
El último autor que trata la cuestión de forma amplia, recogiendo el pensar popular sobre el viaje del alma por el más allá, es Dante en su “Divina Comedia”. Según el poeta el alma de los difuntos tenía tres destinos: el Infierno, con sus nueve círculos; el Purgatorio, con sus siete niveles; o el Cielo, con sus nueve esferas. Las almas que se habían purificado en la montaña del Purgatorio, podían ascender hacia la primera Esfera de la Luna, donde estaban los Ángeles, luego, la Esfera de Mercurio, donde se encontraban los Arcángeles; en la Esfera de Venus los Principados; en la del Sol las Potestades; en Marte las Virtudes; en Júpiter las Dominaciones; en Saturno los Tronos; y en la Esfera de las Estrellas Fijas los Querubines; después todavía había otra esfera, el Cielo Cristalino o Primum Movile, donde se encontraban los Serafines; y por fin el Empíreo, donde Dante ve la Rosa Mística, formada por las almas de los bienaventurados, que pueden contemplar a Dios. Las almas se iban quedando en el lugar que les correspondía según los vicios y virtudes que han ido acumulando en vida. Esta es la última versión que los teólogos cristianos nos han dejado sobre el supuesto Reino de los Cielos. Sin embargo, no casa en absoluto con las modernas teorías sobre el cosmos, hoy a nadie se le ocurre que en la Luna puedan haber ángeles o que en Marte vayamos a encontrarnos ningún otro ser angelical.
El primer teólogo cristiano que nos habla de este viaje cósmico del alma es Orígenes, que nos cuenta en su “Tratado sobre los Principios” que las almas iban a un lugar en la tierra llamado “paraíso” donde recibían instrucción, de allí las almas que tenían un corazón limpio, una mente pura y la inteligencia despierta, progresaban por la región del aire, hasta llegar al Reino de los Cielos, pasando por cada una de las así llamadas por los griegos, esferas celestes, siguiendo al Hijo de Dios, que atravesó todas ellas. “después de haber recorrido todo esto que contiene la razón de ser de las estrellas y en los lugares celestes, llegarán (las almas intelectualizadas) también a aquello que no se ve (2Cor. 4, 18)", es decir, al mundo inteligible, donde se encuentran los que “comienzan a ver a Dios, es decir, a comprenderle con un corazón limpio (Mt. 5, 8)”. ¿De dónde sacó el alejandrino esta somera descripción del viaje de las almas por el más allá, que Dante adornó y completó con descripciones tan precisas, pues nada de esto se infiere directamente de las Escrituras? Como no podía se de otra manera, de la Filosofía y de las Religiones Paganas.
Mucho tiempo antes de que existiese el Cristianismo, e incluso con anterioridad al desarrollo literario de la Biblia Hebrea, producido, sobre todo, en época helenística, los filósofos ya se fijaban en el comos, intentando dar una explicación a los fenómenos celestes, pues pensaban, al igual que los egipcios, que el alma recorría, de alguna manera, los lugares celestes. Al final del diálogo “República”, Platón explica las visiones del Más Allá que tiene Er, un guerrero que muere y vuelve a la vida. En dicho mito, Platón describe como las almas ascienden hacia el Cielo, formado por Esferas hasta la Bóveda Celeste, sujetas todas por un eje, el Axis Mundi, en torno al cual giran las ocho esferas, siete planetarias y la octava Esfera de las Estrellas Fijas. Aristóteles completará esta idea hablando de los motores inmóviles que mueven las esferas celestiales, estos motores son intelectos, lo que Dante identifica con los nueve rangos de la Jerarquía angélica, que es otra interpolación de la filosofía pagana, concretamente de los nueve rangos de dioses inteligibles e intelectivos del filósofo Proclo de Licia.
Pero la versión más clara del viaje del alma por el más allá, según la versión pagana, procede del Hermetismo. En el diálogo “Poimandres” encontramos la siguiente descripción de dicho viaje del alma por el cosmos: “cuando muere el cuerpo material, lo entregas a la alteración: la figura que tienes se vuelve invisible y confías al demonio tu inerte morada. Por su parte, las facultades sensoriales del cuerpo, retornan a sus fuentes, convirtiéndose en partes y restaurándose de nuevo para sus actividades. Mientras que la ira y el deseo se alejan hacia la naturaleza irracional. Y así, lo restante, se eleva hacia las alturas, pasando a través de la armadura de las esferas: En el primer cinturón (la Esfera de la Luna) abandona la actividad de aumentar y disminuir. En el segundo (la Esfera de Mercurio), la maquinación de maldades, ineficaz engaño. En el tercero (la Esfera de Venus), el ya inactivo fraude del deseo. En el cuarto (la Esfera del Sol), la manifestación del ansia de poder, desprovista ya de ambición. En el quinto (la Esfera de Marte), la audacia impía y la temeridad desvergonzada. En el sexto (la Esfera de Júpiter), los sórdidos recursos de adquisición de riquezas, ya inútiles. En el séptimo cinturón (la Esfera de Saturno), en fin, la mentira que tiende trampas. Llega entonces a la naturaleza ogdoádica (la Esfera de las Estrellas Fijas), desnudado de los efectos de la armadura, y por tanto sólo con su potencia propia. Y, con todos los seres, canta himnos al padre y todos se regocijan con su venida.”
Esperamos haber podido demostrar que el Cristianismo necesita urgentemente una revisión de sus dogmas cosmológicos, y una adaptación de los mismos a las modernas concepciones sobre el universo, pues dicho dogma se basa en ideas geocentristas y mitológicas de los primeros filósofos, que no tienen cabida en la mente del hombre de hoy.
Juan Almirall
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