domingo, 11 de mayo de 2008

El cristianismo heterodoxo en la Edad Media


El 13 de diciembre de 1294, el papa Celestino V, forzado por la tensa situación que existía en la Iglesia durante esos años, tuvo la valentía de renunciar a su cargo. Cuatro meses antes, cuando llegó a las puertas de la catedral de Aquila para celebrar su nombramiento lo hizo descalzo, con un viejo hábito monacal y sentado sobre un borrico, recordando la entrada de Jesús a Jerusalén en el domingo de Ramos.

Pedro Morrone era su verdadero nombre. Había llegado a la silla pontificia en medio de las intrigas políticas por el control del papado entre las familias de los Colonna y los Orsini, en las que intervino Carlos II de Anjou, rey de Nápoles, que propuso, decía él, una solución genial: buscar un Papa entre los espirituales. Y así fue, cuando la diplomacia había fracasado, buscaron al monje más santo de Italia. Con el propósito de que la pureza de su espíritu y el ejemplo de sus virtudes que le habían hecho tan popular, renovase a la Iglesia, tan decaída a causa de las ambiciones mundanas de sus magnates. El elegido fue Pedro Morrone, un monje solitario, un eremita que vivía en las cuevas de la montaña Maiella, en Italia, donde había formado una congregación de eremitas que se llamaba celestinos, que estaban muy cercanos a los espirituales franciscanos.

Según las profecías de Joaquín de Fiore, se esperaba un cambio esencial en la historia y la llegada de un nuevo ciclo del Evangelio bajo la era del Espíritu Santo. Esta nueva era, estaría bajo la guía de un papa angélico. Todos veían en Pedro Morrone, la encarnación de esta profecía. Pero su gobierno, no podía durar mucho. Con 84 años de edad, casi ciego, sin conocimiento de latín, tenía pérdidas de memoria graves, tan grave que ni recordaba a los obispos que había nombrado el día anterior. Pero su gran generosidad, dando muchos privilegios a los espirituales franciscanos en contra de otras órdenes religiosas representó un serio problema para Roma. Sus deflactores decían de él que gobernaba no desde la potestad sino desde la humildad. Así, que Pedro, pasados 4 meses de su mandato, renunció al cargo para regresar a las montañas de donde procedía. Su abandono afectó negativamente a un sector de Italia de tal modo que el mismo Dante lo mete en el infierno de la Divina Comedia. Muchos veían en él la esperanza de una reforma de la Iglesia. Para los espirituales esta situación influyó de tal manera en el ambiente, que las tesis profético-apocalípticas de la época se radicalizaron y se hicieron más comunes.

Pero el caso de Pedro Morrone es un ejemplo más que nos muestra el punto al que había llegado la situación. En la atmósfera de la época, estaba patente una voluntad de cambio, una reforma de la Iglesia que a lo largo de la Edad Media tendrá múltiples expresiones.

Durante el siglo XII y XIII aparecieron multitud de movimientos religiosos que propondrán nuevos modelos para la Iglesia. Todos ellos se caracterizarán por la necesidad de un retorno a la vida cristiana basada en el evangelio. Un despertar espiritual que adoptó una fuerte condición paupérrima, es decir, la pobreza como punto central y como oposición a la situación de poder de la Iglesia. Algunos de ellos serán catalogados como herejía por confrontarse directamente con la Iglesia, como Pedro Valdés o el catarismo, otros en cambio, a pesar de servir a Roma, pasarán al olvido, como Durand de Huesca y Los Pobres Católicos. Otros en cambio, serán canonizados y potenciados, como los franciscanos y los dominicos.

Todos ellos formaron parte de una efervescencia espiritual que trascendió todas las fronteras de Europa con un mosaico de prácticas muy distintas entre ellas, muchas de ellas heterodoxas.

Uno de los primeros en aparecer fue Pedro Valdés. Pedro era un rico comerciante de Lyon, que a causa de unas circunstancias fortuitas quedó tan impresionado y preocupado por la salvación de su alma, que a toda costa quiso hallar el camino hacia la perfección. Preguntó a un clérigo que le remitió al texto de San Mateo (XIX, 21): Si quieres ser perfecto, anda, toma lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; después ven y sígueme”. Entonces Valdés repartió en 4 partes sus posesiones: una para su mujer, otra para sus hijas, y de las otras dos, un fue para los pobres y la otra para las víctimas de sus injusticias como comerciante. Y después, renunciando a su fortuna abrazó con ardor la pobreza evangélica y se lanzó a predicar. Era por Santa María de agosto del año 1173 que empezó a predicar. Al cabo de poco tiempo, había agrupado a su alrededor a un grupo de hombres y mujeres, unidos todos ellos por el mismo ideal. Sus miembros, sin ser frailes, predicaban por las plazas de Lyon lo que propició la reacción de la Iglesia. Pero Valdés, fue más allá. Se dio cuenta de que las Sagradas escrituras eran un tesoro, eran la palabra divina. Fue a buscar a dos clérigos de Lyon para que tradujeran la Biblia y otros textos de los Santos Padres en lengua vulgar. Con aquel bagaje bíblico ahora Pedro ya podía enfrentarse a los clérigos. Pero la traducción de la biblia en lengua vulgar juntamente con la predicación de las mujeres, fue lo que desencadenó las iras de la jerarquía eclesiástica, que les prohibió que predicaran sin estar ordenados. Entonces Valdés, recordando que en circunstancias muy parecidas el apóstol San Pedro había proclamado ante el Sanhedrín que más valía obedecer a Dios que a los hombres y haciendo caso omiso de la prohibición, Valdés y los suyos siguieron predicando.

