romano, recibirá su sanción definitiva. Durante los primeros siglos de Iglesia Imperial, presbíteros, obispos y patriarcas mantendrán interminables disputas sobre la relación entre las distintas personas (hipóstasis) de la Trinidad divina, y sobre la naturaleza del Cristo (Cristología), fundamentalmente contra las tesis de los teólogos neo-origenistas, que asumieron una cierta subordinación entre el Padre y el Hijo, sin tener ya muy claro, el papel del Espíritu Santo, en todo este lío especulativo. Por otra parte, la Iglesia oficial rechazará toda magia, oráculos, profecías, y otras manifestaciones de los dones del Espíritu, en su lucha por erradicar el paganismo y sus demonios, dejando estas cuestiones como una anécdotas históricas, y potenciando así el culto personal a la figura del Jesús histórico y sus santos.
El Maniqueísmo o la Iglesia de la Luz: Sin embargo, la Iglesia Interior tomará nuevas formas. En Persia vemos aparecer a Mani, el Apóstol de la Luz, que inspirado por el Gnosticismo y el ascetismo de distintas sectas cristianas de Asia Menor, funda, bajo la influencia y dirección de su gemelo espiritual (sýzygos), una especie de doble espiritual (como el ángel de la metanoia o el arrepentimiento), una Iglesia que tomará de la tradición religiosa persa, el conflicto entre la Luz y las Tinieblas, en un dualismo materialista, del que abominará primero la Iglesia ortodoxa, bajo la estricta crítica de Agustín de Hipona, que en su juventud había formado parte de la secta, y luego la Iglesia Imperial, transformándose en la bestia negra de la Iglesia antigua y medieval. Agustín de Hipona también utilizará por primera vez el nombre de “cátaros” o puros, para designar a un grupo de cristianos estrictos, que se negaron a admitir de nuevo en sus comunidades y rehabilitar a aquellos que habían renunciado a la fe cristiana, para evitar las persecuciones de Diocleciano, y que tras la llegada de Constantino al poder, pretendían rehabilitarse. Estas sectas puristas propias de los siglos III y IV. Estos cátaros fueron conocidos también como novacianos, por ser seguidores de Novaciano, un amigo del ascetismo extremo y de la pureza de la fe. Pero mientras estos últimos fueron aceptados por la gran Iglesia, los Maniqueos fueron perseguidos en todo el Imperio Romano, y también en el Imperio Persa, por lo que la Iglesia Maniquea emigrará hacia Oriente por las Rutas de la Seda. El Maniqueísmo compartía el ideal de pureza y de extremo ascetismo de las comunidades más consagradas, los elegidos o perfectos, que llevaban una vida errante, aunque con reglas monásticas. La misión de los maniqueos era la de formar parte de las huestes de la Luz, para colaborar en la victoria definitiva sobre las Tinieblas, el mundo de la carne, con el que se habían mezclado las diversas hipóstasis o emanaciones de la Luz, entre las que destaca el Hombre Primordial, verdadero arquetipo del Hijo de la Luz, que realiza el sacrificio de mezclarse con las Tinieblas para redimirlas. Los mitos maniqueos serán recuperados por los movimientos dualistas de la alta Edad Media.
La Iglesia del Paráclito y la Leyenda del Santo Grial: El Maniqueísmo influirá en algunas sectas dualistas que se fundaron y desarrollaron en los territorios pertenecientes al Imperio Bizantino, donde todavía reinaba el Emperador de Oriente, y en el que también existía un segundo Papa, el Patriarca de Constantinopla, cabeza de una Iglesia cada vez más desconectada de la Iglesia Occidental, pero que aún formaba parte de la gran Ecumene Católica. Este Patriarca era el último superviviente de una época en la que habían existido cinco Papas o Patriarcas, bajo el poder del Emperador, que era el verdadero sucesor del Cristo. Todo ello dentro ya de la Iglesia Imperial, la Iglesia del poder. Pues bien, en los, cada vez más, reducidos dominios del Emperador bizantino, la Iglesia Oriental sufrió toda la disputa iconoclasta y otras discusiones con un trasfondo teológico. En dicha disputa participó, del lado de los iconoclastas, una secta dualista, llamada de los Paulicianos, de marcada influencia maniquea. Los Paulicianos se extendieron por la Europa Oriental, y se hicieron muy fuertes, hasta el punto de amenazar al Emperador, que en el siglo IX fueron perseguidos y paulatinamente exterminados. Sin embargo, en Bulgaria surgió un nuevo movimiento dualista, los Bogomilos, continuador de los Paulicianos, que llegó a tener una gran organización en la administración de sus Iglesias. Estos Bogomilos al igual que los Maniqueos, eran personas muy ascéticas, que buscaban una perfección y pureza muy grande, a fin de poder recibir el Espíritu Santo.