Pedro era un laico, un comerciante que no tenía formación teológica cuando decidió dejar su vida para dedicarse a la predicación. Sus críticas iban dirigidas contra la jerarquía eclesiástica, contra sus posesiones y contra su modo de vivir, que estaba muy alejado de los primeros cristianos. Su ideal era la predicación, la búsqueda de una nueva espiritualidad no atada a nada material. Pedro nos muestra muy bien esta voluntad, presente en toda Europa de buscar nuevas vías para la espiritualidad, de un modo distinto a como la Iglesia lo representaba. Aquel grupo de fieles, conocidos como los pobres de Lyon, representaron una verdadera querella doctrinal. Eran laicos, y, como hemos dicho, predicaban las mujeres. Además, habían traducido la Biblia a lengua vulgar y se habían adjudicado el ministerio de la predicación sin pedir permiso a la Iglesia. Sin estar ordenados, Roma no iba a hacer muchas concesiones. Y así fue. Finalmente, los valdenses se radicalizaron y fueron catalogados como herejes. En 1194 eran expulsados de la Corona de Aragón por Alfonso el Casto, pero su influencia se extendió por muchos lugares.

Uno de los discípulos de Pedro fue Durand de Huesca. El caso de Durand es muy diferente al de Pedro. En pocos años de diferencia, Durand vivirá otro contexto, un contexto muy marcado por la persecución contra el catarismo.

De la vida de Durand, poco se sabe. Duran era un clérigo letrado de la provincia eclesiástica de Huesca, con una gran formación teológica y autor de cómo mínimo tres tratados contra el catarismo. Durante sus primeros años fue uno como tantos otros que siguieron los ideales valdenses, y participó en el movimiento ascértico monacal de Galindo de Perola en Huesca. En 1207 sabemos que está presente en uno de los últimos debates que hubo en Pamiers entre católicos, cátaros y valdenses, disputando teológicamente sobre la fe, como tan a menudo hacían. En Pamiers se encontraron personalidades relevantes. Entre ellos estaba el obispo castellano Diego de Osma, y también Domingo de Guzmán, el futuro santo. También se encontraban numerosos cátaros. Pero quien tenía una mayor presencia fueron los valdenses. 1207 marcó a Durand. La experiencia del diálogo inspiró a Durand su ideal de Iglesia: la lucha contra la herejía.

Ese mismo año, después Pamiers, Durand y los suyos viajaron a Roma para presentar su reconciliación de fe, su prepositium conservationis que fue respaldada y apoyada por Inocencio III, aunque siempre fue criticada por sus prácticas heterodoxas. Durand había formado una nueva comunidad, formada por clérigos instruidos teológicamente para combatir a la Iglesia, dedicados enteramente al estudio, pero también con clérigos dedicados a las necesidades humanas. Construyeron escuelas de estudios, casas, hospitales para pobres, enfermos y niños abandonados, siempre al lado de una Iglesia. Nunca ejercieron la violencia, siempre la refutaron; su lucha para la conversión fue escrita. Durand tuvo la necesidad de refutar lo que él consideraba errores de la herejía, que asimilaba sin lugar a dudas con el catarismo, el movimiento heterodoxo que más influencia tuvo en la Edad media.

El catarismo fue un movimiento religioso cristiano que apareció por distintas partes de Europa y en algunas regiones de Asia Menor. Los primeros testimonios son del siglo XII y pervivieron hasta el siglo XV. El catarismo, de origen oriental, se caracterizaba principalmente por realizar una interpretación dualística del Evangelio. Des del momento en que apareció, el catarismo fue asociado al maniqueísmo y por ende fue catalogado como una herejía, la más importante de la Edad Media. Pero los últimos estudios que han aparecido sobre el tema, nos muestran como el catarismo apareció por distintas zonas de Europa, más o menos durante las mismas fechas, y apareció para dar respuesta a los nuevos paradigmas de la época. El siglo XII y XIII fue una época de cambios; el crecimiento de las ciudades, el desarrollo del comercio y de la industria del tejido, la aparición del dinero y las primeras letras de cambio eran algunos de los nuevos retos para la sociedad. La Iglesia, que condenaba la usura, estaba dividida entre un alto clero, sumido en la riqueza feudal, y un bajo clero, que era el párroco del pueblo, que en la mayoría de los casos no tenía cultura, y no podía dar respuesta a los cambios que se producían en el seno de la sociedad. Éste fue el contexto en el que apareció el catarismo presentando un nuevo modelo de Iglesia, la Iglesia del Espíritu Santo y que se inscribía en la tercera época de la que hablaba el monje calabrés Joaquín de Fiore.