En Occidente, también encontramos grupos de cristianos partidarios de la pureza y la pobreza, como preparación para recibir al Espíritu, destaca la comunidad fundada en España por Prisciliano de Ávila, que fue acusado de Gnóstico y Maniqueo. Pero también, a los albores del siglo IX aparecen en las tierras occitano-catalanas, grupos de cristianos que aspiran a una perfección, de una forma similar a los puros y perfectos de las Iglesias de Oriente. Recibieron el nombre genérico de Albiguenses. Pero de entre ellos destacó una comunidad cristiana, en torno a unos hombres llamados bons homes o perfectos, que llegó a estar organizada como grupo de Iglesias, tal como nos muestra el acta del Sínodo de San Félix de Caraman, donde la Iglesia de los Cátaros, se organiza en obispados, y los obispos y fieles reciben el Consolamentum del Patriarca Bogomilo Nicetas, la transmisión del Espíritu Santo. Los Cátaros llamaban a su comunidad la Iglesia del Paráclito, la verdadera Iglesia Interior, de los Santos y Perfectos, en el Espíritu del Cristo. El Catarismo se extendió por toda Europa durante la baja Edad Media, hasta el inicio de su persecución.
Junto con el movimiento Cátaro, asistimos en Europa Occidental a la formación de los Mitos y Leyendas del Cristianismo. Chretien de Troyes, un trovador de la corte de Champaña, traductor y conocedor de los mitos clásicos, en particular de las Metamorfosis de Ovidio, compone relatos de caballeros cristianos, e incorpora la historia de Percival y el Santo Grial. Pronto la Comunidad del Santo Grial se convertirá en uno de los mitos y leyendas más importantes del Cristianismo Medieval, y la Comunidad del Castillo del Santo Grial, el referente espiritual para distintas Ordenes de Caballeros, como los Templarios y sus órdenes derivadas, como los Fideli d’Amore o la Fede Santa, entre los que encontramos a otro gran trovador medieval: Dante Alighieri, un hombre comprometido con la causa de los Hohenstaufen o gibelinos, partidarios de restaurar la Monarquía del Sacro Imperio, y terminar con el creciente poder del Papado Romano, y sus pretensiones de ser la cabeza de la Iglesia Universal.