Estas doctrinas cátaras también llegaron a España. Una vez establecida la Inquisición en Occitania, empezaron las migraciones de occitanos cruzando los pirineos para buscar en tierras hispánicas otros lugares, es cuando empezamos a constatar la presencia de estas doctrinas. Cruzando los pirineos el catarismo penetró en la Corona de Aragón, y de allí pasó a ciudades de la corona de Castilla, con principal incidencia en Burgos y León así como en Palencia, justamente en ciudades que seguían principalmente la ruta de Santiago y que fueron lugares de encuentro para multitud de peregrinos. Marcelino Menéndez Pelayo nos dice que tenemos fiel cronista para ello, el cual no es otro que Lucas, el obispo de Tuy, que en el siglo XIII escribió una obra sobre los errores de éstos “herejes albigenses” que pasaron por Burgos y León y a los que él identifica con “filósofos naturales”.

Burgos es una de las ciudades donde aparecen los primeros testimonios de herejía. Por esta ciudad pasó Arnaldo, un hereje proveniente de Francia que se dedicaba a corregir opúsculos de los Santos Padres y distribuirlos entre la población para advertir de los errores que propugnaban los católicos. Hay constancia de que después de su muerte, circularon por Burgos varios cátaros y que fueron muy bien acogidos por comerciantes. Un grupo de éstos, se instaló en León en 1235 para revitalizar la heterodoxia cristiana y el culto que había empezado Arnaldo. Este grupo llegó a construir, con el apoyo de clérigos, un edificio para realizar sus prácticas abiertas al público, donde contaron con numerosos seguidores. El resultado tuvo un fuerte impacto en la sociedad leonesa; muchos abandonaron las prácticas tradicionales de la Iglesia y algunos párrocos abandonaron su confesión.

¿Cuál era la doctrina de los cátaros que tanto chocaba con la el cristianismo ortodoxo?

El mismo Durand de Huesca nos dice de ellos que:

Pues creen, según hemos oído, y dicen a algunos de sus seguidores que crean, en la existencia pareja de dos dioses sin principio, uno bueno y el otro malo, y tal como hay una trinidad buena, así dicen que hay una trinidad mala, a la que identifican sin dudar con el dios de este mundo y príncipe de las tinieblas. Y dicen que éste entró en la morada del Padre celestial para seducir a los ángeles y creen que corrompió a un cierto número. Y por este motivo dicen que el Padre se alzó contra él y lo arrojó de la patria celeste junto con los ángeles a quienes había seducido

De este modo, para el catarismo había dos realidades, una espiritual y otra terrenal. Eran dos mundos irreconciliables entre sí. El mundo del espíritu al que podía accederse solamente después de realizar un trabajo sobre sí mismo, y que rompía los vínculos establecidos con el mundo. Una doctrina muy radical, ya que para el cristianismo ortodoxo, esta interpretación atacaba directamente su fundamento; la idea de un único Dios, creador de lo visible y lo invisible.

Los polemistas católicos empezaron a defender la ortodoxia religiosa frente lo que ellos consideraron herejía. Durante este período se escribieron multitud de tratados contra la herejía en la que se definía un cristianismo fundamentado en el dogma de la patrística y de las Sagradas Escrituras. Paralelamente, se construyó una imagen de la herejía que ha servido para definir jurídicamente al hereje y que ha terminado por separar dos interpretaciones del cristianismo que durante muchos años convivieron juntas. El jurista medieval San Ramon de Peñafort definía al hereje como aquel que ha caído en el error de interpretación de las Sagradas Escrituras. Se constituía así la imagen del hereje, una imagen que ha perdurado hasta el siglo XX. Pero el hereje, en realidad no es alguien que caiga en el error. Esa fue la definición que los juristas medievales dieron en el siglo XIII, pero el hereje, dice Christine Thouzellier, una de las grandes historiadoras del catarismo, “es aquel que no acepta más o critica los dogmas cristianos o rechaza el magisterio de la iglesia romana que antes había reconocido. Para los heresiólogos medievales, un israelita o un musulmán no son herejes.” Y continúa diciendo: “El hereje no es un anormal o un neurótico: es, por el contrario, un hombre anhelante de verdad y que, siempre en razón del cristianismo, ya no le satisfacen las verdades reveladas. Puede ser conducido a este estado bien sea por consideraciones personales, de orden metafísico, bien sea por constataciones sociales que le hacen percibir, en una sociedad cristiana constituida, anomalías o desviaciones que no se corresponden más a las directivas iniciales.”
Sergi Grau Torras, 2008

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