Saludos,
Juan Almirall
Los Paulicianos era una herejía con fuertes influencias maniqueas, cuyos orígenes son poco claros, habrían sido fundados en el siglo VI o VII, en Armenia, pero pronto se extendieron hacia las Balcanes. Lo cierto es que en el siglo IX formaban una comunidad muy organizada en Bizancio, y fueron perseguidos por la emperatriz Teodora II, de donde huyeron a Bulgaria. Los paulicianos formaron tropas que durante la monarquía de los emperadores iconoclastas sirvieron a Bizancio, pero que tras la declaración de heterodoxos y su huída a Bulgaria, constituyeron una importante amenaza para el Imperio. A finales del siglo IX fueron derrotados y ya en el siglo XII el emperador Alexio I emprendió su conversión al catolicismo por la fuerza, lo que terminó por hacer desaparecer el paulicianismo. Los paulicianos fueron principalmente iconoclastas, no aceptaban el culto a las imágenes pues negaban radicalmente la bondad de la carne y el mundo, el cual lo consideraban creado por Satán, un demiurgo malvado. En el campo de su cristología consideraban que la encarnación era sólo aparente, y que el Logos no pudo haber entrado en un cuerpo de carne, de manera que el cuerpo de Cristo era sólo aparente, por ello los paulicianos eran docetistas. Lo que les hacía negar el dogma de María theotokos, negando todo culto mariano. Igualmente negaban los sacramentos del bautismo y la eucaristía, al ser actos demasiado ligados a la forma carnal, que rechazaban plenamente. Y, al igual que los marconitas, los paulicianos consideraban el Antiguo Testamento obra de Satanás. Se trataba por tanto, de un grupo de orientación ascética, con fuertes influencias maniqueas, de tendencia hacia una espiritualidad helenística radical, que se distancia del judaísmo. Su influencia en la zona balcánica y en Bulgaria fue grande, por lo que algunos de los planteamientos básicos del paulicianismo lo encontraremos después, en otra herejía posterior, originaria de la zona: el movimiento bogomilo.
La así llamada Iglesia Griega, centro del bogomilismo que tiene su origen en Bulgaria, pero que se extendió por Bizancio y sobre todo, la actual Bosnia, recoge algunas de las creencias paulicianas, según H.C. Puech: “ el dualismo general; la atribución al Dios Bueno, al Padre invisible, de las cosas espirituales e inteligibles, a Satán de las realidades materiales, corporales y visibles, entre ellas el firmamento; la concepción de la Trinidad como una persona única con tres caras o tres rostros y del Cristo como criatura, como ángel o emanación desligada de la Mónada divina en un momento determinado, con vistas a la salvación del ser humano y reintegrándose a ella enseguida; la oposición al Creador del Génesis equiparado al Diablo; el desprecio de Moises y de la Ley; el descrédito, más o menos general, de Juan Bautista y de la Virgen María, las cristología docetista y el rechazo, o la interpretación puramente simbólica, de los milagros de Jesús; la crítica de la Iglesia ortodoxa o romana y de su clero, el desprecio o el uso sacrílego de sus sacramentos, la condena del culto a la Virgen, a los Santos, a las reliquias, a las imágenes y a la Cruz; la reprobación del casamiento y la procreación, de la alimentación animal y todo cuanto proviene del coito (huevos, leche, queso, así como carne); la creencia en el carácter diabólico de la concepción; el ascetismo llevado a un grado extremo; la pretensión de ser, en contraste con la Iglesia del Demonio, “buenos cristianos” (khristianoï kaloï, boni christiani), verdaderos discípulos del puro ideal evangélico y ofreciendo la apariencia de monjes humildes, condescendientes…"
Saludos,
Juan Almirall
"En el año 1167 de la Encarnación del Señor, en el mes de mayo, en estos días la Iglesia de Toulouse trajo al Papa (o Padre) Nicetas al Castillo de Saint-Felix, y una gran multitud de hombres y mujeres de la Iglesia de Toulouse y de otras Iglesias vecinas, se reunieron para recibir el Consolamentum que Monseigneur el Papa Nicetas les confirió.
Después Robert de Epernon, obispo de la Iglesia de los franceses llegó con su consejo. Marc de Lombardie llegó con su consejo. Sicard Cellerier obispo de la Iglesia de Albi llegó con su consejo. Bernard Cathala llegó con el consejo de la Iglesia de Carcassonne, y el consejo de la Iglesia de Agen también estuvo presente.
Todos reunidos de manera innumerable, los hombres de la Iglesia de Toulouse quisieron tener un obispo, y eligieron a Bernard Raimond. Igualmente Bernard Cathala y el consejo de la Iglesia de Carcassonne, requerido e invitado por la Iglesia de Toulouse, y del parecer, voluntad y la decisión de Monseigneur Sicard Cellerier, eligieron a Guiraud Mercier. Los hombres de Agenais eligieron a Raimond de Casals.
Después Robert de Epernon recibió el Consolamentum y la ordenación del obispo Monseigneur el Papa Nicetas para ser obispo de los franceses.
De la misma manera que Sicard Cellerier recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal para ser obispo de Albi. E igualmente, Marc recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal para ser obispo de la Iglesia de Lombardie.
Igualmente Bernard Raimond recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal pare ser obispo de la Iglesia de Toulouse.
También Guiraud Mercier recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal pare ser obispo de la Iglesia de Carcassonne.
Y también Raimon de Casals recibió el Consolamentum y la ordenación episcopal para ser obispo de Agen.
Tras lo cual el Papa Nicetas dijo a la Iglesia de Toulouse : "Vosotros me habéis pedido que os explique si las costumbres de las Iglesias primitivas eren ligeras o rigurosas. Yo os diré que las siete Iglesias de Asia fueron separadas y delimitadas entre ellas, y ninguna de ellas hizo nada que fuera en contra de los derechos de las otras. Y las Iglesias de Rumania, de Dragovitie, de Mélenguie, de Bulgaria et de Dalmacia fueron separadas y delimitadas, y ninguna hizo nada que fuera en contra de los derechos de las otras. Y así tienen paz entre ellas: hechas iguales unas de otras ".
La Iglesia de Toulouse escogió a Bernard Raimond, Guillaume Garsias, Ermengaud de Forest, Raimond de Baimiac, Guilabert de Bonvilar, Bernard Guilhem Contor, Bernard Guilhem Bonneville y Bertrand d’Avignonet para que fueran árbitros del pour qu’ils soient arbitres de las fronteras. La Iglesia de Carcassonne escogió a Guiraud Mercier, Bernard Cathala, Grégoire, Pierre Caldemas, Raimond Pons, Bertrand de Mouly, Martin de la Salle et Raimond Guibert para que fueran árbitros de las fronteras.
Estando reunidos y habiendo deliberado, dijeron que la Iglesia de Toulouse y la Iglesia de Carcassonne serían divididas según los obispados:
El territorio que se extiende del lado de Toulouse hasta el límite entre los obispados de Toulouse y el arzobispado de Narbonne en dos partes y el límite entre el obispado de Toulouse y el obispado de Carcassonne : a partir de Saint Pons, la montaña entre el castillo de Cabaret y el de Haut-poul, la separaci´n entre los castillos de Sais-sac y de Verdun, entre Montréal y Fanjeaux y el límite entre los otros obispados de la salida del Razès hasta Lérida: que este territorio esté bajo la potestad y la administración de la Iglesia de Toulouse.
Y que la Iglesia de Carcassonne así delimitada y dividada tenga bajo su potestad y su administración todo el obispado de Carcassonne y el arzobispado de Narbonne y el resto del territorio así delimitado e indicado desde el mar hasta Lérida.
Que estas Iglesias sean delimitadas tal como ha sido dicho, a fin de que tengan paz y concordia entre ellas y que ninguna haga nada contra los derechos de la otra. Siendo testigos y garantes de ello Bernard Raimond, Guillaume Garcias, Ermengaud de Forest, Raimond de Baimiac, Guilabert de Bonvilar, Bernard Guilhem Contor, Bernard Guilhem Bonneville y Bertrand d’Avignonet.
De la Iglesia de Carcassonne Guiraud Mercier, Bernard Cathala, Grégoire, Pierre Caldemas, Raimond Pons, Bertrand de Mouly, Martin de la Salle y Raimond Guibert.
Ordenado esto, y pidieron a Ermengaud de Forest que redactar e hicera el acta de la Iglesia de Toulouse e igualmente orenaron y pidieron a Pierre Bernard que redactara e hiciera el acta de la Iglesia de Carcassonne. Y así fue hecho y ejecutado.Monseigneur Pierre Isarn mandó hacer esta copia de una vieja carta, hecha a partir de aquella que delimitaba las Iglesias como ha sido escrito más arriba, el lunes de agosto, décimo cuarto día después del comienzo del mes, año 1232 de la Encarnación del Señor, Pierre Poullain ha transcrito todo esto por su demanda y su orden".